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JALISCO

Un alteño notable: A propósito de don Porfiro Díaz, un recuerdo de Francisco M. Ramírez

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Opinión, por Pedro Vargas Ávalos //

Desde hace varias décadas el tema de traer o no al país los restos del expresidente de México, el general Porfirio Díaz Mori, ha sido tema de muchas controversias. En la mañanera del viernes 30 de mayo, se suscitó ese añejo asunto, y la presidenta prefirió que, inicialmente, fuese el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Diego Prieto Hernández, quien abordara la cuestión.

A las primeras y muy seguro, el funcionario objetó que los restos del dictador de origen oaxaqueño (por cierto, con ascendencia jalisciense, pues su progenitor fue Rafael Díaz de León, oriundo de Encarnación de Díaz) fuesen repatriados a México, lo cual enlazó a un reprobable regreso del neoporfirismo, que es igual al neoliberalismo que imperó en la República desde Miguel de la Madrid hasta Enrique Peña Nieto.

El maestro y antropólogo que jefatura el INAH, enfatizó: “Yo creo que los primeros restos que no deben volver son los que hablan del autoritarismo, la dictadura, la represión, esos nunca. Yo creo que no es algo que importe al Estado mexicano, que el pueblo esté deseando. […] Don Porfirio decidió irse a Francia, murió ahí, pues que permanezca en paz.”

Forzada a intervenir, la primera mandataria, Claudia Sheinbaum, afirmó: «Lo que coincido con el maestro es que no regrese el porfirismo; lo demás puede debatirse, sería un buen debate”.

Dos días antes de esas opiniones, en el Museo de la Ciudad de Guadalajara, se llevó a cabo la presentación del libro “Un general charro en el porfiriato”, cuyo autor es el cronista municipal de San Miguel el Alto, nuestro bellísimo pueblo afamado por sus hermosas mujeres, sus gallardos varones y sus edificaciones de cantera, entre otras virtudes de que hace gala.

Esa población es cuna de jaliscienses muy distinguidos, como el afamado tribuno José María Lozano (miembro del célebre cuadrilátero de oradores mexicanos que integró junto a Nemesio García Naranjo, Querido Moheno y Francisco M. de Olaguibel), todos muy brillantes, pero con un error que los rebajó: haber colaborado con Victoriano Huerta.

El personaje central de la obra que mencionamos fue el sanmiguelense Francisco M. Ramírez (la eme es por la inicial del apellido materno, Martín y como permanente homenaje filial).

Nacido el 13 de diciembre de 1841, falleció en la capital federal el 13 de enero de 1920. Fue miembro de una típica familia mexicana, es decir profusa, devota, trabajadora y muy unida. Podemos precisar que las áreas en que Francisco M. Ramírez descolló notablemente fueron la castrense, la de pacificador al frente de las fuerzas rurales que creadas en 1861 bajo el presidente Juárez, se consolidaron con el Gral. Díaz al nombrarlo inspector general en 1887.

La siguiente faceta en que se distinguió fue la de orden político, ejerciendo cargos legislativos en Nuevo León y Aguascalientes; finalmente, quizás en la actividad en que mayores lauros conquistó fue en la filantropía, desplegando singulares acciones en distintas partes de México, pero sobresaliendo su carácter de benefactor en su tierra natal: San Miguel el Alto.

Como militar, participó en la Guerra de Reforma desde 1857, con el grado de alférez. Luchó contra la intervención francesa con galones de teniente de caballería y terminó como comandante de escuadrón, para de allí escalar jerarquías hasta que, fungiendo como coronel de caballería en 1881-1884, se le elevó al rango de general de brigada el último año mencionado, lo que se le ratificó, en pleno porfiriato, al ser nominado general de Brigada efectivo, el uno de enero de 1892. Así cumplió su rol como hombre de armas dentro del ejército nacional.

La otra faceta en que destacó este paisano nuestro fue la de la política. Siendo hombre de confianza para el régimen porfirista, se desempeñó como diputado en Monterrey, en 1892 y años después, fue legislador en el Estado de Aguascalientes en 1900. La entidad hidalguense también conoció de sus virtudes cívicas y allí ejerció el cargo de presidente de la Junta Patriótica estatal.

En cuanto a efectos políticos en Jalisco, fue destacado dirigente de grupos radicados en la capital nacional (Jalisco Libre y el Círculo Jalisciense), en donde unió esfuerzos al lado de José López Portillo y Rojas, Carlos F. de Landero, Alberto Robles Gil. El declive de su estrella en este ramo fue al mismo tiempo que comenzó el desnivel porfirista, ya no pudiendo ser diputado en 1908.

Hombre de a caballo, en todos sus cometidos, siempre impulsó las suertes equinas, es decir, las de la charrería. De allí que en septiembre de 1887 el mandatario Díaz lo designara inspector general de las Fuerzas Rurales de la Federación. En tal encomienda, será recordado en toda la nación.

Organizó y dotó de todo tipo de equipo a los rurales, los cuales fueron admirados a lo largo y ancho de México, con reconocimiento en diversos países, como en la exhibición que hicieron en Búfalo, Estados Unidos en 1901. Creó la escuela de tiro, las brillantes bandas musicales de la corporación, vistiendo de forma definitiva a sus efectivos con el traje de charro.

Desde luego que, al contribuir a la pacificación del país, las clases económicas y políticas, mucho lo apreciaron. En los viajes que realizaba por diversas áreas geográficas, era recibido con entusiasmo. Su pueblo natal y Guadalajara, en varias ocasiones lo ovacionaron.

Sin embargo, la marcha de los sucesos que llevaron al estallamiento de la revolución mexicana, y con ello a la liquidación del porfiriato, marcarían también la salida del Gral. Ramírez de las fuerzas rurales, lo cual llevó a cabo el 26 de junio de 1911.

Dentro de los beneficios que otorgó, sobresalen los que atañen a la educación. Son relevantes los dos centros escolares de San Miguel el Alto, iniciados a construir bajo sus auspicios en 1911 y terminados al año siguiente.

A la fecha aún funcionan y recuerdan el nombre de los padres del insigne filántropo: Gregorio Ramírez y Carmen Martín. Pero los donativos a su solar natal fueron diversos, desde el siglo XIX, en que regaló bancas para la plaza de armas en dos ocasiones y otros objetos para el lucimiento de la entonces villa alteña.

Por todo lo anterior, el autor del libro, licenciado Francisco Javier Sánchez Muñoz, fue muy felicitado. Él ya había publicado varios trabajos, siendo muy recordado el que dedicó al tribuno José María Lozano. En un mensaje de dicho cronista, dice: Este libro será de utilidad para investigadores, profesores, servidores públicos, sociedad en general y sobre todo para los alumnos de las escuelas…ojalá que estos se inspiren y sepan que las metas se logran con esfuerzo, dedicación y visión, como lo hizo Francisco M. Ramírez…

Esperamos que muchos jaliscienses, al margen de las pugnas ideológicas, sepan aquilatar los méritos de quienes, con su talento, elevación de miras y valor, forjaron la grandeza de Jalisco y de México.

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