OPINIÓN
La tragedia humana: Beirut
Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
Beirut se duele entre el luto y la desesperanza de su gente. Se acongoja por la muerte de decenas de sus hijos e hijas; muertes a destiempo y sin razón, provocadas por la soberbia y la negligencia de los unos, los otros y los demás; de quienes desde siempre se han sentido dueños y señores, dueñas y señoras, de todo y de nada.
Tragedia humana que hoy llena de tinta sangre a todos los diarios del mundo pero que mañana voltearán sus ojos hacia otros dramas humanos que le hagan vender novedades vacías y mezquindades mediáticas. Así, me pregunto si, cuando Camilo José Cela dijo que la antesala de la muerte es cruel, preveía la explosión de las 2,750 toneladas de nitrato de amonio que destruyó al puerto marítimo de Beirut, capital del Líbano.
Mahmud Darwish decía, al referirse a Beirut, que es como la imagen del alma en el espejo y reflexiono sobre qué refleja hoy ese espejo: ¿Acaso la indolencia gubernamental libanesa ante el destino de un embarque confiscado en 2013 a un buque de bandera moldava arrendado por un ruso? Hoy, Beirut es la imagen viva de la miseria inmisericorde de su propio gobierno que en medio del dolor de miles libaneses heridos y muertos entre escombros de un holocausto inimaginado, busca salvarse de su merecida renuncia. Recuerdo una frase que Gibrán Jalil Gibrán escribe en El Profeta que pareciera dedicada a todos los gobernantes en el mundo: “Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen y lo dan buscando el reconocimiento…”
Quizá la gran tragedia en esta tragedia no es la del Beirut destruido sino la de la televisión, la radio, la prensa y las redes antisociales alimentadas por el morbo que les despierta la muerte ajena y distante. La gran miseria humana de hoy día es creerse dignos y no saberse deshumanizados.
En cada noticiario estamos llamados al teatro mediático del dolor humano: “Yo tengo las últimas imágenes del Beirut destruido, yo tengo la última cifra de heridos y muertos, yo… yo… yo tengo el decir de quien critica a su gobierno”, pero sin el dolor sincero de quien nos presume datos, datos y más datos. En su morbo, nos dicen que el nitrato de amonio es un explosivo, pero no nos aclaran que también se usa como fertilizante, porque esto no despierta ni da lugar a más noticias falsas o memes. Me pregunto si los medios masivos nos entregan el sentir de la alegría, la tristeza, el dolor y el duelo de la gente o la confusión que anida en el alma de esos incomunicadores.
El Líbano también es tierra sagrada que Jesús visitó cuando en Tiro sanó a un niño cananeo poseído. El Líbano fue evangelizado por San Pablo en Tiro y Sidón y, probablemente, visitado por San Pedro. El Líbano es tierra del catolicismo de oriente condensado en el maronismo. El Líbano es esa tierra que amo, sin ser libanés, desde mi adolescencia.
Recuerdo aquel día en que abrí y leí, por primera vez, las páginas de El Profeta de Gibran Kahlil Gibran, cuyo nombre original fuese Yusef Antun Majluf, y cómo, sin comprenderlo, me sentí distinto… totalmente maronita y un poco hijo del islam y del misticismo sufí.
En las breves historias de Kahlil Gibran, supe que la poesía podía no tener rima y ser perfecta en su ritmo y aún más bella en la simplicidad y profundidad de su mensaje. Y leí todos los libros de Kahlil Gibran.
Años después, en un bendito día, por avatares de mi vida, entré en el templo dedicado a la Virgen del Líbano en la Ciudad de México y me encontré con San Charbel Majluf y, a través de él, con el cristianismo maronita, siempre católico. Me maravillé cuando presencié la consagración en un rito distinto al de occidente, en que el sacerdote dialoga con el Cáliz y el Copón en arameo, con las palabras exactas con que Jesús nos legó su cuerpo y sangre santos. Desde ese día, me hice devoto del santo asceta libanés y me adentré en el maronismo.
Los años pasaron y en septiembre de 1982, año en fue asesinado Bashir Gemayel, presidente católico maronita del Líbano, tuve la suerte bendita de estar en una misa concelebrada por sacerdotes católicos de las iglesias orientales armenia, caldea, copta y siriaca. Lo que ahí viví es inolvidable e indescriptible. Su fuerza jamás volví a sentirla más que en presencia de santa Teresa de Calcuta, en uno de sus viajes y gracias a las misioneras de la Caridad.
Hay una oración eremita maronita que nos explica su visión y misión de vida: “Señor Dios, arráncame de mi mismo para entregarme entero a Tí”; vaya petición: Negarse a sí mismo para ser más uno mismo. El eremita guarda silencio en la vigilia de la noche para que nada ni nadie perturbe su escucha de Dios. Hoy, el mundo enmudece a Dios y a su entender propio, y al no escuchar a Dios ni escucharse a sí mismo, niega la existencia de Dios y se niega a sí mismo; de ahí la confusión de principios y valores, de exigencias caprichosas, de temores a responder ante sus sentimientos, pensamientos, palabras y obras. El hombre dejó de ser a imagen y semejanza de Dios e hizo dioses a su imagen y semejanza.
Dioses a modo, valores a modo, principios a modo… vendibles al gusto de cada comensal de lo seudo místico como si fuese un café de Starbucks. Proclamas que no comprendo: Soy dueña de mi cuerpo, pero olvidan la responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos. Ya no hay arrepentimiento porque ya no hay una Verdad única como dijera Niurka: “ésta es mi veldá”. Al discernimiento se le teme y con ello se le niega sentido, propósito y valor. El hedonismo ha suplido a la forja del carácter y del temple.
El gobierno del Líbano habla desde las vacuidades de sus corazones y las neblinas de su entender para justificar sus omisiones en el manejo del nitrato de amonio confiscado por años. Quieren limpiar sus nombres manchados por la sangre de los que hoy, ayer y mañana morirán. Pero los vacíos en el gobierno libanés se dan en todos los gobernantes del mundo, y las arrogancias solo toman distintas formas sin perder su maldito fondo. Así, Andrés Manuel López Obrador cuando pide un minuto de silencio por los muertos por el Covid-19 pero nada hace para ser buen ejemplo del cuidado debido ante México y el mundo.
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