MUNDO
¿Qué tan efectivas son las protestas? París al calor de las manifestaciones

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
Las manifestaciones en Francia han sido un tema candente en los últimos años, y han sido particularmente intensas durante los últimos meses. Desde finales del año pasado, los ciudadanos franceses han estado tomando las calles en una serie de manifestaciones masivas en todo el país, protestando por una serie de temas que van desde las reformas de pensiones hasta las políticas ambientales y la inmigración.
Debido a esto, los ciudadanos franceses han tomado las calles no solo para exigir cambios en la política gubernamental, particularmente en relación con las reformas de pensiones propuestas por el presidente Emmanuel Macron, sino también para recordarnos del poder y la importancia de la protesta ciudadana.
Aunque algunas de las manifestaciones han sido pacíficas, otras se han tornado violentas, con enfrentamientos con la policía y destrozos a la propiedad pública y privada. Si bien la violencia nunca es la solución, es importante reconocer la frustración y el enojo que llevan a algunos a expresarse de esa manera.
Ahora bien, no podemos perder de vista que la protesta es una herramienta legítima y necesaria en una sociedad democrática, y las manifestaciones en Francia son un ejemplo de ello. Los ciudadanos tienen el derecho a expresar sus opiniones y preocupaciones, y el gobierno tiene la responsabilidad de escucharlas y tomar medidas en consecuencia.
Producto de lo anterior, la violencia y el vandalismo han sido una parte notable de algunas de estas manifestaciones, con manifestantes destrozando propiedad pública y privada y enfrentándose a la policía en las calles. La brutalidad policial también ha sido un problema, con videos y fotos que muestran a oficiales utilizando la fuerza excesiva contra los manifestantes y los medios de comunicación.
En medio de todo esto, hay una pregunta clave: ¿Por qué están ocurriendo estas manifestaciones y cuál es el mensaje que los ciudadanos están tratando de enviar al gobierno?
En muchos sentidos, las manifestaciones son una respuesta a una serie de cambios y reformas que han sido impulsados por el gobierno francés en los últimos años. El presidente Emmanuel Macron ha llevado a cabo una serie de reformas ambiciosas en el ámbito económico y social, que han generado controversia y descontento entre muchos ciudadanos franceses.
La reforma de pensiones, tema del que ya hablamos hace un par de meses, y que ha sido el tema principal de las manifestaciones más recientes. La propuesta de Macron ha sido ampliamente criticada por los ciudadanos, quienes argumentan que la reforma reducirá sus beneficios de pensión y los obligará a trabajar más tiempo para recibirlos. Para muchos, esta propuesta es una amenaza directa a su calidad de vida y a su capacidad de jubilarse cómodamente.
Además de la reforma de pensiones, hay una serie de otros temas que han llevado a los ciudadanos franceses a tomar las calles. La política ambiental del gobierno ha sido criticada por su enfoque insuficiente sobre el cambio climático, y la respuesta del gobierno a la crisis migratoria ha sido vista por algunos como inhumana e injusta.
Lo que todas estas manifestaciones tienen en común es que los ciudadanos franceses se sienten marginados y no escuchados por su gobierno. La sensación es que los políticos están tomando decisiones que afectan profundamente a sus vidas sin tener en cuenta sus opiniones y preocupaciones.
En este sentido, las manifestaciones son una respuesta natural a una sensación de impotencia y frustración entre muchos ciudadanos franceses. La protesta es una herramienta importante en una sociedad democrática, y las manifestaciones son una forma de expresión legítima y necesaria.
Sin embargo, hay una pregunta importante que surge de todo esto: ¿son efectivas las manifestaciones como medio para lograr un cambio real?
La respuesta a esta pregunta es complicada. Por un lado, las manifestaciones son una forma poderosa de generar atención y presión sobre los líderes políticos. Cuando miles de ciudadanos toman las calles, los políticos tienen que prestar atención y responder a sus demandas, de igual forma las manifestaciones también pueden ser un medio para que los ciudadanos se unan y expresen su solidaridad y apoyo mutuo.
Ahora bien, aunque la protesta es una herramienta legítima y necesaria en una sociedad, es importante recordar que la protesta y/o el activismo, no son suficientes por sí solos, ya que para que haya un cambio real, se necesitan soluciones concretas y medidas de la misma naturaleza por parte del gobierno, y aunque las manifestaciones puedan generar atención y presión sobre los líderes políticos, es necesario que todas las causas que dan lugar a manifestaciones de esta naturaleza, sean llevadas a los espacios políticos formales en aras de representar a todas esas voces inconformes con un sistema y una idea establecida sobre cómo gobernar.
Por esto, para lograr un cambio significativo, las manifestaciones deben ir acompañadas de otras formas de acción política y social. Las manifestaciones pueden ser efectivas para crear conciencia y llamar la atención sobre un problema, pero no son suficientes para resolver el problema por sí solas.
Para lograr un cambio real, se necesitan otras formas de activismo y participación ciudadana, como la presión a través de las redes sociales, el lobby político y la organización comunitaria, pero, por otro lado, también se necesitan políticos dispuestos a escuchar y responder a las demandas de sus ciudadanos, y que estén dispuestos a tomar medidas concretas para abordar los problemas subyacentes.
En conclusión, las manifestaciones en Francia son una respuesta natural a la frustración y el descontento de los ciudadanos con las políticas del gobierno. Las manifestaciones pueden ser efectivas para generar atención y presión sobre los líderes políticos, pero no son suficientes por sí solas para lograr un cambio real.
JALISCO
Lleva Ballet Folclórico de Guadalajara cultura y tradición a Estados Unidos

– Por Mario Ávila
El Ballet Folclórico de Guadalajara se presentó en el Rosemont Theatre de Chicago, en el evento estelar de la Segunda Ruta de la Gira Internacional 2025, México en el Corazón.
Los bailarines tapatíos compartieron escenario con el Mariachi Estelar de México en el Corazón y la Banda Orquesta Colores, y presentaron estampas, música y canciones de Guanajuato, Yucatán y Jalisco ante los más de 4 mil 400 asistentes.
Este espectáculo se realiza anualmente e incluye al Mariachi Estelar como uno de sus principales artistas, junto con el Ballet Folclórico Guadalajara y la Banda Orquesta Colores.
Participaron en el evento Sergio Suárez, presidente de NAIMA (North American Institute for Mexican Advancement); Ron Serpico, alcalde de Melrose Park; Susana Mendoza de Illinois Comptroller; Reyna Torres, cónsul general de México en Chicago; Andrea Blanco, coordinadora del Gabinete Social del Gobierno de Jalisco; y Manuel Romo, secretario de Gobierno del Gobierno de Guadalajara.
Esta es la segunda parada de la ruta de México en el corazón, la primera fue en la Ciudad de Sioux City, en Iowa en donde se presentó por primera vez, y más de mil personas asistieron a disfrutar de este espectáculo.
La gira continuará por el Medio Oeste, Sur y la Costa Este de los Estados Unidos.
Para fechas y ciudades entrar en este sitio web: http://www.mexicoenelcorazon.org
CARTÓN POLÍTICO
Edición 805: Entrevista a Mirza Flores: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»
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LAS CINCO PRINCIPALES:
Arranca el Sistema Estatal de Participación Ciudadana en Jalisco
La corrupción urbanística: Valle de los Molinos y Colomos III
MUNDO
La tradición del saqueo: Naturaleza depredadora del poder imperial

– Actualidad, por Alberto Gómez R.
(Parte 1) A lo largo de la historia de la humanidad, el poder económico de los grandes imperios se ha construido frecuentemente sobre pilares tan sombríos como la guerra, el saqueo sistemático y el sometimiento de pueblos enteros.
Este patrón de comportamiento, visible desde los primeros imperios de la antigüedad hasta las potencias contemporáneas, revela una lógica de acumulación basada en la extracción violenta de recursos más que en la productividad o la innovación endógena.
El historiador económico Douglas North, citado en uno de los documentos analizados, señalaba que los imperios antiguos establecían sistemas burocráticos sofisticados que permitían la expropiación sistemática de excedentes de las regiones conquistadas.
En el mundo actual, Estados Unidos representa la última encarnación de este impulso imperial, aunque sus métodos hayan evolucionado hacia formas más sofisticadas de dominación económica y militar.
Como se advierte en el panorama actual, esta potencia estaría experimentando un rápido declive relativo en el escenario global, lo que intensificaría sus comportamientos depredadores hacia naciones ricas en recursos que se resisten a someterse a su hegemonía.
Venezuela, con las mayores reservas petroleras certificadas del planeta, se encontraría en la mira de este mecanismo de saqueo contemporáneo, al igual que lo estuvieron Irak, Libia y Siria en las últimas décadas, solo por citar algunos ejemplos.
LOS CIMIENTOS HISTÓRICOS DEL SAQUEO IMPERIAL
Los primeros grandes imperios de la historia establecieron las bases de lo que sería una larga tradición de explotación económica mediante la conquista. En Mesopotamia, Egipto, China y la India, surgieron estructuras estatales centralizadas que «legislaban, impartían justicia y ejecutaban sobre un extenso territorio que agrupaba a muchas ciudades» (eumed.net).
Estos imperios perfeccionaron sistemas de extracción de riqueza mediante tributos, esclavitud y control de las rutas comerciales.
El Imperio de Alejandro Magno ofrece un ejemplo temprano de cómo la conquista militar servía como vehículo para la acumulación de riqueza. Como se describe en los documentos, Alejandro y sus falanges macedonias conquistaron todo el Imperio persa en tan sólo ocho años, apoderándose de inmensos tesoros y estableciendo un sistema de control sobre territorios que se extendían hasta la India. Patrón similar exhibiría el Imperio Romano, que transformó el Mediterráneo en su «Mare nostrum» y extrajo recursos de todos los territorios conquistados, desde las minas de plata hispanas hasta los graneros egipcios.
Con la era de los descubrimientos, las potencias europeas perfeccionaron el arte del saqueo imperial a escala global. España y Portugal inauguraron lo que podría considerarse el primer «imperio global» de la historia: «por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes del mundo» (eumed.net).
El flujo de metales preciosos desde América hacia Europa financió las guerras y el desarrollo económico europeo durante siglos, a costa del exterminio y la explotación de poblaciones indígenas.
El Imperio británico llevaría este modelo a su máxima expresión, estableciendo una red global de colonias y territorios controlados que proveían de recursos naturales y mercados cautivos a la metrópoli. El comercio de esclavos, la extracción de recursos en condiciones de cuasi-esclavitud y la destrucción de industrias locales competitivas fueron algunas de las estrategias empleadas para consolidar su hegemonía económica.
ESTADOS UNIDOS, LA SUPERPOTENCIA DEPREDADORA
Estados Unidos emergió como potencia global practicando una versión modernizada del juego imperial tradicional. Bajo la Doctrina Monroe y su corolario Roosevelt, se autoproclamó potencia hegemónica en América Latina y el Caribe, interviniendo militarmente en múltiples ocasiones para proteger sus intereses económicos. La diplomacia de las cañoneras y las intervenciones directas aseguraban el acceso a mercados, recursos y rutas comerciales estratégicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, con las potencias europeas debilitadas, Estados Unidos ascendió a la condición de superpotencia global, rol que se consolidaría tras el colapso de la Unión Soviética.
Como se señala en uno de los documentos, «después de que se desintegrase la Unión Soviética a principios de 1990, Estados Unidos quedó como la única superpotencia restante de la Guerra Fría». Esta posición hegemónica le permitió moldear las instituciones internacionales a su medida y establecer un sistema económico global que privilegiara sus intereses.
La economía estadounidense se ha vuelto profundamente dependiente de lo que el presidente Eisenhower denominó el «complejo militar-industrial». Con un presupuesto militar que supera al de los siguientes diez países combinados, Estados Unidos ha convertido la guerra en un negocio extraordinariamente lucrativo para sus corporaciones de defensa.
Como se documenta en uno de los artículos revisados, la administración Biden ha solicitado al Congreso «842 mil millones de dólares para el Pentágono en el año presupuestario 2024», lo que representa «la solicitud más grande desde el pico de las guerras de Irak y Afganistán» (france24.com).
Este apetito insaciable por el gasto militar requiere enemigos externos y conflictos perpetuos, creando un círculo vicioso de intervencionismo que justifique tales desembolsos. Los resultados son visibles en las sucesivas guerras e intervenciones que han marcado las últimas décadas, desde Vietnam hasta Afganistán, pasando por Irak, Libia y Siria.
EL SAQUEO CONTEMPORÁNEO
La invasión de Panamá en 1989 constituye un ejemplo paradigmático de cómo Estados Unidos utiliza pretextos para justificar intervenciones militares que persiguen objetivos geoeconómicos estratégicos. Como se documenta extensamente en varios de los materiales consultados, la llamada «Operación Causa Justa» fue oficialmente justificada como una medida necesaria para detener el narcotráfico y defender la democracia.
El general Manuel Antonio Noriega, quien había sido durante años un aliado útil para Washington y colaborador de la CIA, fue convertido de pronto en enemigo público número uno. Como se describe en los documentos, Noriega «había sido aliado clave de Estados Unidos durante el final de la Guerra Fría, trabajando como agente de la CIA, al tiempo que tejía vínculos con el narcotráfico» (elnacional.com). Cuando dejó de ser funcional a los intereses estadounidenses, fue acusado de narcotráfico y derrocado mediante una invasión militar que causó entre 500 y 4 mil víctimas panameñas, según distintas fuentes.
El verdadero objetivo de la invasión, sin embargo, habría sido asegurar el control estratégico del Canal de Panamá en vísperas de su traspaso completo a soberanía panameña, previsto para el año 2000 según los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Como se señala en uno de los documentos, estos tratados «condicionaba la defensa del canal de manera conjunta, a través de un tratado adicional, dando la posibilidad de intervenir militarmente en Panamá si la operación del canal se viese comprometida».
La invasión aseguró que, aunque panameño en papel, el canal permaneciera bajo control efectivo estadounidense.
Continuará…