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OPINIÓN

Los otros datos

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Cien mil personas, según cifras oficiales, se dieron cita en la plancha del zócalo capitalino para celebrar el aniversario del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y su partido. El festejo derivó en un peculiar informe en el cual se expusieron los famosos “otros datos”, que ha venido anteponiendo el presidente ante las críticas y opiniones de quienes considera sus adversarios por pensar y tener un punto de vista diferente al de él. Sin embargo lo destacable no son los datos, sino el tono y la radicalidad del discurso y sobre todo, el exitoso instrumento de comunicación política que resultó ser.

El contenido fue un resumen de las conferencias mañaneras y por ello no aporta nada novedoso, en cambio marcó la agenda de la discusión pública y pasaron a segundo plano, el conflicto con la Comisión Nacional de los Derechos humanos, la fallida licitación de la compra consolidada de medicinas, el conflicto con el sector privado por el arbitraje internacional de los contratos de los gasoductos, la falta de permisos para las obras señeras de esta administración y un etcétera de asuntos que bordean por la ilegalidad o la insuficiencia de datos y explicaciones más allá de la voluntad del gobernante.

Dicen que no hay nada más arrogante que la victoria y tal fue el sentido del discurso presidencial. Una alocución para su masa de fieles seguidores ensoberbecidos aún por su victoria y una ya no velada amenaza para sus adversarios, conservadores fifís y emisarios del antiguo régimen, del cual ha manifestado no quedará nada.

Esta amenaza es paradójica. En la enumeración de sus logros hizo énfasis en la estabilidad macroeconómica, en la fortaleza del peso y en las finanzas sanas de la administración pública. Sin embargo no dijo que esto es posible por la aplicación de las mismas recetas neoliberales que habían venido ejecutándose con Felipe Calderón y con Enrique Peña Nieto, y que han conservado los integrantes moderados de su gabinete.

Es plausible su firme decisión de hacer un gobierno austero y acabar con privilegios, así como el combate a la corrupción. Nadie puede estar en contra de eso, es un diagnóstico compartido por la sociedad, no obstante, esta misma sociedad se divide cuando este combate se fundamenta en informaciones frívolas, lugares comunes en el discurso sin un análisis de fondo de cada circunstancia en particular. Las conferencias mañaneras ponen agenda diferente cada día y dejan más dudas que certezas generando un amplio horizonte de incertidumbre.

El desmantelamiento de instituciones y programas sociales, creadas por lo que han llamado el antiguo régimen, está dejando un vacío evidente en cuanto a la acción programática e institucionalizada del Estado mexicano, para dar paso a la personalización de los apoyos. Para compensar esto, solo existen promesas. Tenemos que creer que los beneficiarios de las instalaciones de salud y el seguro popular, los que no tienen acceso a la seguridad social, serán ahora atendidos por un sistema universal de salud, del cual no hay ni tan siquiera un diseño estructural. Se tiene que creer también que la integralidad de programas como Prospera, que además de dinero daba atención nutricional, apoyos para pequeños negocios será sustituida eficientemente por una Secretaría del Bienestar de la cual aún se desconoce su nueva estructura y programas, más allá de los Servidores de la Nación, un ejército de 18 mil personas encargados de “levantar censos”, asignados a dicha Secretaría pero coordinados desde la oficina de la Presidencia. Y podríamos seguir con estancias infantiles sustituidas por abuelos, oficinas de promoción turística y de comercio internacional cuyas funciones serán cubiertas por mal pagadas misiones diplomáticas.

Hay muchas dudas sobre la institucionalidad del “nuevo régimen” y sus métodos para cumplir el discurso triunfalista de López Obrador. No se duda de la legitimidad y razón de sus acciones, sino de la capacidad orgánica para hacer una transición radical como la que festinó en su discurso del 1 de julio. Siete meses de gobierno han dejado claro que va por una transformación profunda de la administración. Fiel a su expresión de que “por el bien de México, primero los pobres”, se han multiplicado las ayudas económicas a sectores vulnerables, sin embargo, deja mucho que desear en cuanto a la existencia de una política que aliente el crecimiento económico y favorezca el sostenimiento de una clase media productiva y aspiracional que forma una gran parte de nuestra sociedad. El Plan Nacional de Desarrollo es omiso y suena más a discurso que a proyecto. Los otros datos tienden a negar una realidad económica con perspectiva negativa y no se encuentra en el discurso de celebración nada al respecto, solo una gran arrogancia y a dar por hecho un cambio que intentan construir sin un mapa de ruta. Ojalá que esta vehemencia no nos lleve al extravío.

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