JALISCO
Para combatir la corrupción y la impunidad, se requiere en Jalisco de un sistema judicial anticorrupción

Opinión, por Luis Enrique Villanueva Gómez //
En la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (CPEUM), el Sistema Nacional Anticorrupción está previsto en los artículos 113, 127 y 134, cuyos textos establecen: a) la esencia y objeto del sistema; b) sus integrantes, y c) las bases, estructuras y funcionamiento.
La estrategia legal oficial contra la corrupción y la impunidad, se derivó del compromiso de las entidades para contrarrestar sus principales causas, factores y consecuencias y además como efecto derivado de la problemática identificada en las dependencias y entidades del sector público, organismos, empresas, contratistas y no pocas personas físicas que despliegan conductas en diversos procesos de accionar del Estado y sus ámbitos, constituyéndose en tipos penales asimilables al fraude con menoscabo al erario público, por ello es que se decidió conformar el Sistema Nacional Anticorrupción, cuya primera iniciativa se presentó el día 15 de noviembre de 2012 y la última de las nueve iniciativas se presentó el 12 de febrero de 2015.
Sus antecedentes fundamentales se remontan a dos instrumentos del derecho convencional, es preciso señalar que México ha formado parte de la Convención Interamericana contra la corrupción desde que fuera signada por el Estado el 29 de marzo de 1996 y ratificada por el Senado de la Republica el 30 de octubre de 1996, en la que se acordó una estrategia de fortalecimiento de medidas preventivas contra la corrupción. Por otra parte, el 31 de octubre de 2013, México adoptó la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, en la que se propone una coordinación integral de medidas en las que se incorpore la responsabilidad de los sectores público, privado y social.
Para conformar y darle vida al Sistema Nacional Anticorrupción, se estableció la necesidad de generar diversas normas secundarias, fue así que con fecha 18 de julio del 2016 se publicaron en el Diario Oficial de la Federación cuatro nuevas leyes: la Ley General del Sistema Nacional Anticorrupción, la Ley Orgánica del Tribunal de Justicia Administrativa, la Ley General de Responsabilidades Administrativas y la Ley de Fiscalización y Rendición de Cuentas de la Federación; cinco leyes fueron reformadas: la Ley de Coordinación Fiscal, la Ley General de Contabilidad Gubernamental, el Código Penal Federal, la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal y la Ley Orgánica de la Fiscalía General de la República; así como las regulaciones de disciplina financiera de las entidades financieras y los municipios.
El Código Penal Federal, en su Título Décimo, artículos 212 a 224, establece los delitos por hechos de corrupción en los que puede incurrir un servidor público, entre los cuales se encuentran el ejercicio ilícito de servicio público, el abuso de autoridad, la coalición de servidores y servidoras públicos, el uso ilícito de atribuciones y facultades, concusión, intimidación, ejercicio abusivo de funciones, tráfico de influencias, el cohecho así como el cohecho a servidores públicos del extranjero, peculado, y enriquecimiento Ilícito.
Como consecuencia y componente de la Estrategia Nacional Anticorrupción, en el año 2017, el Gobierno de Jalisco puso en marcha el marco normativo, institucional y de políticas públicas integrando un Sistema Anticorrupción para el Estado de Jalisco, que fue conformado a través de un Comité de Participación Social, la Auditoria Superior del Estado de Jalisco, la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción, la Contraloría del Estado, el Consejo de la Judicatura, el Instituto de Transparencia, acceso a la Información y Protección de Datos Personales del Estado de Jalisco y el Tribunal de Justicia Administrativa del Estado de Jalisco, estableciendo un marco normativo para atacar de lleno el mencionado problema y las consecuencias que su desarrollo provoca.
Es así como se vieron reformadas la Constitución Política del Estado de Jalisco, la Ley de Responsabilidades Políticas y Administrativas, la Ley de Fiscalización y Rendición de Cuentas, la Ley Orgánica de la Fiscalía General del Estado y como parte de ella la creación de la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción, así como la creación de la Ley del Sistema Estatal Anticorrupción, Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública del Estado de Jalisco, así como la Ley de Protección de Datos Personales en Posesión de Sujetos Obligados.
De la misma forma, el Código Penal para el Estado de Jalisco establece un catálogo de delitos en que incurren los servidores públicos cuando se trata de impartición de justicia, dando como resultado treinta y cuatro delitos previstos en el artículo 154 entre los que destacan el conocer negocios a sabiendas del impedimento legal para conocerlos, desempeñar algún cargo particular que la ley prohíba, litigar por sí o por interpósita persona cuando la ley les prohíba expresamente, ejecutar actos o incurrir en omisiones que produzcan un daño o concedan una ventaja indebida a los interesados de un negocio; entre otros.
Cabe señalar que las obligaciones y compromisos derivados de la puesta en marcha del Sistema Estatal Anticorrupción, el Poder Judicial del Estado de Jalisco incumplió con la obligación de implementar un Órgano Interno de Control en los términos de la Ley General de Responsabilidades Administrativas del 18 de Julio de 2016, porque hasta la fecha no ha sido creado en sus términos.
Ahora bien, ¿Cuál es la posición del país y del Estado de cara a la implementación de los correspondientes sistemas anticorrupción enunciados?
En 2020 se publicó la “Encuesta Global sobre Delitos Económicos” realizada por Price waterhouse Cooper, se estableció que el tráfico de información privilegiada, el fraude fiscal, el lavado de dinero, el soborno y la corrupción, son los cinco principales y más costosos fraudes en término de pérdidas directas de activos, como dato ilustrativo, de entre las empresas encuestadas un 30% destacaron como víctimas de la corrupción. (PwC, 2020)
Al respecto, desde hace ya algunos años, diversas asociaciones ciudadanas se unieron a la estrategia de combate a la corrupción realizando regularmente mediciones y aproximaciones a la magnitud del fenómeno, una de esas mediciones sobre la percepción de la corrupción, arrojó que México reporta uno de los mayores índices de corrupción en América Latina, según el referido instrumento de medición, un 34% de los usuarios de un servicio público tuvieron que pagar para acceder a él (Transparency international, 2019).
MÉXICO LUGAR 130 DEL RANKING DE CORRUPCIÓN
De acuerdo con el mismo reporte, México se encuentra en la posición 130 de 198 países encuestados, obteniendo una calificación de 29 puntos de 100 posibles, lo que representa una tendencia a la baja de -6 puntos si se compara con los 35 puntos que obtuvo en 2014.
Por otra parte, a nivel internacional se puede establecer, según lo señala el Sustanaible Gobernance Index, que México se encuentra en el lugar número 35 de su ranking, obteniendo una valoración de 4.83 en cuanto a la calidad de las políticas públicas, un 4.77 en cuanto al sistema democrático y un 5.63 a los niveles de gobernanza.(SGI, 2019)
En ese sentido, los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2019, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, arrojaron que en Jalisco la población de 18 años y más considera que la inseguridad y la delincuencia (79.9%), así como la corrupción (55.7%) son los problemas más importantes del Estado (INEGI, 2019).
El 85% de la población considera que los actos de corrupción son muy frecuentes o frecuentes, lo que representa solo dos puntos porcentuales menos del nivel nacional que es de 87% cabe señalar que sobre la frecuencia de actos de corrupción en diversos ámbitos se obtuvo que el Poder Judicial se coloca en quinto lugar, debajo de los policías, los partidos políticos, los gobiernos estatales, el Congreso Federal y el Ministerio Público en ese orden (INEGI, 2019).
La misma encuesta reveló que en promedio 16,100 habitantes de cada 100,000 tuvieron contacto con algún servidor público y experimentaron cuando menos un acto de corrupción y la tasa de trámites en donde la población tuvo cuando menos un contacto con un acto de corrupción fue de 34,545 por cada 100,000 habitantes, lo que representa cuatro mil ochenta y nueve personas más que la tasa de incidencia Nacional. (INEGI, 2019)
En ese sentido, los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, arrojaron que durante los últimos años, 19 estados presentaron un comportamiento a la baja en materia de corrupción, siendo Jalisco uno de ellos pasando de reportar un 91.7 % en 2017 a un 85.0% en 2019 (INEGI, 2019).
Las principales entidades federativas con una percepción de corrupción “Muy frecuente” o “Frecuente” fueron: Tabasco con el 91.8%, Estado de México con 91.5% y Michoacán con el 90.4% (INEGI, 2019).
En ese tenor, es preciso señalar que de conformidad con el análisis del World Justice Project: Estado de derecho, en el caso del segundo factor evaluado que tiene que ver con ausencia de la corrupción, Jalisco obtuvo una puntuación de 0.31% con lo que consiguió el lugar número 28, a la par de los estados de Durango y Quintana Roo, particularmente el Poder Judicial obtuvo 0.35 puntos de calificación en cuanto a la ausencia de corrupción, (WJP, 2020)
Por otra parte el Ranking 2019, denominado Índice Estatal de Desempeño de Procuradurías y Fiscalías, se detalla que en el Estado, el tiempo de espera para denunciar es de 113.38 minutos, mientras que la efectividad en la procuración de justicia es de un 7.8% y existe un porcentaje de 60.20% de sentencias menores de tres años (Impunidad Cero, 2019) colocándolo en la posición número 23 del ranking nacional.
Los reportes y estadísticas muestran entonces un muy ligero avance respecto de la conformación de los sistemas de combate a la corrupción.
En el ámbito de la jurisdicción, la corrupción y la impunidad tienen que ver precisamente con el proceso de la impartición y la ejecución de la justicia, que convierten al Poder Judicial del Estado de Jalisco en uno de los más señalados por actos de corrupción, superado solamente por las corporaciones policiacas de todos tipos y niveles y los partidos políticos.
En efecto, estudios que miden la percepción ciudadana hacia el Poder Judicial de Jalisco, en particular la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Púbica del (INEGI, 2019) evidenció que un 74.5 % de jaliscienses considera que los juzgadores son corruptos.
Reconociendo el carácter complejo pluricultural y multifactorial de los procesos y prácticas que caracterizan a las conductas típicas de la corrupción y la impunidad en el actuar de las instituciones, se debe reconocer también de manera muy explícita el hecho de que las apreciaciones que existen al respecto tienen una naturaleza de percepción, es decir, no tienden a la exactitud de cifras duras, por el contrario, se trata de un espectro de colocación de objetos a la luz de la opinión pública.
En ese sentido es que se ve agudizada la percepción social de la impunidad cuando se relaciona con los índices de corrupción sin castigo ni consecuencias, generando un ambiente de desconfianza y lejanía del poder público con la ciudadanía.
Para el Modelo de Gobernanza Judicial (www.gobernanzajudicial-jalisco.mx) que se propone, el desarrollo de una buena estrategia transversal de gobernanza judicial en materia de combate a la corrupción es necesaria y urgente para desentramar el origen de este fenómeno en una línea de tiempo determinada, con el objeto de lograr dimensionar el tamaño real de la problemática a tratar, realizar un análisis metódico del estado de la cuestión y con ello definir líneas de acción institucionales que logren terminar con este problema, en la medida y el tiempo que sea necesario.
Resulta adecuado y oportuno la creación de un sistema judicial anticorrupción, que incorpore al ciudadano en cada uno de sus componentes no solo para que sean privilegiados espectadores de primera fila, sino para que se conviertan en coprotagonistas de los procesos de implementación, seguimiento y evaluación, que participen de la operación de figuras como el observatorio ciudadano, la contraloría ciudadana judicial, las plataformas en línea de consulta de procesos judiciales, un proyecto de transparencia y datos abiertos, un proyecto de comunicación social responsable, un laboratorio de análisis y estudio de sentencias y la de procesos administrativos de investigación y sanción de conductas irregulares, entre otras (que serán motivo de la próxima colaboración), porque no habrá avance alguno en el combate a la corrupción sin la decidida participación social en las tareas públicas.
JALISCO
El horror de Teuchitlán alcanza a Alfaro

De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //
La primera semana de diciembre del año pasado escribí en este espacio una colaboración que titulé “Alfaro y el karma de la vida”.
En esa ocasión afirmé:
“Enrique Alfaro deja con su adiós una larga estela de agravios.
“Durante su estancia en el poder siempre privilegió satisfacer su apetito egocéntrico.
“Se sabe muy bien que con el tiempo creció su agrado por la sumisión absoluta de sus colaboradores.
“El control férreo fue su sello particular.
“Incluso algunos de sus chiqueados más cercanos admitían en lo corto que sus furiosas reacciones no eran más que una proyección de su personalidad soberbia e intolerante.
“Se dice del karma que toda acción tiene una consecuencia y que todo lo que se envía al universo volverá a nosotros.
“Si atendemos esto, entonces quizás el ahora ex gobernador de Jalisco debe prepararse para carear las consecuencias de esta ley inevitable”.
No pasó mucho tiempo para que el horror de Teuchitlán lo alcanzara.
Lo que son las cosas, mientras disfrutaba de lo lindo en Europa, se le apareció el rostro macabro de lo que fue su sexenio en materia de desaparecidos.
Las consecuencias serán muchas.
Por lo pronto, me aseguran que Pablo Lemus ni siquiera tiene ganas de responderle las llamadas y que derivado de este y otros asuntos, emprenderá una serie de medidas para despojar a Jalisco y a su gobierno de todo aquello que huela a alfarismo.
Tomar el control de partido MC sería una de sus primeras acciones.
Por cierto, en el centro del drama heredado por Alfaro Ramírez, es pertinente colocar el nombre de quien fue la mente perversa de la pasada gestión: Hugo Luna.
Sabemos que al margen de haber sido el zalamero más cercano, toda decisión institucional pasaba por su aduana, de tal modo que en la mira del actual gobierno su persona se vuelve un objetivo prioritario.
El fuero es un tema que ya está en revisión.
Al respecto, no sé si la justicia se encargará de estos dos personajes; sin embargo tengo fe en que el veredicto de la historia los colocará en el lugar que se merecen, porque ambos –hay que decirlo con toda claridad- se comportaron como unos miserables con los colectivos de padres y madres buscadoras.
Les ignoraron, descalificaron y re-victimizaron.
Por eso creo que podrán escapar de la ley, pero del karma, jamás.
En X: @DeFrentealPoder
*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista
político.
CARTÓN POLÍTICO
¿Dormirá tranquilo en Madrid?
JALISCO
La justicia, un privilegio inalcanzable: Teuchitlán, la negación como crimen de Estado

Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
Hay maneras múltiples de negar un crimen, formas infinitas de enterrar un cuerpo, procedimientos diversos para desaparecer personas, ideas, realidades. En México, especialmente en Jalisco, el gobierno parece haberlas aprendido todas. El más reciente y grotesco episodio de negación oficial se escenifica alrededor de un rancho en Teuchitlán, cuyo nombre, «Izaguirre», se volvió sinónimo del horror: fosas, huesos quemados, restos calcinados, zapatos sin dueño.
Pero, según la fiscalía general del Estado, allí nunca hubo hornos crematorios. Así lo dijeron, con palabras oficiales, tranquilas, demasiado tranquilas, con la frialdad de quien niega para no actuar.
Héctor Flores, vocero del colectivo Luz de Esperanza, habla con el tono cansado de quien ya conoce todas las versiones oficiales. «Quieren minimizar la crisis, callar lo que dicen las familias y los medios», señala. No habla desde la teoría; lo suyo es la práctica cotidiana de una búsqueda desesperada, un intento de hacer justicia con propias manos, mientras el Estado responde con burocracia y negaciones. Y no habla solo de Teuchitlán, sino de una realidad que atraviesa todo México: más de 15,000 desaparecidos solo en Jalisco y decenas de miles más en todo el país. Números que aumentan, cifras que no despiertan acción sino indiferencia.
«La confianza está en las familias, no en las instituciones», sentencia Flores. Las palabras golpean con fuerza porque reflejan una verdad ya inocultable: el Estado ha dejado hace tiempo de ser garante de seguridad para convertirse en cómplice por omisión, por negligencia, por indiferencia. Flores lo explica sencillo, pero la simplicidad de su denuncia encierra toda la complejidad del fracaso institucional: «La federación no puede lavarse las manos echándole la culpa a los estados. La delincuencia organizada es competencia federal y tienen que actuar».
Pero México es el país donde los gobiernos siempre encuentran razones para no actuar. La Fiscalía argumenta que necesita denuncias formales para iniciar carpetas de investigación. Las familias responden que denunciar es ponerse en peligro, es exponerse a la violencia del crimen organizado, protegido por autoridades corruptas. La paradoja es brutal: se exige que las víctimas, ya violentadas, vulnerables, amenazadas, sean quienes se arriesguen aún más para hacer el trabajo que el Estado rechaza.
La negativa oficial sobre los hornos de Teuchitlán no solo busca invisibilizar la tragedia, sino evitar las consecuencias internacionales que podría acarrear el reconocimiento de un crimen que claramente constituye una violación masiva de derechos humanos. Flores apunta hacia organismos internacionales, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, advirtiendo que esta crisis, de ocurrir en cualquier país europeo, sería inmediatamente calificada como una emergencia global. Pero ocurre en México, donde los muertos pesan menos, donde los desaparecidos son culpables antes que víctimas.
La negación no es solo federal, es también local. Enrique Alfaro, gobernador saliente de Jalisco, dejó en herencia un récord macabro: pasó de 5,000 a más de 15,000 desaparecidos durante su mandato. Colectivos como «Por Amor a Ellxs» recuerdan cómo Alfaro prometió diálogo y puertas abiertas, pero solo entregó indiferencia y abandono. María del Refugio Torres resume así el gobierno de Alfaro: «ineficaz, lleno de omisiones y deficiencias».
Ahora la responsabilidad recae en Pablo Lemus, sucesor político que, al parecer, ante esta prueba está actuando a destiempo. En reuniones en noviembre del año pasado, previas a la toma de poder, Salvador Zamora, quien ahora es secretario general de Gobierno, asistió solo para sacarse la foto. No escuchó, no conversó, no actuó, en esta crisis, no ha aparecido.
La crisis institucional no se detiene en el Ejecutivo. Jonathan Ávila, del Centro de Justicia para la Paz y el Desarrollo (Cepad), denunciaba al finalizar la administración de Enrique Alfaro que no había ni siquiera un programa estatal de búsqueda en Jalisco y que el rezago en el Servicio Médico Forense alcanzaba niveles vergonzosos: más de 9,400 cuerpos sin identificar.
Mientras las autoridades siguen negando la realidad, las familias se organizan y protestan. Este sábado pasado, frente al Palacio de Gobierno de Jalisco, más de dos mil personas gritaron consignas claras y dolorosas: «El Estado sí sabía, Alfaro sí sabía». Lo sabían porque es imposible no saberlo, porque los campos del horror no nacen en secreto sino bajo el amparo de complicidades. Daniela Gómez, quien busca a su hermano desaparecido, resume el sentimiento común: «No es posible que haya más de 18,000 desaparecidos y solamente seis buscadores en el gobierno».
La vigilia del sábado fue otra demostración del dolor transformado en resistencia. Héctor Águila Carvajal, padre de otro desaparecido, pidió unidad: «Sigamos uniendo fuerzas, el dolor no cesa». Y no cesa porque la respuesta oficial sigue siendo mínima, burocrática, cínica.
Y lo de que Teuchitlán no se trata de un caso aislado. La lista de sitios donde se repite la tragedia es dolorosamente extensa: desde la macabra «Gallera» en Veracruz hasta los cuerpos disueltos en ácido por el infame «Pozolero» de Tijuana, pasando por la escalofriante cifra de restos en «La Bartolina», Tamaulipas. Un catálogo infernal de barbaries toleradas, acaso protegidas, por autoridades que prefieren mirar hacia otro lado.
Esta crisis no puede seguir siendo escondida bajo excusas burocráticas ni minimizada con comunicados oficiales. Los colectivos lo denuncian: Teuchitlán no es un caso aislado, sino un símbolo más de la impunidad institucionalizada. Héctor Flores alerta sobre al menos seis puntos más similares en Jalisco, que nadie quiere investigar porque nadie quiere reconocer lo evidente.
Desde Madrid hasta Nueva York, mexicanos en el exilio exigen lo básico: reconocer el término «sitios de exterminio», proteger efectivamente a las buscadoras, garantizar justicia y reparación. Es un grito desesperado, es una demanda urgente, y es, sobre todo, una advertencia: la negación no borrará los muertos, solo prolongará el sufrimiento.
Negar lo evidente es una forma más de violencia. México merece más que excusas. Las víctimas merecen más que palabras. Y la justicia, que debería ser obvia, hoy parece un privilegio inalcanzable.
En X @DEPACHECOS
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