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OPINIÓN

Pobreza laboral y crisis

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Actualmente, y tomando las cifras de CONEVAL, en México, 49.7 millones de personas no pueden adquirir una canasta básica de alimentos con los ingresos provenientes de un empleo, lo que confirma que el ingreso familiar tiene que ser complementado necesariamente con otros ingresos, únicamente para la subsistencia, con lo que las expectativas de movilidad social son bastante limitadas.

La actual administración en una visión simplista ha querido nivelar el ingreso con base en transferencias directas de efectivo y han aumentado el salario mínimo por decreto, lo que cubre a los segmentos bajos de la pirámide salarial. El CONEVAL ha publicado que la pobreza laboral ha bajado 3.2% en el último año, sin embargo ese efecto se da principalmente en el quintil de más bajos ingresos y resulta insignificante con una inflación que ronda los 7.5 puntos de incremento.

Es un hecho que el gobierno está gastando mucho en programas asistenciales virtualmente generalizados por los segmentos poblacionales que cubren, y también es sabido que no apoyó económicamente a la planta productiva, a las pequeñas y medianas empresas en la emergencia económica por la pandemia, a diferencia de la administración norteamericana que además de apoyos directos superó su gasto en infraestructura generadora de empleo y en apoyos para recuperar rápidamente la capacidad de su economía.

En consecuencia, Estados Unidos crece con inflación y en México tenemos inflación, casi al mismo nivel, pero con crecimiento insignificante. No se puede descartar que USA caiga en recesión por el alza en los tipos de interés, pero tampoco podemos desdeñar la amenaza para México pues las tasas seguirán subiendo allá y aquí, configurando el panorama recesivo.

Por todo esto, la disminución de la desigualdad quedará en un mero anhelo y por el contrario habrá de incrementarse, a despecho de lo que diga el presidente, mucho más que en los periodos neoliberales.

La tabla de salvación política, que no económica, estriba en el crecimiento de las remesas, en riesgo por la posibilidad de estancamiento de la economía estadounidense, y en la capacidad que tenga el gobierno para sostener el gasto de las transferencias sociales en un entorno recesivo. En lo económico no se ven acciones gubernamentales que puedan aprovechar las escasas, pero existentes, oportunidades de capturar inversiones fugitivas tras los cambios provocados por la guerra en Ucrania y la incertidumbre de la relación comercial entre China y USA.

Este año, México no estuvo presente en el Foro Económico de Davos, Suiza, dejando ir la oportunidad de promover al país y atraer inversiones y se está perdiendo la posibilidad de integrar más al bloque económico continental, al negarse o condicionar su asistencia a la Cumbre de las Américas.

Es desconcertante que se esté dejando pasar el momento de las oportunidades, cuando son claras y ominosas las señales de una posible crisis. El salario no crece en términos reales, el ingreso per cápita tampoco, la capacidad de compra se reduce, lo que afecta al consumo que es lo que venía impulsando la economía, y si las tasas de interés siguen subiendo la capacidad de pago de las personas, con un ingreso limitado, se verá disminuida riesgosamente.

El déficit gubernamental está creciendo y no será posible sostener el ritmo de gasto que lleva sin recurrir a mayor deuda que, aunque se niegue, ha aumentado en este sexenio. En un entorno de altas tasas de interés impuestas por la FED, el costo de la deuda mexicana tendrá incrementos notables. El magro crecimiento que dio a conocer el INEGI para este último trimestre, (1.8), servirá al gobierno para polemizar o publicitar, pero la realidad es que eso no mejorará el ingreso y lo mejor que podemos esperar es que no se materialice una crisis.

Las señales están ahí y no serán las medidas como la contención parcial y temporal de los precios de algunos productos lo que la evite. Es evidente que las políticas gubernamentales tienen que ser repensadas en función de lo que le conviene al país y no de lo conveniente electoralmente o para la popularidad presidencial. El problema que se tiene es el de la credibilidad; el capital es desconfiado y la inversión, necesaria para enfrentar lo que viene, tendrá que dilucidar sobre si este gobierno es capaz de mantener las garantías que pudiera ofrecer y si las instituciones que garantizan la vigencia del estado de derecho funcionarán con autonomía e independencia de la voluntad política del régimen.

Los que llegaron al poder pensando en una transformación volviendo a la omnipresencia del Estado como herramienta para el equilibrio social con base en un modelo superado hace más de cincuenta años, no podrán eludir la realidad. Los números son fríos y su crudeza se está mostrando, es cosa de verlos y dejar de hacer cuentas en número de votos, a no ser que piensen ganar haciendo crecer el número de pobres. Ese no sería el México que querían construir parecido a Finlandia.

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