MUNDO
Hay rebrote en países de Europa, Asia y América: Recuperación económica post-pandémica, las asimetrías sociales

Economía Global, por Alberto Gómez R. //
La recuperación de la crisis económica por la pandemia del Covid-19 es asimétrica; además de nuevas olas de contagios en algunos países –la tercera- el desarrollo y fortaleza de las estructuras económicas marcan la diferencia entre quienes están saliendo de la profunda recesión en la que cayeron en 2020 y el primer trimestre del 2021, y aquellos países que aún no han tocado fondo.
Las perspectivas económicas mundiales están rodeadas de gran incertidumbre, vinculada principalmente con la trayectoria de la pandemia. La contracción de la actividad ocurrida en 2020 no tiene precedentes históricos recientes en términos de su velocidad y sincronicidad. Pero podría haber sido mucho peor. Aunque es difícil hacer una determinación precisa, el personal técnico del Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que la contracción podría haber sido tres veces mayor de no haber sido por las extraordinarias políticas de apoyo que se desplegaron para conseguir el soporte económico para paliar los efectos financieros de la crisis, aunque ello significase nuevos endeudamientos con los corporativos globales financieristas, cediendo a las demandas de los dueños del dinero para condicionar recursos, gobiernos y reformas estructurales a favor de los prestamistas, todo en aras de mantener una velada y frágil paz social.
Queda mucho por hacer para derrotar la pandemia y evitar una divergencia del ingreso per cápita de las diferentes economías, así como aumentos persistentes de la desigualdad dentro de cada país.
Mejora de las perspectivas: Tras una contracción estimada de –3,3% en 2020, se proyecta que la economía mundial registrará un crecimiento de 6% en 2021, que se moderaría a 4,4% en 2022. La contracción de 2020 es 1,1 puntos porcentuales más pequeña que lo proyectado en la edición de octubre de 2020 de Perspectivas de la economía mundial (informe WEO); esa mejora refleja un nivel de crecimiento superior al previsto durante el segundo semestre del año en la mayoría de las regiones gracias al desconfinamiento y a la adaptación de las economías a nuevas formas de trabajar.(World Economic Outlook, IMF 2021).
Sin embargo, en países de América, Europa y Asia está habiendo nuevos brotes de contagios del coronavirus, lo que está obligando a sus gobiernos a nuevos cierres y llamar a nuevos confinamientos, incluso a cierre de fronteras, o a ser sumamente selectivos en la recepción de turismo o viajeros de negocios.
Desde hace unas semanas, España prorrogó hasta el próximo 31 de mayo la restricción temporal de viajes no imprescindibles desde trece países no pertenecientes a la Unión Europea (UE) ni asociados al espacio europeo Schengen, entre ellos Brasil, Colombia y Perú, por el impacto de la pandemia de coronavirus en sus territorios.
Brasil se ha convertido en el país con mayor número de contagios (16.5 millones) y mayor número de fallecimientos (más de 460 mil), sólo después de Estados Unidos con casi 660 mil.
Otros países también sufren gravemente los estragos de la pandemia, tanto en la salud de sus habitantes como en sus economías. La India, que durante 2020 prácticamente pasó desapercibida por el bajo número de contagios y fallecidos, ahora con la más reciente oleada del virus se ha convertido en el epicentro mundial de la pandemia, con 28 millones de contagios y más de 300 mil fallecimientos en un breve período de tiempo, debido a la agresividad y alta virulencia de esta nueva variante del coronavirus.
El crecimiento económico proyectado para 2021 tanto de la India como de algunos otros países es muy probable que tenga modificaciones ante rebrotes del virus, que obligarán a nuevos confinamientos y cierres de negocios no esenciales. Estos cierres tienen como consecuencia en este nuevo contexto no sólo la afectación económica, sino el gran malestar de la población, que se está manifestando en protestas sociales para exigir que no haya nuevos cierres y confinamientos que sigan minando aún más sus escasos recursos económicos; la debilidad de las economías luego del 2020 tiene en vilo la estabilidad política de una gran cantidad de países alrededor del mundo, tanto de los desarrollados como aquellos en vías de desarrollo.
Estas demandas y exigencias sociales pendientes por resolver vuelven a las calles en 2021, luego de que las protestas iniciadas en gran cantidad de países en 2019 –el año de las protestas sociales- se vieran interrumpidas por el conveniente confinamiento social por la pandemia del Covid-19, solo que ahora a estas se añade el factor de la crisis económica, pérdida de empleos, y hartazgo de la ciudadanía hacia sus gobiernos que han hecho poco o nada por solucionar los efectos de la fuerte recesión, que ha ampliado las desigualdades socio-económicas. Los únicos favorecidos ante la crisis económica global han sido las élites más ricas.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) informa que, en algunos países, la pandemia podría ocasionar una variación de más de 3 puntos porcentuales en el índice de Gini, que mide la desigualdad, en tanto que el número de personas que viven en la pobreza aumentará un 4,4% (28,7 millones más de personas) y se situará en el 34,7% de la población de la región (CEPAL, 2020). Esta situación obedece a diversos factores; entre ellos, a la pérdida generalizada de empleos mal remunerados y al hecho de que los trabajadores independientes del sector informal se han visto impedidos de realizar sus actividades económicas normales.
La persistencia de las condiciones estructurales que hacen de América Latina la región más desigual del mundo a menudo obedece a la capacidad de las élites de preservar las instituciones generadoras de desigualdad, aún durante los períodos democráticos caracterizados por grandes movilizaciones sociales (Rovira-Kaltwasser, 2018).
En el actual contexto mundial, recobra vigencia el antiguo concepto de “lucha de clases”, entendiéndolo como la lucha entre los explotadores y los explotados, la manifestación del carácter irreconciliable de los intereses de estas clases. La historia de todas las sociedades, con excepción de la del comunismo primitivo –cuando los clanes o tribus compartían entre todos los frutos de su trabajo colectivo-, es la historia de la lucha de clases. La lucha de clases es la fuerza motriz de la evolución histórica en la sociedad de clases.
Ante la pérdida de credibilidad y desconfianza en el modelo económico del capitalismo neoliberal, el resentimiento social se manifiesta en las calles y espacios públicos en la búsqueda común de soluciones contra la inequidad socio-económica. La actual lucha de clases es ahora entre los sectores mayoritarios que hoy son conscientes de sus frágiles condiciones de vida y las precursoras de estas, el modelo de producción imperante: el neofeudalismo esclavista.
MUNDO
Irán e Israel, el precio de la polarización sin mesura

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
En 1962, el mundo contuvo el aliento durante trece días. Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaron en el clímax de la Guerra Fría, cuando la instalación de misiles soviéticos en Cuba puso al planeta al borde de una guerra nuclear.
Lo que evitó la catástrofe no fue una superioridad militar ni un milagro diplomático. Fue algo mucho más básico: la prudencia. John F. Kennedy y Nikita Jrushchov, a pesar de ser enemigos ideológicos, entendieron que no había victoria posible en un conflicto total. Tuvieron miedo. Y ese miedo los hizo sensatos.
Hoy, más de seis décadas después, el mundo se asoma a una confrontación entre Irán e Israel que podría tener consecuencias igual de devastadoras, pero con una diferencia alarmante: el miedo ha sido sustituido por la arrogancia. En lugar de liderazgos sobrios y calculadores, tenemos figuras atrapadas en sus narrativas de fuerza, honor y venganza. Y el resultado es un escenario donde la guerra parece más deseable que la diplomacia, y donde el cálculo político ha sido sustituido por la polarización ideológica más brutal.
El reciente conflicto entre Irán e Israel ha escalado a niveles inéditos. En los últimos días, Irán lanzó más de 300 misiles y drones hacia territorio israelí, atacando ciudades como Tel Aviv, Haifa y Beersheba. Uno de los blancos fue el Soroka Medical Center, dejando al menos 40 heridos.
Israel respondió bombardeando instalaciones clave del programa nuclear iraní, como el reactor de Arak y centros de investigación en Teherán. No fue una escaramuza táctica, fue una declaración abierta de confrontación. Fue, como ha titulado un medio internacional, “una semana de guerra total”.
¿Por qué ha estallado esta violencia? La raíz es profunda y compleja, pero puede resumirse en dos factores: un conflicto histórico no resuelto y una polarización política sin precedentes. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha adoptado una postura frontal contra Israel, al que no reconoce como Estado legítimo.
Por su parte, Israel ha seguido una doctrina de seguridad nacional basada en la disuasión absoluta: impedir a toda costa que Irán obtenga capacidad nuclear. La desconfianza es mutua, histórica y, sobre todo, alimentada por liderazgos que se han construido a partir del antagonismo.
Lo que antes era una “guerra fría” regional, ahora es una confrontación abierta, con la agravante de que la comunidad internacional parece incapaz de contenerla. Estados Unidos ha condenado los ataques iraníes y considera una intervención directa si sus intereses son amenazados. Francia, Alemania y el Reino Unido han hecho llamados urgentes a la diplomacia. António Guterres, secretario general de la ONU, ha rogado por una desescalada. Pero mientras los diplomáticos emiten comunicados, los misiles siguen cayendo.
Este es el punto clave: en la Guerra Fría, a pesar del armamento nuclear y la tensión constante, existían mecanismos de contención. Había doctrina, había equilibrio, y sobre todo, había líderes conscientes del poder que tenían en sus manos. Hoy, en cambio, el tablero está dominado por personajes que gobiernan desde la polarización. En Israel, Netanyahu representa una derecha nacionalista que ha hecho del enemigo externo una parte esencial de su legitimidad. En Irán, el régimen teocrático radicaliza su discurso para mantener el control interno y proyectar fuerza en la región. Ambos operan desde trincheras ideológicas. Ninguno está dispuesto a ceder, porque ceder es visto como traición.
El gran peligro de este momento no es solo militar, es político. Estamos viendo cómo los liderazgos contemporáneos están dispuestos a jugar con fuego para sostener narrativas polarizadas. Ya no se trata de geopolítica, se trata de identidades. Ya no se trata de proteger ciudadanos, se trata de ganar guerras simbólicas.
Esa es la diferencia sustancial con la Guerra Fría: entonces, los actores principales sabían que había límites. Hoy, los límites son difusos, porque la polarización no admite grises. Se está con “nosotros” o con “ellos”. Punto.
Y esa lógica es profundamente peligrosa. Porque cuando el adversario se convierte en enemigo absoluto, cualquier medida se justifica. Cuando el discurso se basa en la eliminación del otro y no en la coexistencia, los puentes se dinamitan. La polarización no es una simple diferencia de opinión, es una maquinaria que deshumaniza y justifica la violencia.
Este conflicto entre Irán e Israel no se entiende sin reconocer ese trasfondo: los gobiernos de ambos países han alimentado durante años una narrativa excluyente, extremista y, en última instancia, suicida.
Pero esta polarización no se limita a los protagonistas directos. También se refleja en cómo el mundo reacciona. Hay países que justifican a Irán bajo el argumento de la lucha contra el imperialismo, y otros que justifican a Israel como único bastión democrático en Medio Oriente. El análisis se reduce a eslóganes. Se elige un bando y se defiende a ciegas, sin matices. Esta dinámica multiplica el conflicto. Lo alimenta. Lo hace más difícil de resolver.
La guerra, entonces, deja de ser el fracaso de la política, y se convierte en la política misma. Y eso es lo verdaderamente inquietante. En lugar de buscar formas de desactivar el conflicto, muchos gobiernos, medios y líderes de opinión lo encuadran como una batalla inevitable. Como si los pueblos no tuvieran otra opción que pelear hasta el final. Como si la diplomacia fuera una debilidad.
En este punto debemos hacernos una pregunta urgente: ¿qué se necesita para frenar esta locura? La respuesta no es sencilla, pero empieza por recuperar algo que hoy parece casi olvidado: la responsabilidad política. Necesitamos liderazgos que entiendan el peso de sus decisiones, que piensen más allá del próximo tuit, del siguiente ciclo electoral o del aplauso fácil. Líderes que hablen con sus adversarios, que acepten la legitimidad del otro y que asuman que la paz se construye, no se impone.
El conflicto entre Irán e Israel no será el último. Pero puede ser un punto de inflexión. Puede ser el momento en que la comunidad internacional entienda que la polarización mata. Que la guerra no siempre es evitable, pero que muchas veces es provocada por la arrogancia, la ceguera ideológica y la cobardía de no hablar. Y que cuando se cruza cierto umbral, no hay marcha atrás.
Kennedy y Jrushchov supieron contenerse porque sabían que no había ganadores en una guerra nuclear. Hoy, deberíamos recordarlo. Porque quizás lo que más falta hace en este siglo XXI no es más armamento, ni más poder, ni más sanciones. Lo que falta es mesura. Y, sobre todo, miedo. El miedo sano de quienes saben que, si no paran, todo puede desaparecer.
MUNDO
Israel vs Irán, los dilemas de Trump y Putin

Política Global, por Jorge López Portillo Basave //
Esta nota la escribí horas antes del bombardeo de Estados Unidos contra Irán del sábado. Los puntos son importantes porque muestran varias cosas en las que al final Trump confió para dar luz verde en la ventana de tiempo de la ONU y de Israel.
Trump pidió acuerdo y Putin pidió ser mediador, pero los líderes de Irán pensaron que no habría ataque. Incluso durante 60 días se trató de llegar a negociaciones.
El hijo del ex rey de Irán ha dicho que parece estar interesado en liderar una guerra interna para derrocar a la teocracia que gobierna el país del que él huyó de niño con su padre al exilio. EUA atacó 3 de los 7 sitios nucleares de Irán con 6 mega bombas y 30 misiles.
Habrá que ver si Israel destruyó los otros 4. Trump anunció el ataque en su cuenta de “Truth” cerrando con un llamado a regresar a la mesa de diplomacia que Irán dejó la semana antepasada cuando Israel empezó el ataque.
En las próximas horas veremos qué hacen los demás interesados directos e indirectos. Al final de su mensaje, flanqueado por el vicepresidente, quien fue militar, su secretario de Estado y su secretario de Defensa, quien también fue soldado en guerra, Trump, con una voz casi quebrantada, pidió cerrar el círculo de guerra, dio Gracias a sus soldados a Dios y pidió que Dios bendiga al Medio Oriente a Israel y a EUA.
De aquí en delante era mi reflexión antes del ataque… La historia de “errores” o pretextos de las potencias o francamente de cualquier poderoso para invadir o para aplacar a otros no es nada nuevo. Ni en el mundo, ni en los países, ni en las empresas.
La tensión entre Donald Trump, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y la ONU sobre la capacidad nuclear de Irán marca la agenda global. Según Israel y la ONU, Irán está a días de desarrollar una bomba nuclear, mientras los asesores de Trump estiman que tomaría menos de seis meses.
Irán, a diferencia de Saddam Hussein o Gadafi, insiste en no ceder su programa nuclear, lo que genera preocupación en Israel, Arabia Saudita y Estados Unidos, quienes argumentan que Irán siempre ha usado todo su arsenal, a diferencia de potencias como Rusia.
Recordando los años 80, muchos asociamos a los republicanos con la guerra debido a las afirmaciones de George W. Bush sobre las armas de destrucción masiva en Irak, que resultaron falsas. Sin embargo, los demócratas también cargan con el estigma de Vietnam en los 60 y 70. Conflictos como Irak y Afganistán, prolongados y costosos, han dejado cicatrices en ambos bandos políticos.
Trump, desde 2016, ha prometido evitar “guerras eternas”, un mensaje que resonó entre sus votantes. Sin embargo, la posibilidad de un conflicto con Irán pone en duda esa postura, generando críticas en redes sociales y dentro de su equipo de seguridad nacional, que rechaza intervenir en la guerra Israel-Irán.
Durante su primer mandato, Trump fue el primer presidente en décadas en no iniciar una guerra. Ahora, su decisión de respaldar o no a Israel contra Irán podría cambiar eso. Si Israel actúa solo, podría debilitar la influencia de EEUU como superpotencia; si interviene, arriesga alienar a países no alineados con el G7.
China y Rusia, aliados de Irán, no han mostrado apoyo militar claro. Se detectaron aviones chinos rumbo a Irán, posiblemente para evacuaciones, no para combate. La falta de apoyo explícito de Pekín y Moscú complica la posición iraní.
El precedente de Irak preocupa al equipo de Trump. Bush fue criticado por actuar con información errónea, y ahora Trump, ignorando a sus asesores, parece alinearse con Israel y la ONU, que acusan a Irán de violar acuerdos nucleares. Israel y Estados Unidos. aseguran que su conflicto es con el régimen teocrático iraní, liderado por el ayatolá Ali Khamenei, no con su pueblo. Este régimen, que asumió el poder tras la revolución de 1979 que derrocó al sha Mohammad Reza Pahlavi, ha patrocinado terrorismo contra EE.UU., Israel, Arabia Saudita y Egipto, según sus críticos.
Khamenei, de 86 años, heredó el liderazgo de su padre, Ruhollah Khomeini, tras la revolución que mezcló socialismo y teocracia, sumiendo a Irán en la pobreza pese a su histórica riqueza. Una nueva revolución podría exiliar a la familia Khamenei, como ocurrió con el Sha. Trump enfrenta un dilema: Rusia y China no apoyan activamente a Irán, pero buscan beneficios en Ucrania y otras áreas. En EE. UU., la oposición a una guerra es fuerte, pero el rechazo a un Irán nuclear liderado por fundamentalistas es aún mayor.
Irán posee casi 3 mil misiles, incluidos intercontinentales, capaces de alcanzar Europa o EE.UU. con cabezas nucleares. Aunque su programa nuclear se justifica como energético, su capacidad para enriquecer uranio a niveles armamentísticos es innegable.
En la guerra actual con Israel, Irán ha perdido radares y lanzadores de misiles, debilitando su defensa. Trump y los líderes no fundamentalistas de Oriente Medio insisten en que Irán no puede tener armas nucleares, violando el Tratado de No Proliferación Nuclear.
Trump también enfrenta un dilema económico. Una guerra con Irán, productor clave de petróleo, podría disparar los precios, desestabilizando la economía global y su gestión, que ha logrado reducir la inflación. Perder el Congreso en 2026 podría incluso exponerlo a riesgos legales. Mientras, la izquierda estadounidense busca recuperar terreno, y en Nueva York, el alcalde demócrata moderado enfrenta oposición interna por alinearse con Trump.
Israel busca no solo neutralizar la amenaza nuclear, sino un cambio de régimen en Irán. Trump ofreció desarrollo económico a cambio de abandonar el programa nuclear, pero Khamenei insiste en mantenerlo, desafiando a EEUU. Europa teme protestas de sus comunidades musulmanas, mientras China y Rusia permanecen al margen.
La ONU e Israel advierten que Irán está a días de la bomba; los asesores de Trump dicen meses. El desenlace determinará si el club nuclear, con nueve miembros, crece en un mundo ya tenso.
MUNDO
Irremisible psicosis política

Desde los Campos del Poder, por Benjamín Mora Gómez //
No hay adverbio más grave y duro que «irremisiblemente» que se refiere un estado que ocurre sin posibilidad de remisión o perdón; esto implica una condena definitiva… para siempre… sin retorno.
Quien no aspira a ser feliz, sin duda se condena a vivir frustrado y arrepentido. Nacimos para ser valientes y seguros en pos del bien y el éxito ante los retos del mundo. La vida es cambio continuo y permanente, y su esencia más elevada es la capacidad humana de tener experiencias conscientes que nos llevan a elevarnos sobre nosotros mismos, es decir, a potenciar nuestra capacidad de pensar, sentir, amar, anhelar, aprender, experimentar, crear, definir y ser mejores personas en una realidad que nos define a partir del desarrollo de los dones recibidos en regalo con nuestras vidas. Albert Einstein destacó como las cuatro claves de una vida feliz a la curiosidad, la simplicidad, la imaginación y el propósito.
Aprendí, de uno de mis maestros en la Facultad de Psicología en la UNAM, Abraham Foster, que un buen terapeuta del alma escucha lo que el paciente calla. En política sucede lo mismo, hay que saber leer entre líneas para entenderla y ejercerla con éxito.
Me resulta difícil aceptar que Trump dejara Kananaskis, Canadá, durante la cumbre del G7, para volver a su oficina y “atender un supuesto estado de emergencia en el conflicto entre Israel e Irán”, pues cualquier determinación que pudiera o debiera tomar el presidente norteamericano la podría hacer desde Kananaskis, Maralago o durante el vuelo en el Air Force One. Él, como cualquier jefe de Estado, es un ser 24/7.
Donald Trump debería recordar que “su presencia y el estar preparado para aportar valor resolutivo a toda situación determinada” es el fundamento de su poder. La presencia del presidente norteamericano en el G7 es un meta-valor al que jamás debió renunciar. Este es, sobre todo propósito, el paradigma político que debió cuidar.
A nivel global, el retiro de Donald Trump del encuentro, los trabajos y los acuerdos del G7, en Kananaskis, Canadá, podrían marcar el final del liderazgo norteamericano como hasta hoy lo hemos entendido y se nos ha impuesto. Según diversos analistas, Trump se vio rebasado por los demás líderes del G7 y decidió irse a casa con su balón; no resistió verse doblegado. Pagó sus excesos presidenciales de pleitearse con todo cuanto quiso y pudo. Ahora, el mundo sabe que el G7 puede asumir grandes y trascendentes decisiones sin tomar en cuenta al presidente de EEUU.
En EEUU, crecen en miles los ciudadanos que se levantan en contra del presidente Trump. Las protestas en su contra se multiplican. Aún podríamos vernos sorprendidos por la democracia norteamericana y su división de poderes. Nuestra democracia, en cambio, ha sido herida de muerte por los excesos de Sheinbaum y López.
Quienes se ufanan de que Claudia Sheinbaum no se pudiera reunir con Donald Trump en el G7, debieran cambiar su perspectiva. No la admiro ni la acepto como presidente de mi México muy amado, pero tampoco me alegran sus resbalones. Sheinbaum ha resuelto ser distinta de López Obrador en materia de diplomacia y presencia global de México; lo aplaudo y agradezco.
Al obispo Onésimo Cepeda, su mamá le dijo: “Calladito te ves más bonito”. Se me enseñó que debemos cuidar nuestras palabras por si tenemos que tragarlas. Arnold Schwarzenegger (migrante austriaco) señaló (19 de junio de 2025) a los migrantes como “poco inteligentes” y les pidió comportarse… ¡vaya tiro en su propio pie!
La vida privada de Schwarzenegger ha sido de todo, menos ejemplar. Tuvo muchos éxitos, pero también grandes fracasos. Recuerdo que, durante su campaña para gobernador de California, Schwarzenegger fue acusado haber acosado y tocado sexualmente a más de una docena de mujeres en varios años, lo que vagamente admitió y solo pidió perdón a quién hubiera ofendido; también se sabe que tuvo a Mildred Patricia Baena como su amante, una latina.
Es común hablar de quiénes, subiéndose en un tabique de poder, deliran, se marean y caen. Sabemos de muchos en cosas de poder y gobierno, que sufren de psicosis, viviendo fuera de la realidad, creyendo ser quiénes no son y escuchando o viendo cosas que no existen.
Entre las causas de ese estado de psicosis política está la pérdida de su función cerebral, afectando la memoria, el pensamiento, el lenguaje, el juicio y el comportamiento. Sin exagerar, no hay peor desgracia para un pueblo que tener a un gobernante psicótico… que, por desgracia, es más que frecuente.
La estupidez humana es siempre evidente. Desde una grave incapacidad objetiva de juicio, el expresidente Andrés Manuel López Obrador se convenció de que su proyecto de nación estuvo detenido por los atrevidos resolutivos de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que declararon inconstitucionales a muchas de sus iniciativas, negándose a aceptar que el mal estuviera en su sobrada soberbia y estupidez en proyectos como su aeropuerto Felipe Ángeles, refinería de Dos Bocas, Tren Maya y muchas obras más.
A López Obrador le estorbó la vocación libertaria de un pueblo ávido de ocupar el sitio que le corresponde en una real democracia, elegir, y se creyó ser el centro de la historia nacional mexicana. Para AMLO, nuestras tres primeras ¿transformaciones? (Independencia, Reforma y Revolución) solo prepararon el destino de México para su Cuarta Transformación que a él tocaba iniciar.
Es tal su ego que nos legó el segundo piso de su locura para que, desde ya, tras cada nuevo gobierno de Morena, el destino de México creciera hasta el Ilhuícatl-Omeyocán, es decir, el decimotercer estrato celeste, el más elevado, según la cosmogonía mexica. Con todo, lo peligroso de cualquier gobernante no es solo cuando contagian al pueblo de su irrealidad, sino cuando se autoproclaman redentores de males que solo existen en sus delirios.
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