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OPINIÓN

El hombre, el lobo del hombre: La política de la claridad

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Opinión no pedida, por Armando Morquecho //

En 1651, Thomas Hobbes, filósofo inglés considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna, publicó su libro más conocido: Leviatán. El título de este libro, hace referencia al monstruo bíblico del mismo nombre, que a menudo es asociado con Satanás, y que cuenta, según los relatos bíblicos, con un poder tan descomunal  que ‘No hay sobre la Tierra, quien se le parezca, animal hecho exento de temor. Menosprecia toda cosa alta; es rey sobre todos los soberbios’’.

Aunque esta obra de Hobbes se puede asimilar como una justificación del Estado Absoluto, régimen político caracterizado por una pretensión teórica, que aunque tenía distintos grados de realización en la práctica, postulaba que el poder político del gobernante no estuviera sujeto a ninguna limitación institucional, fuera de la ley divina, el libro en cuestión también hace un análisis muy profundo acerca del hombre en sí mismo, para poder, a partir de ahí, estudiarlo en sociedad.

En esta primera parte del libro, Hobbes analiza el conocimiento humano y establece que el origen del conocimiento se fundamenta en la experiencia, y que ésta, se forma por la repetición de hechos que se irán almacenando en la memoria, para posteriormente, brindar al hombre la posibilidad de simular o prever acontecimientos futuros.

Más adelante, Hobbes establece que el hombre actuará siempre según su experiencia, y que a través de ella, tratará de evitar los resultados indeseados que ha sufrido en momentos anteriores, y que el elemento fundamental que hará que este proceso sea mucho más rápido será la palabra, ya que a través de ella, se permite el tránsito de lo mental a lo verbal, oral y escrito, razón que favorece enormemente la consolidación y la construcción de la verdad.

Hobbes establece que si decimos la verdad, podemos transmitir nuestra experiencia y recibir la de otros, con lo cual, podremos complementarnos mutuamente. Sin embargo, no podemos olvidar que también estamos expuestos a tener tanto datos equívocos, como una concepción de la verdad y de la realidad erróneos, y esto nos puede llevar a una ausencia de veracidad en la narrativa, lo cual, tendría un efecto verdaderamente negativo y nefasto sobre nosotros.

El discurso, señala el filósofo inglés, es fuente de errores y de engaños que deben de ser eliminados con el fin de obtener definiciones rigurosas que, a su vez, se convierten en vías de acceso a la ciencia; también señala que estos errores no siempre son malintencionados, sino que son el producto de una falta de precisión lingüística, de experiencia.

Pero tampoco podemos dejar pasar desapercibido que es Hobbes quien en el mismo libro señala que la acción del hombre está siempre motivada por el deseo, y esto hace que la búsqueda por adquirir el poder se convierta en una lucha permanentemente dominada por la pasión. De hecho, es en este libro en el que Hobbes plasma dos de sus frases más conocidas: Bellum ómnium contra omnes (guerra de todos contra todos) y Homo homini lupus est (el hombre es un lobo para el hombre).

Entonces, si la búsqueda del poder es una lucha de deseo y pasión que termina por convertir al hombre en un lobo para el hombre, ¿qué sucede cuando algunos individuos, encuentran en la mentira y en la falsedad, la ruta perfecta para construir narrativas y discursos con los que la mayoría de la población no solo pueda comulgar, sino que también puedan entender, y sobre todo, con los que se pueda sentir representada, para así llegar al poder?

La respuesta es sencilla: inicia un proceso de descomposición social profundo  que primero penetra a nivel mental, y posteriormente se proyecta a nivel cultural, construyendo un discurso y una narrativa político-social cuya fuente es el odio, el hartazgo y el resentimiento de la colectividad; inicia una carrera por revivir y engendrar en el Estado, la figura del bíblico Leviatán.

Sin lugar a duda, Hobbes tenía mucha razón, el discurso y la narrativa en la vida política son fundamentales, estos representan el vehículo con el cual los actores políticos buscarán penetrar en la sociedad, y sí, éstos, pueden estar llenos de errores lingüísticos que pueden generar deformaciones ideológicas, que si bien es cierto, probablemente no fueron malintencionadas al inicio, me atrevo a decir, que hoy, estando inmersos en una lucha constante de poder, sí lo son, y también, me atrevo a decir que en verdad, el hombre sí es un lobo para el hombre. 

El próximo 6 de junio enfrentaremos, como ya lo he dicho antes, un proceso electoral histórico para México, y creo que cometemos un error cuando subestimamos el impacto, la fuerza y el arrastre que pueden tener aquellos discursos y narrativas que se encargan de rodear de odio y rencor las necesidades y los anhelos de un gran sector de la población.

Creo que a estas alturas del partido, se nos vienen a la mente uno o varios proyectos de este estilo alrededor del mundo y que poniendo en práctica una serie de imprecisiones lingüisticas, han logrado difundir, a través de su narrativa la verdad que una sociedad lastimada y fragmentada ha anhelado durante muchos años.

Estoy convencido que la construcción de narrativas políticas será de gran importancia no solo para el siguiente proceso electoral, sino para los que vengan, pero sin lugar a duda, lo que será aún más importante, será la capacidad de transmitir estas ideas y proyectos de una manera clara y precisa. 

No importa si se persiguen un fin noble o si persiguen el fin más ruin, quien sea claro, quien sepa llegar a las bases y quien sepa penetrar en lo más profundo del tejido social, tendrá una ventaja importante; esperemos que lo que se persiga sea impulsar liderazgos capaces de proporcionar una visión de estado en la que todos puedan verse a sí mismos.

En su libro, 21 lecciones del siglo XXI, Yuval Noah Harari señala que vivimos en un mundo inundado de información irrelevante, y por ello, ante este mar de irrelevancia, la claridad, es poder.

De cara a este 2021, tengamos claro eso: claridad, es poder.

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