OPINIÓN
López Obrador: Cuentos sin hadas

Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
Una vez leí una frase que hoy nos viene más que justa: ¿Cómo culpar al viento del desorden hecho si fui yo quien dejó la ventana abierta?
Me decía mi abuela Rafaela que los malos gobernantes siempre buscan distraernos de sus inmundicias y banalidades con pan y circo. Hoy, tras la masacre de la familia LeBarón en Bavispe, en los límites de Chihuahua con Sonora, el Presidente López Obrador busca lavarse las manos echándole la culpa al crimen organizado que ahí es dueño y señor, de manera qué ¿deberá Fuenteovejuna tomar el cumplimiento de la ley en sus manos ante la inutilidad de Gobierno de la República? ¿Qué nos dice el Presidente, acaso que hay suelo mexicano que el gobierno federal cedió o perdió ante el crimen organizado? ¿Es verdad, como lo afirma la senadora norteamericana Lindsey Graham, que es mejor ir a Siria que a ciertas partes de México porque están completamente fuera de la ley? Cualquier respuesta afirmativa será mala.
Son de risa las declaraciones de Alfonso Durazo al descubrirnos que las armas con que se asesinaron a niñas, niños y mujeres LeBarón fueron compradas en Estados Unidos, pero olvida decirnos que llegaron a tierras mexicanas por corrupción, corrupción y más corrupción en nuestros gobiernos. El FBI acepta lo primero, pero tampoco reconoce que allá las habas también se cuecen cuando pasa la droga con corrupción, corrupción y más corrupción en el gobierno norteamericano.
Con todo, ha quedado en claro de que, la imberbe estrategia de seguridad de los abrazos hacia los delincuentes deberá pasar a la acción a la que está obligado el Estado mexicano, es decir, al uso de la fuerza que la ley le otorga, e insisto, le obliga. Andrés Manuel López Obrador deberá elegir, o sigue cargando con la sangre de la gente de bien e inocente que son asesinados por los criminales organizados o repliega a estos con la fuerza de la ley ya que la fuerza de la razón no los contuvo.
Parece que sus cuentos se han quedado sin hadas y solo le quedan los horribles hechiceros y las malvadas brujas que AMLO alimenta por su desidia y cobardía; que los delirios nocturnos salvíficos del pastor evangélico Andrés Manuel están obligados a despertar y volverse a la realidad en que el resto del mundo vive y que sus números deberán ser los mismos que la realidad evidencia. López Obrador debe aceptar que la seguridad ciudadana y la seguridad del Estado mexicano se le escapan de las manos, y no pueden ni deben jugarse ni a los dados, ni a los gallos ni menos a dejar en el pasado la causa del fracaso presente de un gobierno que no termina de sentarse en la silla presidencial. Pareciera que las mañaneras solo aumentan las horas de errores y horrores.
En seguridad ciudadana, en economía, en orden constitucional, en fortaleza del Estado mexicano, en honor del Ejército Mexicano y la Marina Amada, así como en la mejora social, México naufraga en un mar que pareciera infestado de sargazo. Las evidencias son claras y contundentes, y las mentiras son, también, claras y contundentes.
Ufano, Andrés Manuel López Obrador, nos habla de avances que sólo él ve. Santa Lucía es su capricho y ejemplo de una mente que se obnubila, de alguien que se hace a la mar sin rumbo ni destino y que lleva días a la deriva, pero se siente feliz al mirar la estela de espuma que deja con su velero en las aguas que surca. El viento lo mueve como veleta, a su antojo, y al cambiar el viento de rumbo, la vela mayor se mueve y su botavara derriba a uno y otro de sus navegantes que no logran agacharse… pero avanza; sin embargo, cree que sabe lo que hace. Es tan mal marinero que mira tormenta en el horizonte y conduce su embarcación hacia ella sin comprender lo que le espera. Mi padre me decía: “La mar no se hizo para improvisados”; y yo agrego, tampoco los gobiernos.
México hace agua… se hunde, y el Presidente cree que, en esas aguas que lo hunden e inundad el casco del barco, encontrará a la mejor pesca. Es tan inexperimentado que pretende hacerse amigo de los tiburones, arrojado lejos su arpón y abrazándolos. No sabe que los tiburones, al darle vueltas y vueltas, no buscan hacerse su amigo sino comerlo.
Es devoto, pero confunde al buen Dios con el Maligno. Nos lleva a su averno en medio de rezos que no nacen ni del alma, ni del corazón ni menos del entendimiento. Hasta la fe necesita de razón.
Desdibuja a la democracia para luego vestirla en rojo, con cuernos y cola terminada en flecha con la que nos entierra su ponzoña. En la mediocridad democrática de su jurisconsulta más reconocida, hoy da fe y avala a quien se hace de más años de poder sin haberlos ganado en las urnas ni merecerlos en una reelección aun no posible. Lo ilegal lo legitima porque lo legal le incomoda.
Como el dueño del averno sabe del engaño y engaña muy bien. Dice seguir al Bien y es enemigo de toda rectitud. Sus números siempre concluyen con tres seises… exacto: 666. Como el Maligno, se molesta con quien se sujeta a su buen albedrío acusándolo de fifí, conservador y enemigo, cuando el enemigo parece ser él. Nos exige honra a cambio de un paraíso que no existe como aquel que le ofreció a Jesús todo lo que ya era de Él, si a cambio se le arrodillaba y adoraba.
Tentó a millones de mexicanos y ahora, con esa hueste de seguidores, engaña con palabras que nada tienen que ver con ese pasado corrupto y caótico, que quedan como excusas de sus incompetencias. Sí, hubo errores y abusos, hubo profundas ilegalidades en el pasado, pero ello no es razón para más ilegalidades ni más engaños. Debe aplicar la ley, y a quien deba llevar a juicio, hacerlo.
Su cuento de hadas llegó a su última página. Ahora, a trabajar.
Benjamín Mora Gómez
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