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OPINIÓN

El presupuesto del INE: La burocracia dorada, entre el deber y el dinero

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Opinión por Pedro Vargas Ávalos //

El Instituto Nacional Electoral (INE) es una organización sumamente importante, lo cual nadie pone en tela de duda. Pero sus integrantes no suelen estar a la altura de miras de la institución, y por ello generan constantes discusiones.

El origen de esos problemas, los encontramos en el procedimiento de nombramiento de los consejeros de esa entidad: el sistema de cuotas coronado por el de agandalle, hizo trizas la imparcialidad que debe imperar en toda actuación del órgano plebiscitario.

Cuando se nombró a la mayoría de los altos funcionarios del INE, los partidos políticos que controlaban el Congreso federal, se despacharon con la cuchara grande y designaron como consejeros a quien se les antojó, repartiéndose alegremente las plazas (PRI, PAN y PRD) menospreciando a las demás formaciones partidistas.

Acostumbradas las entonces dominantes cúpulas políticas, como estaban de arreglar todo “en lo oscurito”, nunca se imaginaron que la ciudadanía iría a imponer su voluntad y a base de sufragios, escoger una vía distinta -a la que ellas significaban- para la nación. Esta senda, fue la que abandera Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), apoyado por varios partidos de menores dimensiones. En los comicios de 2018, los mexicanos despertaron y dieron un golpe de autoridad, de tal magnitud, que imposibilitó se pudiese alterar su resultado. Sin embargo, los encargados de regular la contienda comicial, continuaron en sus funciones, presumiendo que gracias a ellos fue la jornada histórica de julio de aquel recordado año.

Ya en ejercicio el nuevo gobierno, instauró un sistema de rígida austeridad y de combate sin cuartel a la corrupción. Esto implicó profundos cambios en la conducta de los servidores públicos, especialmente los de más elevado rango, quienes, dependientes del gobierno general se ajustaron a ese lineamiento sobrio; en cambio, los directivos de varios organismos autónomos se inconformaron: vivir en la justa medianía, como recomendaba Juárez a sus colaboradores, no era aceptable para la cúpula dorada de la burocracia enquistada en esas unidades independientes. Por ello recurrieron al amparo, a la controversia constitucional ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

Las normas legales que incomodan a los amparistas son esencialmente el artículo 127 constitucional reformado (que ordena ningún servidor público gane más que el primer mandatario) y la nueva Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos (LFRSP); empero tampoco les gusta el ordenamiento de Austeridad Republicana (LFAR) en vigor desde noviembre 20 de 2019, aniversario de la Revolución maderista de 1910.

Aperturados los procedimientos solicitados por los burócratas contrariados, el máximo tribunal mexicano les otorgó una suspensión provisional, para que los funcionarios de esos organismos (INE, CNDH, INAI, CREE, COFECE, IFT, etc.) siguieran cobrando más que el presidente, AMLO, quien había puesto el ejemplo desde el arranque de su período, disminuyéndose su sueldo. La resolución final está pendiente y se espera con ansiedad.

Cada uno de esos organismos disconformes, se puede decir que son millonarios, a contrapelo de la inmensa mayoría de ciudadanos, cuyos ingresos son parcos o a lo sumo intermedios. De allí la frase recurrente de “INE rico, pueblo pobre”, tomando como símbolo de los institutos autónomos al electoral.

Así las cosas, esta institución tan contestataria de la Cuatro T, solicitó a la Cámara de diputados federal, además de su planilla de egresos que dijo era de 13,084.17 millones de pesos, un presupuesto precautorio de 5,743.57 millones, para cubrir un proceso de revocación de mandato (ya aprobado por el Congreso) y una posible consulta popular. A esa enorme cifra se le debe agregar lo que se otorga a los partidos políticos, arrojando un gran total de 24, 649 millones de pesos. Esto prueba que la democracia mexicana es la más cara del mundo.

Deliberado ese proyecto en la Cámara baja, que tiene como facultad constitucional exclusiva, aprobar el presupuesto de egresos de la federación (PEF), se consideró excesivo y se rebajaron del gran total propuesto por el INE, una suma mayor a los 4,900 millones, aprobándose la gran cantidad de 19,736 millones 593 mil 972 pesos, es decir, un monto mayor al ejercido en este año 2021 (19,593 millones), cuando hubo la elección más grande de nuestra historia, además de una consulta popular para enjuiciar a los expresidentes.

A pesar de lo antedicho, las oposiciones al régimen se pusieron furiosas por el recorte, (y otros reveses presupuestarios) llegando los panistas -que son los más furibundos- a emitir la sentencia revanchista de que por ello la reforma eléctrica actualmente en proceso, ya estaba muerta.

La avalancha de críticas por esa rebaja al INE, las encabezan comentócratas exorgánicos, consejeros electorales (como Jaime Rivera y desde luego, el inefable Ciro Murayama, junto a su centavero caudillo Lorenzo Córdova ) y los ya clásicos impugnadores del lopezobradorismo, encabezados por el fatídico Claudio X. González, el empresario que asegura no serlo, pero que recibió jugosisimos ingresos de las archimillonarias donaciones que los macroempresarios le otorgan (claro, todas deducibles de impuestos…¡faltaba más!).

Para el auto nombrado “izquierdista” Lencho Córdova, presidente del INE, su corporación se defenderá jurídicamente, porque el mentado recorte pone en entredicho no solo la revocación de mandato, sino que hace imposible “seguir ampliando los derechos políticos de las ciudadanas y los ciudadanos”.(El Financiero, 14-nov.2021).

El deber y el dinero deberían corresponderse proporcionalmente, y los servidores públicos tienen la obligación de poner el ejemplo, desempeñando sus cargos con honradez, sobriedad y espíritu republicano. La frase de que “no debe haber gobierno opulento en un pueblo pobre”, es muy cierta, así como que los funcionarios deben cumplir sus compromisos sin estar sujetos a recibir enormes emolumentos. Y mucho menos si la ley suprema de la nación lo prohíbe.

En un reciente evento al que asistió el Lic. Arturo Zaldívar, presidente de la SCJN, afirmó que la Corte ha trabajado y logrado notables avances en su programa de mejorar la impartición de la justicia, modernizar al poder judicial de la federación y abatir la corrupción, remarcando que, eso se ha logrado no obstante que han recibido anualmente menos de seis mil millones de pesos, en relación a su antecesor.

Esa información es aleccionadora para la administración pública, y en cuanto a los responsables de ella, les dijo el ministro Zaldívar: “la falta de presupuesto, no puede ser excusa para no cumplir con sus obligaciones” (Animal Político. Com, 17-nov.021).

Y como se expresó el jefe del gobierno federal, hablando de los directivos del INE, que vale para los demás organismos autónomos: “Que lleven a cabo un plan de austeridad, que se bajen los sueldos (los dirigentes ganan el doble de lo que recibe el presidente)…que le bajen a los viáticos, a las comidas” (del erario cada Consejero -excepto tres- gasta anualmente alrededor de 135 mil pesos) y remata el primer mandatario: “el presupuesto, de 19 mil millones, ¿Cómo no les va a alcanzar?”.

Y eso mismo dicen cuando menos, el 70% de los mexicanos, de los que a diario trabajan duro para sustentar a sus familias, y, aunque no lo aprueben, para mantener la burocracia dorada que amenaza no cumplir con su deber, si no se le da el dinero que exige. Son como decía el célebre Voltaire: Los que creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero.

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MUNDO

La sorpresa de León XIV: El espíritu santo y las bolas de cristal

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Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //

Mi primo Gabriel Ibarra Félix me escribió tras la elección del Papa León XIV, con su típico humor: “¿Qué tal los vaticanólogos y sus bolas de cristal? ¡Está más difícil adivinarle al Espíritu Santo que a una elección mexicana!” Y no le falta razón. La elección del cardenal Robert Francis Prevost, estadounidense y peruano, como nuevo pontífice el 8 de mayo de 2025, dejó a todos con la boca abierta. Ni los expertos más sesudos ni las casas de apuestas, que ya hacen negocio con los cónclaves, tuvieron al nuevo Papa en sus quinielas.

La elección sorprendió porque los pronósticos subestimaron la opacidad del cónclave, se centraron en candidatos de alto perfil, ignoraron la viabilidad de un candidato de consenso como Prevost y no anticiparon cómo los cardenales priorizarían estabilidad y continuidad sobre narrativas regionales o mediáticas

Los vaticanólogos, con sus listas de “papabili”, apostaban por nombres como Parolin, Tagle, Erdő o Schönborn, figuras de alto perfil que encajaban en narrativas previsibles: un Papa asiático, un europeo moderado o un progresista carismático. Pero Prevost, un agustino de 69 años con trayectoria misionera en Perú y un perfil discreto como prefecto del Dicasterio para los Obispos, no estaba en el radar. ¿Por qué? Porque el cónclave, con sus 129 cardenales electores, es un enigma sellado por el secreto y guiado por dinámicas internas que escapan a las especulaciones externas.

La elección de León XIV demuestra que el Espíritu Santo no sigue guiones mediáticos. Los cardenales, moldeados por el legado de Francisco, buscaron un candidato de consenso: alguien que uniera al Norte y al Sur global, que continuara las reformas sinodales y que ofreciera estabilidad en una Iglesia herida por escándalos. Prevost, con su doble identidad y su experiencia en periferias, emergió como esa figura inesperada, recordándonos que los cónclaves no son elecciones políticas, sino actos de fe y discernimiento.

La elección de un nuevo Papa, tras la muerte de Francisco, ha dejado en evidencia, una vez más, que el poder —incluso en su dimensión espiritual— no se somete fácilmente a las quinielas de los expertos. Los autodenominados «vaticanólogos» y analistas, con sus elaboradas proyecciones basadas en tendencias geopolíticas, perfiles ideológicos y supuestas señales del cónclave, han fallado estrepitosamente en predecir al sucesor de Jorge Mario Bergoglio.

¿Por qué se equivocaron? La respuesta no está en la falta de información, sino en la incapacidad de comprender la complejidad de una institución milenaria que opera en un terreno donde lo humano y lo divino se entrelazan de formas impredecibles.

Primero, los vaticanólogos cayeron en la trampa de proyectar sus propios prejuicios y agendas. Muchos apostaron por un Papa que reflejara las prioridades de la modernidad: un líder progresista para continuar el legado de Francisco, un conservador para «corregir el rumbo» o incluso un outsider de África o Asia para simbolizar una Iglesia global.

Sin embargo, olvidaron que el Colegio Cardenalicio no es un parlamento ni una junta corporativa. Sus decisiones no se rigen por encuestas o corrientes mediáticas, sino por un delicado equilibrio de poder, fe y, en muchos casos, inspiración impredecible. La elección de un Papa no es solo política; es un acto que los cardenales creen guiado por el Espíritu Santo, un factor que ningún algoritmo o análisis puede prever.

Segundo, los analistas subestimaron la opacidad del cónclave. A pesar de los avances en la era de la información, el Vaticano sigue siendo un bastión de secretismo. Las filtraciones son mínimas, y las verdaderas negociaciones entre cardenales —si es que las hay— ocurren en susurros, no en titulares.

Los vaticanólogos, confiados en sus fuentes y en la lógica de las facciones, construyeron castillos en el aire. Creyeron que los cardenales votarían como bloques predecibles: los europeos contra los latinoamericanos, los progresistas contra los tradicionalistas. Pero la historia del cónclave nos enseña que las alianzas son fluidas y las sorpresas, frecuentes. Recordemos que el propio Bergoglio, en 2013, no estaba en las listas de los favoritos.

Tercero, muchos se dejaron llevar por profecías sensacionalistas, como las de Nostradamus, que hablaban de un «Papa Negro» o el fin del catolicismo. Estas narrativas, amplificadas por medios en busca de clics, distorsionaron el análisis serio. En lugar de estudiar la composición del Colegio Cardenalicio o las prioridades teológicas de la Iglesia, algunos analistas se perdieron en especulaciones esotéricas, alimentando un circo mediático que poco tenía que ver con la realidad. Como escribí alguna vez sobre la política mexicana, «las sorpresas de la vida son más dinámicas e impredecibles de lo que los expertos quieren admitir» (Conciencia Pública, 2022). Lo mismo aplica al Vaticano.

Finalmente, los vaticanólogos olvidaron que la Iglesia no opera con la lógica del mundo secular. Mientras los analistas buscaban un Papa que respondiera a las demandas de la opinión pública —diversidad, inclusión, cambio climático—, los cardenales priorizaron la misión espiritual y la estabilidad institucional. La elección del nuevo Papa, cuya identidad ha desafiado las expectativas, refleja una decisión que trasciende las categorías de izquierda o derecha, Norte o Sur. Es un recordatorio de que la Iglesia, con sus contradicciones y misterios, no se deja encasillar.

En conclusión, los vaticanólogos erraron porque confiaron demasiado en sus herramientas terrenales: contactos, tendencias y narrativas prefabricadas. Subestimaron la profundidad de una institución que, aunque anclada en el mundo, se rige por reglas propias.

LO QUE ESPERA EL MUNDO DE LEÓN XIV

León XIV hereda las reformas sinodales de Francisco y el reto de los escándalos de abusos. Los fieles esperan que impulse la sinodalidad, incluya a los laicos y restaure la credibilidad eclesial, con claridad en la inclusión femenina y la respuesta a víctimas. Su pragmatismo como prefecto del Dicasterio para los Obispos es un activo, pero su pasado en Perú será escrutado.

Globalmente, se anticipa un liderazgo en cambio climático, siguiendo Laudato Si’, y en derechos humanos, por su experiencia en Perú durante la represión. Líderes como Petro lo ven como defensor de migrantes y pobres, aunque deberá sortear tensiones geopolíticas entre EE.UU. y otras potencias para mantener la neutralidad vaticana.

León XIV es esperado como un unificador en un mundo dividido. Su humildad y formación agustina le permiten dialogar con diversas culturas y religiones. Con gestos proféticos y misericordiosos, tiene la oportunidad de guiar a la humanidad hacia la reconciliación, consolidándose como pastor global.

 

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JALISCO

Institucionalidad que se desangra: Teocaltiche, la república del abandono

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

En la madrugada del 9 de mayo, Teocaltiche se quedó sin enfermera, sin regidora… y sin consuelo. Bastaron dos disparos y una entrada libre al hospital comunitario para recordarnos que en este municipio jalisciense la muerte no pide permiso: entra por urgencias, ejecuta y se va. La víctima, Cecilia Rubalcava, no era una funcionaria cualquiera: jefa de enfermeras, regidora del Ayuntamiento y, sobre todo, rostro visible del servicio público en un municipio que hace tiempo perdió el gobierno, pero no la tragedia.

El crimen fue quirúrgico. Eran alrededor de la 1:50 a.m. cuando un grupo armado irrumpió en el hospital. Ningún enfrentamiento, ningún aviso. Entraron como se entra en su casa. Porque eso es Teocaltiche hoy: territorio sin puertas, sin ley, sin quien pregunte “¿a dónde van?”. Dos disparos bastaron. En la escena: dos casquillos. En el fondo: el eco de una institucionalidad que se desangra.

Tras el asesinato, el hospital cerró. Como se cierran las esperanzas, como se cierran las bocas por miedo. Afuera, trabajadores de salud sin destino. Adentro, forenses y ministeriales que llegan como quien intenta explicar lo inexplicable. Porque aquí, la muerte no es sorpresa; es estadística. Es rutina. Es lo cotidiano. “Está todo resguardado”, dice un enfermero, más por consuelo que por certeza. Pero en Teocaltiche, ni el resguardo resguarda.

Hay municipios en Jalisco que se parecen más a un parte de guerra que a una entidad federativa. Uno de ellos es Teocaltiche. En ese rincón de los Altos Norte, donde la patria flaquea y el Estado abdica, la violencia no sólo es rutina, sino método. Porque aquí, el crimen no sólo mata: gobierna.

La muerte de Cecilia Rubalcava no es un hecho aislado. Es un eslabón más de una cadena de asesinatos que ha teñido de sangre la gestión pública en lo que va de 2025. Nueve funcionarios han sido ejecutados. Nueve. Un hecho violento con servidores públicos involucrados por mes, en los últimos cuatro meses. Como si alguien llevara una agenda criminal que administra cadáveres con puntualidad quirúrgica. Porque esto no es caos: es método.

El 2 de febrero, la agente vial Sugeli Areli Guzmán cayó en una emboscada. Más de treinta casquillos quedaron como testigos mudos de una ejecución planificada. Dos compañeros heridos, una comunidad enmudecida. El mensaje era claro: ni las vialidades son seguras, ni portar uniforme te salva.

El 18 de febrero desaparecieron ocho policías. Al día siguiente, doce bolsas con restos humanos aparecieron en la carretera a Villa Hidalgo. Cuatro cuerpos identificados. Cuatro familias quebradas. El resto, silencio. ¿Y el gobierno? “Investigamos”, dijeron. Pero la investigación en Jalisco es un ejercicio de fe: se cree en ella como en los milagros, sin pruebas.

El 9 de abril, el oficial Luis Ernesto Chávez fue asesinado en su casa. Estaba de descanso. Creyó que la violencia tenía horario. Se equivocó. Lo mataron en su día franco, como a Ramón Grande Moncada, el comisario municipal, ejecutado seis días después, el 15 de abril, mientras conducía. Ya ni los policías pueden conducir tranquilos. Ni dormir. Ni vivir.

El 28 de abril, el secretario general del Ayuntamiento, José Luis Pereira, fue asesinado en un restaurante. Porque en Teocaltiche no hay lugares seguros. Porque aquí te matan comiendo, durmiendo, curando, patrullando. Porque el crimen no necesita pretextos. Le basta con tener permiso.

Y ese permiso se lo ha dado el Estado. O, mejor dicho, la ausencia del Estado. Porque desde el 19 de febrero la policía municipal fue intervenida. “Intervenida”, dicen. Como si la sustitución del mando resolviera el abandono. Desde entonces, la Policía Estatal asumió el control. Pero ¿cuál control? El hospital está cerrado, los funcionarios muertos, los pobladores atemorizados y los sicarios siguen entrando por donde quieren, a la hora que quieren.

La seguridad en Teocaltiche es un simulacro. Una escenografía de retenes, uniformes y declaraciones vacías. El gobernador Pablo Lemus, como sus antecesores, habla de “reforzamientos”, “coordinación” y “compromiso”. Pero la sangre no se limpia con discursos. Y la violencia no se combate con ruedas de prensa.

La verdadera política de seguridad es la omisión. El crimen avanza porque el Estado retrocede. Porque los gobiernos, municipales, estatales y federales han cedido el control por miedo, por incapacidad o por complicidad. Porque cuando una región acumula nueve asesinatos de servidores públicos en cuatro meses y no hay una sola renuncia, una sola sanción, una sola condena judicial, entonces estamos ante un régimen de impunidad estructural, no ante un problema de violencia.

¿Dónde están los legisladores locales? ¿Dónde está el Congreso de Jalisco? ¿Dónde la Fiscalía General de la República? ¿Dónde el Ejército? ¿Dónde está la Guardia Nacional? Ausentes. O peor: presentes de cuerpo, pero no de acción. Se pasean en convoy, saludan en eventos, pero no detienen a nadie. Y mientras tanto, el narco organiza, impone, ejecuta.

Teocaltiche es hoy el laboratorio más cruel del fracaso institucional. Un municipio tomado, no por insurgentes, sino por criminales que hacen del asesinato una forma de gobierno. Matan policías para neutralizar el orden. Matan funcionarios para controlar el poder. Matan enfermeras para sembrar terror. Y lo logran. Porque nadie los detiene. Porque nadie responde.

El hospital seguirá cerrado hasta nuevo aviso. Las consultas, suspendidas. Las urgencias, negadas. El municipio, en pausa. Como si la vida pudiera esperar. Como si los enfermos no enfermaran más. Como si la población no mereciera ser atendida. Y lo más doloroso es que ya ni siquiera se protesta. Porque en Teocaltiche, levantar la voz puede ser una sentencia.

A los políticos de Jalisco, a sus operadores, a sus voceros y asesores, habría que recordarles que el poder no se ejerce sólo en las capitales, ni se valida en las encuestas. Se construye —o se desmorona— en lugares como Teocaltiche. Y cuando el miedo se convierte en normalidad, el colapso del Estado es sólo cuestión de tiempo.

Así se descompone un país. No en grandes cataclismos, sino en asesinatos pequeños que se acumulan hasta formar un cementerio institucional. Así se muere la república: municipio por municipio, servidor por servidor, silencio tras silencio.

En X @DEPACHECOS

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MUNDO

El Papa y el mundo

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Opinión, por Miguel Anaya //

Con la reciente elección del Papa León XIV, la Iglesia Católica entra en una nueva etapa, marcada tanto por la esperanza como por el desconcierto. Estadounidense de nacimiento, pero profundamente vinculado a América Latina, Robert Prevost desarrolló gran parte de su ministerio pastoral en Perú, donde forjó una reputación de cercanía con los pueblos originarios, compromiso con la justicia social y una teología profundamente humana.

Su elección no solo representa una renovación en el liderazgo eclesial, sino también una voz que, habiendo vivido en carne propia la periferia del poder global, entiende los dolores y esperanzas de los pueblos olvidados.

Pero más allá del perfil biográfico, es muy relevante el contexto en el que asume el pontificado. Vivimos tiempos marcados la mayor inestabilidad global desde la Guerra Fría. La disputa económica entre China y Estados Unidos redefine los equilibrios de poder, afectando cadenas de suministro, encareciendo recursos y forzando a los países a tomar posiciones incómodas en un nuevo orden multipolar. A la par, el conflicto armado entre Rusia y Ucrania continúa desangrando a Europa del Este, desafiando la soberanía de las naciones y los valores que sustentan la paz en el continente.

Las tensiones entre Pakistán e India, ambos con armas nucleares, mantienen a Asia del Sur en constante riesgo de escalada; mientras tanto, en Medio Oriente, el fuego cruzado entre Israel y el Estado Islámico –y otros grupos radicales– mantiene una región entera atrapada entre fanatismos, desplazamientos forzados y dolor. Frente a estos escenarios, la reacción de los países de la Unión Europea ha oscilado entre la tibieza diplomática y la defensa de intereses particulares, evidenciando la fragilidad de su unidad y el dilema de un continente que envejece, perdiendo peso geopolítico.

En medio de este tablero convulso, la Iglesia Católica enfrenta sus propios retos. La secularización avanza con fuerza en Occidente; el debilitamiento de la fe en algunas regiones es un hecho que parece irreversible, pero esto se profundiza especialmente en las nuevas generaciones, más vinculadas a causas sociales o existenciales que a instituciones religiosas. Por otro lado, el crecimiento de comunidades católicas en África y América Latina plantea una oportunidad de revitalización, pero también un desafío de integración cultural y teológica.

Además, la Iglesia debe dialogar con una sociedad transformada por la tecnología. La inteligencia artificial, el big data y la automatización están redefiniendo el trabajo, la privacidad, la identidad y, en última instancia, la dignidad humana. ¿Qué significa ser persona en un mundo donde los algoritmos pueden tomar decisiones éticas o incluso emocionales? ¿Cómo defender la centralidad del ser humano frente a una tecnocracia sin alma? ¿Cómo es que los jóvenes pueden creer en lo divino si la mayoría de las virtudes que se le atribuían a la divinidad durante siglos hoy las encuentran en un celular? Actualmente, la omnipresencia y la omnisciencia son cualidades de Google y la inteligencia artificial.

León XIV no tiene delante una tarea sencilla. Su misión no será únicamente pastoral, sino también profética: deberá hablar con claridad a un mundo que ha perdido el rumbo, sin caer en el moralismo ni en la indiferencia. Tendrá que acercarse a los jóvenes sin paternalismo, hablar a los poderosos francamente y consolar a los débiles sin condescendencia.

En este nuevo capítulo del Siglo XXI, marcado por guerras, divisiones, hipertecnología y ansiedad colectiva, la figura del Papa cobra un valor simbólico inmenso. No como un soberano absoluto, sino como un referente de esperanza, una brújula ética que recuerde a la humanidad la importancia de creer en algo más grande que uno mismo.

Creer –no en un dogma ciego, sino en un sentido trascendente de la existencia– es más urgente que nunca. Y con ello, cultivar valores universales como la compasión, la solidaridad, la dignidad, la honradez y la búsqueda de la verdad. La Iglesia Católica, con todas sus contradicciones, aún tiene un papel irremplazable siendo la guía espiritual de Occidente.

La llegada de León XIV es una oportunidad, no para regresar al pasado, sino para renovar el mensaje de paz y esperanza en un lenguaje que resuene en este mundo caótico. En un planeta que grita por sentido, por tranquilidad y por comunidad, tal vez lo que más necesitamos es recordar que no estamos solos, que somos parte de algo más grande, y que, a pesar de todo, aún es posible creer, crecer y trascender.

 

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Tendencias

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