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NACIONALES

El frustrado experimento de Claudio X. González: De la democracia o la ilusión de la libre elección

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Desde los campos del poder, por Benjamín Mora Gómez //

Aprendí que una buena decisión se toma desde un correcto proceso de reflexión y de discernimiento entre lo bueno sobre lo malo, entre lo mejor sobre lo bueno, entre lo óptimo sobre lo mejor, y entre los trascendente sobre los óptimo. Discernir no es, necesariamente, diferenciar entre dos oponentes sino, idealmente, entre dos opciones positivas. Por ello, las ocurrencias no ayudan a que lo deseable ocurra.

Aprendí, siendo joven, que toda acción exitosa empieza con una decisión bien informada en el momento correcto y justo, en el lugar debido y con la gente propicia y amada. Asimismo, que un buen día inicia con la decisión de levantarnos, agradeciendo el vivir con el firme propósito de lograr, con éxito, todo lo que, desde el día o días anteriores, nos habíamos propuesto y planeado, utilizando con responsabilidad nuestras inteligencias, personalidades y circunstancias cambiantes, creándolas o haciéndolas propicias. La otra decisión posible sería ignorar aquellos propósitos y quedarnos en cama en espera de un milagro. Esto es degradante y miserable porque corroe la lucidez y condena a nuestra vida a un mal destino.

Claudio X. González, un empresario metido a mecenas de la oposición, supo imponer su novatez política a los experimentados dirigentes del PAN, PRI y PRD, Marko Cortés, Alito Moreno y Jesús Zambrano, respectivamente, y Xóchitl Gálvez logró vencer [¿…?] a Santiago Creel, José Ángel Gurría, Ildefonso Guajardo, Enrique de la Madrid y Beatriz Paredes… con la presión de una sociedad civil muy fifí y de los medios masivos ávidos de noticias casi hepáticas, por amarillas y enfermas. Lo demás es la historia de un fracaso, de una derrota anunciada.

De camino hacia las más recientes elecciones federales, todos sabíamos que López Obrador traía el sartén del poder en la mano; mientras, algunos millones, siempre en minoría e ingenuamente, soñaban, soñábamos, con cambiar nuestro destino personal y de México. Entonces, de la nada, surgió Xóchitl Gálvez porque fue a Palacio Nacional a exigir un espacio mañanero para decir su verdad… no se le abrió y se volvió símbolo de la resistencia anti-pejista. Mayor mérito no tenía Xóchitl Gálvez para soñarse en la presidencia de la República.

El papel de todo dirigente de partido y de todo candidato es ser facilitadores de la expresión de las emociones de sus correligionarios y ser constructores de las esperanzas ciudadanas en todo aquello que les duele, separa de los beneficios del progreso como nación y patria, y su desarrollo, y de aquello que los detiene en sus vidas. Cuando se niega la realidad, ésta hace sus travesuras y nos enseña y se ensaña.

En casos como Jalisco, en el Revolucionario Institucional, por ejemplo, los imberbes de la política compraron asesorías y cursos rápidos de procesos electorales sin ocuparse, con tiempo, de construir las estructuras institucionales sostenibles y sólidas, responsables y comprometidas. Se renovaron los comités municipales y distritales con puros incondicionales de la entonces presidente Laura Haro. No hubo, en aquel proceso interno, un diagnóstico que la problemática diferenciada y específica, profunda y clara, de cada municipio y región que le diera al PRI, banderas que enarbolar. Hoy, tras la derrota, el PRI en Jalisco no tendrá los fondos suficientes para mantener, quizá, ni siquiera su gran edificio. En la derrota lleva la penitencia. Tras la derrota, en el PRI de Jalisco, se dijo: “Aquí nadie se da por vencido”. Curiosa negación de una realidad. La esquizofrenia en política es más que peligrosa. Hubo un tiempo en el que el general vencido en batalla, entregada su espada al vencedor; había honor al reconocerse derrotado.

En el PAN, el PRI y el PRD sabían que Xóchitl Gálvez perdería, pero la necesitaban para contender para ganar escaños legislativos, alguna gubernatura y varias presidencias municipales; el asunto era seguir vivos… sentirse vivos. El sesgo cognitivo estaba trabajando desde el auto engaño de una sociedad civil NO organizada y la confabulación de tres dirigentes de partidos políticos ya degradados, y, claro, de una candidata ingenuamente esperanzada.

En México, al tomar un cargo de elección, o por nombramiento, se protesta que, si se cumple, la nación nos lo reconocerá, y si no, que nos los demandará. Sin embargo, en México, a nadie que haya fallado o mentido desde algo público, la nación se lo ha demandado. Esta realidad es ese algo que destruye las más mínimas expectativas en la democracia y que, por desgracia, se mantiene por la cobardía legislativa mexicana de darnos esa vía ciudadana de demandar la mentira y el engaño de las campañas electorales y por la falta de voluntad en el cumplimiento de promesas.

Gurús del poder, los tres presidentes de los partidos supieron no ahogarse en medio de un mar revuelto y un clima político torrencial… buscaron sobrevivir, aunque el barco de México se hundiera; ese era el propósito. Había que explotar el temor y el odio ciudadano opositor, y el sarcasmo esperanzador de los memes pueriles. Del otro lado, la burla morenista demostró su miserable entraña. Todo fue perverso.

Hace años escribí: “La democracia, desde voces reflexivas y críticas, es más”. Hoy, lo reitero. A medida en que maduramos, entendemos el porqué de las cosas. Al nacer, todos necesitamos de quién nos proteja y ayude a ser. Más tarde, la vida nos pone, cuando hemos madurado con bien y hacia el bien, en el lugar de quien ayuda, no de quien necesita ayuda, y nos da la capacidad de la bondad, la compasión y la solidaridad. Cuando ayudamos con éxito, no creamos dependencias y sí formamos para la libertad.

Hoy, los presidentes de los partidos derrotados se niegan a profundizar en las causas de la parálisis electoral que se tuvo al final de proceso, cuando fueron encapaces de atraer los suficientes votantes y representantes de Xóchitl Gálvez en cada casilla electoral. Los ciudadanos, sin partido, quisieron darse una candidata alejada de los partidos políticos, pero se negaron a defender sus propios votos, apuntándose como representantes de Xóchitl Gálvez en las casillas electorales. La política es algo demasiado serio e importante para dejarlo en manos de los políticos y menos en las banalidades de los improvisados. Las elecciones no se definen en las charlas de café ni en las sobremesas en casa.

La democracia es la mejor manera en que nos permitimos elegir a quién se sabe poner en los zapatos del pueblo y caminar con aquellos para sentir en dónde aprietan y dónde incomodan. Más aun, el elegido debería ser quien dará al pueblo nuevos zapatos, arreglará los caminos que cruzará y animará hacia nuevos destinos. Un buen líder debería primero aquel hombre o mujer de bien que merezca ser ejemplo a seguir y no quien busque perpetuarse en el poder pues sabe que éste, cuando se obsesiona, pervierte y maldice.

La experiencia en el ejercicio del poder y las cosas de la real politik no viene en cursos rápidos aun recibiendo certificaciones. Las catarsis o quejas post electorales de los dirigentes de los partidos y los candidatos derrotados dan cuentas de sus culpas negadas y sus proyecciones autocomplacientes hacia aquellos que ellos mismos restringieron o vilipendiaron dentro de sus correligionarios. Desde la ignorancia desesperante, los derrotados pretenden vendernos humos de adrede, esperando que en sus tinieblas se difuminen sus culpas y responsabilidades, insisto, negadas.

La improvisación, desde el arrebato, y la indecisión, por temores, no tienen rumbo, pero si destinos que, en la mayoría de las veces, sueles ser desastrosos o, simplemente, indeseables.

Los dueños de la experiencia en el ejercicio real del poder político tenían necesidad de embarcarse en una elección presidencial de vida o muerte, ávida de los profesionales electorales para transitar, con mediano éxito y suficientes resultados, en un mar de incertidumbres y dudas. Los dirigentes de aquellos partidos políticos, anticipando la derrota, aseguraron sus escaños como plurinominales. Dirían en Michoacán: “Eran guarines, pero bien se fijaron”.

Nadie está obligado a lo imposible, pero todos lo estamos a la verdad. Decidimos sobre la base de nuestra experiencia y de nuestros grupos de identidad que nos hacen valorar y predecir los resultados en nuestra vida y en nuestros valores identitarios. A nadie nos gusta jugar a la ruleta rusa, aunque, aceptémoslo, la vida diaria nos exige dar saltos de fe en lo personal, lo familiar, lo comunitario y lo público, aunque nada nos garantiza ni el éxito ni el fracaso sobre nuestra suposiciones y decisiones.

No sé si Xóchitl Gálvez se la creyó, pero sí que, advirtiendo su derrota, se atrevió a mentir y engañar diciéndonos que ya había alcanzado a Claudia Sheinbaum y la rebasaría. El 2 de junio, la verdad se impuso y su derrota se cumplió. Si, reconozco que fue una elección inequitativa, de mil ilegalidades, amañada y de Estado, muy tramposa, con urnas llenas de votos con un solo color, pero ello lo sabíamos todos, en especial los presidentes de los partidos de oposición y la propia Xóchitl, y nada se hizo para detenerla. “La culpa no fue del padrino sino de quién lo hizo compadre”. La derrota está en el destino de quienes carecen de la primera virtud de un gran líder: Empatizar emocionalmente con los suyos y los NO suyos, y de la segunda, prepararse para la batalla final, aquella en la que se decide quién gana y quién es derrotado: El domingo electoral, movilizando a sus bases electorales y cuidando las manos del oponente para que no llene la urna con boletas no reclamadas por los ciudadanos registrados en cada casilla en que se abstuvieron de votar.

Para avanzar en la vida, una de las habilidades más importantes es saber tomar decisiones. En éstas hay de dos tipos, las reversibles y las irreversibles. A las primeras es fácil asumirlas porque hay manera de aprender y dar marcha atrás para corregirlas; en las segundas, el temor crece pues no hay manera de volver atrás pues son, evidentemente, definitivas.

Peter Drucker nos lo dijo: “La mejor manera de predecir el futuro es creándolo”, y, por consecuencia, la peor manera de llegar al futuro es ignorándonos como sus obligados constructores.

Platón nos dijo: “Buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro”. ¡Considerémoslo!

Se perdió porque imberbes, como Claudio X. González, tóxicos del poder, se impusieron a los ciudadanos y, en los partidos, a la experiencia práctica de políticos de cepa.

Tras el proceso electoral mexicano reciente, ha llegado el momento de preguntarnos sobre nuestra real libertad de elegir, con aquellas dos posibilidades de reversibilidad e irreversibilidad, en las cosas del poder político y de gobierno, del legislativo y del judicial… en otras palabras, de la viabilidad real de la democracia como el culmen de decisiones objetivas, responsables y bien informadas, no alteradas por la tendencia -evidente- de los beneficiados de mentirnos y engañarnos sobre sí mismos y sobre los otros, y, sobre todo, de sus responsabilidades, compromisos y garantías de cumplimiento. El asunto de fondo a resolver es saber cuándo somos dueños de nuestras decisiones electorales y cuándo éstas son condicionadas por creencias no fundamentadas ni fundamentales para nuestras vidas, y sobre la incredulidad hacia los políticos que ya es parte del imaginario colectivo. Hablo de los sesgos cognitivos que quizá expliquen al abstencionismo electoral.

Un proceso electoral dirigido desde la inexperiencia y sin una dirección contundente y bien planificada es como un barco sin capitán ni timón ni rumbo en medio de un huracán… el naufragio es inevitable y, por ello, el destino de México hoy pareciera ser de condena sexenal.

Una vez leí: “Donde hay esperanza, hay fe; donde hay fe, suceden milagros”, pero los milagros, Dios los reserva a quién sabrá hacer buen uso de ellos y no malgastará. Las mentiras electorales son las ladronas de nuestra fe democrática y por ello no hay milagros políticos, económicos y sociales que transformen a México ni la vida de los millones de marginados y empobrecidos.

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ENTREVISTAS

Francisco Reséndiz Neri, candidato a juez de distrito: Juzgar con pasión, servir con independencia

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Por Francisco Junco //

“Quiero seguir siendo juez porque es mi vocación y mi pasión. No busco poder, sino servir”, afirma con convicción Francisco Reséndiz Neri, Juez Séptimo de Distrito en Jalisco, mientras enfrenta un proceso inédito en México: la elección popular de jueces el 1 de junio de 2025.

Con más de 20 años en el Poder Judicial y nueve como titular en materia penal, Reséndiz, identificado con el número 25, defiende su trayectoria y su amor por los derechos humanos como su principal carta de presentación.

Un camino desde abajo

Reséndiz comenzó en los escalones más bajos del sistema judicial, como meritorio, haciendo copias y aprendiendo desde la base. Su carrera incluye roles como actuario penal, secretario del Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, y juez federal en materia de cateos y arraigos en la Ciudad de México, hasta llegar a la titularidad del Juzgado Séptimo de Distrito.

“Me mueve, el hecho de que creo que esto tiene que mejorar en la selección y que se requerirán personas de experiencia, personas independientes, que contribuyan a que subsista lo que es propiamente la división de poderes, la democracia como la conocemos actualmente, porque la defensa más cercana que tiene el ciudadano y todas las personas contra cualquier acto arbitrario, es precisamente el juicio de amparo, único en el mundo que permite anular cualquier acto”, señala, destacando su compromiso con la división de poderes y la democracia.

Retos de una elección sin precedentes

En entrevista con Conciencia Pública, Reséndiz aborda con franqueza los desafíos de esta elección. “Será difícil que la gente vote con cientos de nombres en una boleta, sin partidos ni propuestas tangibles”, admite. Reconoce riesgos, como la posible influencia de poderes fácticos, incluido el crimen organizado, pero insiste en que la solución es simple: “Apegarse a la ley, al caso concreto y a la Constitución”. Su experiencia, dice, es su escudo contra presiones externas.

Dilemas judiciales

Francisco Reséndiz Neri reconoce que uno de los grandes dilemas actuales en la labor jurisdiccional es la falta de una postura clara de la Suprema Corte respecto a la jerarquía entre los tratados internacionales y la Constitución.

“Muchos jueces, actuando de manera fundada, han establecido que debe prevalecer el tratado sobre la Constitución en ciertos casos, especialmente cuando se trata de derechos humanos”, explica. Sin embargo, esa práctica ha generado reacciones del poder legislativo, que habla de afectaciones a la soberanía nacional. “El problema es que cuando un juez aplica el tratado por encima de la Constitución, aunque sea para proteger derechos humanos, puede ser señalado o etiquetado, y eso no debería pasar”, señala.

Una justicia humana y equitativa

Cuenta cómo, en un caso de abuso sexual contra un menor, “coincidía la edad con la de mi hija. Estás tentado a echarle más cosas, pero no puedes. Tienes que ser objetivo. No puedes decidir por lo que sientes” y reafirmó que la objetividad no lo aleja de la empatía, “hay que ponerse en los zapatos de los otros. Todos tienen un proyecto de vida, todos merecen respeto”.

Propuestas claras

¿Por qué votar por él? Reséndiz enumera tres razones:

“Quiero que votes por mí porque tienes derecho a una persona capacitada. Quiero que votes por mí porque tienes derecho a una persona que ha administrado justicia y que tiene noción de lo que es o son los actos injustos. Y, tres, quiero que votes por mí porque siempre dialogaré por la protección de los derechos de las personas. Esa es mi directriz”, subraya.

Deuda histórica con las víctimas

Para Reséndiz Neri, el sistema penal mexicano tiene una deuda histórica con las víctimas, “el sistema ha privilegiado la forma sobre el fondo”, lamenta. Y pone un ejemplo elocuente, “no es lo mismo liberar a alguien porque no se leyó un derecho a tiempo, que porque no se comprobó su responsabilidad. Hay que cuidar las formas, sí, pero sin perder de vista la justicia de fondo”, apunta. Desde esa visión, Francisco Reséndiz cree necesario revisar la legislación para que no se convierta en un laberinto que sirva como impunidad.

El juez habla con firmeza sobre temas que no todos tocan con tanta claridad, por ejemplo, aseguró que la diversidad llegó para quedarse. “No puede haber discriminación por preferencia sexual, por origen étnico o por discapacidad. Es una deuda histórica que tenemos con los grupos vulnerables”. Defiende los protocolos para juzgar con perspectiva de género, y asegura que su compromiso es procurar una justicia que no sólo sea formalmente igual, sino sustantivamente justa.

En un México donde la desconfianza hacia las instituciones prevalece, Reséndiz ofrece su trayectoria: nueve años como titular del Juzgado Séptimo de Distrito y una carrera forjada en la experiencia.

En la inédita elección de jueces del 1 de junio de 2025, lamenta no poder prometer resultados tangibles como un político que ofrece obras públicas. “Solo prometo proteger los derechos de quienes lleguen a mi juzgado, porque así lo manda la Constitución”, asegura con convicción. “No lo hago por poder, sino por deber”.

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CARTÓN POLÍTICO

Herida abierta

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NACIONALES

Daniel Cosío Villegas y el dominio presidencial

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

Muy certero el dicho aquel de “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”.

Daniel Cosío Villegas, historiador, economista, catedrático, intelectual reconocido por tirios y troyanos, escribió varios libros que dieron luz para comprender cómo se hizo y cómo funcionó el Sistema Político Mexicano, confeccionado por revolucionarios, entre los que sobresalen, Álvaro Obregón, Venustiano Carranza, Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y otros.

Don Daniel Cosío Villegas, quien tuvo que aclarar la mentirijilla que propagó de haber nacido en Colima, en 1900, cuando en verdad nació en la Ciudad de México en 1898, estableció en varios de sus libros, ensayos y textos, que México vivió alrededor de 70 años un sistema autoritario, presidencial y con un partido dominante.

Habrá que estar muy atentos a lo escrito por este sociólogo y diplomático que desnudó y encabritó a no pocos miembros de la élite que gobernó nuestro país desde que la Revolución se bajó del caballo hasta que llegó Fox con sus botas piteadas.

Don Daniel consideró que los poderes metaconstitucionales, de por sí concesionados en la Magna Carta de 1917, motivaron la Centralización del Poder en los rubros de política, economía y geografía. Esta concentración fue perversa, centralista y castrante para el resto de las entidades de la República. Tiempos hubo que en política “no se movía una hoja del árbol” sin la aprobación del Presidente de la República (así con mayúsculas) porque su poder era inmenso, total y arbitrario.

La subordinación de las autoridades municipales, estatales, así como de los poderes Legislativo y Judicial, al omnímodo poder presidencial se tornó, incluso, patético, absurdo y kafkiano.

El presidente priista en turno era un dios sexenal, que hacía y deshacía según su voluntad, su ánimo y sus intereses personales y de grupo. ¡Ay de aquél o aquellos que osaran ir en contra de la voluntad del todopoderoso presidente! Le esperaba cárcel, muerte política o… de veras.

Con esas condicionantes se canceló así la actividad política como factor de movilidad social; brilló la ausencia de un programa político claro y se apoderó del poder el oportunismo descarado y descarnado de las huestes “hienas” que pululan siempre buscando la carroña que dejan los “leones” de la grilla.

Un factor más fue el partido único, mediante el cual se legitimaron los cambios sexenales para aparentar la democracia hacia afuera, hacia los observadores mundiales. Mientras se mostraba esa falsa careta democrática al interior del partidazo y de otros partidos paleros, se practicaba la sumisión total al detentador del poder político.

Don Daniel Cosío Villegas publicó en 1972, bajo el auspicio de la Universidad de Texas, su ensayo “El sistema político mexicano, las posibilidades de cambio”.

Estableció que la creación del Partido Nacional Revolucionario, ideado en 1920, pero nacido hasta 1929, fue creado para eliminar el caudillismo de los neopolíticos postrevolucionarios, la mayoría hombres de armas, y así disminuir la violencia. Esto generó la “pax post revolución”, con el beneficio de sentar bases sólidas de la economía y algunos programas con objetivos sociales.

Octavio Paz, premio Nóbel de Literatura, solía decir que Cosío Villegas, “nos hizo conscientes de la dignidad humana”. Cosío Villegas fue director de la Escuela de Economía de la UNAM en 1933. Fue el primer director del Fondo de Cultura Económica, de 1934 a 1948 y presidente del Colegio de México de 1957 a 1963. Justamente don Daniel, siendo diplomático en Portugal, sugirió al entonces presidente Lázaro Cárdenas del Río, traer a México a los intelectuales españoles perseguidos por Francisco Franco por su afán republicano.

Ellos, los refugiados españoles fundaron la Casa de España, a la postre convertida en el Colegio de México. En 1943 el presidente Manuel Ávila Camacho aprueba y se crea el Colegio Nacional. Entre sus iniciadores está don Daniel Cosío Villegas y los jaliscienses, José Clemente Orozco, Enrique González Martínez, Mariano Azuela, acompañados por Manuel Sandoval Vallarta, Carlos Chávez, Alfonso Reyes, Alfonso y Antonio Caso, Ignacio Ochoterena, Diego Rivera, José Vasconcelos e Ignacio Chávez.

Cosío Villegas estableció que “el dominio presidencial mata todo espíritu cívico y convierte la vida política del país en una farsa profundamente aburrida”.

A este gran pensador mexicano se le consideró un liberal constitucionalista. Sus palabras parecieran resonar en estos tiempos de regresión al tiempo en que el sistema político mexicano se regía por el autoritarismo, la descalificación de los adversarios, la sumisión de los poderes, la compra de voluntades, el absolutismo y totalitarismo encarnado en un partido único al servicio del presidente en turno.

 

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