OPINIÓN
Alfaro, AMLO y el agua: Enfoques disparejos en el caso de la presa de El Zapotillo

Por Pedro Vargas Ávalos //
El modo de ser de una persona es determinante para alcanzar metas en la vida. Por ello debemos conocer el ostensible carácter de un individuo, incluida su trayectoria, para percibir lo que persigue, es decir, su real objetivo.
Y nada mejor para valorar a las personas, que su conducta ante problemas de fondo, sustanciales, como en los tiempos actuales es solventar el tema del agua. Tan vital líquido, se presenta bajo distintos perfiles en su problemática: puede ser de índole internacional, territorial, rural, urbano, e incluso, artificial o natural.
Para México, es trascendente resolver año con año sus obligaciones con Estados Unidos, país con el cual tiene un tratado que desde 1944 debe cumplir puntualmente, so pena de dificultades delicadísimas con la potencia del norte. Recordemos como hace unos meses se recrudeció ese asunto, por la inconsecuente negativa de Chihuahua y su gobernador Corral, para que se aportara la cuota acuífera que nuestra nación debe cubrir conforme ese convenio. El primer magistrado federal supo resolver esa contrariedad con habilidad plausible.
Territorialmente, existen evidentes incongruencias, como es el caso de la distribución del torrente del río Lerma, que, en su recorrido desde el Estado de México hasta el lago de Chapala, soporta sustracciones exageradas, siendo Guanajuato la entidad que más abusa, por lo que Jalisco recibe exiguos remanentes contaminados. En muchos lugares de la república se carece de agua suficiente, como en la Laguna, Baja California, Zacatecas y sin ir muy lejos, en nuestra Entidad federativa, resaltando el caso del área conurbada de Guadalajara, que antes del temporal de este año, sobrellevó sequía pasmosa.
Por otra parte, las épocas de lluvias acarrean innumerables inundaciones a todo lo ancho y largo de la República, por lo que se aplican medidas de urgencia y cuantiosos planes especiales, para aliviar los daños que sufren los damnificados de esas catástrofes.
Por ello revistió peculiar importancia el tema latente de la presa El Zapotillo, misma que desde hace más de 16 años ha sido un calvario para los habitantes de Temacapulín y Palmarejo, municipio de Cañadas de Obregón, así como de Acasico, municipalidad de Mexticacán, en los Altos de Jalisco. El suplicio comenzó cuando el frívolo panista guanajuatense Vicente Fox, indujo a los ejecutivos de Jalisco y Guanajuato (sus correligionarios Francisco Ramírez Acuña y Juan Carlos Romero Hicks) aceptaran se construyera una presa que llevaría agua a León y algunos pueblos jaliscienses de Los Altos. La ubicación sería en la Cuenca del Río Verde, en el lugar conocido como El Zapotillo, del municipio de Cañadas de Obregón; el acuerdo se firmó, obsecuentemente, en Los Pinos, la entonces fastuosa residencia del presidente en la ciudad de México, el martes 24 de mayo de 2005.
Desde esa fecha, los habitantes de los tres pueblos aludidos, iniciaron su lucha para no desaparecer, pues el llevar agua a los leoneses, exigía tuviese el embalse una cortina de 105 metros de altura, con lo cual necesariamente se inundarían los poblados antedichos, lo que implicaba su muerte. Como antecedente tuvieron los lugareños, las proezas de los indómitos cazcanes que en el siglo XVI encabezaron una rebelión contra los conquistadores hispanos, quemando a Guadalajara de Tlacotán, derrotando al temible Tonatiuh Pedro de Alvarado (quien murió en la encomienda) y poniendo al borde del desastre la colonia entera.
Así las cosas, se llevó a cabo una tenaz contienda en variados frentes, siendo uno el jurídico y otro el de la concientización de los habitantes.
DIEZ Y SEIS AÑOS DE FÉRREAS BATALLAS
Van dieciséis años de bizarras batallas y tras obtener un amparo para que la cortina no sobrepase los ochenta metros de elevación, los inquebrantables aldeanos de los tres pueblos que abandera Temacapulìn (Temaca), parece que divisan el final del túnel y que su empeño vencerá.
Los dos gobernantes que concurren al desenlace de esta trama del Zapotillo, es decir del agua, son el gobernador de Jalisco (Enrique Alfaron Ramírez, EAR) y el presidente de México (Andrés Manual López Obrador, AMLO). Sus enfoques deberían de coincidir, aunque la forma de abordarlo es bastante dispareja. Para uno (AMLO) el pueblo es la última palabra; para EAR, lo que importa es de golpe tomar las medidas.
Por increíble que parezca, a la zona de Temaca, la ha visitado más veces (5) en tiempos recientes el primer mandatario nacional, que el estatal. Pero las asistencias que más importan son las de agosto y octubre de este año.
En la del 14 del primer mes predicho, AMLO les hizo el gusto a los lugareños de estar con ellos en su pueblo de Temacapulìn, y no hacerlos viajar a la presa motivo del dilema (como se había planeado), y ya en ese lugar, asegurarles que se haría lo que la mayoría resolviese, formulando la oferta de que la obra acuífera no rebasaría los 80 metros de cortina, el líquido vital solo sería para Guadalajara y pueblos de Los Altos de Jalisco, dejando para otra solución el tema de León. Además, les ofreció emitir un decreto para garantizar toda medida que fuese necesaria con el fin de que ninguno de los tres poblados en cuestión se anegara.
El gobernador se mostró complacido con la propuesta, se disculpó con su igual de Guanajuato, con quien había hace meses suscrito un convenio para distribuir el agua del Río Verde (el sustento de la presa Zapotillo) entre sus respectivos Estados.
Desde luego es de imaginar que esa disculpa de EAR (la inconveniencia fue por AMLO, pues lo del agua es competencia federal) no satisfizo a los guanajuatenses, quienes indignados amenazaron con no dar agua de sus embalses (como la presa Solís) para Chapala. Al presidente tocó apaciguar tales conatos de represalia.
El 10 del presente mes, regresó tal como lo ofreció, el presidente a Temaca. Y allí escuchó estipulaciones a que llegaron los habitantes amagados. Estos con buen sentido solidario, admitieron la presa, subrayaron que no pasara los ochenta metros de cortina y plantearon, para su seguridad, una especie de vertedero entre los 40 y 50 metros, con lo cual jamás serían inundados sus pueblos. También hicieron otros planteamientos, como ciertas indemnizaciones y resarcimientos, por todo lo que se les ha inferido en su perjuicio.
“¡Cuchillo, navaja, Temaca no se raja!”, gritaron los pobladores de la comunidad tras escuchar el discurso del Presidente, luego de que este reafirmara su compromiso de no inundar los tres poblados” nos dice Víctor Ramírez de OEM-Informex. En el presídium, EAR se veía incómodo, y hasta el collar de flores que se le obsequió, se lo quitó del cuello, en tanto que AMLO lo lució en todo momento. Y sigue diciendo, el reportero Francisco Félix: “16 años de confrontaciones con autoridades de todos los niveles y de distintos colores y siglas; de solidaridad regional, nacional e internacional, pero también de cansancio, angustia y enfermedades, e inclusive del fallecimiento de quienes no lograron resistir más, muchas veces consumidos por la tristeza a causa de vivir en una zozobra permanente. Más de tres lustros de remar a contracorriente, de resistir, bajo la consigna “ríos para la vida, no para la muerte”. (julioastillero.com, 11 oct.21).
Por cierto, que según ese reportero, cuando los del Comité Salvemos a Temaca, supieron que el gobernador estaría junto al presidente, decían que “Alfaro, otrora férreo opositor a la construcción de la presa, cambió de postura casi desde el inicio de su mandato y es calificado como “traidor” y “mentiroso” por los habitantes de Temacapulìn, Acasico y Palmarejo. La confirmación de su presencia causó algunas tensiones con el equipo de “avanzada” de AMLO. Por ello, cuando se inició la reunión del domingo 10, hubo abucheos y rechiflas contra EAR: “¡Temaca vive!” se leía en las playeras del ‘performance’ de los habitantes de la comunidad”.
Hablaron los del Comité de salvación y sobre todo su vocero y virtual líder moral, el exsacerdote Gabriel Espinoza, quien repitió el anhelo de las comunidades: recuperar por fin la paz que les fue robada por la imposición del proyecto de la presa. Entre los asistentes “se veía gente de distintos rincones del país, del estado, e inclusive de Europa y Norteamérica, que han seguido con atención la lucha en contra del proyecto El Zapotillo. Representantes de la Comisión Estatal de Derechos Humanos Jalisco e inclusive de la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Todos están ahí para presenciar un día histórico”.
Tras el desfile de oradores de los vecinos, que en punto final piden se acabe con la pesadilla y les vuelva el alma al cuerpo, habla el presidente del país. Todos están atentos, y contentos porque no oirán al gobernador. Nos dice la crónica periodística del día siguiente: El mensaje presidencial es claro desde el inicio: Temacapulín, Acasico y Palmarejo no se inundan pues deben preservarse sus raíces, tradiciones, costumbres, difuntos, templos e historia. López Obrador da a conocer que los asesores técnicos que apoyan a los pueblos han solicitado medidas de mayor seguridad en la presa y anuncia que se atenderá la petición. Para reafirmar el compromiso, asevera: “Si se requiere presupuesto, yo puedo garantizarlo”. Aplausos y vítores.
Enseguida, el Presidente da un paso adelante en la propuesta y habla de un Programa Integral para el Bienestar de los Pueblos de la región que implicará la atención de caminos, el mejoramiento de viviendas y la creación de obras y programas de desarrollo. Lo principal, dice, será la corresponsabilidad entre el Gobierno y el pueblo y anuncia que se entregará el presupuesto directamente a las comunidades para la realización de las obras y programas. De esta forma, dice, a partir del conflicto inicial se construirá algo ejemplar y se demostrará que es posible alcanzar acuerdos a través del diálogo…habla de la oportunidad de unirse y reconciliarse. De cómo pasó del “ni perdón ni olvido” de sus tiempos en la oposición a su convicción actual de: “olvido, no; perdón, sí”. Hace un llamado a la solidaridad y dice que la presa es necesaria para dotar de agua a la gente humilde de Guadalajara. Finalmente, anuncia que volverá a Temacapulín (con todo su Gabinete) para firmar el acuerdo que incorpora las demandas de las comunidades”.
Ante lo anterior, EAR se muestra confuso. Escribe el reportero: “Durante todo el evento, el gobernador Enrique Alfaro aparece, ensimismado en su cubrebocas, fustigado, ofuscado, visiblemente molesto. A ratos, su rostro incluso adquiere tonalidades rojizas. Se quita el collar de flores de cempasúchil que le colocaron a su llegada. No aplaude ninguno de los discursos. Mira hacia arriba en señal clara de desesperación, como esperando que el evento se acabe cuanto antes. Se sabe repudiado. Los oradores de las comunidades no hacen mención de él, salvo para recriminarle. En un gesto de cortesía política, López Obrador finaliza su mensaje con un llamado a respetar al gobernador: “nada de odios. Ustedes son gente buena…Quiero pedirles de manera especial que tengamos mucho respeto, tal como se lo merece el gobernador Enrique Alfaro”, y añadió que el objetivo fundamental de la buena política es el “amor al prójimo”.
Son las 5 de la tarde del domingo 10 de octubre. En Temacapulín saben que no sólo han ganado una batalla. Han dado un ejemplo de lucha y dignidad. Y sí, aunque parezca increíble, al menos esta vez, parece que no ganaron los de arriba. Ha triunfado el pueblo. Y este festeja y canta.
Por su parte, Enrique Alfaro, lamentó que ante la presencia del Presidente no se haya concluido todo lo relativo a El Zapotillo: “Lo que se acordó “no es la ruta correcta”, dijo: “lamento mucho que los grupos de MORENA pretendan hacer de esto un tema político electoral”, en referencia a los desaires que recibió.
Y sobre el vertedero que exigieron los del Comité de Temaca, se expresó pesimista y reprobó lo del túnel o canal, invocando que él (EAR) es ingeniero civil, y sabe sobre la materia. Pero reitera que “aguantará” lo que sea con tal de lograr resolver el grave problema del agua para la Perla Tapatía. Finalmente, sobre la defensa que AMLO hizo de él, expresó tonante que “no ocupa que lo defiendan”.
Del tema del agua, la presa El Zapotillo, y la pesadilla que padecieron los tres poblados a que nos referimos, el lector podrá sacar sus conclusiones y razonar el modo de ser de AMLO y EAR, con motivo de sus dispares enfoques ante el pueblo estoico de la región de Cañadas, Yahualica y Mexticacán, en Los Altos de Jalisco.
MUNDO
La sorpresa de León XIV: El espíritu santo y las bolas de cristal

Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //
Mi primo Gabriel Ibarra Félix me escribió tras la elección del Papa León XIV, con su típico humor: “¿Qué tal los vaticanólogos y sus bolas de cristal? ¡Está más difícil adivinarle al Espíritu Santo que a una elección mexicana!” Y no le falta razón. La elección del cardenal Robert Francis Prevost, estadounidense y peruano, como nuevo pontífice el 8 de mayo de 2025, dejó a todos con la boca abierta. Ni los expertos más sesudos ni las casas de apuestas, que ya hacen negocio con los cónclaves, tuvieron al nuevo Papa en sus quinielas.
La elección sorprendió porque los pronósticos subestimaron la opacidad del cónclave, se centraron en candidatos de alto perfil, ignoraron la viabilidad de un candidato de consenso como Prevost y no anticiparon cómo los cardenales priorizarían estabilidad y continuidad sobre narrativas regionales o mediáticas
Los vaticanólogos, con sus listas de “papabili”, apostaban por nombres como Parolin, Tagle, Erdő o Schönborn, figuras de alto perfil que encajaban en narrativas previsibles: un Papa asiático, un europeo moderado o un progresista carismático. Pero Prevost, un agustino de 69 años con trayectoria misionera en Perú y un perfil discreto como prefecto del Dicasterio para los Obispos, no estaba en el radar. ¿Por qué? Porque el cónclave, con sus 129 cardenales electores, es un enigma sellado por el secreto y guiado por dinámicas internas que escapan a las especulaciones externas.
La elección de León XIV demuestra que el Espíritu Santo no sigue guiones mediáticos. Los cardenales, moldeados por el legado de Francisco, buscaron un candidato de consenso: alguien que uniera al Norte y al Sur global, que continuara las reformas sinodales y que ofreciera estabilidad en una Iglesia herida por escándalos. Prevost, con su doble identidad y su experiencia en periferias, emergió como esa figura inesperada, recordándonos que los cónclaves no son elecciones políticas, sino actos de fe y discernimiento.
La elección de un nuevo Papa, tras la muerte de Francisco, ha dejado en evidencia, una vez más, que el poder —incluso en su dimensión espiritual— no se somete fácilmente a las quinielas de los expertos. Los autodenominados «vaticanólogos» y analistas, con sus elaboradas proyecciones basadas en tendencias geopolíticas, perfiles ideológicos y supuestas señales del cónclave, han fallado estrepitosamente en predecir al sucesor de Jorge Mario Bergoglio.
¿Por qué se equivocaron? La respuesta no está en la falta de información, sino en la incapacidad de comprender la complejidad de una institución milenaria que opera en un terreno donde lo humano y lo divino se entrelazan de formas impredecibles.
Primero, los vaticanólogos cayeron en la trampa de proyectar sus propios prejuicios y agendas. Muchos apostaron por un Papa que reflejara las prioridades de la modernidad: un líder progresista para continuar el legado de Francisco, un conservador para «corregir el rumbo» o incluso un outsider de África o Asia para simbolizar una Iglesia global.
Sin embargo, olvidaron que el Colegio Cardenalicio no es un parlamento ni una junta corporativa. Sus decisiones no se rigen por encuestas o corrientes mediáticas, sino por un delicado equilibrio de poder, fe y, en muchos casos, inspiración impredecible. La elección de un Papa no es solo política; es un acto que los cardenales creen guiado por el Espíritu Santo, un factor que ningún algoritmo o análisis puede prever.
Segundo, los analistas subestimaron la opacidad del cónclave. A pesar de los avances en la era de la información, el Vaticano sigue siendo un bastión de secretismo. Las filtraciones son mínimas, y las verdaderas negociaciones entre cardenales —si es que las hay— ocurren en susurros, no en titulares.
Los vaticanólogos, confiados en sus fuentes y en la lógica de las facciones, construyeron castillos en el aire. Creyeron que los cardenales votarían como bloques predecibles: los europeos contra los latinoamericanos, los progresistas contra los tradicionalistas. Pero la historia del cónclave nos enseña que las alianzas son fluidas y las sorpresas, frecuentes. Recordemos que el propio Bergoglio, en 2013, no estaba en las listas de los favoritos.
Tercero, muchos se dejaron llevar por profecías sensacionalistas, como las de Nostradamus, que hablaban de un «Papa Negro» o el fin del catolicismo. Estas narrativas, amplificadas por medios en busca de clics, distorsionaron el análisis serio. En lugar de estudiar la composición del Colegio Cardenalicio o las prioridades teológicas de la Iglesia, algunos analistas se perdieron en especulaciones esotéricas, alimentando un circo mediático que poco tenía que ver con la realidad. Como escribí alguna vez sobre la política mexicana, «las sorpresas de la vida son más dinámicas e impredecibles de lo que los expertos quieren admitir» (Conciencia Pública, 2022). Lo mismo aplica al Vaticano.
Finalmente, los vaticanólogos olvidaron que la Iglesia no opera con la lógica del mundo secular. Mientras los analistas buscaban un Papa que respondiera a las demandas de la opinión pública —diversidad, inclusión, cambio climático—, los cardenales priorizaron la misión espiritual y la estabilidad institucional. La elección del nuevo Papa, cuya identidad ha desafiado las expectativas, refleja una decisión que trasciende las categorías de izquierda o derecha, Norte o Sur. Es un recordatorio de que la Iglesia, con sus contradicciones y misterios, no se deja encasillar.
En conclusión, los vaticanólogos erraron porque confiaron demasiado en sus herramientas terrenales: contactos, tendencias y narrativas prefabricadas. Subestimaron la profundidad de una institución que, aunque anclada en el mundo, se rige por reglas propias.
LO QUE ESPERA EL MUNDO DE LEÓN XIV
León XIV hereda las reformas sinodales de Francisco y el reto de los escándalos de abusos. Los fieles esperan que impulse la sinodalidad, incluya a los laicos y restaure la credibilidad eclesial, con claridad en la inclusión femenina y la respuesta a víctimas. Su pragmatismo como prefecto del Dicasterio para los Obispos es un activo, pero su pasado en Perú será escrutado.
Globalmente, se anticipa un liderazgo en cambio climático, siguiendo Laudato Si’, y en derechos humanos, por su experiencia en Perú durante la represión. Líderes como Petro lo ven como defensor de migrantes y pobres, aunque deberá sortear tensiones geopolíticas entre EE.UU. y otras potencias para mantener la neutralidad vaticana.
León XIV es esperado como un unificador en un mundo dividido. Su humildad y formación agustina le permiten dialogar con diversas culturas y religiones. Con gestos proféticos y misericordiosos, tiene la oportunidad de guiar a la humanidad hacia la reconciliación, consolidándose como pastor global.
JALISCO
Institucionalidad que se desangra: Teocaltiche, la república del abandono

Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
En la madrugada del 9 de mayo, Teocaltiche se quedó sin enfermera, sin regidora… y sin consuelo. Bastaron dos disparos y una entrada libre al hospital comunitario para recordarnos que en este municipio jalisciense la muerte no pide permiso: entra por urgencias, ejecuta y se va. La víctima, Cecilia Rubalcava, no era una funcionaria cualquiera: jefa de enfermeras, regidora del Ayuntamiento y, sobre todo, rostro visible del servicio público en un municipio que hace tiempo perdió el gobierno, pero no la tragedia.
El crimen fue quirúrgico. Eran alrededor de la 1:50 a.m. cuando un grupo armado irrumpió en el hospital. Ningún enfrentamiento, ningún aviso. Entraron como se entra en su casa. Porque eso es Teocaltiche hoy: territorio sin puertas, sin ley, sin quien pregunte “¿a dónde van?”. Dos disparos bastaron. En la escena: dos casquillos. En el fondo: el eco de una institucionalidad que se desangra.
Tras el asesinato, el hospital cerró. Como se cierran las esperanzas, como se cierran las bocas por miedo. Afuera, trabajadores de salud sin destino. Adentro, forenses y ministeriales que llegan como quien intenta explicar lo inexplicable. Porque aquí, la muerte no es sorpresa; es estadística. Es rutina. Es lo cotidiano. “Está todo resguardado”, dice un enfermero, más por consuelo que por certeza. Pero en Teocaltiche, ni el resguardo resguarda.
Hay municipios en Jalisco que se parecen más a un parte de guerra que a una entidad federativa. Uno de ellos es Teocaltiche. En ese rincón de los Altos Norte, donde la patria flaquea y el Estado abdica, la violencia no sólo es rutina, sino método. Porque aquí, el crimen no sólo mata: gobierna.
La muerte de Cecilia Rubalcava no es un hecho aislado. Es un eslabón más de una cadena de asesinatos que ha teñido de sangre la gestión pública en lo que va de 2025. Nueve funcionarios han sido ejecutados. Nueve. Un hecho violento con servidores públicos involucrados por mes, en los últimos cuatro meses. Como si alguien llevara una agenda criminal que administra cadáveres con puntualidad quirúrgica. Porque esto no es caos: es método.
El 2 de febrero, la agente vial Sugeli Areli Guzmán cayó en una emboscada. Más de treinta casquillos quedaron como testigos mudos de una ejecución planificada. Dos compañeros heridos, una comunidad enmudecida. El mensaje era claro: ni las vialidades son seguras, ni portar uniforme te salva.
El 18 de febrero desaparecieron ocho policías. Al día siguiente, doce bolsas con restos humanos aparecieron en la carretera a Villa Hidalgo. Cuatro cuerpos identificados. Cuatro familias quebradas. El resto, silencio. ¿Y el gobierno? “Investigamos”, dijeron. Pero la investigación en Jalisco es un ejercicio de fe: se cree en ella como en los milagros, sin pruebas.
El 9 de abril, el oficial Luis Ernesto Chávez fue asesinado en su casa. Estaba de descanso. Creyó que la violencia tenía horario. Se equivocó. Lo mataron en su día franco, como a Ramón Grande Moncada, el comisario municipal, ejecutado seis días después, el 15 de abril, mientras conducía. Ya ni los policías pueden conducir tranquilos. Ni dormir. Ni vivir.
El 28 de abril, el secretario general del Ayuntamiento, José Luis Pereira, fue asesinado en un restaurante. Porque en Teocaltiche no hay lugares seguros. Porque aquí te matan comiendo, durmiendo, curando, patrullando. Porque el crimen no necesita pretextos. Le basta con tener permiso.
Y ese permiso se lo ha dado el Estado. O, mejor dicho, la ausencia del Estado. Porque desde el 19 de febrero la policía municipal fue intervenida. “Intervenida”, dicen. Como si la sustitución del mando resolviera el abandono. Desde entonces, la Policía Estatal asumió el control. Pero ¿cuál control? El hospital está cerrado, los funcionarios muertos, los pobladores atemorizados y los sicarios siguen entrando por donde quieren, a la hora que quieren.
La seguridad en Teocaltiche es un simulacro. Una escenografía de retenes, uniformes y declaraciones vacías. El gobernador Pablo Lemus, como sus antecesores, habla de “reforzamientos”, “coordinación” y “compromiso”. Pero la sangre no se limpia con discursos. Y la violencia no se combate con ruedas de prensa.
La verdadera política de seguridad es la omisión. El crimen avanza porque el Estado retrocede. Porque los gobiernos, municipales, estatales y federales han cedido el control por miedo, por incapacidad o por complicidad. Porque cuando una región acumula nueve asesinatos de servidores públicos en cuatro meses y no hay una sola renuncia, una sola sanción, una sola condena judicial, entonces estamos ante un régimen de impunidad estructural, no ante un problema de violencia.
¿Dónde están los legisladores locales? ¿Dónde está el Congreso de Jalisco? ¿Dónde la Fiscalía General de la República? ¿Dónde el Ejército? ¿Dónde está la Guardia Nacional? Ausentes. O peor: presentes de cuerpo, pero no de acción. Se pasean en convoy, saludan en eventos, pero no detienen a nadie. Y mientras tanto, el narco organiza, impone, ejecuta.
Teocaltiche es hoy el laboratorio más cruel del fracaso institucional. Un municipio tomado, no por insurgentes, sino por criminales que hacen del asesinato una forma de gobierno. Matan policías para neutralizar el orden. Matan funcionarios para controlar el poder. Matan enfermeras para sembrar terror. Y lo logran. Porque nadie los detiene. Porque nadie responde.
El hospital seguirá cerrado hasta nuevo aviso. Las consultas, suspendidas. Las urgencias, negadas. El municipio, en pausa. Como si la vida pudiera esperar. Como si los enfermos no enfermaran más. Como si la población no mereciera ser atendida. Y lo más doloroso es que ya ni siquiera se protesta. Porque en Teocaltiche, levantar la voz puede ser una sentencia.
A los políticos de Jalisco, a sus operadores, a sus voceros y asesores, habría que recordarles que el poder no se ejerce sólo en las capitales, ni se valida en las encuestas. Se construye —o se desmorona— en lugares como Teocaltiche. Y cuando el miedo se convierte en normalidad, el colapso del Estado es sólo cuestión de tiempo.
Así se descompone un país. No en grandes cataclismos, sino en asesinatos pequeños que se acumulan hasta formar un cementerio institucional. Así se muere la república: municipio por municipio, servidor por servidor, silencio tras silencio.
En X @DEPACHECOS
MUNDO
El Papa y el mundo

Opinión, por Miguel Anaya //
Con la reciente elección del Papa León XIV, la Iglesia Católica entra en una nueva etapa, marcada tanto por la esperanza como por el desconcierto. Estadounidense de nacimiento, pero profundamente vinculado a América Latina, Robert Prevost desarrolló gran parte de su ministerio pastoral en Perú, donde forjó una reputación de cercanía con los pueblos originarios, compromiso con la justicia social y una teología profundamente humana.
Su elección no solo representa una renovación en el liderazgo eclesial, sino también una voz que, habiendo vivido en carne propia la periferia del poder global, entiende los dolores y esperanzas de los pueblos olvidados.
Pero más allá del perfil biográfico, es muy relevante el contexto en el que asume el pontificado. Vivimos tiempos marcados la mayor inestabilidad global desde la Guerra Fría. La disputa económica entre China y Estados Unidos redefine los equilibrios de poder, afectando cadenas de suministro, encareciendo recursos y forzando a los países a tomar posiciones incómodas en un nuevo orden multipolar. A la par, el conflicto armado entre Rusia y Ucrania continúa desangrando a Europa del Este, desafiando la soberanía de las naciones y los valores que sustentan la paz en el continente.
Las tensiones entre Pakistán e India, ambos con armas nucleares, mantienen a Asia del Sur en constante riesgo de escalada; mientras tanto, en Medio Oriente, el fuego cruzado entre Israel y el Estado Islámico –y otros grupos radicales– mantiene una región entera atrapada entre fanatismos, desplazamientos forzados y dolor. Frente a estos escenarios, la reacción de los países de la Unión Europea ha oscilado entre la tibieza diplomática y la defensa de intereses particulares, evidenciando la fragilidad de su unidad y el dilema de un continente que envejece, perdiendo peso geopolítico.
En medio de este tablero convulso, la Iglesia Católica enfrenta sus propios retos. La secularización avanza con fuerza en Occidente; el debilitamiento de la fe en algunas regiones es un hecho que parece irreversible, pero esto se profundiza especialmente en las nuevas generaciones, más vinculadas a causas sociales o existenciales que a instituciones religiosas. Por otro lado, el crecimiento de comunidades católicas en África y América Latina plantea una oportunidad de revitalización, pero también un desafío de integración cultural y teológica.
Además, la Iglesia debe dialogar con una sociedad transformada por la tecnología. La inteligencia artificial, el big data y la automatización están redefiniendo el trabajo, la privacidad, la identidad y, en última instancia, la dignidad humana. ¿Qué significa ser persona en un mundo donde los algoritmos pueden tomar decisiones éticas o incluso emocionales? ¿Cómo defender la centralidad del ser humano frente a una tecnocracia sin alma? ¿Cómo es que los jóvenes pueden creer en lo divino si la mayoría de las virtudes que se le atribuían a la divinidad durante siglos hoy las encuentran en un celular? Actualmente, la omnipresencia y la omnisciencia son cualidades de Google y la inteligencia artificial.
León XIV no tiene delante una tarea sencilla. Su misión no será únicamente pastoral, sino también profética: deberá hablar con claridad a un mundo que ha perdido el rumbo, sin caer en el moralismo ni en la indiferencia. Tendrá que acercarse a los jóvenes sin paternalismo, hablar a los poderosos francamente y consolar a los débiles sin condescendencia.
En este nuevo capítulo del Siglo XXI, marcado por guerras, divisiones, hipertecnología y ansiedad colectiva, la figura del Papa cobra un valor simbólico inmenso. No como un soberano absoluto, sino como un referente de esperanza, una brújula ética que recuerde a la humanidad la importancia de creer en algo más grande que uno mismo.
Creer –no en un dogma ciego, sino en un sentido trascendente de la existencia– es más urgente que nunca. Y con ello, cultivar valores universales como la compasión, la solidaridad, la dignidad, la honradez y la búsqueda de la verdad. La Iglesia Católica, con todas sus contradicciones, aún tiene un papel irremplazable siendo la guía espiritual de Occidente.
La llegada de León XIV es una oportunidad, no para regresar al pasado, sino para renovar el mensaje de paz y esperanza en un lenguaje que resuene en este mundo caótico. En un planeta que grita por sentido, por tranquilidad y por comunidad, tal vez lo que más necesitamos es recordar que no estamos solos, que somos parte de algo más grande, y que, a pesar de todo, aún es posible creer, crecer y trascender.
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