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MUNDO

La Reserva Federal de Estados Unidos, intimidada por Donald Trump

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Por MSIa Informa, Septiembre de 2019 //

La edición de este año de la importante conferencia anual de los potentados monetarios globales en Jackson Hole, Wyoming, Estados Unidos, fue dedicada a los “Desafíos de política monetaria”, pero de ella salieron muy pocas y escasas ideas y propuestas.

El evento fue marcado por las provocadoras declaraciones del presidente Donald Trump contra el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Incluso el tan esperado discurso de Powell fue decepcionante, básicamente, aventurándose en una fallida revisión de la historia monetaria de pos-guerra hasta el presente.

La dividió en tres fases:

La primera, de 1950 a 1982, fue descrita como una etapa de “inestabilidad y alta inflación”. En ella, la política de “Fed” fue direccionada hacia una estabilización del tipo “stop-and-go” con un fuerte uso de tasas de interés para corregir la sucesión de momentos recesivos y el sobrecalentamiento del sistema económico. El efecto de este yo-yo fue una explosión de inflación.

En su reconstrucción histórica, Powell evitó decir que la tasa de descuento de “Fed” en e l período 1980-82, llegó a pasar del 20% con efectos bastante negativos para la economía de los propios EUA y, principalmente, para los países más débiles del Tercer Mundo y también de Europa, comenzando por Italia. El vertiginoso crecimiento de la burbuja de la deuda pública también se debe a esos intereses estratosféricos.

La segunda fase, de 1982 a 2009, la caracterizó como de “mucha moderación y una gran recesión”. Según Powell, fue un período de mayor control, con inflación bastante estable acompañada por algún crecimiento económico. Los mercados habían sido perturbados por eventos financieros no relacionados a los EUA: la crisis de la deuda pública de Rusia en 1998, el fracaso del fondo hedge especulativo Long Term Capital Management (LCTM) y la crisis financiera y monetaria de los Tigres Asiáticos.

De repente, surgieron “excesos financieros” que llevaron a la crisis global de 2008. Inexplicablemente, Powell se pregunta si “la expansión económica prolongada no lleva inevitablemente a excesos financieros desestabilizadores”. Según dice, los mercados tenderían a olvidar los efectos de crisis pasadas y se aventurarían en márgenes financieros más arriesgados.

Pero, incluso sobre este asunto, el jefe de “Fed”, oportunistamente, dejó de mencionar dos decisiones fundamentales tomadas por su gobierno, lo cual, en nuestra opinión, tuvieron una mayor responsabilidad en la desregulación financiera.

La primera, en 1998, fue la cancelación de la Ley Glass-Steagal, promulgada por el presidente Franklin Roosevelt en 1933, que separó a bancos comerciales de los de inversión, prohibiendo a los primeros usar capitales y depósitos de sus clientes en actividades especulativas. La segunda fue la aprobación de la Ley de Modernización de Futuros de Commodities de 2000, la cual, por desgracia, “modernizó” los derivados conocidos como OTC (over-the counter o fuera de ventanilla), eliminando los límites para tales operaciones determinados por la legislación de la década de 1930. Todo esto catapultó al sistema bancario estadounidense e internacional hacia las aguas turbias las finanzas más arriesgadas y especulativas.

La tercera fase, de 2010 hasta la fecha, en los EUA, se caracteriza por una inflación estable en torno al 2% y una creciente tasa de empleo. De Acuerdo con Powell, los retos para “Fed” son casi todos externos: la desaceleración del crecimiento global, la política de Tasa de interés y las incertidumbres de las políticas comerciales. A esto, le agrega complicaciones geopolíticas, como el Brexit, las tensiones en Hong Kong y la reciente disolución del gobierno italiano.

Admite prestar atención a los efectos hacia la economía estadounidense de imposición de tarifas sobre las importaciones de China hecha por Trump, pero olvida la creciente burbuja de la deuda corporativa, considera moderado el peligro de inestabilidad financiera y no ve riesgo de nuevas burbujas financieras, préstamos insostenibles y otros excesos financieros semejantes a los anteriores a 2008.

De este modo, Powell intentó evitar una confrontación directa con Trump.

Esther L. George, presidente de la Reserva Federal de Kansas City, quien no compartía las políticas económicas del presidente estadounidense intervino en su apoyo. Con una metáfora, ella recordó que en el parque de Jackson Hole existen avisos que alertan a los turistas a no alimentar a los osos, pues estos se acostumbrarán a la comida ofrecida, en caso contrario, intentarán morder a los propios turistas. La alusión es evidente.

Tal vez por excesiva prudencia, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, a fines de su mandato, no haya asistido a Jackson Hole este año. Ya la intervención de Mark Carney, gobernador del banco de Inglaterra, tuvo alguna importancia, destacando los enormes riesgos del Brexit para la economía británica, especialmente sin un acuerdo de salida con la Unión Europea (UE). Según él, habría una caída de la libra, inflación más alta, menor demanda, serios daños comerciales, graves incertidumbres y condiciones financieras negativas. La economía real se trabaría peligrosamente, también, debido a la desaceleración en el aprovisionamiento de productos de la UE.

Igualmente, destacó los riesgos inherentes a una prolongada política de tasas de interés cero, cuantificando en 16 billones de dólares la cantidad global de títulos de deuda negociados con tasa de interés negativa.

De nuestro lado, pensamos que la estabilidad económica no puede basase solamente en políticas monetarias. Se necesita definir políticas de inversión e innovación en todos los campos de la economía y sectores sociales, para promover el crecimiento y el desarrollo reales, de los cuales existe una absoluta necesidad en la mayor parte del planeta.

 

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Edición 806: Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

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Edición 806: Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

LAS CINCO PRINCIPALES:

Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

Colomos III: La batalla por el patrimonio ecológico de Jalisco

 

Convención Estatal de MC: Asume Mirza Flores dirigencia estatal del partido naranja

Primer Congreso Nacional de Personas Mayores: «Reconocer a las personas mayoes es un acto de justicia»

Primer informe de labores legislativas de Claudia Salas: «La gente quiere resultados, no pleitos»

 

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MUNDO

El dilema mexicano: Entre Caracas, Pekín y Washington

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– Opinión, por Miguel Anaya

México tiene la mala costumbre de creer que los conflictos internacionales son películas que se ven desde la butaca, con palomitas en mano y distancia segura. Pero lo que hoy ocurre en el Caribe, con barcos estadounidenses hundiendo lanchas venezolanas y un Nicolás Maduro agitando la bandera de resistencia, no es un espectáculo ajeno: es una tormenta que, tarde o temprano, alcanzará nuestras costas.

La posible intervención de Estados Unidos en Venezuela —sea directa o disfrazada de “operativo contra el narcotráfico”— nos recuerda varias cosas incómodas. La primera: que Washington sigue viendo a América como su jardín trasero, y que cuando la Casa Blanca mueve barcos y marines hacia el sur, México queda automáticamente dentro del perímetro de seguridad. No se nos pregunta si queremos, se nos asume dentro del esquema.

La segunda: que cada bomba que caiga en el Caribe traerá repercusiones en nuestras fronteras. No se necesita ser un experto en migración para imaginar lo que significaría una oleada de venezolanos huyendo de un conflicto bélico. Ya con los flujos actuales, el Estado mexicano colapsa en recursos y paciencia social; con una guerra en Sudamérica, el caos migratorio se multiplicaría. Y, como siempre, la presión no llegaría solo de los migrantes, sino de Estados Unidos exigiendo que México sea muro, policía y albergue al mismo tiempo.

El aspecto económico tampoco es menor. Si Venezuela, el país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, se incendia, el mercado energético se agita. Podría ser una oportunidad para que México venda más crudo, pero también un riesgo de volatilidad y chantaje. Estados Unidos exigiría “solidaridad energética” a cambio de no apretarnos más en otros frentes. Y mientras tanto, China, Rusia y Corea del Norte —muy juntos, muy sonrientes en el reciente desfile de Pekín— lanzarían el mensaje de que existe un bloque alternativo para quienes no se sometan al viejo orden. Un coqueteo tentador, pero peligroso, porque México no puede darse el lujo de enemistarse con su principal socio comercial y cultural.

¿Y qué papel debe jugar la presidenta Sheinbaum? Aquí es donde la película se vuelve mexicana. Sheinbaum no puede limitarse al guion tradicional de “neutralidad” y “no intervención”, fórmulas diplomáticas que sirven en conferencias de prensa, pero no en medio de una crisis migratoria, militar y energética.

México debe anticiparse: diseñar políticas de contención migratoria con dignidad y sin colapso; blindar su economía para resistir turbulencias externas; y, sobre todo, plantear una estrategia clara frente a Washington. Porque la historia nos dice que, cuando el imperio se pone nervioso, México no es invitado a opinar: es arrastrado.

El dilema es cruel, pero inevitable: si nos alineamos ciegamente con Estados Unidos, perdemos margen de soberanía; si coqueteamos demasiado con Pekín y Moscú, arriesgamos represalias inmediatas. Lo que no podemos hacer es fingir que nada pasa. Porque cuando los cañones apuntan hacia el sur y las banderas ondean en Pekín, lo que está en juego no es la geopolítica abstracta, sino nuestra seguridad, nuestras fronteras y nuestra estabilidad interna. Una situación geopolítica muy complicada que deberá resolverse.

En suma, México no tiene opción de hacerse el distraído: lo que se juega en el Caribe no es un pleito lejano entre Maduro y Trump, sino un recordatorio brutal de que la geopolítica siempre cobra factura. El estado mexicano deberá decidir si quiere ser jugador con estrategia o simple ficha movida por inercia.

Y aunque la tentación nacional sea encogerse de hombros y decir “eso es problema de ellos”, lo cierto es que cuando los cañones rugen en el sur, los migrantes caminan hacia el norte y entre tanto, el centro tiembla. Lo irónico es que México siempre quiso ser neutral; lo triste es que, en este tablero, la neutralidad es el nombre elegante de la indefensión.

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MUNDO

Tejiendo lo colectivo: La política más allá del individuo

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la mitología griega, existe un relato fascinante sobre las Moiras, esas tres hermanas encargadas de hilar, medir y cortar el destino de los hombres; de hecho, probablemente muchos más las recuerden por la famosa película de Disney: Hércules, donde son representadas por esas figuras enigmáticas y divertidas de un solo ojo que en algún punto de la película amenazan la vida de la amada de Hércules.

En esta historia, Cloto hilaba la hebra de la vida, Láquesis la medía y Átropos la cortaba cuando llegaba el final. Lo interesante de esta narración no es únicamente su carácter fatalista, sino la metáfora que encierra: ninguna hebra aislada tenía sentido por sí misma. El tejido de la vida es posible porque cada hilo se entrelaza con otros, formando un entramado que da consistencia a la existencia.

Por eso la política debería funcionar de la misma manera. No se trata de un solo individuo que define la ruta de una sociedad, sino de la capacidad de entrelazar múltiples hilos —experiencias, voces, demandas, historias— hasta construir un tejido común y, por ende, un movimiento plural articulado a través de causas que unan. Por eso, cuando olvidamos que la política es ante todo una tarea colectiva, corremos el riesgo de reducirla a un espectáculo personalista en el que se sobrevalora la figura del líder y se subestima la fuerza de la comunidad.

Nuestra cultura política ha sido moldeada por el mito del héroe. Desde tiempos antiguos, se nos ha enseñado a imaginar a los grandes líderes como Aquiles o Ulises: figuras que, gracias a su valor o astucia, logran conquistar batallas imposibles. El héroe se presenta como la encarnación de la voluntad y del destino de todo un pueblo. Sin embargo, esa visión, aunque seductora, es profundamente peligrosa cuando se traslada al ámbito de lo público.

Cuando la política se concentra en un solo rostro, en un nombre que se convierte en marca, se desdibuja la noción de comunidad y, por ende, el poder deja de responder a las necesidades colectivas, si no a la lógica de la autopreservación del líder, construyendo así una narrativa en la que la ciudadanía deja de ser protagonista y pasa a ser espectadora. Y sin ciudadanía activa, la democracia se vuelve frágil.

La democracia, en su sentido más profundo, no consiste en depositar un voto cada cierto tiempo, de hecho, la propia Constitución de nuestro país define a la democracia como un estilo de vida y una tarea constante a través de la cual se debe priorizar la construcción del destino común y el progreso constante.

En ese contexto, la democracia significa reconocernos como parte de una trama compartida, como hilos que sostienen un mismo tejido. Las grandes transformaciones políticas no han surgido de la genialidad de un individuo aislado, sino del esfuerzo conjunto de comunidades que se organizaron para reclamar justicia, igualdad o libertad.

El movimiento obrero del siglo XIX, las luchas feministas que han cambiado estructuras jurídicas y culturales, o los procesos de descolonización del siglo XX no habrían sido posibles sin una visión de lo colectivo. Ninguna de esas causas prosperó porque alguien decidiera “iluminar” a los demás, sino porque miles de voces se entrelazaron hasta hacerse escuchar como un clamor ineludible.

En contraposición, cuando los proyectos políticos se sostienen únicamente en figuras individuales, se vuelven endebles. La historia está llena de ejemplos de líderes que, al caer en desgracia, arrastraron consigo a toda una estructura de gobierno, esto debido a que un tejido construido en torno a un solo hilo inevitablemente se rompe.

Hoy vemos cómo muchas democracias sufren precisamente de este mal. La política se reduce a una competencia de carisma, o de opiniones mediáticas y controversiales que buscan dividir desde la confrontación; basta con ver a Ricardo Salinas Pliego. Lo colectivo queda relegado. Y lo más alarmante: la ciudadanía se acostumbra a delegar su responsabilidad, convencida de que “otro” debe resolverlo todo.

Por eso, la tarea urgente es volver a tejer comunidad, y eso a su vez implica repensar los espacios políticos no como arenas de competencia individual, sino como laboratorios de cooperación. Significa promover el diálogo, la escucha y la corresponsabilidad. En un mundo donde las redes sociales amplifican el protagonismo del individuo, necesitamos contrarrestar esa tendencia con proyectos que valoren lo común por encima del ego personal.

Construir política desde lo colectivo no significa anular la individualidad, sino integrarla en un horizonte compartido. Como en el telar de las Moiras, cada hebra conserva su singularidad, pero cobra sentido únicamente al entrelazarse con las demás.

El gran reto de nuestro tiempo es que vivimos en sociedades fragmentadas, donde la desconfianza se ha instalado como norma. Desconfianza hacia las instituciones, hacia los partidos, hacia los otros ciudadanos. Y sin confianza no hay tejido posible. La política colectiva requiere precisamente lo contrario: la certeza de que lo común vale la pena, de que cooperar produce más frutos que competir sin tregua.

Eso demanda nuevas formas de organización social y política. Demandará partidos que funcionen menos como maquinarias electorales y más como espacios de deliberación ciudadana. Demandará gobiernos que consulten y construyan con la gente, no solo para la gente. Y demandará ciudadanos que asuman su papel no como espectadores, sino como coautores del destino común.

Quizá ha llegado el momento de desplazar al héroe individual y recuperar la épica de lo colectivo. No necesitamos más relatos donde un líder salva a todos; necesitamos narrativas donde todos nos salvamos a nosotros mismos al reconocernos como parte de la misma trama.

Así como en la Grecia antigua el mito de las Moiras recordaba que ningún destino estaba aislado del conjunto, hoy debemos recordar que ningún proyecto político puede sostenerse en soledad. La política que realmente transforma es aquella que se teje desde abajo, desde los barrios, desde los colectivos, desde las voces diversas que encuentran en la pluralidad su mayor riqueza.

La política futura debe ser colectiva para fortalecer la democracia y enfrentar desafíos. Apostar por el individualismo arriesga liderazgos frágiles y sociedades divididas, debilitando el tejido común.

Si, en cambio, entendemos que nuestro destino depende de la fortaleza del tejido, podremos enfrentar con mayor solidez los desafíos de nuestro tiempo: la desigualdad, la crisis climática, la violencia, la polarización.

El hilo aislado se rompe con facilidad; el tejido entrelazado resiste el paso del tiempo. Esa es la lección que la mitología griega, con su sabiduría ancestral, nos recuerda. Y esa es la lección que deberíamos aplicar a la política: dejar de pensar en términos de “yo” para construir un sólido “nosotros”.

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