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OPINIÓN

Los nuevos intangibles en la era post COVID-19

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Comuna México, por Benjamín Mora //

El futuro, hoy incierto, será de una economía de intangibles; para ello, necesitaremos de gestores de los nuevos intangibles: Libertad, verdad, certidumbre, solidaridad, reputación, confianza… que complementarán a los otros intangibles ya reconocidos y cuantificados: Del conocimiento, de la capacidad del aprendizaje, de la I+D+i, de las patentes y del software.

A futuro, las reglas de la competencia económica deberán asumir a los nuevos intangibles como su pilar principal, aún más que los tangibles económicos e incluso antes que los intangibles ya reconocidos y cuantificados; redescubriremos a esos nuevos intangibles, y desde ellos crearemos valores que trascienden y hacen trascender, que hoy pocos, muy pocos, intuyen como fundacionales de las sociedades de ayer y las sociedades por nacer, así como los gobiernos por constituir. Aristóteles, en su tratado de Política nos define como zoon politikón, es decir, animales políticos o animales cívicos, por nuestra capacidad y necesidad de relacionarnos políticamente, crear sociedades y organizar la vida desde nuestra esencia gregaria racional.

Erich Fromm, a quien conocí en mis años de universidad, sostenía que cada uno de nosotros nos alzamos como esa especie gregaria que necesita vivir en comunidad para ser felices y sentirnos realizados. Nos explicó que, en el vínculo, en el amor y en la libertad nos humanizamos. Que debemos romper con los determinismos para construirnos desde un enfoque más libre.

Nuestra obligada reclusión Covid-19 debería invitarnos a reflexionar sobre algo que dijera Erich Fromm de forma tan sucinta y clara: “El ser humano tiene dos orientaciones básicas: tener y ser. Tener implica adquirir y poseer cosas, incluso personas. Ser se centra en la experiencia: intercambiar, comprometerse, compartir con otra gente”. ¿Qué buscaré tras estos días de encierro: ¿A mis seres queridos –padres, hijos, nietos y amigos- o el auto que no compré, el televisor más grande y moderno, el traje o el vestido que vendrá en el invierno? Creo, hoy sabemos que no podemos sentirnos satisfechos sin el contacto de los nuestros. Hemos redescubierto que la solidaridad, la confianza, la certidumbre, la libertad, son fundacionales y que el espacio público es también para el encuentro con quienes nos son ajenos.

Hoy, los nuevos intangibles crean valor social, y evidencian la crisis de gobiernos y posible hundimiento de políticos que no han sabido actuar frente al Covid-19. Donald Trump, reconocido como un presidente acostumbrado a mentir, enfrenta a una derrota electoral anticipada este noviembre, y Andrés Manuel López Obrador advierte la derrota de su partido, sus aliados y la 4T, a medidos a 2021. Ni el Clorox alivia a quienes sufren del Covid-19, ni China creó al coronavirus, como dijera Trump; igual que resultó falso que los cubre bocas sean ineficaces ante el coronavirus o que los abrazos no son un medio de contagio, ni menos es cierto que somos una raza de superhombres y supermujeres. Con la explosión de las redes sociales, los efectos de las mentiras y los engaños de los malos gobernantes son explosivos casi de inmediato. La crisis del Covid-19 es, ante todo, una crisis sistémica cuyo origen está en la falta de integridad y malas prácticas de los gobiernos, los corporativos empresariales y las comunidades, pero, sobre todo, en olvidarnos de los intangibles.

Fundamentados en la Teoría de los Recursos y las Capacidades, en los tiempos que están por venir, la competencia será bajo nuevos parámetros; las fortalezas y debilidades, las oportunidades y amenazas, estarán en el ámbito de los intangibles: La confianza, la certidumbre, la responsabilidad y la reputación.

El presidente López Obrador, de difícil entendimiento, ha decidido multiplicar las horas de presencia de su gobierno en los medios, creyendo -o quizá auto engañándose- que su imagen volverá a crecer; sin entender ni querer reconocer que su gobierno es de verdades a medias y mentiras enteras. La distancia entre las expectativas que se tenía hacia López Obrador como presidente y sus resultados al frente del gobierno, se profundiza día con día, pues el engaño se ha vuelto desengaño.

Cuando AMLO declara que no es florero, olvida que, en política, los enojos se guardan y callan. El Presidente cree que su gobierno se mide desde la visión que él se tiene de sí mismo y que fuera de su ego, México no existe ni es posible. Se enoja al sentirse florero en una negociación a la que se negó participar. Fue sordo a los demás, y los demás decidieron dialogar sin él. Los intangibles determinaron lo que los tangibles no pudieron: Su reputación de ser un hombre que repele a los empresarios hizo inútiles los datos duros de cierre de pequeños comercios, restaurantes, hoteles, empresas e industrias, así como la pérdida de empleos formales e informales, y el decrecimiento económico.

La confianza del empresario se perdió y la desconfianza hacia el Presidente va en ascenso día con día. El mal del Presidente es que no ha entendido que a la mayoría de ciudadanos poco importa lo que él les diga. En política se debe hablar de lo que van a hacer y hacer lo que han dicho, pero, sobre todo, decir y hacer lo que interesa al pueblo.

El gobierno de AMLO parece más identificado por lo que ha cancelado tras unas consultas a modo que por lo que hace y construye. Para el “pueblo bueno” no hay diferencia entre cancelar el aeropuerto de Texcoco o suspender el de Santa Lucía –mientras pasa el Covid-19- si el dinero a ellos destinado se le entrega a manera de “dádiva justa y muy merecida”. Pareciera que la storytelling (la narrativa) de Andrés Manuel López Obrador se pierde en el sin sentido de la obnubilación mental. El Presidente dejó de tener claridad en el qué, cómo y para qué se despierta temprano y abre micrófonos mañaneros. Sus discursos son repetitivos y cansados.

Ojalá entendamos que la esencia de lo humano es su humanidad y que ésta se frustra y asfixia lejos de los demás. Nuestra humanidad es la primera de los intangibles.

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NACIONALES

Entre la renovación y el control

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Opinión, por Miguel Anaya //

En el contexto del aniversario de la promulgación de la Constitución de 1917, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, anunció una relevante iniciativa de reforma constitucional destinada a eliminar la reelección en todos los cargos de elección popular y a prohibir el nepotismo en la sucesión de dichos puestos.

Para formarnos una opinión al respecto, es esencial mirar hacia el pasado. La bandera de la no reelección fue utilizada como un instrumento para que Porfirio Díaz llegara al poder, combatiendo contra la reelección de Benito Juárez. Posteriormente “Sufragio efectivo, no reelección” fue el lema que utilizó Francisco I. Madero durante la revolución para aglutinar a las masas, precisamente, contra Díaz.

En su momento, con el PRI en el poder, la no reelección se adoptó como una herramienta para construir y conservar la estructura partidista. Con la no reelección, el Revolucionario Institucional fomentó la rotación periódica de sus líderes, lo que le permitió «renovar» sus cuadros internos y evitar que figuras poderosas se consolidaran de manera permanente, al menos de forma pública. Así nacieron los períodos y planes sexenales, donde el que se iba, ya no volvía a aparecer en la escena.

Este mecanismo de renovación periódica se transformó en un instrumento dual: reforzaba la imagen de cambio que el régimen deseaba proyectar, mientras facilitaba el control político al permitir que, en cada sexenio, desde la presidencia y las gubernaturas se decidiera quién continuaría en la cúspide. Este equilibrio aparente entre renovación y estabilidad se convirtió parte de la esencia del modelo político mexicano.

Según sus promotores, el principal beneficio de la no reelección radica en su capacidad para evitar el estancamiento político y la formación de dictaduras personalistas, favoreciendo la entrada de nuevos actores y la innovación en la gestión pública.

No obstante, la instrumentalización del principio también ha suscitado críticas. Aunque en teoría se promueve la renovación, en la práctica se ha utilizado el mecanismo de la no reelección para mantener un control férreo sobre la política, que aseguraba la continuidad del poder en manos de la élite. Esta práctica ha sido señalada por algunos como un obstáculo para la verdadera competencia democrática, ya que históricamente el cambio aparente en la dirección del país ocurría en un marco previamente estipulado y controlado por unos pocos.

Así, el principio se ha convertido en un elemento paradójico: si bien impide la reelección inmediata y la concentración prolongada del poder en una sola persona, también restringe la emergencia de alternativas políticas fuera del círculo del poder.

Por todo lo anterior, el anuncio de la presidenta ha desencadenado un intenso debate en el ámbito político. Los defensores de la iniciativa argumentan que estas medidas fortalecerán la democracia al garantizar la alternancia política.

Los críticos sostienen que la reelección permite a los funcionarios dar continuidad a proyectos, ya que incentiva a los políticos a desempeñarse adecuadamente con la expectativa de un nuevo mandato por parte de los electores. En contraste, la no reelección los obliga a depender exclusivamente de la disciplina y acuerdos con la cúpula partidista que los postuló.

En fin, actualmente, después de más de 150 años el postulado de la no reelección sigue vigente, precisamente porque en el proceso quienes lo han propuesto se han perpetuado (o han intentado perpetuarse) en el poder.

Para que esta iniciativa prospere, deberá ser aprobada por dos tercios de los miembros en ambas cámaras del Congreso de la Unión y, posteriormente, por la mayoría de las legislaturas estatales, dado que implica una reforma constitucional. Con la abrumadora mayoría de Morena en el Congreso de la Unión y en los congresos locales, la aprobación parece un hecho, a menos que las tensiones internas compliquen el proceso.

Del éxito o fracaso de esta reforma dependerá la consolidación de un sistema político democrático, donde se renueven las y los políticos que -al menos en teoría- deberán tener la formación y experiencia adecuadas para llevar al país a un mejor rumbo. Así las cosas.

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MUNDO

La personalidad de Donald Trump

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

Donald Trump, con Tony Schwartz, escribieron el libro “El arte de la negociación”. De la edición del 26 de octubre de 2019 de Epublibre provienen estas frases entresacadas del texto para ilustrar con quién está lidiando el mundo.

“No lo hago por dinero. Tengo mucho dinero; más del que necesitará jamás. Lo hago ‘por amor al arte’. La negociación yo la entiendo como un arte. Que otros pinten magníficas telas o escriban poesías maravillosas. A mí me gusta hacer negocios, preferiblemente grandes negocios. Esa es mi vocación”.

Trump, el empresario, se ganó su reputación en Estados Unidos de Norteamérica por sus millonarios negocios inmobiliarios. “En contra de lo que muchos creen, no me gusta salir en periódicos; no soy partidario de hablar de mi vida privada. Sin embargo, tener una cobertura en los medios de información puede ser muy útil en los negocios”.

“Cuando concedo entrevistas procuro ser muy breve. Me protejo a mí mismo procurando permanecer flexible. Nunca me ato a un solo planteamiento; en mis malabarismos mantengo muchas bolas en el aire al mismo tiempo, porque muchos negocios fracasan, por muy prometedores que hayan parecido al principio.

“Lo peor que puede pasarle a uno en un negocio es tener una necesidad desesperada de hacerlo. Lo mejor es negociar desde una posición de fuerza, porque la posición más fuerte es la que encierra una ventaja. En los negocios, la ventaja se define como ‘tener algo que el otro quiere’, o que necesita; o, mejor aún, que no puede pasar sin lo que uno tiene. Muchas veces la ventaja demanda imaginación y labia vendedora; dicho de otra manera: hemos de convencer a nuestro oponente de que su propio interés está en cerrar el trato.

“La clave última de mi estilo promocional es la osadía. Juego con las fantasías de la gente. Muchos, aunque no sepan pensar a lo grande, sí que pueden emocionarse con las grandes ideas de otros. Por eso nunca está de más un poco de hipérbole. A la gente le gusta creer que tal o cual cosa es la más grande, la más atrevida o la más espectacular. Exagerar no es mentir; es decir, la exageración en su variedad inocente, que es, además, una forma de promoción muy eficaz.

“Aunque siempre conviene destacar lo positivo, en ocasiones la única opción es el enfrentamiento. Mi carácter es muy llevadero, me porto bien con los que se portan bien conmigo. Pero si alguien me trata mal o injustamente o pretende aprovecharse de mí, entonces peleo con la máxima dureza; no recomiendo ese género de reacción a todo el mundo, pero –según mi experiencia- cuando uno lucha por lo que cree, las cosas siempre terminan por arreglarse para bien (aunque en el camino se pierdan algunos que consideraba amigos)”.

“No se puede engañar a todo el mundo, todo el tiempo. Se puede crear expectación, montar una promoción estupenda y conseguir que los medios publiquen sus declaraciones (que usted no habrá de sazonar con una buena dosis de hipérbole; pero, al final, debe servir la ‘mercancía’ o la gente se sentirá engañada)”.

“Jimmy Carter poseía el atrevimiento, la osadía y los tamaños para osar lo extraordinario. Esa cualidad, por encima de todas las demás, le ayudó a llegar hasta la presidencia; pero luego, como es natural, el pueblo no tardó en darse cuenta de que Carter no estaba capacitado para la primera magistratura del país y por eso fue derrotado por amplia mayoría y perdió la reelección”.

“Ronald Reagan era un actor tan hábil y tan eficaz que supo conquistar por completo al pueblo estadounidense. Luego de terminar su presidencia, la gente se preguntó qué había detrás de su sempiterna sonrisa. La vida es muy frágil y eso no puede remediarlo ni el éxito; si acaso la hace más frágil, todavía”.

“Todo puede cambiar sin previo aviso y por eso procuro no tomarme demasiado en serio nada de lo ocurrido a la fecha. El dinero nunca ha representado un móvil muy importante para mí…a no ser como estímulo. La verdadera emoción consiste en jugar la partida. No pierdo el tiempo en meditar si debería haber obrado de tal o cual forma o sobre lo que pasará después. Por eso respondo que me divierto mucho con lo que hago”.

“En el vecindario fui una especie de caudillo…como sigue ocurriendo actualmente. Concitaba adhesiones incondicionales o antipatías similares. Era muy apreciado en nuestra pandilla, de la que tendía a ser el jefe; en la adolescencia fui muy bullicioso; por algún motivo me gustaba crear agitación y poner a prueba a los demás. Arrojaba bolsas llenas de agua al patio y bombas fétidas en el salón; armaba grandes follones en las fiestas del colegio. No por malicia, sino por mi agresividad, la que aprendí a canalizar cuando mi padre me inscribió en la Escuela Militar de Nueva York”.

“A veces, para hacerse de un negocio, no hay más remedio que denigrar a los rivales”.

Saque usted sus conclusiones sobre la personalidad y manera de actuar del actual presidente de los Estados Unidos de Norteamérica y cambie negocios por política, para que cuadre la radiografía.

 

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NACIONALES

El espíritu de las cruzadas

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Opinión, por Fernando Plascencia //

Cruzadas suena empolvado, anacrónico. Las cruzadas fueron hace siglos, las católicas para recuperar Tierra Santa, y no se ha escuchado de otra en fechas actuales. Aunque no se haya escuchado es real que sí ha habido.

El siglo pasado, un joven acomodado, escritor y con puesto público de alto nivel, Jaime Torres Bodet, decidió iniciar una cruzada por la alfabetización y logró que quinientas mil personas leyeran, un en país, principalmente, rural y centralizado.

En otro tiempo se pensó que la educación pública y la cultura debían ser accesibles para todos, los logros históricos de nuestra nación y nuestro pasado de subyugación podían acercarse a la gente a través de pintar hazañas y arte simbólico en los muros públicos; era una cruzada por el arte, la cultura y la educación.

A pesar de esas cruzadas, que han sido momentáneas, de tiempos ya pausados, hoy vivimos un estancamiento de educación, de cultura, de lectura, entre otras. Decimos una vez más que tenemos datos para respaldarlo. MOLEC reconoce sus peores cifras desde que se mide la lectura y por ahora, estamos fuera de competir en matemáticas y español en el mundo.

La vida pública requiere de esfuerzos colosales para transformar realidades, pero también de perfiles valerosos que encabecen cruzadas. Que lleven sus espíritus a lugares no accesibles, con proyecto de envergadura como el Jacques de Molay, como el de Horace Mann para dotar a la nación norteamericana de educación pública, el de John Dewey o María Montessori. México necesita un perfil así, que como se pide desde la ONU, venga y digitalice la educación, se renueven las aulas o se estimule a hacer un país competitivo en la lectura.

Estamos huérfanos ante grandes pensadores. Nos urge un empuje de gente que piense, de idealistas que se junten con quien sí puede, porque no solo será el origen de algo bueno, sino el destino, y además inspirarán a más a unirse, porque las buenas cosas atraen gente buena. Es el tiempo de que con cruzadas danzantes se tumben los mitos sobre la pobreza, sobre el supuesto desinterés de la gente de México de leer y el enamoramiento hacia la televisión abierta.

Volteemos alrededor y con ojo crítico seamos capaces de dilucidar el inicio de una gran cruzada. Los cruzadistas se notan por tener un ideal claro y preciso, idea clara de qué y cómo llegar a la meta; asimismo, un alma entregada y una mente que soporte los embates de los adversarios. La educación y los grandes proyectos son políticos, no necesariamente partidista, pero sí de choque de ideas. Hemos sido temerosos de la ideología, agazapando las narices cuando algo se sale de un estado anterior, como si lo que viniera se tratase de un final. Las cruzadas vendrán acompañadas de una nueva ideología, que de funcionar será un mejor camino.

Alguna vez leí de una cruzada extraordinaria, que provenía no de un caballero templario, pero que es recordado con mayor cariño que muchos de ellos. Se trata de Louis Germain, profesor argelino del filósofo y ganador del premio Nobel de literatura en 1957 Albert Camus, quien respondió la pequeña carta que el escritor le dedicó en su premio. La misiva era la de un verdadero cruzadista.

El profesor tuvo la misión de crear un movimiento intenso ético y animador, con el propósito de observar gestos, con mirada pedagoga, de su alumnado, por su carácter revelador. Reconoció en Camus no solo a un chico entusiasmado por el saber, sino que también como él dijo: Creo conocer bien al simpático hombrecito que eras y el niño, muy a menudo, contiene en germen al hombre que llegará a ser. Y ya sabemos qué fue lo que pasó.

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Tendencias

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