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La disputa por la presidencia de EEUU: Elon Musk en busca de una casa…¡blanca! ¿cuánto cuesta?

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

La competencia por la Presidencia de los EUA se sigue calentando. En el país del Tío Sam hay básicamente dos partidos políticos. el Partido Demócrata y el Partido Republicano. En el 2020, de manera casi sorpresiva y gracias al voto de la población afroamericana, Joe Biden ex vicepresidente de EUA con Barack Obama, logró consolidar la candidatura del Partido Demócrata para ir a las urnas en contra del candidato del republicano Donald Trump, quien buscaba su reelección.

La elección general del 2020 dio como resultado una Presidencia, un Senado y una Cámara de Representantes, todos en manos del Partido Demócrata. Es decir, Trump y el Partido Republicano perdieron el Senado y la Presidencia ya que la Cámara ya era lidereada por los demócratas encabezados por Nancy Pelosi desde dos años atrás en el lejano 2018.

A finales del 2021 en un anuncio extrañamente prematuro el expresidente Trump anunció que buscaría ser presidente para el 2024. De ahí en adelante varios republicanos han anunciado que también buscarán la candidatura. Pero nadie ha causado tanta expectativa como lo ha hecho el actual gobernador de Florida Ron DeSantis, quien el pasado miércoles hizo formal su aspiración por ser candidato a la Presidencia de EEUU. El anuncio se dio en un formato nunca antes visto, en un foro llamado Spaces en Twitter.

Lo novedoso no solo es que la campaña se anunció en esa red social en un evento con un par de empresarios y unos 600 mil seguidores que se conectaron a Spaces para escuchar e incluso tratar de hacer preguntas al candidato e invitados principales.

Pero lo que más ha hecho revuelo, fue que el anfitrión del evento para el destape del gobernador de Florida fue el propio Elon Musk quien fungió como moderador y casi como periodista haciendo algunos comentarios y dando paso al mensaje de DeSantis.

El evento se suponía duraría una hora, pero estuvo plagado de fallas técnicas que de inmediato generaron burlas y ataques de sus contrincantes, desde Trump hasta Biden se burlaron del destape. Los empresarios y científicos dicen que esto es como todo evento innovador y que de él se aprendió mucho, pero los opositores dicen que la política no es para experimentos.

En su mensaje DeSantis dijo que buscaba acabar con el virus de la derrota que había infectado a su partido en años recientes, aludiendo a Trump. Añadió que la política no era para dar espectáculos sino para dar resultados. Asegura tener los resultados de un buen gobierno y la capacidad de ganar la elección general que Trump perdió y de asegurar un gobierno estable por ocho años lo que Trump solo podría por cuatro al ya haber sido presidente por un periodo previo.

DeSantis es visto por muchos como un conservador con ideas similares e incluso más conservadoras que las de Trump, pero sin sus desplantes o drama. Pero DeSantis tiene algo que Trump no tiene. El apoyo de muchos de la clase política que por años dominó al Partido Republicano y que Trump desplazó e incluso insultó.

Detrás de Ron está el ex gobernador de Florida y ex candidato, Jeb Bush; el ex líder del Congreso, Paul Ryan actual vicepresidente de Fox News; el empresario George Soros que también apoya a los demócratas en todo el territorio de EUA; está Elon Musk y presumiblemente el propio yerno de Trump, Jered Kushner y con él algunos empresarios sauditas, que son socios en Twitter y amigos de Musk como se pudo ver en la final de la copa de futbol en diciembre pasado.

La historia muestra que en EUA y en el mundo muchas veces los grandes empresarios se ponen de acuerdo para apoyar a una persona en su carrera por la presidencia. Los Rockefeller, Cargnegie y Morgan pagaron millones de dólares para ayudar a la movilización que llevó a McKenley a la Casa Blanca.

En el 2020 Facebook gastó $400 millones de dólares para movilizar votos a favor de Biden. Bezos y George Soros donaron otro tanto para las elecciones del congreso siendo la elección más cara en la historia de ese país. Con ese camino parece que Elon ha decidido hacer su luchita y con Twitter da su respaldo a Ron o más bien en contra de Trump por estridente y de Biden a quien acusa de estar destruyendo la tela social de EUA y las libertades, mensaje muy similar al discurso de DeSantis.

Como sabemos, Elon apoyó a Ucrania de forma gratuita para poder tener comunicación satelital cuando Rusia inició la guerra hace más de un año. Elon también ha apoyado en otros aspectos a Ucrania, pero está en contra de una guerra prolongada y en contra de una alianza de medios con la izquierda en contra de lo que él llama la libertad de expresión.

Desde que adquirió Twitter expuso muchas conductas cuestionables de la empresa en presunta colusión con agencias del gobierno de EUA para suprimir libre intercambio de ideas en temas sensibles como la pandemia, la educación, la guerra y otros asuntos económicos y políticos en los que Twitter habría servido como herramienta de publicidad del gobierno de Biden, quien desde la campaña había hecho muy buenas relaciones con los dueños o altos directivos de Facebook, Twitter y otras plataformas que apoyaron a la movilización el día de la elección y que ahora ocupaban cargos de gobierno y desde ahí se coordinaban con sus antiguos compañeros de la IP.

Esa alianza de empresas y gobierno es criticada por muchos libertarios y conservadores porque parece darse de manera curiosa entre las empresas y la actual ideología llamada progresista de EUA. Parece que Elon decidió no quedarse al margen y como parece se ha unido con otros empresarios para impulsar al gobernador de Florida siendo más “trumpista” para ganar a Trump y de ahí a Biden.

En el círculo de Elon está el príncipe heredero de Arabia Saudita y su amigo el yerno de Trump quien parece desea ser el nuevo Henry Kisshinger de la política global norteamericana. Esto es evidente con eventos organizados por el gobernador de Florida en lugares en los que Kushner tiene influencia. Así podemos ver a DeSantis en eventos con el primer ministro de Israel, con el príncipe de Arabia Saudita y claro con otros influyentes banqueros y empresarios judíos del mundo radicados en EUA que ya han empezado a donar a favor del nuevo Trump, lo que naturalmente ha enfurecido al expresidente quien se siente traicionado por DeSantis a quien apoyó para ser gobernador de Florida, sin haber hecho mención en contra de Elon o de su yerno.

Black Berry y redes sociales fueron básicas para el triunfo de Barack Obama. Trump utilizó Facebook y Twitter para subir y ganar la primera elección. Biden y sus alianzas con las grandes plataformas y los sindicatos lograron una votación muy superior a la de Obama y a la de Trump en el 2020 y ahora parece que la nueva plaza pública que Elon trata de popularizar se podría convertir en la herramienta por excelencia para impulsar a un candidato que de momento no es tan conocido y que tratará de alcanzar a Trump quien cuenta con un 70% de popularidad al interior de su partido en contra de un 30% del nuevo candidato.

Pero si Ron no gana, el que sí ganó es Elon quien está tratando de convertir a Twitter en la nueva super app para todo desde videos conferencias y pequeñas notas particulares hasta el lanzamiento de campañas políticas virtuales como se vio el miércoles pasado.

A pesar de que Musk apoya a Ron, ha dicho que su foro está abierto para que todos los precandidatos puedan participar, porque su mayor interés es que la plaza pública digital sea de acceso a todos y no solo a los que comparten sus ideas como sucede con las televisoras.

DeSantis cambió hace tres semanas la ley del Estado de Florida para poder ser candidato a Presidente sin tener que dejar el cargo y a 24 horas de su lanzamiento recaudó millones de dólares, pero muchos de esos recursos están vinculados a empresarios con negocios en el Estado quienes presuntamente habrían sido coordinados para dichas donaciones por empleados del propio gobernador. Lo anterior no es muy bien visto por algunos conservadores que buscan a un candidato más independiente y claro, esto es utilizado por sus contrincantes para cuestionar su carácter.

El 41% de la población de EUA piensa que una reelección de Biden sería un desastre para el país, 26% piensan que sería un retroceso, 27% opinan que sería un avance y únicamente 7% opinan que sería favorable. Biden había prometido ser un presidente de transición y de un solo turno con la idea de derrotar a Trump, pero ahora que Biden se ha lanzado a su reelección parece ser que hay otros demócratas, republicanos e independientes que opinan que ni Trump ni Biden deben estar en la Casa Blanca, por lo que se ve a grandes empresarios haciendo sus apuestas.

Elon Musk ha dicho en muchos foros que él quiere un presidente normal, aludiendo a los dramas de Trump o a los errores y pifias de Biden. Normal no necesariamente es lo mismo para todos. Los progresistas que se dicen de izquierda quieren una transformación de fondo que ya iniciaron con el actual gobierno en el que las ideas sociales impulsadas por el gobierno y las empresas de un grupo deban ser aceptadas como la nueva normalidad de derechos colectivos que no necesariamente son individuales.

Los nacionalistas quieren regresar a un país en el que mantengan sus libertades individuales y una superioridad de EUA con respecto al mundo y los auto llamados normales desean una superioridad de empresas y organizaciones multinacionales con acuerdos que se apliquen para todos en el mundo. Todos tienen una posibilidad real de ganar la Casa Blanca y el Congreso de EUA en el 2024.

A los millones de dólares que aportarán Musk, Home Depot y los Murdoc dueños de Fox News a favor de Ron DeSantis o de los apoyos de Zuckerberg, Soros, Bill Gates y Bezos a favor de demócratas, hay que sumar los miles de millones de dólares que aportarán las empresas médicas y de la industria militar que en EUA reciben cada año del Gobierno Federal $800 mil millones de dólares para armas y en medicamentos más de $1.2 trillones.

La cantidad de dinero que esas empresas pueden aportar a las campañas es monumental ya que no hay límite económico para los llamados SUPERPAC, que son algo así como una asociación civil de apoyo a una ideología o campaña pero que sin ser parte oficial de la misma. En EUA los sindicatos juegan un papel muy importante, lo mismo que en México que es la capacidad de movilización el día de la elección, quienes logran poner secretarios de estado como al de educación y que naturalmente tratarán de repetir en el 2024.

Con Kushner por un lado y Schumer por otro, la presencia de Israel está segura. Twitter tratará de mudarse a la Casa Blanca que hoy es territorio Facebook.

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El Capitán América y la batalla ideológica

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Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //

El cómic del Capitán América nació con un objetivo claro y acorde a un momento histórico muy concreto. El Nº1 de la serie apareció en los puestos de revistas estadounidenses en marzo de 1941, en su portada mostraba a un musculoso hombre enmascarado que portaba un traje lleno de barras y estrellas, mismo que propinaba un golpe en la mandíbula a Adolf Hitler. Este primer número vendió más de un millón de ejemplares.

Cuando se publicó el cómic, Estados Unidos aún no había entrado en la Segunda Guerra Mundial pero la situación era cada vez más tensa con las fuerzas del Eje y el gobierno ya estaba preparado para lo que podía suceder.

En diciembre de ese año, Pearl Harbor fue bombardeado por aviones japoneses y entonces EEUU se unió a los aliados. El Capitán América, que había conquistado el corazón de los jóvenes lectores, se sumó a la lucha difundiendo mensajes patrióticos o apareciendo en campañas propagandísticas.

El origen del Capitán América decía bastante de él: Steve Rogers era un joven que intentó alistarse en el ejército llevado por el compromiso que sentía hacia su país, pero que fue rechazado debido a su mala condición física. Sin embargo, su valentía y valores llamaron la atención de un grupo de científicos que lo eligieron para ser el primer “supersoldado” de la historia inyectándole un suero especial.

Si bien es cierto que lo que hace a Steve un héroe es el resultado de la inyección del suero (fuerza sobrehumana, súper reflejos, etc.), sus habilidades son una consecuencia de los valores que ya tenía. Es decir, que Steve era tan importante cómo el capitán. Los propagandistas gringos tenían claro lo que querían comunicar: cualquier estadounidense puede ser un héroe para su nación.

El panorama que enfrenta Estados Unidos en pleno 2024 es diametralmente distinto al que se tenía previo a la segunda guerra mundial. Los jóvenes ya no creen en lo que hace el gobierno, piensan que la guerra contra el Estado Islámico y Hamás es incorrecta y aquel sentimiento patriótico que llevó a Estados unidos a ser lo que es, se desvanece.

Los jóvenes estadounidenses, empujados por una serie de ideas que ven en redes sociales y por un pensamiento propio que critica a las instituciones, han salido a protestar en sus campus universitarios. Los manifestantes exigen a los centros educativos que rompan vínculos con cualquier proyecto que beneficie al Gobierno israelí o a las empresas que financian el conflicto entre Israel y Palestina.

La primera manifestación se dio en la Universidad de Columbia. Decenas de estudiantes instalaron una zona de tiendas de campaña en el campus y en días pasados, la policía intentó desalojar el campamento, cuando arrestó a más de 100 personas.

El fin de esta historia es de pronóstico reservado, pues parece increíble que hoy los jóvenes salgan a protestar contra un gobierno que de una u otra manera garantiza su expresión y su desarrollo personal para en cambio, defender ideas de aquellos que han buscado destruirlos. Algo de razón tendrán los jóvenes, pero, de seguir adelante con esto, ponen en riesgo a las instituciones que les brindan una serie de privilegios que pocos tienen en el mundo; pareciera que viven el síndrome de Estocolmo.

México, con diferencias de fondo, vive una situación similar. La admiración a la delincuencia organizada y a lo que representa, lleva a los jóvenes aspirar a ser como aquellos que generan inseguridad en el país, a compartir sus ideas, escuchar su música, replicar su vestimenta y a llevar a cabo acciones similares a las de que aquellos que tanto dañan a la sociedad.

Tal vez la guerra ideológica se perdió cuando faltaron líderes positivos a quien admirar, cuando se inició una guerra y el estado se mostró débil, cuando la pobreza y marginación llevaron a los jóvenes a buscar salir de esa situación a cualquier costo o cuando se propuso que a los delincuentes se le debían dar abrazos.

Estados Unidos y México comparten el problema de la falta de credibilidad de sus jóvenes hacia el gobierno. En ambos casos, parece que la batalla ideológica está perdida. ¿Qué hacer para recuperar la admiración y el respeto de los jóvenes por el país que los vio nacer?

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El radicalismo viene de la izquierda

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Opinión, por Fernando Núñez de la Garza Evia //

“La estabilidad lo es todo”, dice un antiguo proverbio chino. Pronto nos daremos cuenta de su sabiduría al quedar atrás la relativa estabilidad vivida en el país y el mundo durante los últimos treinta años. Además del regreso de las rivalidades geopolíticas, del desafío del calentamiento global y los riesgos de las nuevas tecnologías, tendremos que añadir el regreso del radicalismo político. En ciertos países proviniendo de la derecha, mientras que en otros de la izquierda.

Ha habido un debilitamiento de la democracia ante una creciente radicalización política. En Estados Unidos, una parte de la izquierda se ha vuelto más fundamentalista con la cultura del woke, aunque se ha mantenido en los márgenes partidistas. En la derecha, sin embargo, la radicalización se ha normalizado al llevar al extremo los principios del libre mercado, la negación del calentamiento global y la militarización de la política exterior.

Asimismo, en Europa ha sido la derecha política la que se ha tornado más extremista, llegando inclusive al poder en países tan relevantes como Italia. Pero, ¿por qué es la derecha la que ha llevado la delantera radical? Fundamentalmente, por la migración masiva y sus crecientes problemas culturales. Y un problema mayúsculo es que ese extremismo no solo es a nivel de las élites, sino también de las poblaciones.

La derecha en México no se ha radicalizado, al menos no aún. Porque no ha hecho suyas las políticas de mano dura contra la inseguridad, como la derecha salvadoreña. Porque no tiene una dura retórica anti-migrante, como la derecha europea. Y porque no niega el calentamiento global ni ha hecho suyo el dogma del libre mercado, como la derecha estadounidense. Además, la derecha mexicana es democrática, porque cree en los canales institucionales, la negociación partidista y las elecciones populares como mecanismos fundamentales para resolver los problemas políticos nacionales.

Sin embargo, su problema fundamental estriba en su falta de cuadros políticos, tanto así, que una persona sin militancia partidista será su candidata a la presidencia de la República, y lanzaron a una ex-Miss Universo para tratar de recuperar su otrora joya de la corona en el norte del país: Lupita Jones en Baja California.

La izquierda en México es la que se ha radicalizado. Tiene sentido: si en Occidente la derecha lo ha hecho a raíz de la migración masiva y sus choques culturales, en México ha sido la izquierda derivada de un contexto de pobreza y desigualdad, y de la desconfianza social que inevitablemente generan.

Las políticas del populismo de izquierda están ahí: militarización de la vida pública, exclusión del calentamiento global y los temas medioambientales, una profunda aversión a la ciencia y la tecnología, reparto de dinero sin condicionantes de por medio, adelgazamiento continuo de las capacidades del Estado, y un largo etcétera. Ni hablar de su manifiesto autoritarismo y sus políticas que podrían llevar al fin de la democracia-liberal en el país.

La izquierda y la derecha son dos lados de la misma moneda ideológica. Sin embargo, ha sido la izquierda política la que se ha radicalizado en México, tomada por el populismo lopezobradorista. La buena noticia es que la radicalización ha ocurrido más a nivel de las élites, sin haber permeado del todo entre la población. Por ahora.

  • Fernando Nuñez es analista político con estudios en derecho, administración pública y política pública, y ciencia política por la Universidad de Columbia en Nueva York

E-mail: fnge1@hotmail.com

En X: @FernandoNGE

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Abordando la desigualdad económica: El papel esencial del gobierno en las políticas de redistribución

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En la actualidad, la desigualdad económica es un tema candente que suscita debates y preocupaciones en todo el mundo. Esta disparidad en la distribución de la riqueza y los recursos económicos no solo es un fenómeno presente en economías en desarrollo, sino que también afecta a las naciones más industrializadas.

Mientras algunos defienden el valor de la meritocracia y la libre empresa, argumentando que el éxito económico debería ser el resultado del esfuerzo y el talento individual, otros señalan la creciente brecha entre ricos y pobres como una injusticia fundamental que requiere atención urgente.

La idea de que cada individuo debe tener la oportunidad de prosperar según su mérito es una piedra angular de muchas sociedades modernas, pero en la práctica, esta promesa de igualdad de oportunidades puede ser inalcanzable para muchos debido a barreras estructurales y desigualdades sistémicas.

En este contexto, surge una pregunta crucial: ¿Cuál es el papel del gobierno en la reducción de la desigualdad económica? Si bien algunos abogan por una intervención mínima del Estado en los asuntos económicos, argumentando que el mercado libre eventualmente corregirá cualquier desequilibrio, la realidad es que la desigualdad económica persiste y se profundiza en muchas sociedades.

Esto plantea la necesidad de una evaluación cuidadosa del papel que el gobierno puede y debe desempeñar en la promoción de la equidad económica y la justicia social. La cuestión no es solo una de moralidad, sino también de estabilidad social y cohesión comunitaria. Una sociedad profundamente dividida por la desigualdad económica corre el riesgo de enfrentar tensiones sociales y políticas que pueden socavar la estabilidad y el progreso a largo plazo

En este contexto, el papel del gobierno en la reducción de la desigualdad económica es crucial, ya que a través de ella, y con debida perspectiva social, se pueden implementar políticas de redistribución que promuevan una distribución más equitativa contribuyendo así a una sociedad más justa y próspera.

Lo anterior cobra relevancia ya que en un sistema económico basado en la libre empresa, a menudo se promueve la idea de que el gobierno debe tener una mínima intervención en la economía, dejando que el mercado se autorregule.

Sin embargo, esta perspectiva puede pasar por alto el importante papel que el gobierno puede desempeñar en la reducción de la desigualdad económica a través de políticas de redistribución las cuales no necesariamente implican una intervención directa en la economía, sino más bien un enfoque en la redistribución equitativa de la riqueza y los recursos para garantizar un mayor equilibrio social y económico.

Por otro lado, en esta tesitura, el gobierno puede adoptar medidas para fortalecer la seguridad social, proporcionando una red de seguridad para los ciudadanos más vulnerables lo que puede incluir programas de asistencia social, como seguro de desempleo, subsidios alimentarios y programas de vivienda asequible, que ayudan a proteger a los individuos y familias de caer en la pobreza extrema debido a circunstancias adversas.

Asimismo, es fundamental invertir en infraestructuras sociales, como educación pública de calidad y acceso equitativo a oportunidades de desarrollo profesional. Al proporcionar a todos los ciudadanos las herramientas y habilidades necesarias para tener éxito en la economía moderna, se puede reducir significativamente la desigualdad económica y promover una mayor movilidad social.

No podemos perder de vista que, si bien la libre empresa puede ser un motor importante para el crecimiento económico, el gobierno tiene un papel vital que desempeñar en la reducción de la desigualdad a través de políticas de redistribución equitativa de la riqueza y los recursos. Estas políticas no solo promueven la justicia social, sino que también pueden contribuir a un mayor crecimiento económico y estabilidad social a largo plazo.

A pesar de ello, la realidad es que un enfoque equilibrado es necesario. Mientras que el exceso de intervención del gobierno puede tener efectos negativos en la innovación y la eficiencia económica, la falta de intervención puede exacerbar la desigualdad y crear tensiones sociales insostenibles. Por lo tanto, es importante que el gobierno encuentre el equilibrio adecuado, implementando políticas de redistribución que sean efectivas y eficientes sin socavar el espíritu emprendedor y la vitalidad económica.

Es evidente que la desigualdad económica es un desafío significativo que enfrentan muchas sociedades modernas, tanto que este desafío constantemente nos genera la necesidad de plantear preguntas difíciles, pero cuyas respuestas son necesarias.

Si bien la libre empresa puede ser un motor importante para el crecimiento económico, no puede garantizar por sí sola una distribución justa y equitativa de la riqueza y los recursos. En este sentido, el gobierno puede desempeñar un papel crucial en la reducción de la desigualdad a través de políticas de redistribución que promuevan un mayor equilibrio social y económico.

Al considerar estas políticas de redistribución, es importante tener en algunas de las ideas planteadas por Michael Sandel en su libro «La tiranía del mérito».

Sandel argumenta que la meritocracia, la idea de que el éxito se debe exclusivamente al mérito individual, ha contribuido a la creciente desigualdad económica al glorificar el éxito personal mientras denigra a aquellos que no tienen éxito. Esta narrativa del mérito puede llevar a la creencia de que aquellos que están en la parte inferior de la escala económica merecen su situación, lo que socava la solidaridad social y perpetúa la desigualdad.

Por lo tanto, las políticas de redistribución deben ir más allá de simplemente corregir las desigualdades económicas y también abordar las injusticias subyacentes en el sistema. Esto puede implicar cambiar la forma en que valoramos el éxito y reconocer que el mérito individual no es el único determinante del éxito económico. En su lugar, debemos adoptar un enfoque más colectivista que reconozca la contribución de todos los miembros de la sociedad y garantice que todos tengan acceso a oportunidades y recursos básicos para prosperar.

La lucha contra la desigualdad económica requiere un enfoque integral que combine políticas de redistribución efectivas con un cambio en nuestra concepción del mérito y el éxito. Al hacerlo, podemos trabajar hacia una sociedad más justa y equitativa, donde todos tengan la oportunidad de alcanzar su máximo potencial independientemente de su origen socioeconómico.

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