OPINIÓN
Pequeñez de alma
Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
Hay frases que conmueven y nunca se olvidan como aquella que un día escuché: “Qué triste es contar la muerte de un hijo”.
Sigmund Freud al final de su trabajo “De guerra y muerte. Temas de actualidad”, nos sugiere modificar el viejo apotegma Si vis pacem, para bellum (Si quieres conservar la paz, prepárate para la guerra) por Si vis vitam, para mortem (Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte).
Cuando Dios creó al hombre y la mujer les pidió nombrar a todo cuanto estaba creado y así lo hicieron; sin embargo, no encontraron palabra alguna que describiera al dolor de perder a un hijo por su muerte, siempre a destiempo, siempre injusta, siempre inexplicable, siempre incomprendida… sí, ellos habían perdido a Adán, su hijo. Quizá aquel momento fue aún más doloroso que el de la expulsión del Paraíso.
De todas las lenguas en el mundo, sólo en el idioma hebreo existe una palabra “shjol” para describir a quien ha perdido a un hijo o hija; sin embargo, recordemos que Adán y Eva no fueron judíos.
A partir del instante en que vemos morir a un hijo, nuestra vida se queda estancada en las ardientes y movedizas arenas del único infierno que no visitó Dante pues nadie puede prepararse contravenir a ley natural según la cual deberán ser los hijos quienes entierren a sus padres y no los padres quienes cubran los sepulcros de sus hijos e hijas.
Hoy, por determinación del Presidente Andrés Manuel López Obrador, miles y miles de bebés, niñas y niños, adolescentes, mujeres y hombres, ancianos, se saben condenados a morir por la desaparición del Seguro Popular y falta de atención y medicamentos en los hospitales públicos. Hoy, la salud de esos miles de seres está en las manos inexpertas e ignorantes de Juan Antonio Ferrer, ex empleado del Instituto Nacional de Antropología e Historia y responsable del INSABI por decisión torpe del Presidente Andrés Manuel López Obrador quien nos promete que en un año todo se resolverá este problema de salud pública mientras miles más morirán o su enfermedad llegará a un nivel de deterioro que no podrá revertirse.
¿Pero qué pasará si al cabo de ese año las cosas no mejoran como sucedió con la promesa presidencial de superar la inseguridad o de que se vendería el avión de la mafia del poder? Eso no importa para quien ahonda diferencias y agrava confrontaciones nacionales cada mañana. Su palabra es ley y la ley se doblega y anula ante su palabra y sus ocurrencias.
López Obrador rompe con dos de las leyes más humanas: La de la inmortalidad del yo y la de la continuidad generacional. El Presidente no entiende que la maternidad y la paternidad no pueden ser efímeras y que la vida de quien pierde a una hija o un hijo se desgarra; que la investidura de lo eterno se hace polvo y nos hace menos que nada. Pero, sobre todo, no entiende que él y su 4T son tan efímeros como la valía de su palabra.
La pérdida de una hija o un hijo sacude identidades. Dejamos de ser padres al no tener más a esa hija o hijo. Nos modifica el estado afectivo por excelencia: El del amor. Nos roba el ser.
Desde el momento mismo de nuestra concepción, la posibilidad de morir es una realidad, pero las circunstancias en que se dé marca la diferencia. Hasta la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia, millones de mexicanos contaban con un seguro que les atendía en enfermedades dolorosas, costosas y de muerte como el cáncer, pero se les quitó de un “plumazo presidencial” y con ello se les condenó a mal morir.
Fue promesa de campaña y tuvo años y meses para instrumentarla, pero no lo hizo porque aún cree que con su sola presencia las cosas suceden. No es ingenuo sino torpe.
En México está prohibida la pena de muerte, mas no la condena de muerte por ineptitud presidencial. Hoy morimos por voluntad presidencial. Así de grave es este momento en que la realidad contraviene a su palabra, aunque su palabra niegue la realidad.
Lo grave no se queda solo en lo decidido por López Obrador sino en los silencios y complicidades de Unicef y de la Organización Mundial para la Salud de Naciones Unidas; tampoco hablan Médicos sin Fronteras.
En este México de la Cuarta Transformación, miles de madres y padres vivirán el duelo más profundo que existe. En el México de la Cuarta Transformación, la insensibilidad del Presidente empequeñece su alma pues mientras él nos habla de burocracia y corrupción en el Seguro Popular. En el México de la Cuarta Transformación el derecho constitucional a la salud es negado sin consecuencia alguna para el presidente. El México de la Cuarta Transformación se esconde en las veleidades matutinas de un Presidente que promete lo que no cumplirá, como lo fue, en su momento, la reducción del precio de los combustibles y la energía al día siguiente de que asumiera la presidencia de la República.
López Obrador me recuerda a Lee Kang-do, protagonista a la película coreana Piedad, deshumanizado y sin compasión, cobrador de deudas… ¿acaso imaginarías? Ambos, López Obrador y Kang-do son maquiavélicos desde el autoengaño, atraídos por la morbosidad de la venganza, aunque en ella sufran lo suyos… claro, sólo los no tan suyos.
¡Que la palabra “shjol” nadie la tenga que adoptar!
E-mail: benja_mora@yahoo.com
