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OPINIÓN

Tibieza política

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Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //

Desde inicios de los 80 se comenzó a utilizar el término de “corrección política” o “políticamente correcto”. Este se refiere a evitar utilizar lenguaje o promover políticas públicas que afecten a las minorías, evitando la discriminación o el desfavorecimiento de cierto grupos o etnias vulnerables.

El concepto se popularizó cuando a mediados de los 90 el periódico The New York Times comenzó a publicar artículos replanteando pensamientos sobre el machismo, la homofobia, la discriminación, etc. Los temas se fueron ampliando, llegando a tocar conceptos como el cuidado del medio ambiente, género y hasta el lenguaje mismo.

Al popularizarse las posiciones “políticamente correctas” muchos de sus promotores fueron tomando fuerza y el movimiento se distorsionó en una corriente que define lo bueno y lo malo, se olvidó que el mundo y la sociedad misma es un mosaico de pensamientos, de ideologías y de colores, haciendo creer que en el mundo todo es blanco o negro; si apoyas determinada causa estás bien si no eres el enemigo.

De esta manera los políticos de todos los sabores fueron montándose en la ola de lo “políticamente correcto” aunque esto contradijera sus propios valores, sus propias ideologías o creencias, dejaron de existir los discursos duros para cambiarlos por posiciones tibias que no incomodaran; finalmente las posiciones de las diferentes instituciones políticas se fueron homologando, los partidos se mimetizaron y para la sociedad -cansada de los excesos de los que gobernaban- todo comenzó a sonar igual.

Este fenómeno que afecta a buena parte del mundo occidental tiene su contraparte, y en una sociedad que reclama contrastes y posiciones distintas, el hartazgo de discursos planos y poco convincentes llevó a la aparición de ciertos personajes que tenían sus posiciones muy claras, al sonar diferentes a lo que la palestra política ofrecía lograron encumbrarse en el poder, los ejemplos abundan, desde Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Reino Unido, Marine Le Pen en Francia, Jair Bolsonaro en Brasil, Nayib Bukele en el Salvador, Gloria Álvarez en Guatemala o el partido Vox en España e incluso esto explica de alguna manera la popularidad de López Obrador -o en su momento El Bronco- en nuestro país, ya que su discurso y solo el discurso se contrapone en cierta medida a lo que ofrecen los partidos políticos de siempre.

Así como el hartazgo de lo “políticamente correcto” explica la aparición de ciertos personajes políticos, también ayuda a entender el porqué la oposición no está funcionando en México, la alianza de PAN, PRI y PRD suena rara, ver a un panista aliarse con un priista ya que coinciden únicamente en ganarle a Morena suena mal, para poder conjuntarse, los discursos se tienen que igualar, olvidarse de lo que históricamente fueron y asumir posiciones tibias con el único fin de ganar una elección y si todo suena igual entonces todos son iguales, si todos son iguales entonces no vale la pena votar por ellos. Del PRD ni hablamos porque de no ser por la alianza ya hubiera perdido el registro en al menos, la mitad del país. MC juega sus cartas aparte.

La elección del pasado 5 de junio muestra un claro escenario, Morena sigue creciendo y muy probablemente no es por sus aciertos, lo que sucede es que enfrente no había quien. Mientras la oposición siga presentando personajes reciclados en las boletas, mientras no se replanteen ideas, mientras los posicionamientos sigan siendo tibios para evitarse cualquier problema, mientras no se entienda que la sociedad necesita ver algo distinto, los ciudadanos seguirán viendo con apatía la política y no asistirán a las urnas y cuando esto sucede suelen ganar aquellos que ya tienen el poder.

En la reciente elección el abstencionismo fue de alrededor del 50% y en Oaxaca llegó a más del 60%. Así las cosas en un país que enfrenta problemáticas fuertes diariamente, que quiere cambiar y no sabe cómo o con quienes. El panorama esta claro: si se quiere cambiar de rumbo los movimientos tendrán que surgir de la sociedad civil organizada y no de los partidos políticos de siempre.

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