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OPINIÓN

Las tragedias en 19 colonias zapopanas, un panorama incierto

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

Desde que inició la pandemia, tratar cualquier asunto público se ha convertido en todo un reto, puesto que muchos temas de ‘’relevancia’’ solamente son atendidos cuando son noticia, y automáticamente son absorbidos en su totalidad por la pandemia, en este caso, por la tercera ola de COVID-19 y sus variantes que amenazan con poner al mundo de cabeza una ocasión más.

Aunque la pandemia y su tercera ola son asuntos de gran relevancia a los que nuestras autoridades, en todos los niveles, deben dedicarles tiempo y atención, no podemos cometer el error de creer que los demás problemas que rodean a la ciudadanía no son importantes o bien, que estos son capaces de pausar sus afectaciones en lo que el resto del país lidia con el COVID-19.

Por eso, el día de hoy quiero dar espacio a un caso que lamentablemente, parece que ha sido sentenciado al olvido (o al menos eso parece): las afectaciones que sufrieron alrededor de 19 colonias de la zona aledaña al Cerro del Collí, en Zapopan, Jalisco, esto debido a los desbordamientos del arroyo El Seco los días 24 y 25 de Julio.

Aunque me gustaría poder escribir todas y cada una de estas historias, la verdad es que probablemente las páginas de esta edición de Conciencia Pública no ajustarían, así hoy trataré de exponerles un par de casos que me parecen significativos; uno de ellos, un ejemplo importante de colectividad y unión que tuve la oportunidad de vivir, y el otro, que aunque también es colectivo, en esta ocasión, me lo transmite un vecino de la Colonia Miramar, con el que he tenido la oportunidad de coincidir.

El primer caso corresponde a una visita que pude realizar a la colonia El Tizate, ahí tuve la oportunidad de reunirme con líderes de la zona, que en representación de sus vecinos, expresaron sus necesidades y además, explicaron los daños que habían producido las lluvias en las viviendas que comparten entre 2 o 3 familias.

En esta ocasión, se logró armar una interesante y solidaria red de apoyo entre vecinos a través de la cual se distribuyó comida, menaje, ropa y otras herramientas que pudieran serles de utilidad para enfrentar la catástrofe.

El segundo de los casos, me lo compartió Alan Aranda Sandoval con quien tuve la oportunidad de platicar e interactuar un poco a través de Twitter el miércoles pasado. Una vez entrados en confianza, Alan me comentó, que él, al igual que muchos vecinos, tuvo que desalojar su casa desde la noche del 24 de julio, posterior a esto, un dictamen de Protección Civil, terminó por confirmar que su casa era inhabitable, aunado a esto, su vehículo fue valuado como pérdida total y prácticamente todo lo que estaba dentro de su hogar, también se perdió.

De esta manera y de la noche a la mañana, la vida de Alan dio un giro total y quedó hundido en un estado de total incertidumbre.

No obstante, la adversidad no le impidió ni a Alan ni al resto de sus vecinos, organizarse en torno al bien común de su comunidad, y tras varias reuniones con los demás vecinos de colonias afectadas por estos desbordamientos, y debido a las complicaciones que prevalecen en la zona, tomaron la decisión de realizar un pliego petitorio en el que expresan algunas problemáticas acompañadas de una serie de propuestas que ellos consideraron justas y necesarias, y además, solicitan la instalación de una comisión transitoria para la atención a las personas afectadas por ésta, y por las próximas inundaciones.

Asimismo, en la integración de esta comisión, los vecinos solicitaron que ésta fuera integrada por la Coordinación General de Servicios Públicos, Secretaría del Ayuntamiento, Dirección de Obras Públicas e Infraestructura, un regidor de cada fracción edilicia, 3 representantes de las zonas afectas, entre otros.

Aunado a esto, y ante el abandono, y la falta de mantenimiento de los gaviones que ahora son usados como tiraderos de basura clandestinos, debido a la falta de vigilancia en los mismos, así como la falta de mantenimiento e infraestructura adecuada de los Arroyo Seco y El Garabato, también propusieron la reactivación de una caseta de acceso al área de los gaviones y que se continúe con el proyecto inconcluso del parque lineal en las inmediaciones del Arroyo Seco.

De la misma manera, señalaban una mala administración en la entrega de apoyos, así como falta de transparencia en la misma, por lo que solicitaban mayor coordinación entre las autoridades y los comités vecinales para entregar listados levantados por Protección Civil, para así socializarlos y validarlos con los vecinos.

Definitivamente, creo que de esta iniciativa ciudadana podemos destacar muchas cosas, pero creo que más allá de las propuestas y/o peticiones en sí, probablemente deberíamos voltear a ver dos puntos importantes: primero, el valor que representa para la sociedad cuando una colectividad se une en aras al bien común y segundo, cómo es que en realidad muchas posturas políticas y discursos que se han empleado durante unos años no pasan de la demagogia.

¿A qué me refiero con lo anterior? Bueno, me refiero a que durante mucho tiempo, nos han hablado de la importancia de la participación ciudadana y muchos políticos han hablado del valor que tiene construir gobiernos y agendas públicas de la mano de los ciudadanos, pero cuando llega el momento de hacerlo, pareciera ser más sencillo desechar las propuestas ciudadanas, tal y como sucedió en esta ocasión.

A su vez, lo que es igual de preocupante es que desde que salieron a la luz las imágenes de estas catástrofes, las redes sociales no cesaron de emitir comentarios culpabilizando a los vecinos de las zonas afectadas de su trágico destino, hoy me queda claro que no imaginamos el impacto social y psicológico que tiene para los afectados por este tipo de catástrofes naturales, el hecho de que las voces de la sociedad, les digan que esa situación a la que se enfrentan es única y exclusivamente por su culpa, dándoles a entender de una forma u otra, que se ganaron esas tragedias.

Como lo comenté, probablemente no me ajusten las páginas de Conciencia Pública para poder hablar sobre estos casos que reflejan la realidad de un importante número no solo de zapopanos y jaliscienses, sino de mexicanos, por eso, para concluir me gustaría cerrar con las siguientes ideas que además de ser ad hoc al caso en concreto, creo que deberían de servir como guía para el político mexicano moderno.

Michale Sandel, en su libro La tiranía del mérito señala que en la medida en que nos concebimos como seres hechos a sí mismos y autosuficientes, más difícil resulta aprender gratitud y humildad, y también añade que sin estos dos valores, cuesta mucho preocuparse por el bien común.

En ese orden de ideas, es necesario reconocer que señalar a los vecinos de esas zonas, producen agravios morales y culturales, que atañen a la estima social.

Por último, la clase política está en una crisis, y hoy más que nunca, se debe entender que lo que necesita caracterizar a los políticos en tiempos de polarización debe de ser la solidaridad y sus vínculos estrechos con la ciudadanía, porque ahí se encuentra la clave para la unión.

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JALISCO

El horror de Teuchitlán alcanza a Alfaro

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De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //

La primera semana de diciembre del año pasado escribí en este espacio una colaboración que titulé “Alfaro y el karma de la vida”.

En esa ocasión afirmé:

Enrique Alfaro deja con su adiós una larga estela de agravios.

“Durante su estancia en el poder siempre privilegió satisfacer su apetito egocéntrico.

“Se sabe muy bien que con el tiempo creció su agrado por la sumisión absoluta de sus colaboradores.

“El control férreo fue su sello particular.

“Incluso algunos de sus chiqueados más cercanos admitían en lo corto que sus furiosas reacciones no eran más que una proyección de su personalidad soberbia e intolerante.

“Se dice del karma que toda acción tiene una consecuencia y que todo lo que se envía al universo volverá a nosotros.

“Si atendemos esto, entonces quizás el ahora ex gobernador de Jalisco debe prepararse para carear las consecuencias de esta ley inevitable”.

No pasó mucho tiempo para que el horror de Teuchitlán lo alcanzara.

Lo que son las cosas, mientras disfrutaba de lo lindo en Europa, se le apareció el rostro macabro de lo que fue su sexenio en materia de desaparecidos.

Las consecuencias serán muchas.

Por lo pronto, me aseguran que Pablo Lemus ni siquiera tiene ganas de responderle las llamadas y que derivado de este y otros asuntos, emprenderá una serie de medidas para despojar a Jalisco y a su gobierno de todo aquello que huela a alfarismo.

Tomar el control de partido MC sería una de sus primeras acciones.

Por cierto, en el centro del drama heredado por Alfaro Ramírez, es pertinente colocar el nombre de quien fue la mente perversa de la pasada gestión: Hugo Luna.

Sabemos que al margen de haber sido el zalamero más cercano, toda decisión institucional pasaba por su aduana, de tal modo que en la mira del actual gobierno su persona se vuelve un objetivo prioritario.

El fuero es un tema que ya está en revisión.

Al respecto, no sé si la justicia se encargará de estos dos personajes; sin embargo tengo fe en que el veredicto de la historia los colocará en el lugar que se merecen, porque ambos –hay que decirlo con toda claridad- se comportaron como unos miserables con los colectivos de padres y madres buscadoras.

Les ignoraron, descalificaron y re-victimizaron.

Por eso creo que podrán escapar de la ley, pero del karma, jamás.

En X: @DeFrentealPoder

*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista

político.

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JALISCO

La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

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Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //

Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.

Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.

Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.

«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».

Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.

La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.

La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».

Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.

La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.

Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».

La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.

Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.

Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.

Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.

Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.

En X @DEPACHECOS

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JALISCO

La bestia de Teuchitlán

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Opinión, por Fernando Plascencia //

¿Qué nos hace humanos? La dichosa pregunta se ha respondido de muchas maneras. Dirían los antiguos que la racionalidad, o que tenemos un alma incrustada y atrapada en el cuerpo que funge como cárcel, o más complejo, la capacidad de pensarnos a nosotros mismos como seres pensantes. La pregunta viene bien ahora.

Lo que ocurrió en Teuchitlán descompone cada supuesto de humanidad. La racionalidad se perdió, llegó el animalismo, se diría, pero ya Mary Midgley vino a decirnos que no hay animal más cruel que el humano, ni el feroz lobo es capaz de desollar a sus presas, porque no son rivales, son presas. ¿Nos distingue el alma? Pero quién con alma sería capaz de cometer atrocidades contra decenas de seres humanos, un desalmado. No se ve más el reflejo del alma en los ojos, los ojos solo reflejan desdicha y sufrimiento.

No importa a dónde vayamos, la violencia nos persigue y nos hace cada vez menos humanos. Nos persigue para condenarnos y llevarnos de su mano. Como sociedad no hemos sido capaces de evitarla. Como humanidad nos sentamos en comunidad, creamos normas, para no hacernos daño los unos a los otros, cuán lejos nos sabemos de eso.

El contrato social que nos hizo humanos en el principio – cuál principio – se rompe y se rompe a cada rato. Teuchitlán lo confirma, el desmoronamiento de lo que creíamos nos quita lo humano. ¿Qué somos ya?

Desde hace años se habla de deshumanización, de una extrañeza que nos invade y nos hace menos humanos. ¿Somos menos humanos con cada tragedia como la de Teuchitlán? ¿El humano que se atrevió a tanto con qué será comparado? No hay más comparación que con el mismo humano. La bestia que llevamos dentro emerge y no como bestia de la naturaleza, sino como la bestia que no conoce el límite moral, porque sí hay animales que viven con una moralidad más digna.

Nuestra humanidad se encuentra extraviada y con símbolos y con ríos de sangre y dolor lo comprobamos. 400 zapatos son la muestra de una capacidad infinita de derrotar al rival como sea necesario y con los medios que se tengan al alcance, pero más que derrotar al rival nos derrotamos a nosotros mismos. Fuimos capaces de crear un Estado, tan sofisticado en algunas partes con instituciones que resuelven el más pequeño inconveniente público, pero ahora no somos capaces de protegernos.

La humanidad se nos va de las manos, eso que se propuso como proyecto de humanidad no quedó más que en el papel de tratados morales y filosóficos. El trazado racional que por mucho tiempo hemos tratado de seguir se tambalea y estamos a la deriva no solo de una razón instrumental, sino de una lógica de violencia por la violencia. Lo que creamos para servirnos de protección ha dejado de servirnos y ha servido para incrementarla – la violencia -, con disposición para que unos cuanto sigan al margen. Pero lo que se predice es que la violencia está por atacarnos a todos y de una vez por todas no habrá quién se salve, será responder o morir.

Más que nunca es falso que somos los seres del centro de la vida social, qué limitados estamos para salir de la violencia, y es que ningún impulso nos ha sacado de ese baño de sangre. Divinizar la violencia es el camino más torpe que pudimos tomar o ¿será que el exceso de libertad nos trajo hasta aquí?

Lo que ocurrió en Teuchitlán debe ser llamado como uno de los peores actos que como sociedad nos han ocurrido. Qué lejos nos pone de una idea de sociedad que seguimos compartiendo muchos, donde la violencia debe ser el instinto más controlable que tengamos. La violencia es biológicamente natural, pero debemos entender cómo moderarla y evitar que los conflictos lleguen a más. La información más valiosa que tenemos es que la violencia no es el único impulso que tenemos, ni el mejor, sino que tenemos instintos que juegan un papel fundamental como sociedades: la cooperación o la empatía.

No reforzar la violencia y sus conductas es vital como humanidad, si no es real que el hombre es lobo para el hombre es porque tenemos más caminos y Teuchitlán no es el destino ineludible del que no podamos escapar, sino debe ser el inicio de entender que como sociedad y humanidad no es lo que queremos muchas, pero muchas personas.

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