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MUNDO

El mundo avanza; Occidente se demora y encarece

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

Por lo general hablamos de temas político-económicos que nos afectan y hacemos críticas a los mismos como una opinión personal sobre los mismos. Esta ocasión me gustaría más abordar como una crítica y preocupación lo que creo es una vergüenza occidental. El sábado por la mañana estaba leyendo el “chat” de un grupo de amigos periodistas. Ahí vi un video que criticaba los 10 años de obra aún inconclusa del tren suburbano de Toluca a la Ciudad de México.

Casi no me meto en temas nacionales porque de eso usted puede ver ya suficiente en otros espacios. Pero no pude resistir el recordar que aquí en Jalisco nos tardamos 8 años para la Línea 3 del Tren Ligero. De inmediato recordé críticas de algunos empresarios de EUA y de Europa sobre lo lento de las obras públicas de sus países. Esta nota no hablará de uno o de alguien en particular, sino de todos nosotros los que ahora en Occidente padecemos gobiernos ineficientes como pocos en la historia.

Tomaremos algunos ejemplos, pero el centro del mensaje es simple. Somos una sociedad en aprietos porque así lo queremos ser. Nuestros gobernantes nacieron y crecieron entre nosotros, nuestros líderes son emanados de nuestras colonias, son descendientes de los que hace 70, 100 o 200 años lograban cosas geniales en meses o unos cuantos años y sin embargo ahora tardan el doble, el triple o hasta diez veces más por hacer cosas similares con tecnologías mucho más modernas.

El tren del Estado de México a la Ciudad de México no es la excepción sino la nueva norma de México, de EUA, de Europa y de América continental. La línea 3 de Jalisco tardó 8 años para recorrer una distancia de 21 km casi toda a nivel de piso. El tren suburbano tardó 10 años para llegar a Santa Fe en 30 km de recorrido. Hace 60 años se construyó la primera línea del metro por debajo del suelo de la Ciudad de México. Esa línea de 12.5 km de largo tardó dos años en ser construida.

Esta simple comparación de México vs México nos debiera dar vergüenza.  Bajo tierra y con tecnologías muy superadas, nuestros gobernantes lograron construir 6 km por año allá en 1965. Pero si usted cree que nosotros estamos mal y como dice el dicho “…mal de muchos, consuelo de…” he de decirle que estamos en la media de la desgracia de los gobiernos occidentales que de todos colores y sabores cada día son más ineficientes en la construcción de obras públicas.

¿Por qué escribo esto? Porque espero que algún joven o algún padre de familia recuerde a sus hijos que pueden hacer las cosas bien y con buen paso, que la iniciativa privada sigue avanzando a paso acelerado pero que los gobiernos son integrados por gente común igual a la de la sociedad civil pero que haciendo o construyendo lo mismo, tardan mucho más, salen más caros y tardan más tiempo.  Si comparamos los tiempos de construcción e incluso costos en China y en oriente medio contra los de Occidente nos daremos cuenta de que los grandiosos avances en construcción fueron tomados por oriente y frenados en Occidente. Esto cuando comparamos las obras de infraestructura de gobierno.

Por ejemplo, en China, durante los últimos 20 años el ritmo de construcción de un tren bala, mucho más complejo que cualquiera de los que hay en América continental es de 50 km por año y a veces más. En EUA se gastaron $3,000 millones de dólares para supuestamente construir un tren bala de San Francisco a Los Ángeles. 10 años después ni el dinero ni el tren. Peor aún, ni una sola estación. Eso en los poderosos EUA, en el muy rico y avanzado estado de California. Por cierto, el presupuesto original de ese tren californiano era de $33 mil millones, pero ahora y después de gastar el 10% del monto original, la obra no presenta ningún avance significativo pero el presupuesto ha aumentado a $130 mil millones de dólares.

Europa tiene el promedio de costo de obra pública más caro en trenes, que EUA y no se queda atrás de la vergüenza gubernamental por demoras. Tomemos como ejemplo a la antes gloriosa Alemania. 13 años para un tren, 15 años para un aeropuerto y una red no muy eficiente de internet público. Obvio si comparamos con México es muy buena, pero estoy comparando a cada país con su propia historia. En Francia la renovación de su sistema de metro y tren suburbano lleva más de 10 años y cada dos o tres años anuncian que ahora sí será realidad un nuevo equipo y sistema de trenes.

Así las cosas y con el ánimo de no quedar muy decepcionado, le recuerdo que en occidente también están las empresas y los empresarios que siguen dando muestras de liderazgo como Google, Space X y otras tantas que salvan la dignidad y el honor de Occidente en la carrera por el liderazgo mundial. Pero con los dirigentes políticos de Occidente pronto podría ser que oriente logre hacer que sus inventores y empresarios superen a los nuestros.

Para muestras basta recordar que en China lograron construir una estación de tren en 12 horas y en Arabia Saudita construyeron una tubería para llevar agua desalinizada del mar a una ciudad a 400 km de distancia. Esto en menos de 5 años.

Lo dije hace 6 años y ahora quiero repetirlo. Asegure que sus hijos conozcan y entiendan la cultura de China y de Arabia porque además del inglés y del francés ahora debemos reconocer que los líderes de Occidente podrían perder su liderazgo frente a oriente, en nuestra vida lo que cambiaría el balance de poder de nuestros negocios.

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Cónclave: Ganan terreno los moderados ante los radicales

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Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac //

Este miércoles 7 de mayo inicia el Cónclave para elegir al nuevo Papa, cumpliendo con las normas vaticanas que establecen que debe comenzar entre 15 y 20 días después del fallecimiento del Papa, ocurrido el pasado 21 de abril de 2025.

El Cónclave arranca con una misa en la Basílica de San Pedro, seguida del ingreso de los cardenales electores a la Capilla Sixtina, donde quedarán aislados bajo estrictas medidas de secreto. Actualmente, 133 cardenales menores de 80 años participarán en las votaciones, que requieren una mayoría de dos tercios para elegir al nuevo Pontífice. ¿Quiénes son los favoritos para suceder a Francisco?

Entre los perfiles que dividen al Colegio Cardenalicio, los progresistas tienen ventaja numérica, ya que Francisco nombró al 80% de los electores, pero los conservadores y moderados también buscan influir. La gran interrogante es qué tipo de Papa buscan los cardenales: un perfil radical, ya sea progresista o conservador, podría fracturar a la Iglesia Católica, por lo que los moderados ganan terreno como opción de consenso.

El favorito es el cardenal italiano Pietro Parolin, de 70 años, actual secretario de Estado del Vaticano. Considerado un candidato de continuidad moderada respecto al legado de Francisco, Parolin destaca por su experiencia diplomática y su capacidad para unir facciones, aunque algunos cuestionan su falta de carisma y experiencia pastoral directa. Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, lo señala como el principal contendiente y un «candidato de unidad» por su enfoque pragmático.

Otro nombre destacado es el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, de 67 años, apodado «el Francisco asiático». Exarzobispo de Manila y actual jefe del Dicasterio para la Evangelización, Tagle es popular entre los progresistas por su apertura hacia la comunidad LGBTQ+ y su énfasis en la justicia social. Con el respaldo de los cinco cardenales filipinos, su candidatura podría hacer historia al convertirse en el primer Papa asiático.

Del lado conservador, el cardenal húngaro Péter Erdő, de 72 años, arzobispo de Esztergom-Budapest, emerge como favorito. Respetado intelectual con doctorados en teología y derecho canónico, Erdő defiende la ortodoxia doctrinal, oponiéndose a las bendiciones de parejas del mismo sexo y a la comunión para divorciados vueltos a casar. Su experiencia en dos cónclaves previos y sus conexiones con cardenales europeos y africanos lo posicionan como un posible candidato de compromiso para los conservadores.

Otros nombres que resuenan entre los 133 cardenales electores son el cardenal francés Jean-Marc Aveline, de 66 años, arzobispo de Marsella, y el cardenal italiano Matteo Zuppi, de 69 años, arzobispo de Bolonia. Aveline, considerado el favorito de Francisco, destaca por su enfoque en la inmigración y el diálogo interreligioso, aunque su cautela sobre las bendiciones a parejas del mismo sexo podría limitar su apoyo entre los progresistas. Zuppi, por su parte, es un progresista conocido por su labor como enviado de paz de Francisco en Ucrania y su inclusividad hacia parejas del mismo sexo, además de su trabajo con los marginados.

Desde África, el cardenal ghanés Peter Turkson, de 76 años, y el cardenal congoleño Fridolin Ambongo Besungu, de 65 años, representan opciones con posturas más tradicionales. Turkson, defensor de la justicia social y el medio ambiente, podría convertirse en el primer Papa negro en siglos. Ambongo, un líder outspoken en África, critica abiertamente la corrupción y el statu quo, pero su conservadurismo en temas como las bendiciones a parejas homosexuales podría generar división.

Pronto conoceremos al nuevo Papa y líder de la Iglesia Católica, que representa a más de 1,400 millones de fieles en el mundo. La fumata blanca y el anuncio del «Habemus Papam» marcarán el inicio de un nuevo capítulo para la Iglesia.

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La moderación sobre el radicalismo

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Opinión, por Miguel Anaya //

Durante años, en muchos rincones del mundo, la política pareció perder el centro. Ante el desencanto con partidos tradicionales y líderes que parecían cada vez más desconectados de las necesidades reales de la población, surgieron figuras que ofrecían rupturas radicales. Hombres y mujeres que hablaban con fuerza, que desafiaban las reglas, que prometían sacudir el sistema.

Y durante un tiempo, muchos ciudadanos, cansados de discursos acartonados que no resolvían de fondo las cosas, votaron candidaturas radicales.

El fenómeno no fue exclusivo de una región. En Estados Unidos, Donald Trump desafió el statu quo con un estilo confrontativo que rompió moldes. En Argentina, Javier Milei llegó a la presidencia con un discurso antisistema que canalizó la frustración de millones. En Italia, Giorgia Meloni representó un giro radical con raíces nacionalistas profundas, incluso en Nuevo León se eligió a Samuel García. Estas victorias compartían un mismo origen: la idea de que la política tradicional había fallado.

No solo fueron los errores de gestión o la corrupción los que abrieron paso a este péndulo hacia los extremos. También influyó la imposición de ciertas visiones ideológicas que no terminaron de convencer a la mayoría. Muchos ciudadanos sintieron que los discursos públicos dejaron de reflejar sus inquietudes reales, que los gobiernos se ocupaban más de debates abstractos que de cosas concretas: el precio de los alimentos, la calidad de la educación, la inseguridad en las calles. Ante eso, muchos decidieron voltear al extremo, al que gritaba más fuerte, al que prometía barrer con todo, al que hacía más espectáculo.

Pero esa misma fuerza que los llevó al poder, en muchos casos, también los expuso. Las promesas imposibles, el tono agresivo, la falta de resultados tangibles, los shows montados cada vez más vacíos, terminaron desilusionando a buena parte de sus electores. Poco a poco comenzó el retorno a la moderación. No como una vuelta nostálgica al pasado, sino como una necesidad práctica.

La reciente elección en Canadá es un reflejo claro de este giro. Contra lo impensable hace apenas unas semanas, el liberal Mark Carney, un tecnócrata sin experiencia electoral, venció al conservador Pierre Poilievre, quien había liderado las encuestas durante meses con un discurso duro, directo y populista.

Carney no es un político de carrera, es un economista de prestigio internacional, exgobernador de los bancos centrales de Canadá y del Reino Unido. Su estilo no es carismático ni electrizante. Pero en un momento en que el país enfrenta incertidumbres económicas y tensiones diplomáticas, su figura representó algo muy valioso: confianza, estabilidad y claridad.

Poilievre, por su parte, apostó por una narrativa confrontativa. Atacó al gobierno saliente, prometió recortes masivos y se mostró abiertamente cercano a la agenda trumpista. En tiempos recientes, eso había sido una receta ganadora. Pero esta vez la estrategia no funcionó. La gente no quiso más ruido.

Esa reacción del electorado canadiense no es un hecho aislado. En Francia, el presidente Macron logró frenar a los radicales. En España, el PSOE logró mantener el poder pese a la presión de una coalición entre conservadores y extremistas. Incluso en países donde estas opciones si ganaron las elecciones, hoy enfrentan desgaste acelerado.

¿Por qué? Porque la gente quiere vivir en paz. Quiere que la política se ocupe de lo importante: la salud pública, la educación, la seguridad en las calles, la posibilidad de tener un empleo digno. Ni la revolución constante ni el inmovilismo absoluto ofrecen eso. El equilibrio sí.

La mesura no es una debilidad. Es una forma de reconocer la complejidad del mundo. Gobernar así es difícil, porque implica negociar, escuchar, ceder a veces. Pero también es la única forma sostenible de liderar sociedades diversas y modernas sin vivir en conflicto permanente. Las sacudidas son importantes, pero no se puede vivir en la incertidumbre constante (las caídas de las bolsas de Nueva York nos lo muestran claramente).

Lo de Canadá es una historia que vale la pena contar, no porque sea espectacular, sino precisamente porque no lo es. Es el relato de una sociedad que eligió con la cabeza fría, que prefirió a alguien que no buscó incendiar el país, sino repararlo. Cuando se apagan los gritos y las luces de la espectacularidad, lo que queda son las decisiones y acciones que realmente cambian la vida de las personas.

Quitemos el show de la política, de las decisiones públicas. Pensemos en sociedad, en agendas que favorezcan a la mayoría a largo plazo, seamos empáticos, construyamos desde la comunidad y desde el entendimiento. No es una receta mágica, es un remedio lógico.

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God bless you, Mr. Trumpapa

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Conciencia con Texto, por José Carlos Legaspi Íñiguez //

A quienes los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco, sentenciaron los griegos antiguos. Si aunamos la soberbia, la locura a la estupidez, podremos comprender la foto que la cuenta oficial del presidente Donald Trump publicó, en la que aparece como el nuevo Papa.

Burlarse de las creencias de la gente, sea cual fuere su religión, no es cualquier cosa. La reacción de los católicos a lo que se considera una blasfemia es una de las primeras manifestaciones de rechazo.

¿En qué cabeza cabe hacer este tipo de “chistosadas”? No es un meme que “alguien” publicó. Proviene de una cuenta oficial de Trump. En momentos donde todavía la grey católica mundial llora la muerte del Papa Francisco y en espera que se nombre al nuevo Vicario de Cristo, se antoja que, efectivamente, lo haya confeccionado y aprobado un loco, ensoberbecido por el poder del imperio otrora amo del mundo.

Roma comenzó su decadencia con los emperadores insanos, con Tiberio a la cabeza; enseguida otro no menos “zafado” como lo fue Calígula; Nerón, el piromaníaco incestuoso con su propia madre; Cómodo, el narcisista, también incestuoso con su propia hermana y el adolescente Heliogábalo, señalado como pedófilo, homosexual, sátiro y que se propuso imponer a su Dios (él nació en Siria y fue proclamado emperador a los 14 años) por encima de los dioses romanos.

¿A qué viene todo esto? Al imperio yanqui, otrora dueño del planeta, sólo le faltaba un “emperador” de la talla de los antes señalados para comprobar la decadencia que vive este “reino” en estos tiempos.

Esta pifia no va a pasar desapercibida. No es una “bromita” cualquiera. Es una declaración de guerra en contra de los católicos y en Estados Unidos de Norteamérica hay millones, sobre todo los de origen irlandés, italiano y latinoamericano.

José Saramago, escritor portugués, escribió en uno de sus geniales textos: “Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero ‘el factor Dios’ está presente en la vida como si, efectivamente, fuese dueño y señor de ella. No es un Dios, sino ‘el factor Dios’ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden la bendición divina para América (la de Estados Unidos, no la otra).

Y fue el factor Dios lo que se transformó el dios islámico, que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones suicidas contra los desprecios y en venganza por las humillaciones sufridas por creer en ese dios.

Ese factor Dios es terriblemente igual en todos los seres humanos, dondequiera que estén y sea cual fuere la religión que profesen. Ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a la intolerancia más sórdida, que solo respeta aquello que se le manda creer; el que, después de presumir haber hecho de la bestia un hombre, terminó por hacer del hombre una bestia.

Esa “bestialidad” del hombre surge al volverse irracional y una de las condicionantes para perder la mesura es que “alguien” se atreva a burlarse de su dios, de su religión, de su clero.

Ahmed Salman Ruashdie, escritor hindú, de nacionalidad inglesa, sufrió por años el claustro obligado, luego de la sentencia de muerte que le fue proferida por los altos clérigos islámicos, quienes consideraron que su libro Versos Satánicos atentaba en contra del Islam.

En México no cantamos mal las rancheras. La guerra cristera se dio por varios y variados factores que motivaron a los católicos, sobre todo a los de la zona de Los Altos de Jalisco y el Bajío.

Muerte, destrucción, barbarie, fueron los resultados de esta guerra en la que participaron incluso sacerdotes católicos que desestabilizó la paz social en los años 20.

Donald Trump no es ningún comediante. Adolece de humor y no tiene vis cómica. Por tanto, su gracejada no será sólo anecdótica. Tendrá consecuencias políticas, sociales y quizá hasta económicas.

La grey católica no dejará pasar la oportunidad de arremeter contra Donald. Esa irreverencia, esa blasfemia (así la consideran los católicos) ha dolido en lo más profundo de la sensibilidad de los creyentes.

Entonces, bajo esa óptica, el imperio de los Estados Unidos de Norteamérica ya tiene su “emperador” demente. Ya solo falta ver cómo y cuándo se derrumba, y no por el escándalo que ha generado su meme donde aparece como el Papa, sino por las “locuras” económicas que ha impuesto “su majestad” y que -dicen los enterados de la economía- habrán de regresarse con creces y de manera destructiva a su nación.

¿No tendrá Donald Trump alguien con mediana inteligencia en su staff de asesores como para que le adviertan que su soberbia, su demencia le acarreará la perdición, no solo a su persona, sino a su país? Ahí se deja esa interrogante.

God bless you, Mr. Trumpapa.

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