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OPINIÓN

Nuevas femineidades y masculinidades: ¿Acaso nos engañamos para engañar?

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Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //

El día en que tendría mi primera cita con una amiga, mi madre me dijo: “No te comprenderás como hombre hasta que no te mires reflejado en los ojos de una mujer que te sienta digno de estar a su lado”.

¿Por qué, si deseamos algo, terminamos actuando de manera totalmente diferente y hasta contradictoria? ¿Qué nos impulsa a no ser congruentes entre lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos? ¿Qué lleva a una persona pública a condenar su imagen por declaraciones que, de antemano, son incorrectas, inoportunas y hasta torpes? ¿Por qué el presidente Andrés Manuel López Obrador se confrontó con los grupos feministas, perdiendo en su capacidad de imponer la agenda pública por primera vez en su gobierno y cayendo en imagen?

Ante el mal trato y el abuso que hemos dado a la mujer -desde siempre- necesitamos cambiar y rápido, como hombres, sociedad y gobierno. Hoy, no basta con políticas y programas sociales de equidad e igualdad si no contienen un sentido alto de dignidad y respeto dentro de una sociedad de espacios inclusivos, así como el destierro de prejuicios inconscientes y ocultos –como los recortes presupuestales de decenas de programas de gobierno hacia la mujer desde la 4T y el beneplácito del presidente López Obrador- y políticas que, al reconocer las diferencias –maravillosas diferencias- propias de mujeres y hombres, brinden a ambos las mejores oportunidades para su realización plena y felicidad consustancial. Para lograrlo, debemos de reconocer que cada persona –mujer y hombre- es única, obligándonos a que toda política de igualdad y equidad sea flexible y pueda adaptarse al propósito de vida que elija cada una de aquellas, de sus familias y sus entornos. Debemos reconocer que muchas de esas diferencias que nos llegan a encantar y subyugar, tienen su origen en el hecho de “haber vivido desde el nacimiento las experiencias, ritos y costumbres atribuidos a los hombres o las mujeres” (Stoller, 1968), o como dijera Simonne de Beauvoir: »no se nacía mujer, sino que se convertía en ello»… como igual podemos convertimos en mejores hombres.

Debemos aprovechar la iniciativa de #UnDíaSinMujeres para convenir un Plan de Aceleración del Equilibrio de Género con Dignidad y Justicia –tomando el sentido de la propuesta de mi amigo Javier Sicilia-, trazando el camino que nos convierta en hombres dignos ante la mujer.

Pero, ¿podría ser posible un plan así en un gobierno, como el de la 4T, que mete tijera a programas sociales en favor de la mujer? No, creo que resulta imposible cuando se recorta en su totalidad los programas para la Inclusión y la Equidad en la Secretaría de Educación Pública.

Por ello pregunto, ¿seguirá casi ausente la mujer de nuestra historia patria y nuestras clases de literatura? ¿Quién ha encontrado, en los libros de texto, los ejemplos de vida insurgente de Carmen Camacho, María Josefa Natera, Manuela “la Cohetera” Niño, María Tomasa Esteves y Sala, Rita Pérez Jiménez de Moreno, así como muchas otras mujeres que fungieron como Mujer-correo? ¿O hasta cuándo se tendrán iguales espacios para hombres y mujeres en las rotondas de gente ilustre de un estado?

Debemos abrir la mente a todas las posibilidades positivas que tendríamos, como hombres y sociedad, si la mujer accediese a todo espacio, a todo estudio, a todo trabajo, a todo reconocimiento, en todo tiempo, como lo tenemos los hombres, sin el temor de ser violentada de forma alguna por nadie: padres, hermanos, pareja, sociedad, centros educativos, empleos, transporte público, calles, hospitales, gobierno, jueces, legisladores…

Debemos entender, como hombres, que la lucha por la igualdad de géneros no es un asunto exclusivo de mujeres y lo deben entender también las feministas. Sin los niños, adolescentes, jóvenes y adultos hombres jamás se lograrán sus propósitos, de igual manera que no basta con pintas, manifestaciones, días sin la mujer, si todo ello no viene acompañado de una reflexión amplia y nacional acerca de la masculinidad hegemónica y su importancia en la reproducción del sistema patriarcal con una cultura de violencia, hostigamiento y minusvalía de la mujer como expresión de una misoginia que debe acabar.

A partir de ya, debemos convenir estrategias que visibilicen, desarticulen y desentrañen aquellos elementos que en cada comunidad alimentan a la masculinidad hegemónica y gubernativa a fin de construir sociedades más equitativas, inclusivas, solidarias, justas y humanas. Al mismo tiempo, como algo cuasi obligado, las feministas deberán replantear sus estrategias a fin de comprender la forma de ser y hacer de los hombres. Por ello, sean cuales fueren las nuevas femineidades y masculinidades que surjan de este movimiento, sus formas de vivirse dependerán de lo que cada mujer y hombre elijan y convengan cuando decidan sus vidas personales o unir sus destinos en un plan de vida como pareja. Nadie podrá entrometerse en las vidas de quienes desean una relación distinta; merecerán nuestro igual y total respeto la pareja en que sea el hombre el proveedor y la mujer la administradora del hogar, como la pareja en que ambos asuman la responsabilidad de proveer y administrar el hogar. Sin embargo, ambos, y es lo deseable, deben hacerse responsables de la formación de sus hijos.

Sea cual fuere el resultado de este 9 de marzo, recordemos, como alguna vez escuche: “El silencio nos hace cómplices”. Dejemos solos a quienes se oponen a lo que es justo y digno para la mujer… y digno para el hombre.

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