OPINIÓN
Madurez democrática
Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //
En México hemos podido elegir gobernantes en forma relativamente pacífica desde hace noventa años, en parte por la institucionalidad lograda por el partido hegemónico constituido para aglutinar a las diversas fuerzas y facciones resultantes de los conflictos armados de principios de siglo y posteriormente modificado para dar cabida a las expresiones sociales de ese tiempo, adecuadamente corporativizadas en sectores, obrero, popular, campesino y en ese entonces todavía participaban los militares oficialmente, no como ahora.
Este entramado de intereses en un partido único constituyó el sistema “democrático” mexicano, hasta el siguiente paso que fue, abrir la participación política a las minorías, desvincular los procesos electorales del tutelaje del gobierno y crear instituciones y legislación para que hubiera una mayor participación ciudadana, mayor certeza y credibilidad en los resultados y gobiernos y legislaturas perfectamente legitimados.
Desde entonces empezamos a considerarnos una sociedad madura democráticamente con un sistema en permanente perfeccionamiento, buscando equidad en los procesos, igualdad de género y certidumbre en los resultados. La pregunta que surge es: ¿Qué hemos hecho con los avances democráticos que supuestamente tuvimos? La respuesta no es muy halagüeña.
Lo positivo es, que se ha mantenido la paz social y los conflictos y disturbios propios de la competencia electoral han podido ser resueltos, pero no hemos podido aprovechar eso para elevar la cultura democrática de los electores y concientizarlos de que la democracia sirve para elegir a buenos gobernantes, para llevar al poder a los mejores, a los que pueden garantizar una mejor sociedad.
Tampoco ha servido para que los partidos entiendan su responsabilidad social y postulen a los mejores y no a los que mejor representan sus intereses. La madurez del sistema no ha logrado que los protagonistas maduren, ya que en cambio parecemos retroceder a la época de las facciones post revolucionarias, defendiendo sus parcelas de poder, sin construir la sociedad a la que aspiramos.
La polarización ha sido el distintivo de las campañas electorales llevada posteriormente al ejercicio de gobierno. La irritación social es el mejor argumento para obtener el voto y lo que ha sucedido es que la gente ahora no elige gobernantes sino vengadores.
No se elige al que consensa y construye, sino al que divide y destruye. Ese es el fracaso de nuestro sistema democrático, que ha permitido la preminencia de la demagogia sobre el sentido común y nos ha llevado a una actualidad ominosa.
La pretendida madurez democrática que presumíamos ha resultado de papel, está en las leyes y normas que ahora son violadas hasta por quien debe hacerlas respetar. El INE sufre el embate del poder ejecutivo por oponerse a que este influya en los procesos electorales y por si fuera poco, el electorado recibe además presiones de grupos y personajes del crimen organizado. Data Cívica reporta: “De 2018 a lo que va de 2022, se han registrado en México 669 ataques, asesinatos, atentados y amenazas contra personas que se desempeñan en el ámbito político, gubernamental o contra instalaciones de gobierno o partidos. En México, la violencia electoral se ha convertido en una herramienta del crimen organizado para influenciar la vida pública de estados y municipios.”
Entre los propios políticos, el nivel ha descendido hasta hacer de la filtración, la difamación, el espionaje, la agresión legal hasta a los familiares, herramientas para obtener el triunfo y lo más grave es que desde el propio gobierno, sea federal o estatal se practican porque lo importante es, retener el poder.
Tales conductas no pueden producir más que una degradación de la supuesta madurez democrática del pueblo mexicano, condenado a elegir entre lo menos peor y lo más alarmante, a encontrar normalidad en esta exhibición de la miseria moral en que se ha convertido la política mexicana.
Por la falta de argumentos y de visión de la clase política actual, para la cual el futuro llega hasta la próxima elección, el individuo hoy carece de opciones y no se siente representado, la mayoría, por ninguno de los partidos políticos y está en espera de que surja una figura que les renueve la esperanza, que es lo único que mantiene en pie nuestro sistema electoral. La gente seguirá acudiendo a votar pensando que el próximo gobernante será mejor, aunque tenga que elegir entre lo menos peor. A fuerza de tirarse las heces a la cara los partidos han puesto en crisis la democracia representativa, que es la base de nuestra organización democrática, dejando a la sociedad a expensas de la retórica del mejor demagogo, carente de propuestas estructurales y estructuradas.
Las elecciones de ayer domingo hubieron, y las que habrán de realizarse en 2023 y 2024 habrán de llevarse a cabo, esperemos, en la normalidad relativa que pueda imperar en un país en el que la violencia mortal ya no escandaliza y en el que la utilización de los recursos del estado para mantenerse en el poder serán descaradamente utilizados. Esa es nuestra madurez democrática actual, esa es la clase política en el poder, y este es nuestro tiempo, entre balas y con autoridades cínicas habremos de votar por lo menos peor y a ver como nos va mientras seguimos tercos con la esperanza.
