NACIONALES
Condenan al estancamiento a un sector del magisterio

Metástasis, por Flavio Mendoza //
La promoción magisterial ha condenado a un sector del magisterio al estancamiento, desde el proceso pasado con la anterior reforma, hasta la actualidad en la que se supone se reivindicaría la figura del magisterio, pero no sólo olvidaron la promesa, sino que además han complicado aún más el que los docentes aspiren a mejorar sus condiciones de vida.
Muy complejas estas líneas si nos remitimos al contexto actual donde el presidente de México parece estar abriendo un nuevo frente de batalla contra los aspiracionistas, el sector al que pertenece la clase magisterial, los que pagan impuestos, pero además los que han promovido permanentemente la superación integral a partir del conocimiento, su propia aspiración de crecimiento profesional se fundamenta en mayor conocimiento y desempeño, lo que parece ser despreciado por el presidente AMLO.
Hay miles de docentes que ingresaron hace años al Sistema Educativo, por el medio que fuere, pero cumpliendo lo que en el momento se establecía como requisito, durante años en el desempeño de su función se han actualizado, superado e incluso evaluado demostrando que se han vuelto expertos en la función docente que desempeñan. Es el nivel de Secundaria donde existe el mayor número de casos mencionados. Maestros de diferente materia quienes ingresaron al sistema educativo con una licenciatura diferente a la especialidad que imparten aunque compatible por el área de formación profesional, a todos les han afectado al impedirles que puedan concursar por mejorar sus ingresos, por incrementar su carga horaria de base o incluso para promoverse jerárquicamente para directores o supervisores.
La Secretaría de Educación Pública ha ignorado la petición y reclamo de miles de docentes en esta condición, incluso docentes que ya han sido evaluados y demostraron excelencia profesional ocupando los primeros lugares, el Estado Mexicano en lugar de reconocerles con base en su normativa los castiga condenándolos al estancamiento profesional y laboral, desincentivando la participación profesional del docente en lugar de incentivarlo y aprovechando su nivel en beneficio de la educación de este país.
Docentes que además han demostrado con la evaluación de sus alumnos a partir de diversos instrumentos de valoración internos y externos, que desarrollan proyectos institucionales de gran impacto para la comunidad educativa, que cumplen su función docente todos los días e incluso otorgan tiempo extra para la Escuela, a todos ellos que son agentes de cambio positivos para las comunidades escolares el gobierno les ha cerrado la puerta, los excluye, los castiga condenando al estancamiento profesional, un caso tan absurdo al que todo el país nos deberíamos oponer en respaldo a ese sector magisterial.
En el mundo se ha priorizado la experiencia del desempeño en la función, más allá incluso de lo que cualquier documento o certificación de grados máximos de estudio refiere. En el Sistema Educativo Mexicano el docente al margen de su título y compatibilidad en los profesiogramas o Catálogo de Profesiones, permanentemente están en actualización, cumplen con cursos de capacitación, con diplomados orientados a su función docente, procesos de evaluación que les exige el cumplimiento de su función, en resumen, pese a no tener el título que hoy pide el profesiograma, se han especializado sobre la práctica y la experiencia docente de años, lo han demostrado permanentemente, este sector no debería hoy ser excluido de los procesos de promoción, que en anteriores ediciones para este Semanario hemos explicado, es la única, sí, la única alternativa real de crecimiento profesional y laboral que impacte en la mejora significativa de sus ingresos.
Como en cualquier trabajo, sin un programa de mejores condiciones la productividad disminuirá, pues los docentes estarán obligados a buscar otra actividad paralela que pueda mejorar sus ingresos, además de que con esta ingratitud del Gobierno Federal a ese sector magisterial se está afectando directamente a la educación, a los niños y niñas de México. Hoy este problema se resuelve con la certificación en la función por experiencia desde la propia SEP, incluso la titulación a partir de la práctica y los resultados si fuera necesario, ellos lo podrían hacer, por otro lado la modificación al Catálogo de Profesiones, que se permita su participación y sean sus resultados, es decir el mérito, los que reconozcan o no con la promoción a cada docente.
El magisterio, deberíamos estar en lucha, en solidaridad a estos docentes que son miles en el país, aquí es importante levantar la voz para hacer el reclamo enérgico a la dirigencia del SNTE, a quienes no puede pasar desapercibido este tema, deberíamos ser los dirigentes gremiales quienes tomáramos esta bandera como nuestra.
Para el sistema Educativo debería ser prioridad que sus mejores elementos continúen en la función docente, la práctica siempre ha hecho al maestro, en cualquier profesión o incluso oficio la experiencia perfecciona la función y por tanto mejora la producción, en el magisterio no es la excepción. Hoy hago un exhorto a la SEP para que revise este caso y modifique los criterios para la promoción magisterial en todas sus vertientes.
CARTÓN POLÍTICO
¿Dormirá tranquilo en Madrid?
JALISCO
La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.
Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.
Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.
«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».
Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.
La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.
La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».
Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.
La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.
Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».
La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.
Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.
Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.
Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.
Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.
En X @DEPACHECOS
JALISCO
La bestia de Teuchitlán

Opinión, por Fernando Plascencia //
¿Qué nos hace humanos? La dichosa pregunta se ha respondido de muchas maneras. Dirían los antiguos que la racionalidad, o que tenemos un alma incrustada y atrapada en el cuerpo que funge como cárcel, o más complejo, la capacidad de pensarnos a nosotros mismos como seres pensantes. La pregunta viene bien ahora.
Lo que ocurrió en Teuchitlán descompone cada supuesto de humanidad. La racionalidad se perdió, llegó el animalismo, se diría, pero ya Mary Midgley vino a decirnos que no hay animal más cruel que el humano, ni el feroz lobo es capaz de desollar a sus presas, porque no son rivales, son presas. ¿Nos distingue el alma? Pero quién con alma sería capaz de cometer atrocidades contra decenas de seres humanos, un desalmado. No se ve más el reflejo del alma en los ojos, los ojos solo reflejan desdicha y sufrimiento.
No importa a dónde vayamos, la violencia nos persigue y nos hace cada vez menos humanos. Nos persigue para condenarnos y llevarnos de su mano. Como sociedad no hemos sido capaces de evitarla. Como humanidad nos sentamos en comunidad, creamos normas, para no hacernos daño los unos a los otros, cuán lejos nos sabemos de eso.
El contrato social que nos hizo humanos en el principio – cuál principio – se rompe y se rompe a cada rato. Teuchitlán lo confirma, el desmoronamiento de lo que creíamos nos quita lo humano. ¿Qué somos ya?
Desde hace años se habla de deshumanización, de una extrañeza que nos invade y nos hace menos humanos. ¿Somos menos humanos con cada tragedia como la de Teuchitlán? ¿El humano que se atrevió a tanto con qué será comparado? No hay más comparación que con el mismo humano. La bestia que llevamos dentro emerge y no como bestia de la naturaleza, sino como la bestia que no conoce el límite moral, porque sí hay animales que viven con una moralidad más digna.
Nuestra humanidad se encuentra extraviada y con símbolos y con ríos de sangre y dolor lo comprobamos. 400 zapatos son la muestra de una capacidad infinita de derrotar al rival como sea necesario y con los medios que se tengan al alcance, pero más que derrotar al rival nos derrotamos a nosotros mismos. Fuimos capaces de crear un Estado, tan sofisticado en algunas partes con instituciones que resuelven el más pequeño inconveniente público, pero ahora no somos capaces de protegernos.
La humanidad se nos va de las manos, eso que se propuso como proyecto de humanidad no quedó más que en el papel de tratados morales y filosóficos. El trazado racional que por mucho tiempo hemos tratado de seguir se tambalea y estamos a la deriva no solo de una razón instrumental, sino de una lógica de violencia por la violencia. Lo que creamos para servirnos de protección ha dejado de servirnos y ha servido para incrementarla – la violencia -, con disposición para que unos cuanto sigan al margen. Pero lo que se predice es que la violencia está por atacarnos a todos y de una vez por todas no habrá quién se salve, será responder o morir.
Más que nunca es falso que somos los seres del centro de la vida social, qué limitados estamos para salir de la violencia, y es que ningún impulso nos ha sacado de ese baño de sangre. Divinizar la violencia es el camino más torpe que pudimos tomar o ¿será que el exceso de libertad nos trajo hasta aquí?
Lo que ocurrió en Teuchitlán debe ser llamado como uno de los peores actos que como sociedad nos han ocurrido. Qué lejos nos pone de una idea de sociedad que seguimos compartiendo muchos, donde la violencia debe ser el instinto más controlable que tengamos. La violencia es biológicamente natural, pero debemos entender cómo moderarla y evitar que los conflictos lleguen a más. La información más valiosa que tenemos es que la violencia no es el único impulso que tenemos, ni el mejor, sino que tenemos instintos que juegan un papel fundamental como sociedades: la cooperación o la empatía.
No reforzar la violencia y sus conductas es vital como humanidad, si no es real que el hombre es lobo para el hombre es porque tenemos más caminos y Teuchitlán no es el destino ineludible del que no podamos escapar, sino debe ser el inicio de entender que como sociedad y humanidad no es lo que queremos muchas, pero muchas personas.
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