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NACIONALES

Las firmas de la discordia

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Opinión, por Iván Arrazola //

Presa de la desesperación o la improvisación el presidente del Partido Acción Nacional, Marko Cortés, ha decidido que es momento de establecer las reglas para elegir candidato a la presidencia de la República, en medio de una coyuntura en la que la alianza Va por México recibirá un duro golpe, si se confirman los resultados que arrojan los encuestas, la alianza Va por México perderá la elección del Estado México y con ello uno de los estados con mayor número de electores.

Marko Cortés ha puesto una serie de filtros que buscan que en el proceso para elegir candidato a la presidencia por la coalición Va por México participen perfiles “competitivos”. El PAN es el partido encargado de delinear las reglas para elegir al candidato a la presidencia, producto de una negociación con el PRI, que le permitió al Revolucionario Institucional nominar a los candidatos a gobernador en Coahuila y el Estado de México, y el PAN elegirá al candidato a la presidencia de la República.

Los requisitos que deben cumplir los candidatos que quieran contender a la presidencia son los siguientes: recolectar un millón de firmas, un mínimo de 40 por ciento de conocimiento entre la sociedad y 15 por ciento de intención de voto.

Para el dirigente del PAN esos requisitos son una prueba de que hay una participación activa de la sociedad en la nominación de los candidatos. La propuesta ha provocado la queja de algunos de los posibles candidatos, en específico la senadora Lilly Téllez ha dicho que este proceso beneficia a uno de los contendientes, el presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Santiago Creel Miranda.

Inclusive el presidente López Obrador criticó el método propuesto por Marko Cortés, al señalar que hay que tener cuidado con pedir firmas porque las “falsifican”. El presidente sin duda habla con conocimiento de causa, para el proceso de revocación de mandato se recolectaron firmas de personas ya fallecidas, el INE realizó un análisis sobre el proceso de recolección de firmas para este ejercicio y determinó que una de cada cuatro firmas era falsa.

No es el único caso, ocurrió con los candidatos independientes en la elección presidencial de 2018, tanto Margarita Zavala como Jaime Rodríguez “El Bronco” presentaron firmas falsas para cumplir con los requisitos como candidatos independientes. Uno de los cuestionamientos de la senadora Lilly Téllez es cuál va a ser la instancia revisora de la autenticidad de las firmas, lo que hasta este momento no ha podido responder Cortés.

Pero en el fondo lo que parece quedar claro es que Va por México está actuando presa de la desesperación, Morena nominará candidato en agosto y esto ha obligado a la coalición opositora a actuar de manera apresurada. Lo más cuestionable de la decisión es que parece enturbiar el proceso, si el objetivo es reducir el número de candidatos con posibilidades reales de competir, el requisito de las firmas lo único que hará es sembrar dudas del proceso en el que seguramente habrá señalamientos de firmas falsas o de pagos a la ciudadanía a cambio de su firma, lo más conveniente para Cortés sería retirar al menos el requisito de las firmas si no quiere que el candidato o candidata nominado se le cuestione su legitimidad.

Por otro lado, aunque Cortés ha mencionado que quiere tomar en cuenta la opinión de la sociedad, el hecho de que la decisión la tome él sin incorporar la opinión de grupos de la sociedad civil lo único que provoca es que su propuesta luzca débil.

En la propuesta presentada por Cortés como bien lo ha señalado Lilly Téllez, a los únicos que beneficia son a aquellos que dentro del partido cuentan con una estructura y recursos económicos para cumplir con los requisitos o filtros que quiere imponer la dirigencia panista. Por lo tanto, se podría esperar que el candidato elegido sea un personaje reconocido en la política mexicana pero no necesariamente competitivo.

La falta de oficio de Cortés se ha hecho evidente, antes de salir y anunciar el método de selección habría sido conveniente que el presidente del PAN informara a todos los candidatos el método de elección y tratara de generar consensos.

La propuesta de Cortés revela que la oposición no se encuentra preparada para competir, se ha confiado y piensa que el desgaste de López Obrador será suficiente para que en las urnas puedan obtener el triunfo con independencia del candidato que postulen. La falta de una estrategia oportuna y clara les pasará factura como lo está haciendo en el Estado de México, confiaron en que la maquinaría priista iba a revertir el resultado de las encuestas y la campaña de la candidata de la coalición no ha levantado.

Si los partidos de oposición pretenden tener algún tipo de éxito requieren generar una gran convocatoria a la sociedad, pero en todo lo que propone la coalición si hay un elemento ausente es el social, los dirigentes que se encuentran al frente del PAN y del PRI carecen de ideas pero sobre todo del prestigio para encabezar un proyecto como el que requiere una gran alianza opositora, más les convendría a los partidos realizar una fuerte sacudida y sustituir a los actuales liderazgos si es que quieren tener alguna oportunidad de ganar.

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CARTÓN POLÍTICO

¿Dormirá tranquilo en Madrid?

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JALISCO

La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.

Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.

Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.

«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».

Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.

La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.

La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».

Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.

La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.

Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».

La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.

Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.

Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.

Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.

Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.

En X @DEPACHECOS

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JALISCO

La bestia de Teuchitlán

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Opinión, por Fernando Plascencia //

¿Qué nos hace humanos? La dichosa pregunta se ha respondido de muchas maneras. Dirían los antiguos que la racionalidad, o que tenemos un alma incrustada y atrapada en el cuerpo que funge como cárcel, o más complejo, la capacidad de pensarnos a nosotros mismos como seres pensantes. La pregunta viene bien ahora.

Lo que ocurrió en Teuchitlán descompone cada supuesto de humanidad. La racionalidad se perdió, llegó el animalismo, se diría, pero ya Mary Midgley vino a decirnos que no hay animal más cruel que el humano, ni el feroz lobo es capaz de desollar a sus presas, porque no son rivales, son presas. ¿Nos distingue el alma? Pero quién con alma sería capaz de cometer atrocidades contra decenas de seres humanos, un desalmado. No se ve más el reflejo del alma en los ojos, los ojos solo reflejan desdicha y sufrimiento.

No importa a dónde vayamos, la violencia nos persigue y nos hace cada vez menos humanos. Nos persigue para condenarnos y llevarnos de su mano. Como sociedad no hemos sido capaces de evitarla. Como humanidad nos sentamos en comunidad, creamos normas, para no hacernos daño los unos a los otros, cuán lejos nos sabemos de eso.

El contrato social que nos hizo humanos en el principio – cuál principio – se rompe y se rompe a cada rato. Teuchitlán lo confirma, el desmoronamiento de lo que creíamos nos quita lo humano. ¿Qué somos ya?

Desde hace años se habla de deshumanización, de una extrañeza que nos invade y nos hace menos humanos. ¿Somos menos humanos con cada tragedia como la de Teuchitlán? ¿El humano que se atrevió a tanto con qué será comparado? No hay más comparación que con el mismo humano. La bestia que llevamos dentro emerge y no como bestia de la naturaleza, sino como la bestia que no conoce el límite moral, porque sí hay animales que viven con una moralidad más digna.

Nuestra humanidad se encuentra extraviada y con símbolos y con ríos de sangre y dolor lo comprobamos. 400 zapatos son la muestra de una capacidad infinita de derrotar al rival como sea necesario y con los medios que se tengan al alcance, pero más que derrotar al rival nos derrotamos a nosotros mismos. Fuimos capaces de crear un Estado, tan sofisticado en algunas partes con instituciones que resuelven el más pequeño inconveniente público, pero ahora no somos capaces de protegernos.

La humanidad se nos va de las manos, eso que se propuso como proyecto de humanidad no quedó más que en el papel de tratados morales y filosóficos. El trazado racional que por mucho tiempo hemos tratado de seguir se tambalea y estamos a la deriva no solo de una razón instrumental, sino de una lógica de violencia por la violencia. Lo que creamos para servirnos de protección ha dejado de servirnos y ha servido para incrementarla – la violencia -, con disposición para que unos cuanto sigan al margen. Pero lo que se predice es que la violencia está por atacarnos a todos y de una vez por todas no habrá quién se salve, será responder o morir.

Más que nunca es falso que somos los seres del centro de la vida social, qué limitados estamos para salir de la violencia, y es que ningún impulso nos ha sacado de ese baño de sangre. Divinizar la violencia es el camino más torpe que pudimos tomar o ¿será que el exceso de libertad nos trajo hasta aquí?

Lo que ocurrió en Teuchitlán debe ser llamado como uno de los peores actos que como sociedad nos han ocurrido. Qué lejos nos pone de una idea de sociedad que seguimos compartiendo muchos, donde la violencia debe ser el instinto más controlable que tengamos. La violencia es biológicamente natural, pero debemos entender cómo moderarla y evitar que los conflictos lleguen a más. La información más valiosa que tenemos es que la violencia no es el único impulso que tenemos, ni el mejor, sino que tenemos instintos que juegan un papel fundamental como sociedades: la cooperación o la empatía.

No reforzar la violencia y sus conductas es vital como humanidad, si no es real que el hombre es lobo para el hombre es porque tenemos más caminos y Teuchitlán no es el destino ineludible del que no podamos escapar, sino debe ser el inicio de entender que como sociedad y humanidad no es lo que queremos muchas, pero muchas personas.

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