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NACIONALES

Diálogo de sordos

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Un elemento indispensable en el desarrollo de la humanidad es el lenguaje. La oralidad, en cualquier idioma ha sido la base de la cohesión social. Favorece la comunicación y el entendimiento y su uso en forma positiva sirve para establecer acuerdos que se consideren necesarios para fines que rebasan el ámbito personal.

En forma negativa también se usa para señalar los diferendos, marcar los desacuerdos y hacer expresa la hostilidad o el enfrentamiento. Pero su uso práctico parte de la premisa de que para que sea útil tiene que haber cuando menos dos, un emisor y un receptor que establezcan una comunicación circular. Hacerlo así, convierte a la comunicación en un ejercicio dialectico, en especial cuando se refiere a asuntos comunes que afectan a la colectividad.

En sociedades democráticas como fue la ateniense, por la vía oral se dirimían los conflictos y se tomaban decisiones sobre asuntos públicos y definiciones políticas, la exposición verbal de ellos dio lugar a la oratoria como medio de convicción en un sentido o en otro, y con ella nació la retórica que ordena y presenta los argumentos en forma tal que los haga creíbles y posibles, aunque no necesariamente lo sean.

Aristóteles considera a la retórica como una contrapartida de la dialéctica en especial porque ambas pueden referirse a cuestiones que atañen a todos pero sus enfoques son diferentes. Mientras que la retórica es “la facultad de considerar en cada caso lo que puede ser convincente” (Retórica cap. 2) y su fin es persuadir; la dialéctica es el arte de “razonar sobre todo problema que se proponga a partir de cosas plausibles” (tópicos 100a18).

En este país, a siglos de distancia de las definiciones aristotélicas, la retórica se ha convertido en instrumento de gobierno, predominando sobre la dialéctica. A diferencia de la antigüedad en la que se usaba para persuadir a jueces y asambleas deliberativas, aquí se ha convertido en vehículo para la difusión de una entelequia llamada cuarta transformación, que tiene en un solo ser el principio de su acción y su fin, según la definición filosófica, perfectamente aplicable al momento actual. Lejos estamos de un ejercicio de reflexión colectiva en el cual se valoren y reconozcan las razones de los divergentes, por el contrario, la descalificación está presente en el discurso plagado de entimemas que desvían la atención sobre lo principal hacía razones emotivas o viscerales que predisponen el juicio público y lo enfrentan con la razón.

La comunicación circular que debiera existir para hacer posible el crecimiento armónico y equilibrado de la sociedad está impedida por un gobierno que no escucha, solo mandata.

La comunicación que debiera haber, marcha en vías paralelas. En una, las razones y la crítica y en la otra la descalificación, el insulto, silogismos verbales para dibujar una realidad creíble solo para los convencidos. Por un lado hay una extensa comunidad crítica, empeñada desde hace cuatro años en señalar yerros, desaciertos, atropellos a la constitución y a las leyes, destrucción y debilitamiento de la estructura institucional, uso arbitrario del poder y recursos del estado para fines político electorales, el fracaso de las políticas contra la corrupción, la inseguridad y la salud pública, entre tantas otras fallas o errores gubernamentales; y por el otro lado la reiteración de un discurso clasista, aunque lo atribuya al contrario, de revancha social, de acendramiento del odio, de llamados a la aceptación de un proyecto social que nadie conoce y que a cuatro años no ha mostrado resultados positivos, como no sea el paliativo de las becas y pensiones para hacer menos notorio el empobrecimiento y la disminución del potencial de la economía nacional.

No hay posibilidad alguna de que las razones de ambos se expongan y valoren. Las tribunas nacionales de las cámaras en el Congreso están copadas por mayorías dogmáticas en las que los argumentos se contestan con consignas y las instrucciones presidenciales contenidas en iniciativas, que ni siquiera se leen, se aprueban sin debate.

No hay espacios para la deliberación civilizada que pueda llevar a consensos necesarios para tener viabilidad como nación. Es el imperio del discurso carente de argumentos, la retórica que en contrapartida de la dialéctica y al igual que ella, usa los mismos problemas comunes sin razonar sobre lo técnico ni derrotar con razones, basada solo en un particular concepto de lo justo mantiene alimentado el discurso maniqueo y a la sociedad dividida entre conservadores y liberales, entre convencidos prosélitos y adversarios ideológicos, miembros de una imaginada geometría política que parte al país en dos mitades.

En los hechos, la retórica de la transformación no se sostiene, pero fiel a la recomendación aristotélica abunda sobre las causas comunes para disfrazar su incapacidad de vencer razonamientos técnicos. Comunicación vertical donde el diálogo con los diversos brilla por su ausencia, perfilando un futuro en el que la realidad corre por vía paralela pero en sentido contrario a lo que el discurso dibuja.

Inicia un nuevo año que deseo sea venturoso para todos. Que el pesimismo no opaque las luces de la esperanza y la confianza en la fortaleza y madurez de la sociedad mexicana. Feliz 2023.

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1 Comment

1 Comments

  1. Héctor Manuel Barragán

    3 de enero de 2023 at 15:11

    Muy claro! Saludos Luis Manuel!!!

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ENTREVISTAS

Francisco Reséndiz Neri, candidato a juez de distrito: Juzgar con pasión, servir con independencia

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Por Francisco Junco //

“Quiero seguir siendo juez porque es mi vocación y mi pasión. No busco poder, sino servir”, afirma con convicción Francisco Reséndiz Neri, Juez Séptimo de Distrito en Jalisco, mientras enfrenta un proceso inédito en México: la elección popular de jueces el 1 de junio de 2025.

Con más de 20 años en el Poder Judicial y nueve como titular en materia penal, Reséndiz, identificado con el número 25, defiende su trayectoria y su amor por los derechos humanos como su principal carta de presentación.

Un camino desde abajo

Reséndiz comenzó en los escalones más bajos del sistema judicial, como meritorio, haciendo copias y aprendiendo desde la base. Su carrera incluye roles como actuario penal, secretario del Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, y juez federal en materia de cateos y arraigos en la Ciudad de México, hasta llegar a la titularidad del Juzgado Séptimo de Distrito.

“Me mueve, el hecho de que creo que esto tiene que mejorar en la selección y que se requerirán personas de experiencia, personas independientes, que contribuyan a que subsista lo que es propiamente la división de poderes, la democracia como la conocemos actualmente, porque la defensa más cercana que tiene el ciudadano y todas las personas contra cualquier acto arbitrario, es precisamente el juicio de amparo, único en el mundo que permite anular cualquier acto”, señala, destacando su compromiso con la división de poderes y la democracia.

Retos de una elección sin precedentes

En entrevista con Conciencia Pública, Reséndiz aborda con franqueza los desafíos de esta elección. “Será difícil que la gente vote con cientos de nombres en una boleta, sin partidos ni propuestas tangibles”, admite. Reconoce riesgos, como la posible influencia de poderes fácticos, incluido el crimen organizado, pero insiste en que la solución es simple: “Apegarse a la ley, al caso concreto y a la Constitución”. Su experiencia, dice, es su escudo contra presiones externas.

Dilemas judiciales

Francisco Reséndiz Neri reconoce que uno de los grandes dilemas actuales en la labor jurisdiccional es la falta de una postura clara de la Suprema Corte respecto a la jerarquía entre los tratados internacionales y la Constitución.

“Muchos jueces, actuando de manera fundada, han establecido que debe prevalecer el tratado sobre la Constitución en ciertos casos, especialmente cuando se trata de derechos humanos”, explica. Sin embargo, esa práctica ha generado reacciones del poder legislativo, que habla de afectaciones a la soberanía nacional. “El problema es que cuando un juez aplica el tratado por encima de la Constitución, aunque sea para proteger derechos humanos, puede ser señalado o etiquetado, y eso no debería pasar”, señala.

Una justicia humana y equitativa

Cuenta cómo, en un caso de abuso sexual contra un menor, “coincidía la edad con la de mi hija. Estás tentado a echarle más cosas, pero no puedes. Tienes que ser objetivo. No puedes decidir por lo que sientes” y reafirmó que la objetividad no lo aleja de la empatía, “hay que ponerse en los zapatos de los otros. Todos tienen un proyecto de vida, todos merecen respeto”.

Propuestas claras

¿Por qué votar por él? Reséndiz enumera tres razones:

“Quiero que votes por mí porque tienes derecho a una persona capacitada. Quiero que votes por mí porque tienes derecho a una persona que ha administrado justicia y que tiene noción de lo que es o son los actos injustos. Y, tres, quiero que votes por mí porque siempre dialogaré por la protección de los derechos de las personas. Esa es mi directriz”, subraya.

Deuda histórica con las víctimas

Para Reséndiz Neri, el sistema penal mexicano tiene una deuda histórica con las víctimas, “el sistema ha privilegiado la forma sobre el fondo”, lamenta. Y pone un ejemplo elocuente, “no es lo mismo liberar a alguien porque no se leyó un derecho a tiempo, que porque no se comprobó su responsabilidad. Hay que cuidar las formas, sí, pero sin perder de vista la justicia de fondo”, apunta. Desde esa visión, Francisco Reséndiz cree necesario revisar la legislación para que no se convierta en un laberinto que sirva como impunidad.

El juez habla con firmeza sobre temas que no todos tocan con tanta claridad, por ejemplo, aseguró que la diversidad llegó para quedarse. “No puede haber discriminación por preferencia sexual, por origen étnico o por discapacidad. Es una deuda histórica que tenemos con los grupos vulnerables”. Defiende los protocolos para juzgar con perspectiva de género, y asegura que su compromiso es procurar una justicia que no sólo sea formalmente igual, sino sustantivamente justa.

En un México donde la desconfianza hacia las instituciones prevalece, Reséndiz ofrece su trayectoria: nueve años como titular del Juzgado Séptimo de Distrito y una carrera forjada en la experiencia.

En la inédita elección de jueces del 1 de junio de 2025, lamenta no poder prometer resultados tangibles como un político que ofrece obras públicas. “Solo prometo proteger los derechos de quienes lleguen a mi juzgado, porque así lo manda la Constitución”, asegura con convicción. “No lo hago por poder, sino por deber”.

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CARTÓN POLÍTICO

Herida abierta

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NACIONALES

Daniel Cosío Villegas y el dominio presidencial

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

Muy certero el dicho aquel de “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.

Daniel Cosío Villegas, historiador, economista, catedrático, intelectual reconocido por tirios y troyanos, escribió varios libros que dieron luz para comprender cómo se hizo y cómo funcionó el Sistema Político Mexicano, confeccionado por revolucionarios, entre los que sobresalen, Álvaro Obregón, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y otros.

Don Daniel Cosío Villegas, quien tuvo que aclarar la mentirijilla que propagó de haber nacido en Colima, en 1900, cuando en verdad nació en la Ciudad de México en 1898, estableció en varios de sus libros, ensayos y textos, que México vivió alrededor de 70 años un sistema autoritario, presidencial y con un partido dominante.

Habrá que estar muy atentos a lo escrito por este sociólogo y diplomático que desnudó y encabritó a no pocos miembros de la élite que gobernó nuestro país desde que la Revolución se bajó del caballo hasta que llegó Fox con sus botas piteadas.

Don Daniel consideró que los poderes metaconstitucionales, de por sí concesionados en la Magna Carta de 1917, motivaron la Centralización del Poder en los rubros de política, economía y geografía. Esta concentración fue perversa, centralista y castrante para el resto de las entidades de la República. Tiempos hubo que en política “no se movía una hoja del árbol” sin la aprobación del Presidente de la República (así con mayúsculas) porque su poder era inmenso, total y arbitrario.

La subordinación de las autoridades municipales, estatales, así como de los poderes Legislativo y Judicial, al omnímodo poder presidencial se tornó, incluso, patético, absurdo y kafkiano.

El presidente priista en turno era un dios sexenal, que hacía y deshacía según su voluntad, su ánimo y sus intereses personales y de grupo. ¡Ay de aquél o aquellos que osaran ir en contra de la voluntad del todopoderoso presidente! Le esperaba cárcel, muerte política o… de veras.

Con esas condicionantes se canceló así la actividad política como factor de movilidad social; brilló la ausencia de un programa político claro y se apoderó del poder el oportunismo descarado y descarnado de las huestes “hienas” que pululan siempre buscando la carroña que dejan los “leones” de la grilla.

Un factor más fue el partido único, mediante el cual se legitimaron los cambios sexenales para aparentar la democracia hacia afuera, hacia los observadores mundiales. Mientras se mostraba esa falsa careta democrática al interior del partidazo y de otros partidos paleros, se practicaba la sumisión total al detentador del poder político.

Don Daniel Cosío Villegas publicó en 1972, bajo el auspicio de la Universidad de Texas, su ensayo “El sistema político mexicano, las posibilidades de cambio”.

Estableció que la creación del Partido Nacional Revolucionario, ideado en 1920, pero nacido hasta 1929, fue creado para eliminar el caudillismo de los neopolíticos postrevolucionarios, la mayoría hombres de armas, y así disminuir la violencia. Esto generó la “pax post revolución”, con el beneficio de sentar bases sólidas de la economía y algunos programas con objetivos sociales.

Octavio Paz, premio Nóbel de Literatura, solía decir que Cosío Villegas, “nos hizo conscientes de la dignidad humana”. Cosío Villegas fue director de la Escuela de Economía de la UNAM en 1933. Fue el primer director del Fondo de Cultura Económica, de 1934 a 1948 y presidente del Colegio de México de 1957 a 1963. Justamente don Daniel, siendo diplomático en Portugal, sugirió al entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río, traer a México a los intelectuales españoles perseguidos por Francisco Franco por su afán republicano.

Ellos, los refugiados españoles fundaron la Casa de España, a la postre convertida en el Colegio de México. En 1943 el presidente Manuel Ávila Camacho aprueba y se crea el Colegio Nacional. Entre sus iniciadores está don Daniel Cosío Villegas y los jaliscienses, José Clemente Orozco, Enrique González Martínez, Mariano Azuela, acompañados por Manuel Sandoval Vallarta, Carlos Chávez, Alfonso Reyes, Alfonso y Antonio Caso, Ignacio Ochoterena, Diego Rivera, José Vasconcelos e Ignacio Chávez.

Cosío Villegas estableció que “el dominio presidencial mata todo espíritu cívico y convierte la vida política del país en una farsa profundamente aburrida”.

A este gran pensador mexicano se le consideró un liberal constitucionalista. Sus palabras parecieran resonar en estos tiempos de regresión al tiempo en que el sistema político mexicano se regía por el autoritarismo, la descalificación de los adversarios, la sumisión de los poderes, la compra de voluntades, el absolutismo y totalitarismo encarnado en un partido único al servicio del presidente en turno.

 

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