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OPINIÓN

Si Juárez no hubiera muerto, hoy se muere

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Serendipity, por Benjamín Mora Gómez //

“El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe», Diógenes el cínico. Jamás, Benito Juárez, hubiera mandado al diablo el cumplimiento de las leyes. Para Juárez sería inadmisible gobernar al impulso de una voluntad caprichosa distante de la Constitución y sus leyes.

Para Juárez, vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley le ha señalado le haría reconsiderar, una y mil veces, haber tomado como su casa al Palacio Nacional por toda la parafernalia que conlleva.

Entonces, ¿cuál es juarismo de López Obrador? Quizá, solo quizá, su afán reeleccionista. Juárez gobernó México del 15 de enero de 1858 al 18 de julio de 1872, es decir, por 14 años.

Ahora, cabe la pregunta, ¿qué hubiera hecho Juárez ante las fortunas improvisadas por los hijos de López Obrador en tan breve tiempo cuando se les conoce por su desidia y disipación, y su repudio al trabajo?

Andrés Manuel López Obrador miente al proclamarse juarista. No, no lo es. Ni remótamente lo es, ni le interesa serlo de verdad. Él se ha declarado evangélico (4 de junio de 2021) y por serlo también le sería imposible ser guadalupano. El 14 de diciembre de 2017, López Obrador declaró ser guadalupano y ser juarísta, y afirmó que en ello no hay contradicción… pero sí hay mentira pues ni es guadalupano ni es juarista. Es evangélico.

Para los evangélicos, la Virgen de Guadalupe no merece ninguna consideración pues en la Biblia no aparece su nombre. Pamplinas atrevidas. Tampoco, en la Biblia, se mencionan los nombres de ningún fundador de ninguna iglesia protestante o evangélica, empezando por Jan Hus, Juan Wiclef, Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, Thomas Cranmer, John Knox, William Tyndale, Thomas Müntzer, John Wesley, George Whitefield, Jonathan Edwards, Charles Spurgeon, John Stott, ni Martyn Lloyd-Jones.

No creo que el asesinato de los misioneros jesuitas en Chihuahua haya merecido dolor ni indignación en López Obrador y sí, rabieta ante el reclamo de la Iglesia Católica para que cambie su estrategia de seguridad, llamando hipócritas a los jesuitas y a los sacerdotes y obispos católicos. El odio anticatólico parece aflorar en el presidente.

Sufrimos de la incontinencia verbal de nuestro presidente. Es vulgar y pedestre, y eso jamás lo ha sabido ocultar, quizá porque no entiende ni le interesa saber que hay otras maneras de comportarse más civilizadas. Cada mañana insulta, humilla, ridiculiza, menosprecia y denigra a todos aquellos que tienen otra visión de México; refuerza prejuicios y crea estereotipos. El respeto a la honra ajena le estorba. Declarándose cristiano, busca hacer el mayor daño y lo logra; sus seguidores se reflejan en él y por él se sienten redimidos de sus pobrezas aunque permanezca igual o peor que al inicio de este gobierno.

¿Qué mueve López Obrador a ser tan grosero, rústico, pedestre, soez y vulgar? Desde luego, su inmadurez y carencia de argumentos. Es evidente que López Obrador acostumbra dar portazos al entendimiento pues no le interesa entrar en diálogo con quien no se le somete. La personalidad del presidente es la expresión más evidente de su incapacidad para mantener el autocontrol ante su ausencia de una buena sinápsis neuronal.

A Carlos Alazraky, judio mexicano, le confirió el mayor insulto que puede dársele a nadie en el mundo: Hitleriano. Tal impulso lopezobradorista denota que Carlos lo sacó de sus casillas y lo hizo sentir acorralado y perdido. La Comunidad Judeo Mexicana expresó su rechazo absoluto al impropedio presidencial. Conozco a Mauricio Lulka de la Comunidad Judeo Mexicana y sé que jamás diría nada muy razonado y sustentado pues es un hombre de bien que promueve la paz y el entendimiento.

El pueblo judío sufrió el mayor exterminio en la historia humana. Adolfo Hitler lo hizo. Por tanto, acusar de hitleriano a un judío es no solo estúpido sino algo muy perverso, lleno de odio y rencor; esto jamás deberá tolerarse a nadie. El presidente López Obrador está obligado a disculpase, en público, ante Carlos Alazraky y la Comunidad Judeo Mexicana por tal atrevimiento dicho como Jefe del Estado Mexicano.

A casi cuatro años de gobierno, López Obrador debe aprender a discrepar si insultar, a convivir escuchando al otro, a gobernar desde el consenso.

Quien insulta busca debilitar la autoestima de quienes tiene por sus adversarios. Insultar a quienes exigen medicamentos para no morir de cáncer es agresividad, insultar a las mujeres que exigen refugios para preservar sus vidas es agresividad, insultar a quien no votó sus iniciativas de ley, a quien aspiran a una mejor vida, al INE, a los líderes de los partidos políticos contrarios, a los jesuitas, a los judios, es agresividad; es violencia psicológica. Mandar al cuerno a las instituciones es agresividad. La agresividad y violencia del presidente son más graves que la de la delincuencia organizada pues la lleva a cabo desde las tribunas del Estado mexicano y eso le confiere autoridad. Ante un presidente como López Obrador, Juárez hoy se volvería a morir.

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