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Los ciudadanos que buscan el centro: Políticos buscan candidaturas independientes vs Trump y Biden

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

En una realidad social, económica, política y hasta moral dividida en la que los partidos políticos de EUA han sido rebasados, los ciudadanos del centro se quedaron sin candidatos, pero los políticos tradicionales buscan ser la opción sin reconocer que mucho de lo que ellos representan y promueven, es lo que generó los extremos que hoy dominan en los dos partidos políticos y también la narrativa de las principales empresas o centros tecnológicos.

La realidad es que en EUA muchos ciudadanos del centro se sienten poco identificados con el actual presidente Biden quien es el candidato líder en la contienda interna del Partido Demócrata con poco menos del 50% de la intención del voto interno, pero lo mismo sucede en el Partido Republicano en donde Donald Trump es el candidato puntero con más del 50% de intención del voto.

A los temas de los ciudadanos del centro hay que sumar las divisiones internas en cada partido. Biden ha llevado a los demócratas mucho más a hacia la nueva izquierda imperialista internacional que se identifica como supuestamente progresista, lo que muchos demócratas tradicionales rechazan como lo hicieron en su momento en los 70s cuando John y Robert Kennedy se opusieron al Statu quo del Partido Demócrata y ganaron una parte importante del electorado centro, de trabajadores y minorías.

Así las cosas, Biden es la cara de un movimiento que con base en poderosas alianzas con empresas digitales, militares, médicas y del entretenimiento promueven un nuevo orden mundial, que es bien visto por una parte importante de sus seguidores, pero no lo es por otra parte también importante de las bases tradicionales de su propio partido. La muestra de esto no solo es la candidatura de Robert Kennedy Jr. quien tiene más del 20% de preferencias internas, sino las encuestas de la elección general que indican que más de un 60% de sus electores desearían a otro candidato lo que incluye a una parte importante de los que dicen votarán por él en la contienda interna y luego en la elección general.

Biden y su grupo tienen el control económico y político de su partido y de los empresarios que apoyan su agenda social y económica local y global, pero son acusados de cambiar el sentido y los principios del Partido Demócrata al promover un gobierno que en presunta asociación con empresas se meta en la vida privada de los ciudadanos y de otros países.

Hay una parte importante de los electores tradicionales del Partido Demócrata que no desean la política que promueve Joe Biden, pero que tampoco soportan a Trump o al Partido Republicano.

Por su parte, en el Partido Republicano fue conquistado, algunos dicen secuestrado por Donald Trump en el 2016, y los políticos tradicionales y muchos de los electores tradicionales de ese partido no soportan su forma de ser.

Por su parte Trump cuenta con una alianza popular de clase popular y media que atrajo a muchos electores tradicionalmente demócratas anti guerra y pro industria. Pero está peleado a muerte con líderes tradicionales de su partido y es muy fácil de sacar de guión lo que da la oportunidad a sus detractores para exaltar sus errores. De hecho el pleito interno de Trump vs los líderes políticos tradicionales de su partido, que en el 2020 lanzaron una organización de republicanos contra Trump a favor de Biden misma que hoy sigue lista para operar en caso de que Trump logre ser candidato de su partido.

Hace un par de meses un grupo de demócratas tradicionales y de republicanos también tradicionales decidieron crear una organización llamada “sin etiquetas” que busca agrupar y lanzar en el 2024 a un candidato a presidente de corte tradicional centro con un vicepresidente del mismo estilo. Uno demócrata y el segundo republicano.

A la fecha ese movimiento ha ido generando algunas simpatías de las que destacan el actual senador demócrata por West Virginia, Joe Manchan quien ha tratado de mantener a su partido en una postura más tradicional lo que lo ha confrontado con los aliados de Biden, en especial con los que desean eliminar por decreto el uso de las máquinas de combustible y las estufas de gas en los próximos 10 años entre otras cosas. El Senador está en un estado que es ampliamente republicano pero ha ganado desde hace décadas su reelección por ser un hombre de centro registrado como demócrata pro sindicatos, que son muy importantes en su tierra porque ese estado es ampliamente minero. “Sin etiquetas” tiene de copresidente a Jon Huntsman quien es ex gobernador republicano por el estado de Utah. 

La organización “No Hables” (en inglés), están generando mucho miedo en los dos líderes, pero en especial en el equipo de Biden quien, como sabemos, en el 2020 prometió ser un presidente de un término por su edad y ahora en su campaña de reelección se ha visto solo en eventos muy armados y poco espontáneos, en especial porque el habitante de la Casa Blanca se equivoca muy seguido al hablar y tiene algunos problemas al caminar.

Los seguidores de Biden dicen que este proyecto “sin etiquetas”, si logra lanzar a un candidato será un riesgo y atentado en contra de la democracia porque quitará votos al actual presidente y eso llevaría a Trump a la Casa Blanca. Pero no parecen dar crédito a los electores y a que ellos pueden votar por una tercera vía y llevar a un centralista o afectar también a Trump.  Los que critican la tercera vía mixta por miedo a Trump parecen aceptar que Trump tiene una base más grande y leal que Biden lo que no se si sea verdad en especial porque los demócratas controlan económicamente a los más grandes sindicatos de EUA.

Por su lado, Trump y en menor medida Biden, están en asuntos legales. A Trump lo están siendo juzgando en dos procesos y parece que para cuando usted lea esta nota serán tres. Uno por llevarse documentos secretos a su casa en Florida y otro por el asalto al capitolio en enero 6 del 2021. Por su parte Joe Biden también enfrenta una investigación que aún no es juicio por llevarse documentos secretos a su casa en múltiples ocasiones desde su era de Senador hasta su era de vicepresidente sin haberlos regresado en tiempo y forma. Además, a Joe se le está investigando por presuntos actos de corrupción en los que se le vincula con su hijo Hunter de la era en la que era vicepresidente con Obama.

En un descuido la elección como lo dijimos hace un año en este mismo espacio se decide por los jueces y los fiscales quienes podrían quitar a uno o hasta a dos de los punteros y dejarnos con candidatos nuevos. Pero supongamos que nadie es encarcelado o descalificado legalmente, el público podría decidir por un tercero menos quemado o al quitar votos a uno llevar al otro a la silla como ha sido en el pasado cuando un tercero logra servir de aliado accidental del segundo lugar.

Naturalmente no es la primera vez en la historia de EUA en la que un grupo de ciudadanos o de políticos de un partido se separan de sus siglas tradicionales e intentan ir por la libre con candidatos independientes.

A veces lo hacen para derrotar al político que los derrotó en las internas, así como venganza. Otras veces lo hacen por estar en contra de las ideas de los principales partidos y creer que la mayoría de los ciudadanos están de su lado. Casi nunca triunfan, pero logran derrotar al más débil o al que más se les parece al dividir el llamado voto útil.

Pero en la historia sí ha habido ocasiones en las que un candidato ciudadano o independiente les gana las internas a los llamados políticos expertos de un partido o al ser independiente les gana la elección general a los dos partidos y se lleva la presidencia. L

os antecedentes más relevantes son: el actor y desconocido Ronald Reagan como gobernador y luego Presidente en los 80s quien derrotó al famoso Jimmy Carter, Teddy Roosevelt en el 1912 quien como presidente en funciones, al perder su campaña de reelección interna en el partido republicano por estar peleado con los líderes de su partido como Trump ahora, se lanzó por la libre y aunque perdió también la elección general, hizo perder a su contrincante de partido Republicano y entregó la silla a Woodrow Wilson del partido demócrata.

En 1968 el independiente antes demócrata George Wallace arruinó al demócrata Hubert Humphrey vicepresidente de Lyndon B. Johnson lo que llevó a R. Nixon a la Casa Blanca y finalmente el más exitoso de los novatos independientes es el abogado de Illinois Abraham Lincoln, que fundó un partido y ganó la presidencia de los Estados Unidos en contra de los demócratas quienes tenían la Casa Blanca con el Presidente J. Buchanan y de los conservadores, quienes lanzaron a John Bell. Esa elección fue muy interesante porque a Lincoln no lo dejaron aparecer en las boletas de los estados del sur quienes no querían a un presidente que fuese en contra de la esclavitud.

Los demócratas tenían a dos candidatos y los conservadores llamados constitucionalistas a uno, es decir hubo 4 candidatos. Pero Abraham Lincoln ganó los 18 estados del norte con amplia ventaja en contra de los 13 que ganaron los demócratas y los 3 que ganó el constitucionalista. Lincoln además ganó la mayoría del voto popular. Recordemos que solo los blancos votaban lo que quiere decir que la mayoría de los blancos más de dos a uno apoyaron al candidato novato independiente que quería acabar con la esclavitud y que de hecho unos años después ganó la guerra civil con soldados blancos peleando contra soldados blancos por la igualdad de los de piel negra.

Ya veremos en qué acaba la elección interna de los partidos de EUA para el 2024, pero lo que es verdad es que muchos políticos tradicionales se sienten traicionados por sus candidatos punteros Biden y Trump y muchos ciudadanos también. ¿Será que los políticos de siempre logren ganar a los extremistas de cada partido? ¿Será que los ciudadanos voten por políticos tradicionales que fueron derrotados en su propio juego y ahora buscan venderse como independientes? El futuro del mundo sabe que Xi gobernará China hasta que se muera o él se retire, Europa está casi de adorno, pero EUA es la superpotencia que puede cambiar de rumbo o ratificar el rumbo del llamado orden mundial.

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MUNDO

Tolerancia en tiempos de algoritmos

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– Opinión, por Miguel Anaya

¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.

En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.

¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.

El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.

He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).

La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.

Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.

La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.

El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.

Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.

Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.

En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.

El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.

Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.

Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.

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MUNDO

De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.

México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.

Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.

El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.

La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.

No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.

Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.

No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.

Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.

Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.

No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.

El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.

Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.

Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.

Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.

Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.

México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.

No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.

Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.

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