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Reforma electoral contra gastos excesivos del INE y partidos: Truco o trato

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Por Pedro Vargas Ávalos //

Desde el año pasado de 2021, el primer mandatario de la nación habló de que enviaría una iniciativa para modificar la materia electoral. El mes de abril del actual 2022, cumplió su compromiso, al ser recibida en la Cámara de Diputados, la propuesta antedicha.

En finales de julio arrancaron las emisiones de múltiples opiniones sobre el tema, estableciéndose Foros de Parlamento Abierto para la Reforma Electoral. El presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo), diputado RUBÉN Moreira Valdez (PRI), precisó como intención, revisar todas aquellas iniciativas que están ingresadas en la Cámara de Diputados en la asignatura, así como las ideas que las y los legisladores presenten. 

Según se explicó, los aludidos foros, se compusieron con 23 mecanismos de parlamento abierto, en cuatro bloques temáticos: Sistema Electoral, la traducción de los votos de la ciudadanía en los cargos; Fortalecimiento de las Instituciones Electorales del país; Sistema de Partidos, que involucra el financiamiento, el sistema de acceso a las prerrogativas que marca la Constitución, y Acciones Afirmativas e Inclusión de Diversidad Electoral.

También se precisaron tres modalidades de esos escenarios: Diálogos Jucopo, Mesa en Comisiones y Debates en el Canal del Congreso, en donde se tendrán expertas y expertos que conversarán sobre diversos temas del Sistema Electoral, del Sistema de Partidos, Instituciones Electorales y de la Inclusión y Diversidad Electoral. Al respecto sentenció el diputado tricolor: “Hemos llegado a un acuerdo de escucharnos y creo que el parlamento es para parlar y hablar, y obviamente se logra el cometido si alguien escucha con respeto; creo que esa es nuestra misión”. (Boletín de la Cámara de Diputados, 26-jul-2022).

A partir del 25 de octubre, se formalizaron en la Cámara baja las comisiones unidas de Reforma Política-Electoral, de Puntos Constitucionales, y de Gobernación y Población, a fin de dirigir los trabajos sobre el diseño y puesta en marcha de la ruta legislativa para el análisis de iniciativas en la cuestión político electoral. Al respecto, expresó el diputado Ignacio Mier Velazco (Morena): “el espíritu que anima este acuerdo de la Jucopo, que fue aprobado por unanimidad, tiene como propósito lograr una renovación político electoral que sea colegiada y producto de un proceso dialéctico, abierto y franco”.

Mencionó que tienen 51 iniciativas de cambios constitucionales de los diferentes grupos parlamentarios, 57 iniciativas de variaciones a las seis leyes vinculadas a procesos político-electoral, que las comisiones sintetizaron y agruparon en cinco temas sobre régimen político, instituciones electorales, sistema de partidos, género, inclusión y diversidad, y justicia electoral. (Boletín…oct.25-2022).

Las intenciones pues, son buenas y todos los partidos políticos declararon que se sumarían, aunque muy pronto, Movimiento Ciudadano (MC) se auto descartó, pues dijo su militante Salvador Caro: “Movimiento Ciudadano no participará en esta farsa, y este proyecto nocivo amerita que la sociedad se movilice y evitar darle la infraestructura que busca institucionalizar el mecanismo para poner en la Presidencia a un títere”.

En la iniciativa presidencial, se pueden leer los objetivos trascendentes de la renovación que comentamos, siendo lo primero dotar al país de un sistema electoral seguro, con respeto al voto, operado con honradez y ajustado a la legalidad. Esto implica, elegir (ya no repartir entre partidos, como fue lo que ahora es el INE y el Tribunal Federal Electoral -Trife-) autoridades, tanto administrativas como jurisdiccionales, las cuales se caracterizarían por su imparcialidad, capacidad y alejamiento de la lucha por el poder. Esto, garantizaría la libertad ciudadana y extirparía toda censura, lo cual daría a las instituciones y candidaturas independientes evidente fortaleza, para vivificar su participación política.

Un aspecto importantísimo, es lo referente al gasto en elecciones, que hoy por hoy es excesivo, tanto porque el INE viene a ser un organismo carísimo, como porque sus integrantes gozan y defienden a muerte sus enormes ingresos y privilegios, mucho mayores al del presidente de la república. Se dice que, en su ramo, es el ente mas oneroso del mundo, lo cual para México, es absurdo se soporte. No se plantea desaparecerlo, -lo que de mala intención se ha divulgado por los opositores al gobierno federal- sino transformarlo en Instituto Nacional Electoral y de Consulta, con 7 consejeros, en lugar de 11.

Pero, además, también aliviaría los tesoros tanto estatales como municipales, pues se busca suprimir las diputaciones desmedidas, así como las regidurías desproporcionadas. En cuanto a la Federación, se suprimirían los diputados plurinominales (200) y los senadores de igual nominación, para que solo haya 2 por Entidad federativa, y de esa forma recuperar la igualdad que presupone debe regir en la Cámara Alta. Asimismo, se acabarían los órganos públicos locales electorales (OPLES) y los respectivos tribunales, ya que no tiene sentido su existencia, considerando que todo lo que dizque resuelven, va a dar a la justicia federal, que finalmente es donde se definen los asuntos que ellos tratan.

En cuanto a los institutos partidistas, se busca suprimir los cuantiosos apoyos que reciben en tiempos ordinarios, es decir cuando no hay comicios. Que sean los integrantes de cada partido, quienes coadyuven para su mantenimiento habitual. Desde que se instauró el actual sistema de apoyos económicos, lo único que se logró fue desangrar el presupuesto, evitando fluyan recursos para obras a favor de la población. Por contrapartida, se generó una burocracia paralela, fenómeno irracional para pueblo y gobierno.

Finalmente, hemos de citar los innovadores métodos que se sugiere, tanto para sufragar por medio de la electrónica, como el sustituir al vigente procedimiento para elegir diputados, senadores, alcaldes y munícipes: sería por listas estatales o municipales, y llegarían a tales cargos, los aspirantes más votados.

Estamos en el mes cuya noche postrera se conmemora la noche de brujas, así como las peticiones de dulces o si no se obtienen, la advertencia de que podrían hacerse travesuras. Es el célebre “trickt or treat” inglés, es decir, “trato o truco” que importado de los países anglosajones, (se conjetura que proviene de Irlanda y que en Estados Unidos se enraizó y difundió universalmente) se ha adoptado en muchísimos pueblos de América. Para personajes del periodismo, la intelectualidad y diversas actividades, la metamorfosis electoral está sujeta a forcejeos de fondo. Dice Eduardo Ruiz Healy, que los diputados de la oposición no solo tratarán de cambiarle comas a la iniciativa, sino puntos, acentos, palabras, frases, oraciones y párrafos. Y luego advierte: si los morenistas no transigen, la proposición correrá la suerte de la reforma energética. En pocas palabras, trato o truco.

La porfiada crítica de la Cuatro T, Denise Dresser, y decenas de supuestos pensadores y comentaristas, declaran que lo que pretende López Obrador y Morena, es imponer “una iniciativa regresiva y anti-democrática”, que pretende desaparecer el INE, es pues puro “truco”, sin nada de “trato”. Y en tal idea, se agrega al parlanchín expresidente Vicente Fox, quien, amargado como está, arremetió contra Amlo, y como si pertenece a FRENAA, escribió en redes sociales: «López, ni el INE ni México son tuyos». Y para variar, no pierde la ocasión para desbarrar: “Eres una -sic- ave de rapiña, eres un dictador. Eres un comunista con piel de oveja!!” (sic). En tal perfil, el empecinado Claudio X. González, ya convoca a una marcha para “defender al INE”, confundiendo la parte con el todo.

Ojalá que esta probable enmienda electoral, que ciertamente ofrece aceptables alternativas, y presenta aristas de mucha discusión, concluya en acertados alcances, sin dejar de admitir que, por lo pronto, se encuentra en la disyuntiva del “trato o truco”.

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Los juzgadores: Ley, justicia y pluralidad con democracia

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Por Pedro Vargas Ávalos //

A partir del cercano uno de septiembre, el Poder Judicial mexicano se renovará, a pesar de las oposiciones, las oligarquías privilegiadas, la mayoría de sus comentócratas y medios tradicionales, es decir, tope en lo que tope. Tendremos pues, juzgadores emergidos del voto popular y no de cúpulas de predominio.

Los enjuiciadores que integren el innovado ramo jurisdiccional (en Jalisco seguiremos en espera, pues nuestros legisladores -y quizás el ejecutivo- no tienen prisa y al parecer ni simpatías para remozar nuestro aparato judicial) tendrán como norte aplicar la ley, siempre procurando imponer la justicia, lo cual les será fundamental porque simbolizan la pluralidad nacional y surgen de la voluntad popular, o sea , de la democracia, lo cual se ajusta a lo que ordena el artículo 39 de la Constitución: Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste.

Ministros, magistrados y jueces siempre deben sujetarse, en el ejercicio de sus funciones, a la ley o más ampliamente al Derecho, pues aquella es el mandamiento obligatorio escrito (por lo que si no se cumple es sancionable) expedido por la autoridad competente, en tanto que este -el Derecho- implica el conjunto de normas y principios que regulan la convivencia de las personas, con el fin de que imperen la justicia -saber separar lo justo de lo injusto y que se otorgue a cada quien lo que legal y razonablemente le corresponde- y el orden con armonía social.

El aparato judicial, por tradición, siempre se integró con matices clasistas; de hecho, no encontrábamos en el cuadro de juzgadores, representantes de los pueblos originarios, y solo en exiguo porcentaje miembros del ámbito social más pobre o carentes de apoyos poderosos. En consecuencia, la carrera judicial no cumplía sus objetivos, debido a que ordinariamente se alteraba por influencia de los factores hegemónicos. Todo lo anterior es contrario a la pluralidad de la sociedad mexicana y al mandato constitucional que se funda indiscutiblemente en la soberanía nacional que reside en el pueblo.

Consecuente con lo antedicho, son los juzgadores resultantes de la reforma judicial que ahora es parte de la suprema ley de la república. Y si tales funcionarios no se ciñen al sentido de ley, derecho y justicia, para bien de la población, ahora habrá el Tribunal de Disciplina Judicial. Sobre el tema, declaró Celia Maya García, virtual presidenta de ese organismo: “se busca crear un nuevo sistema de justicia con juzgadores preparados, pero también con sensibilidad social y que sea cercana a la gente.” Agregando que, nunca serán persecutoras, pero eso sí: “El Tribunal de Disciplina Judicial, la única misión que tiene es que la justicia se imparta conforme a lo que dice la Constitución.

Entonces todo eso que ocurría antes de que había desviaciones, y siempre que te desvías de la ley implica una corrupción, pues que si eso se da se pare a tiempo, no se deje correr, no exista. Que se den resoluciones rápidas cuando haya quejas en este sentido para que no se hable de impunidad”. (El Universal, 16/06/2025).

Por lo que ve a la pluralidad étnica de México, esta se reflejará en la Suprema Corte de Justicia luego de la histórica elección del uno de junio pasado, pues quien obtuvo la mayoría de los votos y que por ende será quien presida al más alto tribunal de la nación, es el jurisconsulto de raza mixteca Hugo Aguilar Ortiz; esto además de que fueron electos varios juzgadores de ascendencia indígena en varias entidades federativas.

El citado Aguilar Ortiz, se describe: “soy indígena mixteco del estado de Oaxaca, he dedicado mis conocimientos, ejercicio profesional y experiencia en la promoción y defensa de los derechos indígenas en los últimos 30 años, en los que, en conjunto con otros abogados, hemos sistematizado la realidad y aspiraciones de los pueblos, las hemos transformado en conceptos jurídicos que recientemente fueron incorporados en el artículo 2º de la Constitución Federal”. (Diario Red, 9/05/25).

El senador Antonino Morales Toledo, también de origen autóctono (zapoteco) declaró complacido: “Más de siglo y medio después, un hijo de los pueblos originarios, esta vez de raíz mixteca, asume la más alta responsabilidad del Poder Judicial. Su elección representa un paso firme hacia una justicia más incluyente, cercana al pueblo y con rostro indígena”. En cuanto a su actuación, indicó Aguilar Ortiz, en una entrevista, que él no había llegado con transacciones con alguna agrupación, sindicato, poder político, etcétera, enfatizando: “llego con los votos que la ciudadanía depositó el 1 de junio; no tengo más que compromiso con ellos, con la Constitución, con el marco jurídico, con garantizar certeza para todos, porque este para mí es el objetivo central.” (Público, 2025-06-18).

El experimentado letrado agregó, en el encuentro predicho, que estaba consciente del lugar al que llegaría, y del “reto que tenemos, las dificultades que ha tenido la Corte, por decirlo de manera suave, en los últimos años” así como de la condición que tienen grandes sectores de la ciudadanía en relación a la justicia.

Al respecto expuso: «Hay un sector de la población que cuenta con los recursos suficientes para contratar un abogado calificado y ellos seguirán llegando a la Corte y se les va a administrar justicia siempre que tengan la razón, pero también hay otro sector que no tiene esas condiciones; y para los cuales el sistema de justicia no ha existido, por lo que vamos a equilibrar ahora la condición de estos sectores sociales tradicionalmente excluidos para que accedan a la justicia». Seguidamente enfatizó que defendería la división de poderes, pero invariablemente atendiendo el bien de la República.

Finalmente precisó que será el enlace entre a los nueve ministros para “que tomemos decisiones trascendentes”; el objetivo es “darle un nuevo enfoque y visión a ese órgano y al sistema de justicia del país.” En cuanto al padrón que encontrará en la SCJ, dejó claro que “reconocerán la experiencia del personal que actualmente labora en la Corte y advirtió que a quien se detecte haciendo cosas indebidas, se dará vista al Tribunal de Disciplina Judicial… y tendrá que dejar el espacio, pero quien contribuya a encontrar una justicia real, verdadera, que realmente sirva a la nación, será bienvenido».

No dejaron de haber expresiones racistas sobre el virtual guía de la SCJ, (incluyendo temas anodinos como el uso de la toga) pero contra esas críticas, la presidenta Claudia Sheinbaum lo encomió:” Me da mucho gusto que el próximo Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sea un indígena mixteco de Oaxaca, muy buen abogado, muy buen abogado; tengo el privilegio de conocerlo” y adicionó su comentario al asegurar que domina no solamente “temas relacionados con los pueblos originarios, sino en general, tiene un amplio conocimiento; es un hombre modesto, sencillo,…con una enorme inteligencia y sensibilidad social, entonces nos da mucho gusto” que sea quien presida la Corte. (Mañanera del pueblo, 04/06/2025).

Y junto a la mandataria de la patria, nosotros y millones de connacionales, nos congratulamos de la renovación democrática del Poder Judicial, lo cual anuncia una etapa en la cual, la justicia por fin estará cerca del pueblo, y será básica para edificar un genuino estado de derecho.

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NACIONALES

México y la eterna promesa del desarrollo

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Análisis, por Víctor Hugo Celaya Celaya //

«Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla». Esta frase, atribuida a diversos pensadores, resuena con una fuerza particular cuando observamos el difícil camino de México en las últimas décadas. Recientemente, el país fue invitado, junto con otras naciones, a la reunión del G7 en Canadá.

Este gesto diplomático, si bien es un reconocimiento a nuestro peso en el escenario global, también nos coloca de nuevo frente al espejo y nos obliga a enfrentarnos a una pregunta tan incómoda como necesaria: ¿por qué, después de décadas de ser una «promesa», seguimos anclados en la categoría de «país en vías de desarrollo»?

La respuesta es compleja, pero se resume en una realidad ineludible: México se ha estancado. Más allá de los discursos triunfalistas, carecemos de una ruta clara, de un proyecto nacional que trascienda los ciclos políticos de seis años y que goce del consenso social indispensable para movilizar a la nación entera.

Nos hemos acostumbrado a vernos como una economía emergente, pero la verdad es que no estamos emergiendo con la fuerza que nuestro potencial, historia y gente demandan. Este no es un problema exclusivo de la administración actual; es el resultado de una tendencia de más de cuarenta años en la que no hemos logrado dar el salto cualitativo hacia el Desarrollo, con mayúscula.

Si nos comparamos con otros países que partieron de condiciones similares, la fotografía es aleccionadora y confirma este estancamiento. Mientras que entre 1980 y 2024, economías como China, India, Corea del Sur, Vietnam o Irlanda lograron tasas de crecimiento promedio del Producto Interno Bruto (PIB) de 9.1%, 5.8%, 5.7%, 5.4% y 4.7% respectivamente, México apenas alcanzó un modesto 1.8%. Nos hemos dramáticamente rezagados, no solo frente a las potencias consolidadas, sino también frente a nuestros pares, aquellos que sí encontraron la fórmula para transformar su realidad.

Desde mi experiencia en el servicio público y el análisis económico, este freno no es casualidad. Es el resultado directo de lo que hemos hecho y, sobre todo, de lo que hemos dejado de hacer, desgastando poco a poco las dos palancas clave para cualquier nación: una economía fuerte y una democracia que funcione.

EL LASTRE DEL CENTRALISMO Y LA ASFIXIA FEDERAL

En los últimos años, hemos visto un regreso a un presidencialismo que lo controla todo, concentrando el poder y el dinero de forma alarmante. Este fenómeno ha debilitado el pacto federal, esa columna vertebral de nuestra República que reconoce la diversidad y la fortaleza de las regiones.

Las entidades federativas y los municipios, que son los órdenes de gobierno más cercanos a los ciudadanos y, por ende, los que mejor conocen sus problemas y necesidades, han visto mermada su capacidad de acción hasta casi la parálisis.

El gasto federalizado, que agrupa los recursos que la federación está obligada a transferir a los estados y municipios para atender rubros esenciales como salud, educación, seguridad e infraestructura local, se encuentra en un punto crítico.

Según análisis del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), para 2024 este gasto representará solo el 34.5% del gasto neto total. Esta es una de sus proporciones más bajas en la historia reciente, consolidando una tendencia a la baja que asfixia el desarrollo regional y nos hace más dependientes del humor y las prioridades de la capital.

Al mismo tiempo, esta concentración de poder viene acompañada de un panorama fiscal preocupante. El gobierno ha propuesto un endeudamiento público que, según sus propias estimaciones, alcanzó el 50.2% del PIB en el cierre de 2024, junto con el déficit fiscal más alto en más de tres décadas (Fuente: SHCP, Criterios Generales de Política Económica 2024).

La deuda no es intrínsecamente mala cuando se utiliza como palanca para la inversión productiva. Sin embargo, se convierte en un lastre peligroso cuando no se traduce en un crecimiento económico tangible ni en un mayor bienestar para la población, sino que simplemente financia el gasto corriente o proyectos cuya rentabilidad social es, por decir lo menos, cuestionable.

SIN CONTRAPESOS NO HAY PARAÍSO DEMOCRÁTICO

Paralelamente a la asfixia financiera de las regiones, hemos asistido a un debilitamiento sistemático de las instituciones y los contrapesos democráticos. Un desarrollo sólido, equitativo y duradero es simplemente imposible sin un Poder Judicial plenamente independiente, sin órganos autónomos que vigilen y regulen al poder, y sin un Poder Legislativo que funja como un verdadero espacio de deliberación y construcción de acuerdos, en lugar de ser una mera oficialía de partes del Ejecutivo.

Cuando el disenso se califica como traición y la crítica constructiva se desprecia como un ataque, se anula la posibilidad misma de la política democrática. Un país que aspira a la grandeza necesita pluralidad, debate técnico, deliberación informada y la capacidad de corregir el rumbo. La certidumbre jurídica, la confianza ciudadana y el respeto a las reglas del juego son el oxígeno de la inversión, la innovación y la cohesión social. Hoy, lamentablemente, ese oxígeno escasea en el ambiente público.

EL CAMINO DE REGRESO: FEDERALISMO, CONSENSO Y VISIÓN DE ESTADO

Entonces, ¿cuál es el rumbo? ¿Cómo podemos finalmente cumplir esa promesa de desarrollo que se nos escapa entre las manos? La solución no reside en fórmulas mágicas, atajos populistas ni en liderazgos mesiánicos. El camino de regreso está en retomar y fortalecer los principios fundamentales que nos dieron viabilidad como nación.

Primero, reconstruir nuestro pacto federal. Es urgente y prioritario convocar a una Convención Nacional Hacendaria seria y profunda, que rediseñe por completo la forma en que se recaudan y distribuyen los recursos públicos en México. Necesitamos un sistema más justo, transparente y equitativo, que otorgue a estados y municipios la autonomía y los fondos necesarios para impulsar sus vocaciones productivas, resolver sus problemas de seguridad y atender las necesidades de su gente. Solo así se podrá desatar el inmenso potencial que yace latente en cada rincón del país.

Segundo, recuperar la política como un espacio de consenso y visión de Estado. El desarrollo exige metas que trasciendan un sexenio. Es imperativo forjar un gran acuerdo nacional por la productividad, la innovación y la competitividad. En este acuerdo deben participar, sin exclusiones, gobiernos de todos los niveles, empresarios, trabajadores, académicos y la sociedad civil organizada. Necesitamos un plan con objetivos claros y medibles en áreas críticas como la educación de calidad, la infraestructura estratégica, el fortalecimiento del Estado de derecho y la ineludible transición energética.

Tercero, fortalecer nuestra democracia en toda su extensión. Esto significa defender activamente la división de poderes, la labor de los órganos autónomos y las libertades que tanto trabajo y sacrificio costaron conseguir a generaciones pasadas.

El momento político que vive México, tras el ciclo electoral, representa una oportunidad histórica para la generosidad y la visión de futuro. La invitación al G7 no debe ser un motivo para la autocomplacencia, sino un doloroso recordatorio de la enorme brecha que existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Dejar atrás la parálisis y el estancamiento no es una opción; es una obligación moral con las nuevas generaciones. Para lograrlo, es indispensable dejar de lado la polarización que nos envenena y empezar a construir, con la altura de miras que la historia demanda, el proyecto de un México próspero, justo y, finalmente, desarrollado.

 

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MUNDO

El culto en tiempos de algoritmos y misiles

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Opinión, por Miguel Anaya //

En un mundo saturado de imágenes, voces, notificaciones y estímulos, la figura del líder político ha dejado de ser solamente humana. Hoy se construye con inteligencia artificial, se edita en Photoshop, se transmite en TikTok, y se consume como si fuera un producto de Amazon. Pero detrás del carisma de 1080p, lo que se oculta es mucho más antiguo que la tecnología: es la necesidad arcaica de creer.

Mientras las bombas vuelan entre Israel e Irán, no solo chocan misiles, también colisionan narrativas sagradas, identidades colectivas y líderes que operan como profetas. Porque en ambos países —como en muchos otros del mundo actual— la política se ha convertido en una liturgia de identidades irreconciliables.

Benjamín Netanyahu no gobierna solo como primer ministro; gobierna como custodio de una misión bíblica, como la encarnación de una resistencia mesiánica. Su narrativa no solo es de seguridad, sino de destino. En su voz no hay duda, sino mandato. Su figura es alimentada por algoritmos, reforzada por redes sociales, y sostenida por una maquinaria de propaganda que hace del conflicto una cruzada y del enemigo una amenaza casi demoníaca.

En el otro lado, el régimen iraní proyecta al Ayatolá Jamenei como guía supremo, no como político. No debate, revela. No dialoga, interpreta. Y quienes están debajo de él, como el recientemente fallecido presidente Ebrahim Raisi (el “carnicero de Teherán”), tampoco se conciben como funcionarios públicos, sino como piezas en una epopeya divina.

Ambos lados, en distintos lenguajes y códigos, actúan como si fueran los guardianes de un guion escrito por Dios. Y aquí entra un problema de todas épocas: cuando el poder se vuelve místico, ya no es negociable. No hay tregua posible entre quienes creen que su causa es eterna. Se mata por símbolos, se muere por relatos.

Pero esta lógica no es exclusiva de Medio Oriente. La hemos visto también en Nicolás Maduro, que, entre rituales bolivarianos, arengas de Chávez desde el más allá, y discursos impregnados de un lenguaje casi esotérico, ha logrado mantenerse en el poder no solo por represión, sino por un mito nacional-popular que convierte al líder en figura providencial. En Venezuela, como en tantos otros rincones del mundo, el poder ya no se justifica con resultados, sino con relatos sagrados, con enemigos omnipresentes y con la promesa eterna de una redención futura.

Y en El Salvador, Nayib Bukele se autodefine como “el dictador más cool del mundo” y hace de su poder absoluto un performance de modernidad futurista. El carisma sustituye al Estado de derecho, los likes a los contrapesos.

Hoy los líderes ya no necesitan convencer: necesitan encantar. La política ya no se discute, se sigue. El pueblo ya no debate ideas, tiene fe; así, cree en lo que vota y vota en lo que cree. Y ese es el terreno más fértil para el conflicto, porque donde la razón se evapora, la guerra se vuelve lógica y hasta necesaria.

Entonces, cuando vemos las llamas en Gaza o las explosiones en Isfahán, no miremos solo los mapas ni los titulares. Miremos las mentes capturadas por relatos sagrados, las juventudes que nacen ya adoctrinadas, los algoritmos que refuerzan odio y los gobiernos que alimentan la polarización no como error, sino como estrategia.

Porque cuando el poder se vuelve altar, la política se transforma en religión, y la verdad en dogma. Ya no hay ciudadanos, hay feligreses. Ya no hay argumentos, hay herejías. Y en ese escenario, cada discurso es una procesión, cada voto un acto de fe, cada misil un sacramento.

Vivimos en un tiempo donde los algoritmos diseñan la devoción y los misiles la venganza. Donde los líderes no conducen naciones, ofician ceremonias. Y donde los pueblos, sedientos de propósito, se aferran a imágenes que prometen rumbo, aunque repitan el ciclo del conflicto.

En muchos rincones del mundo —y no sólo en Medio Oriente— el poder se sostiene más por símbolos que por resultados. También aquí, en México, hemos visto cómo la popularidad se vuelve escudo, cómo la narrativa sustituye al balance, y cómo el debate público se reduce a lealtades y consignas. No hay guerra, pero sí trincheras. No hay misiles, pero sí silencios cómplices.

Si no reconstruimos el valor del pensamiento crítico, si no exigimos humanidad antes que idolatría, seguiremos viviendo entre líderes que prometen redención y pueblos que se conforman con promesas. La mística en la política puede dar sentido en tiempos oscuros. Pero si no se le equilibra con límites democráticos, con crítica, con humanidad, termina siendo un espejo de los peores fanatismos del pasado.

 

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