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¡Goodbye Samuel!

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Desde los campos del poder, por Benjamín Mora Gómez //

De niño tuve sueños en verdad distinto a lo común. En ellos me veía en un lugar muy bello, siempre el mismo, que era un campo verde con una ligera loma en suya cima había un árbol con una amplia y hermosa fronda; a un costado, pero dentro de su sombra, había una roca blanca y en ella, sentado, me aguardaba un hombre joven de unos 30 años con quien platicaba de aquellas cosas que en el día yo me había preguntado. Hoy recuerdo aquel sueño en que aquel hombre me dijo: “Lo único realmente tuyo será aquello en lo que te conviertas, así que procura que sea bueno, bello y único”.

En Delfos se leía: “Conócete a ti mismo”, como la más grande máxima que todo hombre y mujer debía cumplir; con los años comprendí que sería mejor si me propusiera conocer mejor mis dones -personalidades e inteligencias-, y los vestía de altos valores y sólidos principios.

Hoy quiero reflexionar sobre algo más que nos dice Hannah Arendt: Quienes escogen el mal menor olvidan, con gran rapidez, que están escogiendo el mal.

Hoy, en México, hemos banalizado el mal, la violencia y la estupidez. Quienes las cuestionan como expresión de la degradación de nuestra sociedad corren el peligro de ser violentados hasta perder la vida y acusados de intolerantes. Justificamos el mal, la violencia y la estupidez desde la negación el bien que traen consigo la ética, los valores y los principios.

Hemos perdido la facultad de discriminar para elegir no solo entre el bien y el mal, sino también entre aquel y bien mejor, entre éste y el bien óptimo y entre este reciente y el bien que nos trasciende a partir del juicio crítico santo.

Hoy, lo banal se disfraza de modernidad y “ligth-ticidad”, valga el neologismo en el spanglish. La codicia es siempre de una banalidad desesperante y quien todo quiere para sí nos colma de piedras en el alma y se pierde a sí mismo. 

Samuel García nos mostró la banalidad de muchos en la política; hoy, una gran mayoría de las mujeres y hombres que se obsesionan por el poder, incapaces de pensar en las consecuencias éticas de sus promesas y morales de sus actos, pero, sobre todo, de los engaños contenidos en sus silencios.

El tiempo de Samuel García fue brevísimo como precandidato de Movimiento Ciudadano a la presidencia de la República, pero aun más breve y empequeñecida mostró ser su dignidad humana. Antes de empezar ya había terminado. La narrativa de Dante Delgado, presidente sempiterno de Movimiento Ciudadano, mostró su inmovilidad ideológica y el carácter anti-ciudadano de su partido político desde su sumisión a López Obrador. Si esto es lo mejor que hace Dante Delgado, por el bien de México, es mejor que no lo haga y que nadie le siga.

Vivimos un momento gravísimo en política: Cualquiera cree tener el derecho de dar muerte a la democracia.

La apropiación de la post verdad me parece lo más perverso del espectáculo mañanero. La destrucción de México es intencional, pensada y orquestada, desde la recámara presidencial.

Los abrazos prometidos de Andrés Manuel a los delincuentes son prácticas de terror en contra del pueblo que ha institucionalizado López Obrador.

La indiferencia presidencial ante el dolor del pueblo, que aplauden los partidos y precandidatos que se le suman, son evidencia de la saturación visual ante la destrucción y matanzas en todo México. El sufrimiento social infringido por los delincuentes no ha sido suficiente para conmover al señor presidente y tomar distancia de políticos que se dicen ser distintos pero que le agradecen ser sus ungidos. Por ello, nada ni nadie que le acompañe en su gabinete o como precandidato de cargo publico alguno me agrada, sea de Morena, Verde o PT en todo México, y en Jalisco de sus dos partidos satélites: Hagamos y Futuro.

A este presidente, Samuel García quiso servir. A este presidente, Dante Delgado sirve.

Domesticados, los candidatos del presidente buscan domesticar a millones de mexicanos como súbditos del espectáculo de la cuarta transformación. La verosimilitud del engaño podría ser la mejor manera de describir el discurso del presidente.

En política, las imágenes de fondo, apenas insinuadas, nos deberían advertir sobre la verosimilitud o no de la narrativa electoral. En política la ficción es siempre más creíble y fuerte que la realidad. Se prefiere un engaño complaciente que una verdad reflexiva.

Cada mañanera es la expresión más burda de la política ficticia y los lenguajes totalitarios, así como muestra patológica de una permanente fuga de la verdad.

Me preocupa y ofende la idolatría del pueblo a la mentira y el engaño, a lo fatuo y lo vano. 

Mal futuro nos espera cuando la banalidad define lo esencial y trascendente.

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