OPINIÓN
Prepararnos para la era post COVID-19

Comuna México, por Benjamín Mora Gómez //
4,543 mil millones de años se calcula tiene la Tierra, y en tan solo unos cuantos de esos años, los seres humanos la pusimos a punto de morir, pero un virus nos recluyó y la Tierra empezó a aliviarse. Pumas, delfines, venados y jabalíes han vuelto a las tierras en dónde los seres humanos construimos a Santiago, Cagliari, Nara y Barcelona.
En unos días, los mares se limpiaron y el aire volvió a transparentarse. Recluidos, algunos comprendimos que el vivir también es un arte que se experimenta en el aquí y el ahora siempre y cuando lo hagamos en armonía con nuestra intimidad más profunda, nuestra espiritualidad más franca y el entorno.
En la brevedad de una cuarentena comprendimos que la salud mental es más importante que la salud física y que ambas no son derechos sino merecimientos humanos según nuestra forma de vida, y que la salud no se compra.
Aprendí que la realidad nos excluye, duele e inquieta, cuanto menos estamos preparados para descubrirla, aceptarla y vivirla en su esencia más íntima de cambio permanente. Aprendí que la naturaleza no está hecha a la medida del ser humano ni puede hacerse a su imagen y semejanza.
De siempre, he creído que nos humanizamos en la cercanía con los demás, mirándonos a los ojos, escuchando nuestras voces y descubriendo nuestros sentimientos; que en los silencios nos hablábamos, diciéndonos todo aquello que no cabe ni se explica en las palabras.
Estamos confinados, desesperados, aburridos y temerosos, y seguimos negándonos a reconocer lo obvio: Lo físico no importa pues jamás trasciende. Solo nuestra interioridad en perfecta armonía con el entorno nos hace trascender.
Con el Internet renunciamos a la intimidad humana y nos encerramos en la telerrealidad. Nos auto-engañamos por los likes de quienes jamás conoceremos en persona, así como en los cientos, miles y millones de seguidores que no están presentes en nuestro confinamiento de hoy. Nos rendimos ante redes sociales carentes de calor y afecto verdaderos, que nos separan de los nuestros.
La telerrealidad es tan fatua como los fuegos artificiales que estallan en el cielo tras vivir un segundo. La otra realidad, la de antes y de siempre, se vestía de vivencias cercanas que alimentaban recuerdos y debían contarse ante un café en familia.
Hoy, tenemos dos opciones: Recluirnos en casa para evitar el contagio del coronavirus o reencontrarnos en el hogar con los nuestros para sentirnos en familia. Mezquindad y miedo o entrega y amor.
No se trata de confinarnos sino de reencontrarnos. No se trata de salvarnos ni de salvar a los demás, sino de volver a ser familia y redimirnos a nosotros mismos y a los nuestros.
La elección es nuestra; de ella dependerá cómo vivamos –o suframos- la Era Post Covid-19. Podemos ser lo peor de nosotros mismos, siguiendo los mismos pasos de antes o ser más dignos y humanos, tomando mejores senderos. Debemos entender que somos más que nuestros temores.
Ante el coronavirus, nuestra voluntad ha sido doblegada ineluctablemente por fuerzas ajenas a nuestra consciencia. Gobiernos efímeros y caprichosos, gobernantes ignorantes, empresarios aferrados a sus bienes y redes sociales mentirosas y atrevidas que juegan con la verdad. Debemos elegir a quienes se han mostrado solícitos y solidarios, sinceros y verdaderos.
En el confinamiento la tensión crece hasta volverse conflicto y estallar en violencia. En el reencuentro es posible compartir el espacio físico pues nuestro interior ha sido colmado amorosamente de familia y amigos. Mismidades y otredades en armonía, eso son los reencuentros. Mismidades sin otredades, son los confinamientos. Gobiernos sin pueblo son los ¡quédate en casa!
Hoy debemos iniciar un largo proceso de renacimiento que nada tiene que ver con lo que nos dicen los gobiernos, siempre disminuidos en situaciones que no alcanzan a comprender. Debemos rehacernos con aplomo y temple; debemos ser buscadores de mejores vivencias.
Tenemos la oportunidad de elegir entre la delicadeza de la libertad de consciencia y pensamiento, o aferrarnos a la pequeñez de lo que no se conoce y teme.
El uso de la verdad no les viene bien a todos y todas. Aterra reconocer la verdad pues obliga a actuar según nos manda. Debemos dejarnos transformar a partir de esta gran experiencia, dolorosa pero llena de reflexión y arrepentimiento. Debemos apagar los televisores y los radios, apartar los periódicos y revistas, dejar de lado los libros pendientes de ser leídos por meses o años, calmar nuestra ansia por saber cómo llenaremos nuestros días en casa, y callar para escucharnos y atendernos. Debemos llegar a ese lugar de sanación que llevamos en nuestro interior, y después elegiremos mejor lo que veremos en televisión, escucharemos en radio, leeremos y haremos.
La Era Post Covid-19 no empezará cuando hayamos vencido al coronavirus sino cuando tomemos conciencia de que hay un antes y un después en nuestras vidas, y puede ser hoy mismo.
Me enseñaron que, si quieres que el mundo cambie, empieza por cambiar tú mismo.
Entraremos en una era en que la presencia física volverá a ser importante; tanto o más que la tele-presencia, y los likes a una frase serán suplidos por un te quiero a la persona. Lo mensaje de texto “gratuitos” agonizarán para que vivan los mensajes dichos con palabras vivas, sonoras y presentes.
Nada jamás es igual. Ahora podemos elegir si el cambio nos agrada y mejora o nos deja peor que antes de esta pesadilla. ¿Qué elijes?
E-mail: benja_mora@yahoo.com
MUNDO
Bojayá y la esperanza de paz

Opinión, por Miguel Anaya //
A finales de los años noventa y principios de los 2000, Colombia vivió una crisis de violencia que superaba a la que actualmente enfrenta México. Uno de los departamentos más afectados fue el de Chocó, donde operaban las FARC, grupos delictivos y autodefensas.
El 2 de mayo de 2002, la pequeña comunidad de Bojayá se convirtió en el escenario de una de las tragedias más devastadoras del conflicto armado. En medio de intensos enfrentamientos entre las FARC y grupos paramilitares, cientos de habitantes buscaron refugio en la iglesia del pueblo, confiando en que sus paredes consagradas los protegerían del horror que se vivía afuera.
Alrededor de las 3 de la tarde, un cilindro-bomba impactó directamente en el templo, causando la muerte instantánea de 79 personas, entre ellas 48 niños. Los cuerpos quedaron mutilados y las paredes de la iglesia manchadas de sangre. Días después, el número de víctimas fatales alcanzó las 119, ya que muchos no sobrevivieron a las heridas.
Este acto brutal puso de manifiesto la vulnerabilidad de las comunidades atrapadas entre las fuerzas violentas. A raíz de este y otros eventos que conmocionaron al país, Colombia emprendió un camino hacia la pacificación y la reconstrucción social. Las políticas implementadas, que combinaban estrategias de seguridad con inversión social y económica, comenzaron a dar frutos en las dos décadas siguientes.
Según datos del Banco Mundial, la tasa de homicidios en Colombia pasó de 70 por cada 100 mil habitantes en 2002 a 25 en 2022. En ese contexto, la ciudad de Medellín llegó a tener una tasa alarmante de 380 homicidios por cada 100 mil habitantes.
El entonces gobierno colombiano aplicó la estrategia de ‘Seguridad Democrática’. Esta política implicó el despliegue masivo de fuerzas de seguridad para recuperar el control territorial, fortalecer las capacidades de inteligencia y aumentar la presencia del Estado en zonas rurales, donde guerrillas y grupos paramilitares habían establecido su dominio. La creación de redes de informantes y la colaboración con las comunidades fueron fundamentales para desmantelar estructuras criminales y reducir los enfrentamientos armados.
Tras el debilitamiento militar de las FARC, el gobierno reconoció que la violencia era también un efecto de problemas estructurales como la pobreza y la falta de oportunidades en las regiones rurales.
En respuesta, se implementaron programas de desarrollo rural que incluyeron la construcción de infraestructura, carreteras y electrificación, con el fin de conectar comunidades aisladas con el resto del país.
Además, se promovieron programas de acceso a créditos para pequeños agricultores y cooperativas rurales, incentivando la sustitución de cultivos ilícitos por productos agrícolas comerciales.
En el ámbito social, las políticas de reparación y reconciliación jugaron un papel central. La creación de una Unidad para las Víctimas permitió que quienes sufrieron violencia fueran reconocidos y compensados, generando un proceso de catarsis social.
La inversión en educación y salud fue un eje central: entre 2002 y 2022, el acceso a la educación secundaria aumentó en un 20 por ciento, mientras que la cobertura de salud pública se amplió significativamente en las zonas rurales. A pesar de que aún persisten desafíos en materia de seguridad, el avance en Colombia ha sido notable.
Esta experiencia ofrece lecciones valiosas para México. La implementación de políticas que fortalezcan instituciones, promuevan el desarrollo económico, social y fomenten la cohesión social son esenciales para revertir la tendencia de violencia.
La profesionalización de las fuerzas de seguridad, la recuperación del control territorial y la implementación de programas sociales en zonas marginadas son pasos fundamentales para reconstruir el tejido social. Políticas de desarrollo rural, como las aplicadas en el país sudamericano, podrían replicarse en México para incentivar la economía local, alejar a los jóvenes de las dinámicas del crimen organizado y generar alternativas económicas en comunidades atrapadas en el ciclo de la violencia.
En conclusión, la trágica masacre de Bojayá simboliza el profundo sufrimiento que la violencia puede infligir a una nación. Sin embargo, también demuestra que por muy cruda que sea la realidad violenta que nos rodea, esta puede cambiar con voluntad política y estrategias integrales adecuadas.
El caso de Teuchitlán debe ser un llamado a la acción colectiva. Debemos abrir los ojos y encontrar en la experiencia de otros países una guía para diseñar e implementar políticas efectivas que conduzcan a un futuro más seguro y próspero.
NACIONALES
Geografía del narcotráfico

Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //
¿Cuál es la geografía del narcotráfico en México? ¿Por qué ciertas regiones de nuestro país tienen más factores para su desarrollo? Hay varias versiones sobre el “nacimiento” de esta actividad ilícita en nuestro país. Una de ellas refiere que, al llegar centenares de chinos a nuestra nación, alrededor de 1890, traían con ellos la “flor del diablo”, también conocida como “adormidera” o amapola.
De esta planta se produce el opio y sus derivados. La amapola encontró una latitud perfecta, en México, para desarrollarse: Sinaloa, cuyas condiciones climáticas favorecieron su cultivo. Para 1910 algunos chinos de Sinaloa, no todos hay que decirlo, se dedicaron exclusivamente a ese cultivo y procesamiento.
Como en Estados Unidos estaba prohibido el opio y derivados, comenzó el tráfico ilícito por las descuidadas fronteras de entonces, creando las primeras redes de distribución para el incipiente mercado.
La Segunda Guerra Mundial trajo consigo mayor demanda y el tráfico de opiáceos creció considerablemente, puesto que la morfina (utilizada para quitar el dolor a los soldados heridos) se deriva de esta droga. En México, tras la Revolución de 1910, se prohibió el cultivo y uso de drogas opiáceas y la marihuana. Se combatió así el tráfico interno.
En 1948, cuando cientos de campesinos de Sinaloa, Durango, Chihuahua y Sonora dejaron el maíz para cultivar amapola y cannabis, el gobierno mexicano lanzó una campaña para acabar con las plantaciones y las riñas entre narcotraficantes que se disputaban las ya jugosas ganancias de estas sustancias prohibidas.
Comenzaron entonces los sobornos a policías municipales, estatales y federales y a también a autoridades civiles, así fue como los narcotraficantes compraron inmunidad para seguir con sus “negocios”.
El consumo de drogas se incrementó vertiginosamente en el país del dólar y los narcos mexicanos pasaron a ser magnates, por los ríos de billetes verdes que llegaron por esta causa.
La década de los 70 fue clave para la marihuana mexicana, al desarticular el gobierno de EEUU la llegada del opio turco. También se inició el consumo de la cocaína, que manejaban narcos de Colombia, de Cali y Medellín, principalmente.
El Gobierno Federal mexicano comenzó la operación “Cóndor”, para desmantelar los cultivos y redes de distribución de drogas. Los sinaloenses Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo y su líder Miguel Ángel Félix Gallardo, excomandante de la Policía Federal y “puente” entre los narcos y funcionarios públicos, se reagruparon en Guadalajara, creando el llamado “Cártel de Guadalajara”. Desde la capital tapatía se comandaron las operaciones que hicieron a este grupo, el más poderoso e importante de México.
Las regiones donde se desarrollaban las actividades de siembra de estupefacientes y narcotráfico fueron principalmente: Sinaloa, Durango y Chihuahua (triángulo dorado); la distribución floreció en Tijuana, Ciudad Juárez, Nuevo Laredo, Reynosa y varias ciudades de Nuevo León.
La encarnizada lucha por dominar las llamadas “plazas” ha ensangrentado al país. Merced a la intervención directa del gobierno norteamericano, los colombianos dejaron de ser los “jefes” de la cocaína, cargo que asumieron los diferentes capos mexicanos.
Al ser encarcelados o muertos los cabecillas, el escalafón se depuró. En algunos casos surgieron ramales de los cárteles tradicionales; en otros se agruparon delincuentes nuevos, guiados por algunos excapitanes de las diferentes bandas. Sus actividades ilícitas se diversificaron: extorsiones, secuestros, cobros de piso, lavado de dinero en negocios aparentemente legales, tráfico de armas y asesinatos por contrato. Los narcos contrataron exmilitares y organizaron ejércitos con armas modernas y sofisticadas.
La expansión de los cárteles se dejó sentir por todo el territorio mexicano. Ya no sería nada más la frontera norte la codiciada. Entidades otrora tranquilas, marginadas de la violencia y el trasiego de las drogas, perdieron su calma.
Tlaxcala, Colima, Michoacán, Guanajuato, Estado de México, Morelos, Hidalgo, Guerrero, Ciudad de México, Aguascalientes, Zacatecas, Oaxaca, Veracruz, Chiapas, Baja California Sur, San Luis Potosí, Tabasco, Quintana Roo… es decir el 95 por ciento del territorio nacional pasó a ser escenario de las disputas sangrientas, desalmadas, inhumanas de los narcos para lograr convertirse en los amos y señores de territorios, ciudades, policías, gobiernos y gobernantes, sin importarles a los facinerosos ninguna otra cosa que el poderío económico y político.
En 1984, Estados Unidos montó en cólera por la tortura y asesinato del agente de la DEA, Enrique “Kiki” Camarena, quien —a su vez— había desatado la furia del Cártel Guadalajara, al arrasar el rancho Búfalo, donde destruyó toda la plantación de marihuana que pertenecía al mencionado cártel.
Al segar la vida del “Kiki” los cabecillas Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo y Miguel Ángel Félix Gallardo fueron encarcelados, lo que propició el relevo de liderazgos y el surgimiento de nuevos cárteles que incrementaron la violencia a límites nunca vistos y corrompieron, también a alturas insospechadas.
Trump no tiene empacho en considerar que el gobierno de México ha permitido el crecimiento y el encubrimiento de las actividades ilícitas de los cárteles del crimen organizado.
Ha lanzado varias amenazas de intervenir nuestro país con su poderoso ejército para desmantelar laboratorios, capturar cabecillas de los mafiosos y no pocos políticos coludidos -dice él-, con los capos que -también lo dice él- tienen a México sojuzgado a sus nefastos intereses, por arriba, por abajo, por el centro y todos los litorales.
JALISCO
Guadalajara, la disputa que viene

De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //
“Será Merilyn Gómez Pozos la candidata de Morena”.
“A Ricardo Villanueva lo perfilan como sucesor de Mario Delgado al frente de la Secretaría de Educación”, me asegura una fuente bien enterada al comentarme sobre la postulación guinda al gobierno municipal de Guadalajara.
De acuerdo a esta información, la presidenta de la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública de la Cámara de Diputados Federal, tiene el camino despejado para dirigirse con cierta tranquilidad hacia la candidatura de la alcaldía tapatía.
Así, de confirmarse lo anterior, entonces se explicaría por qué varios equipos que en principio se veían incompatibles iniciaron los trabajos relativos a darle forma a su proyecto.
De hecho, me enteran de que líderes sociales y empresariales comenzaron labores de vinculación con la precitada legisladora.
Dicho de otra forma, todo apunta a que en breve habrá señales más notorias de que la ex coordinadora de la campaña presidencial en Jalisco, encabezará las pretensiones morenistas de conquistar la capital política de nuestra entidad.
Pero mientras en el lado del Movimiento de Regeneración Nacional el panorama parece aclararse, en MC nubes oscuras se posan sobre la ciudad.
Personajes que conocen las entrañas naranjas me dicen que en Palacio de Gobierno dejaron de ver con buenos ojos la probable reelección de Verónica Delgadillo.
Al respecto, hay quien afirma que suenan dos nombres que tendrían la venia de la nueva nomenclatura partidista: Priscilla Franco y Salvador Zamora.
Y aunque todavía no se tiene plena certeza del motivo por el que la actual alcaldesa habría perdido la simpatía y el respaldo político del círculo más cercano a Pablo Lemus, me confían que existen dos razones principales: una, que aún sostiene una evidente lealtad a Enrique Alfaro; y dos, que ha dado muestras suficientes de que no desea alinearse a los criterios que mueven al hoy gobernador.
De ser verdad, entonces estaríamos en condición de suponer que la disputa por Guadalajara viviría sus momentos más intensos en el epicentro de Movimiento Ciudadano.
En X: @DeFrentealPoder
*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, escritor y analista político.
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