NACIONALES
«Es tiempo de mujeres» ¡Claudia, presidenta!

Por Mario Ávila //
La mayor ovación de las muchas veces que fue interrumpida la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, con carretadas de aplausos, durante su primera intervención en el Congreso de la Unión, ya en su calidad de presidenta, con la banda presidencial y después de haber rendido protesta, fue en el momento en el que habló con plena sororidad y repitió una vez más su ya reconocida frase: “No llego sola, llegamos todas”.
Un hecho distintivo y muy singular en la ceremonia, fue que en el presídium estaban las tres mujeres mexicanas que encabezan los tres poderes de la unión en el país, ya que acompañaron a Claudia Sheinbaum, la presidenta del Poder Judicial, Norma Piña, ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la maestra Ifigenia Martínez y Hernández, presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, una gran luchadora social de la mitad del siglo pasado y quien por cierto acudió al acto con muchas dificultades de salud y perdió la vida la noche de este sábado 5 de octubre, es decir, apenas cuatro días después de que le impuso la banda presidencial a Sheinbaum Pardo.
Ese día histórico, en el que tras 200 años del México independiente llegaba la primera mujer presidenta al cargo máximo en la democracia mexicana, de presidenta de la República, nunca lo olvidarán principalmente las mujeres en todo el país, ya que por fin se ha roto el techo de cristal que pareciera que ponía límites a las mujeres y tras de la designación de 66 presidentes del país, que habían sido hombres, al fin llegó una mujer.
Al momento de la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, en el país hay 27 congresos estatales que tienen paridad de género o mayoría de diputadas; incluso al término de este año serán 13 los gobiernos estatales encabezados por mujeres.
También se trata de la llegada de una mujer presidenta de México, a 71 años de que en este país se autorizó en las leyes, el derecho para las mujeres de votar y ser votadas, lo que ocurrió en el año de 1953 y ni qué decir del hecho de que se trata de la primera mujer que llega al cargo máximo en un país de América del Norte, mientras que, en la América Latina, Claudia Sheinbaum Pardo se ha convertido en la mujer presidenta número 14. En el mundo, por cierto, hay en este momento 27 países gobernados por mujeres.
La lista de América Latina se inició con María Estela Martínez de Perón en Argentina en 1974 y le siguieron: Lidia Gueiler Tejada de Bolivia en 1979; Violeta Barrios de Chamorro de Nicaragua en 1990; Ertha Pascal-Trouillot de Haití en 1991; Rosalía Arteaga de Ecuador en 1997; Mireya Moscoso en 1999 de Panamá; en Chile, Michelle Bachelet tuvo dos mandatos presidenciales en 2006 y 2014; Cristina Fernández de Kirchner de Argentina en 2011; Laura Chinchilla de Costa Rica en 2010; en Brasil Dilma Rousseff fue elegida en 2011; en Bolivia, Jeanine Áñez llegó al poder en 2019, Xiomara Castro asume el cargo de presidenta de Honduras en el 2022 y Dina Boluarte, de Perú asumió el cargo de presidenta de Perú en el 2022.
“NO LLEGO SOLA, LLEGAMOS TODAS”
Y desde el inicio de su discurso que duró más de 50 minutos, la presidenta (con a, como ha insistido en ser llamada), acaparó la simpatía de propias y extrañas, ya que si bien las diputadas y senadoras de oposición, no manifestaron ninguna expresión de aprobación a sus palabras, sí lo hizo la presidenta del Poder Judicial, la ministra Norma Piña, que en un momento dado, se puso de pie para aplaudir una parte del mensaje de la presidenta, que previamente y desde su llegada, se había acercado a ella para estrechar su mano y saludarla con un beso en la mejilla.
Y llegó el mensaje cargado de feminismo, cuando dijo: “El 2 de junio dijo fuerte y claro, es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres. Hoy primero de octubre de 2024 inicia la segunda etapa, el segundo piso de la Cuarta Transformación de la vida pública de México, y también hoy después de 200 años de la República y de 300 años de la Colonia, porque previo a ello no tenemos registros claros, es decir, después de al menos 503 años, por primera vez llegamos las mujeres a conducir los destinos de nuestra hermosa nación. Y digo llegamos, porque no llego sola, llegamos todas”.
Habló de Josefa Ortiz de Domínguez, quien no solo dio el taconazo para iniciar la lucha de Independencia, sino que sabiamente expresó que no se debe premiar a quién sirve a la Patria, sino castigar a quién se sirve de ella; también hizo alusión a Leona Vicario, a quien calificó como madre de la Patria, periodista y luchadora por la Independencia, que hace 200 años supo defender a la mujer.
Se refirió también Margarita Eustaquia Maza Parada, mejor conocida como Margarita Maza de Juárez, esposa del presidente Benito Juárez; a Adela Velarde, una de las líderes de Las Adelitas, mujeres que participaron en la Revolución Mexicana y que formó parte de la División del Norte del Ejército Constitucionalista y habló de Dolores Jiménez y Muro, maestra y revolucionaria mexicana que compartía con los zapatistas la lucha por la restitución de tierras y reforma agraria desde 1914 y hasta 1919.
Recordó a Elvia Carrillo Puerto, lideresa feminista, política y sufragista mexicana, una luchadora social cuyo activismo le ganó el mote de “Monja Roja del Mayab”; a las sufraguistas mexicanas que lucharon por el derecho de las mujeres a votar, a través de la organización colectiva y la protesta social; a la pintora mexicana Frida Kahlo y a Enriqueta González Baz, la primera mujer en obtener el título de matemática en México.
DE LA COLA DE CABALLO AL CHONGO TIPO JOSEFA
La sencillez y la sobriedad del atuendo y la percha de la doctora Claudia Sheinbaum, fue de especial relevancia ya que, por tratarse de una ceremonia de singular trascendencia, en su peinado cambió su tradicional cola de caballo, con la que había ya impuesto una moda en las mujeres del país, por el chongo al estilo de la heroína de la Independencia, Josefa Ortiz de Domínguez.
Su vestido color perla con unos toques de coloridas flores, estuvo elaborado por una artesana oaxaqueña, Claudia Vásquez Aquino, que tuvo a bien bordarlo a mano con aguja y el tejido, con ganchillo.
Con la absoluta seguridad que le dio no solo el respaldo de los casi 36 millones de votos, sino el respeto que se ha ganado de propios y extraños, llegó a la parte final de su discurso, que fue expresado con tanta vehemencia que exaltó los ánimos de las legisladoras.
En el colofón de su mensaje, planteó: “Es tiempo de transformación y es tiempo de mujeres, durante mucho tiempo las mujeres fuimos anuladas, a muchas de nosotras nos contaron desde niñas, una versión de la historia que no nos quería hacer creer, que el curso de la humanidad era protagonizado únicamente por hombres; poco a poco esa visión se ha ido revirtiendo y hoy sabemos que las mujeres participaron en las grandes hazañas de la historia de México, desde diferentes trincheras y también sabemos que las mujeres podemos ser presidentas”.
Con ello -dijo-, hago una respetuosa invitación a que nombremos presidenta con “a” al final, al igual que abogada, científica, soldada, bombera, doctora, maestra, ingeniera; con “a”, porque como nos han enseñado, solo que se nombra, existe.
A las heroínas invisibles -abundó-, que con estas líneas hacemos visibles, a las que con nuestra llegada a la presidencia y estas palabras hago aparecer, las que lucharon por sus sueños y lo lograron, las que lucharon y no lo lograron; llegan las que pudieron alzar la voz y las que no lo hicieron; llegan las que han tenido que callar y luego gritaron a solas; llegan las indígenas, las trabajadoras del hogar que salen de sus pueblos para apoyarnos a todas las demás, a las bisabuelas que no aprendieron a leer y escribir porque la escuela no era para niñas; llegan nuestras tías, que encontraron en su soledad, la manera de ser fuertes, a las mujeres anónimas, las heroínas anónimas, que desde su hogar, las calles o sus lugares de trabajo, lucharon por ver este momento; llegan nuestras madres que nos dieron la vida y después volvieron a dárnoslo todo; nuestras hermanas, que desde su historia lograron salir adelante y emanciparse; llegan nuestras amigas y compañeras; llegan nuestras hijas hermosas y valientes y llegan nuestras nietas; llegan ellas, las que soñaron con la posibilidad de que algún día no importaría si naciéramos siendo mujeres u hombres, podemos realizar sueños y deseos, sin que nuestro sexo determine nuestro destino; llegan ellas, todas ellas, que nos pensaron libres y felices.
Y remató: “Con todas ellas aquí, a nuestro lado, llegan nuestros más grandes sueños y anhelos, llega con nosotras el pueblo de México, hombres y mujeres empoderados, la transformación les devolvió la dignidad, la libertad y la felicidad y nunca nadie más se las podrá arrebatar. Soy madre abuela científica y mujer de fe y a partir de hoy, por voluntad del pueblo de México, la presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos».
«Gobernaré para todos y tengan la certeza de que pondré mi conocimiento, mi fuerza, mi historia y mi vida misma, al servicio del pueblo y de la Patria; tengo la certeza de que consolidaremos juntos, un México cada día más próspero, libre, democrático, soberano y justo; no les voy a defraudar, les convoco a seguir haciendo historia, que viva la Cuarta Transformación, que viva México, que viva México, que viva México”.
CARTÓN POLÍTICO
¿Dormirá tranquilo en Madrid?
JALISCO
La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.
Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.
Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.
«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».
Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.
La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.
La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».
Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.
La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.
Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».
La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.
Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.
Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.
Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.
Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.
En X @DEPACHECOS
JALISCO
La bestia de Teuchitlán

Opinión, por Fernando Plascencia //
¿Qué nos hace humanos? La dichosa pregunta se ha respondido de muchas maneras. Dirían los antiguos que la racionalidad, o que tenemos un alma incrustada y atrapada en el cuerpo que funge como cárcel, o más complejo, la capacidad de pensarnos a nosotros mismos como seres pensantes. La pregunta viene bien ahora.
Lo que ocurrió en Teuchitlán descompone cada supuesto de humanidad. La racionalidad se perdió, llegó el animalismo, se diría, pero ya Mary Midgley vino a decirnos que no hay animal más cruel que el humano, ni el feroz lobo es capaz de desollar a sus presas, porque no son rivales, son presas. ¿Nos distingue el alma? Pero quién con alma sería capaz de cometer atrocidades contra decenas de seres humanos, un desalmado. No se ve más el reflejo del alma en los ojos, los ojos solo reflejan desdicha y sufrimiento.
No importa a dónde vayamos, la violencia nos persigue y nos hace cada vez menos humanos. Nos persigue para condenarnos y llevarnos de su mano. Como sociedad no hemos sido capaces de evitarla. Como humanidad nos sentamos en comunidad, creamos normas, para no hacernos daño los unos a los otros, cuán lejos nos sabemos de eso.
El contrato social que nos hizo humanos en el principio – cuál principio – se rompe y se rompe a cada rato. Teuchitlán lo confirma, el desmoronamiento de lo que creíamos nos quita lo humano. ¿Qué somos ya?
Desde hace años se habla de deshumanización, de una extrañeza que nos invade y nos hace menos humanos. ¿Somos menos humanos con cada tragedia como la de Teuchitlán? ¿El humano que se atrevió a tanto con qué será comparado? No hay más comparación que con el mismo humano. La bestia que llevamos dentro emerge y no como bestia de la naturaleza, sino como la bestia que no conoce el límite moral, porque sí hay animales que viven con una moralidad más digna.
Nuestra humanidad se encuentra extraviada y con símbolos y con ríos de sangre y dolor lo comprobamos. 400 zapatos son la muestra de una capacidad infinita de derrotar al rival como sea necesario y con los medios que se tengan al alcance, pero más que derrotar al rival nos derrotamos a nosotros mismos. Fuimos capaces de crear un Estado, tan sofisticado en algunas partes con instituciones que resuelven el más pequeño inconveniente público, pero ahora no somos capaces de protegernos.
La humanidad se nos va de las manos, eso que se propuso como proyecto de humanidad no quedó más que en el papel de tratados morales y filosóficos. El trazado racional que por mucho tiempo hemos tratado de seguir se tambalea y estamos a la deriva no solo de una razón instrumental, sino de una lógica de violencia por la violencia. Lo que creamos para servirnos de protección ha dejado de servirnos y ha servido para incrementarla – la violencia -, con disposición para que unos cuanto sigan al margen. Pero lo que se predice es que la violencia está por atacarnos a todos y de una vez por todas no habrá quién se salve, será responder o morir.
Más que nunca es falso que somos los seres del centro de la vida social, qué limitados estamos para salir de la violencia, y es que ningún impulso nos ha sacado de ese baño de sangre. Divinizar la violencia es el camino más torpe que pudimos tomar o ¿será que el exceso de libertad nos trajo hasta aquí?
Lo que ocurrió en Teuchitlán debe ser llamado como uno de los peores actos que como sociedad nos han ocurrido. Qué lejos nos pone de una idea de sociedad que seguimos compartiendo muchos, donde la violencia debe ser el instinto más controlable que tengamos. La violencia es biológicamente natural, pero debemos entender cómo moderarla y evitar que los conflictos lleguen a más. La información más valiosa que tenemos es que la violencia no es el único impulso que tenemos, ni el mejor, sino que tenemos instintos que juegan un papel fundamental como sociedades: la cooperación o la empatía.
No reforzar la violencia y sus conductas es vital como humanidad, si no es real que el hombre es lobo para el hombre es porque tenemos más caminos y Teuchitlán no es el destino ineludible del que no podamos escapar, sino debe ser el inicio de entender que como sociedad y humanidad no es lo que queremos muchas, pero muchas personas.
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