OPINIÓN
El cambio climático vendrá a agudizar la crisis migratoria

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
(Tercera entrega sobre migración) En las últimas tres semanas he tenido la oportunidad de hablar acerca de la migración, primero hablé un poco sobre el valor histórico que ha tenido este fenómeno, y posteriormente, abordé las políticas económicas que plantea implementar Estados Unidos en el triángulo norte de Centroamérica, esto con el objetivo de controlar la migración a través de grandes inversiones para generar empleo y mejores oportunidades.
Ciertamente la migración es uno de los retos más importantes de nuestra generación puesto que enfrenta fuertemente la idea de soberanía nacional y de seguridad nacional, con las ideas relacionadas con la dignidad y los derechos humanos, especialmente aquellos que involucran la posibilidad de los individuos buscar mejores oportunidades.
Pero también, este tema se vuelve complejo ya que está ligado de una manera íntima con otros dos de los problemas más grandes de nuestros tiempos: la corrupción (tema abordado la semana pasada) y el cambio climático, problema, que en más de una ocasión, a través de este espacio, he señalado que es uno de los retos más grandes a los que nos enfrentamos como generación, ya que éste, detonará una serie de problemas sociales importantes y a su vez, volverá aún más complejos a los ya existentes.
De hecho, en 1990, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advirtió que la migración humana podría ser una de las consecuencias más graves del cambio climático, ya que millones de personas tendrían que desplazarse a causa de la erosión de la línea costera, de las inundaciones y de los estragos que las extremas temperaturas, tanto altas como bajas, podrían causar en la agricultura.
Asimismo, a mediados de los noventa, se difundieron otros estudios en los que se informaba que más de 25 millones de personas, se habían visto obligadas a abandonar sus hogares y sus tierras debido a la contaminación, la degradación del suelo, las sequías, y otros desastres naturales, también, el mismo informe detallaba que el número de ‘’refugiados medioambientales’’ sobrepasaba al número de refugiados por persecución política y por guerras.
Aunado a lo anterior, el ecologista británico Norman Myers, especializado en refugiados ambientales, estimó que el número de personas afectadas por alteraciones en el medio ambiente como pueden ser las precipitaciones o las sequías, puede aumentar hasta 200 millones para el año 2050, lo que significaría que el cambio climático sea la causa de desplazamiento de una persona de cada 45 en el mundo.
A su vez, el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos, informó, en uno de sus estudios más recientes, que los desastres naturales, generaron 24.9 millones de desplazamientos en 145 países, siendo la India el primer lugar con 5, 018,000, mientras que en el caso de nuestro continente, se registraron 1, 545,000 desplazamientos por desastres naturales, superando por mucho al número de desplazamientos que genera la violencia.
Por lo general, cuando algunas situaciones se vuelven complicadas y por ende, nuestros objetivos se ven cada vez más lejanos, o cuando intentamos solucionar un problema e invariablemente terminamos exactamente donde mismo, tendemos a decir “todos los caminos conducen a Roma”, esto para dar a entender, primero, que hay muchas maneras de llegar a un objetivo y segundo, que hay un problema de fondo que debemos atender.
En el caso en concreto creo que podemos decir que al final del día, todos los caminos llevan a Roma, o más bien, todos los caminos nos conducen al cambio climático y sus catastróficas consecuencias que poco a poco, comienzan a manifestarse a través problemas sociales que desde hace tiempo son el dolor de cabeza de muchos gobiernos.
Ciertamente, si el deseo de los gobiernos es atender “la crisis” migratoria, es necesario que también, se entienda que las raíces de este problema están ligadas a otros fenómenos que no solo son complejos, sino que también requieren ser atendidos de manera urgente, pero también, de manera integral.
En ese sentido, ver los tres problemas más sensibles de nuestra sociedad como uno solo, nos permitirá acabar con esa visión simplista con la que nuestros representantes han querido construir soluciones, que ciertamente, no han hecho nada más que agravar las crisis humanitarias, sanitarias, económicas y ambientales a las que nos enfrentamos.
Un ejemplo importante de este cambio en la manera de concebir la migración, ya no como un fenómeno únicamente económico y político, sino como la consecuencia más sensible del cambio climático, lo podemos encontrar en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que ha estado al frente de los esfuerzos operativos y políticos para colocar la migración ambiental en el centro de las inquietudes internacionales, regionales y nacionales.
En el 2015, se creó una división dedicada a la migración, medio ambiente y cambio climático, justamente para abordar el nexo que existe entre estas problemáticas y hasta la fecha, esa división ha tenido la responsabilidad de supervisar y coordinar el desarrollo de una guía en materia de políticas públicas que plantean soluciones integrales para estos retos del milenio.
La OIM no solo reconoce la necesidad de aumentar los esfuerzos nacionales, regionales e internacionales para abordar los desafíos de la movilidad humana cuando se asocian con factores ambientales y con el cambio climático, sino que también, ha replanteado sus objetivos, volviendo sus principales prioridades: el facilitar la migración en el contexto de la adaptación al cambio climático y mejorar la resiliencia de las comunidades afectadas.
Una vez más, investigar sobre estos temas y a la vez, exponerlos en este espacio de opinión, hacen que me pregunte de nuevo: como país… ¿en dónde estamos y hacia dónde vamos? ¿cómo es el futuro que nos depara?
Migración, cambio climático y corrupción son los problemas más sensibles a los que nos enfrentamos, pero antes de entrar de lleno al combate, debemos entender, como ya lo mencioné, que estos se deben atender en conjunto y no en lo individual toda vez que ellos representan una cadena de vicios.
Mientras exista la corrupción, la decadencia económica de los países seguirá impulsando a la ciudadanía abandonar sus naciones en busca de mejores oportunidades, a su vez, mientras exista la corrupción, podremos olvidarnos de recursos para implementar capacitaciones en materia de derechos humanos para los integrantes de los cuerpos de seguridad encargados de vigilar la manera en la que el transito migratorio se desarrolla.
Asimismo, mientras no pongamos en la mesa de debate una verdadera agenda ambiental con una serie de acciones especificas encaminadas no solo a disminuir la emisión de gases efecto invernadero, sino también encaminadas a consolidar una economía verde, el crecimiento económico y las oportunidades continuarán estancados, y ese factor, junto al deterioro de nuestro entorno, potencializará la migración.
El cambio climático hará que en algún momento, todos seamos migrantes, pero sin un entorno limpio ¿cuál será nuestro destino?
¿Estamos listos para replantear la manera en la que concebimos los problemas que nos rodean?
MUNDO
Una elección muy terrenal

Opinión, por Gerardo Rico //
Superar la división de la Iglesia, contener la pérdida de fieles, avanzar hacia una Iglesia más universal y definir el papel de la mujer son algunos de los desafíos a los que se enfrentará el nuevo Papa Robert Francis Presvost Martínez, León XIV.
El nuevo orden mundial que se configura entre China, Estados Unidos y Rusia, la crisis ambiental, las amenazas a la democracia y a los derechos humanos, la migración, la guerra y la persecución de la religión son algunos de los retos que enfrenta la Iglesia católica.
La jerarquía de esta iglesia, representada en 133 cardenales que eligieron al nuevo Papa, debió enfrentar las inercias que la dividieron entre conservadores y reformistas con el Papa Francisco, quien impulsó diversas reformas que buscaban una iglesia más inclusiva y transparente.
Entre las prioridades se encontraban: Reforma de la Curia Romana, lucha contra los abusos sexuales, transparencia económica, promoción de una ecología integral, apertura a la diversidad sexual, reforma de los procesos de nulidad matrimonial, diplomacia, acercamiento a las periferias y migraciones.
Desde el mismo momento de su designación y cuando se supo que era de origen estadounidense, muchos recordamos que la última audiencia del Papa Francisco, horas antes de su muerte, fue con el vicepresidente de Estados Unidos, James David Vance, recientemente convertido al catolicismo.
Sin embargo, al paso de las horas y cuando se supo de su trayectoria y sobre todo su labor pastoral en Perú, observamos que en el cónclave optaron por una figura que no se alineará a los extremos, pues León XIV es considerado un moderado, aunque con una sensibilidad reformista.
Atrás quedaron las especulaciones del cardenal estadounidense, que fue considerado papable, apoyado abiertamente por el presidente Donald Trump y para muchos representante de una ala de extrema derecha dentro del Vaticano, y quien además tuvo serias diferencias con el Papa Francisco: Raymond Burke. Aún en su calidad de prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, el papa León XIV ya mostró sus diferencias con las políticas migratorias del presidente Trump.
El 3 de febrero de este 2025 en su cuenta de X, se refirió al Vicepresidente estadounidense: J.D. Vance “se equivoca: Jesús no nos pide que clasifiquemos nuestro amor por los demás». El texto, publicado en la web National Catholic Reporter, se refiere a los comentarios del vicepresidente justificando la dura política antiinmigración del gobierno de Trump con una referencia a la doctrina católica.
Citando un precepto conocido como ‘ordo amoris’ -el orden del amor- J.D. Vance, que se convirtió al catolicismo en 2019, afirmó que la caridad de un cristiano debe beneficiar ante todo a su familia y a sus conciudadanos y no a los extranjeros. El Papa Francisco ya había criticado públicamente esta interpretación nacionalista.
Más que terrenal…
Robert Francis Presvost Martínez, el primer Cardenal estadounidense en ser electo Papa, no estaba contemplado en la lista de favoritos comentada en las apuestas a nivel internacional. Quién las encabezaba era el secretario de Estado Vaticano, el italiano Pietro Parolin, el número dos de la Curia Romana. Los apostadores iban por un diplomático experto y después de él, por los dos cardenales que mejor se identificaban con el pensamiento del Papa Francisco: el filipino Luis Antonio Tagle y el italiano Matteo Zuppi.
Aunque sería interesante saber los entretelones de la elección papal, todo apunta a que se optó por la unión y la conciliación interna de la Iglesia Católica. “Considerado un líder altamente capaz y experimentado, desempeña un papel vital frente a la poderosa oficina del Vaticano para el nombramiento de obispos, evaluando a los candidatos y formulando recomendaciones al Papa”, señaló en un perfil sobre el nuevo Pontífice la cadena CNN. “Popular entre los conservadores y progresistas por igual en el cónclave donde poca gente se conocía, tenía visibilidad mundial”, señaló el diario la Repubblica de Roma.
Con una importante trayectoria académica que combinó las matemáticas y la filosofía, además de ser especialista en Derecho Canónico, el Papa León XIV desempeñó una labor pastoral desde hace 40 años en Perú. Las coincidencias del nuevo Papa con su predecesor están relacionadas con su sensibilidad y compromisos con la justicia social, los pobres y los migrantes. También tienen en común que antes de llegar a la más alta jerarquía de la iglesia católica trabajaron en América Latina.
“No todos tienen la disposición y los ojos abiertos para escuchar el mensaje. Hay un desafío muy grande para la iglesia. Demasiadas veces hemos dejado que la iglesia se convierta solo en una institución, en parte o totalmente: el Vaticano, la Santa Sede. Hay dimensiones institucionales, sí. Pero eso no es el corazón de lo que es y debe ser la Iglesia”, señaló el nuevo Papa en una entrevista como funcionario en El Vaticano. Los retos son enormes y el trabajo muy complejo para mantener unida a una de las instituciones más verticales en su organización interna en la historia reciente de la humanidad.
JALISCO
Pablo Lemus y la soberbia naranja

De Frente al Poder, por Óscar Ábrego //
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales, que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”, José de San Martín, militar y político argentino (1778-1850).
En casi treinta y cinco años de observar y pisar las canchas políticas, he visto aparecer siempre una constante en las mujeres y los hombres del poder: la soberbia.
Entendamos por soberbia esa actitud altiva, de orgullo llevado al extremo, que hace suponer a un individuo que su puesto o posición en el gobierno o cargo público lo coloca por encima de los otros. Es un sentimiento de superioridad que dificulta o impide reconocer errores y lleva a despreciar las opiniones y méritos de los demás.
Sin pretender ingresar a la deliberación psicológica, podemos asegurar que la soberbia es el resultado de una raquítica condición mental de quien se quita la máscara para mostrar su rostro verdadero.
Un político arrogante es un tipo despreciable.
La soberbia suele hacerse acompañar de altanería y frivolidad.
Pero cuando la altivez se vuelve el sello característico de una clase gobernante, comienza el declive.
La historia de la humanidad lo confirma una y otra vez.
Y sin ir tan lejos, hagamos memoria de lo que ha ocurrido recientemente en Jalisco.
Dos ejemplos.
Recordemos cuando Emilio González Márquez nos mentó la madre.
En abril de 2008, durante un evento público, el ex mandatario panista lanzó un sonoro “Chinguen a su madre” a quienes lo criticamos por donar 90 millones de pesos para la construcción de una Iglesia católica.
Ese insulto fue la primera palada que cavó la tumba electoral de Acción Nacional en nuestra entidad.
Tan profunda es, que no ha logrado salir del hoyo.
El otro es cuando nos acordamos de Enrique Alfaro y sus aduladores y cromadores más cercanos durante su sexenio.
Engreídos como pocos en los registros históricos de la grilla local, son los culpables iniciales de una posible y próxima derrota emecista en la zona metropolitana.
La soberbia, ese mal endémico de los poderosos, fue el sello de Alfaro, un político que se creyó iluminado, dueño de la verdad absoluta, incapaz de la autocrítica que distingue a los verdaderos estadistas
Su pedantería lo llevó a menospreciar a las madres buscadoras y las víctimas del crimen organizado.
De ahí que sea muy importante que Pablo Lemus eche un vistazo a lo que sucede con algunos de sus colaboradores, quienes hoy, a la luz de su comportamiento, están incurriendo en la equivocación más grave que cualquier mortal puede cometer: sentir que el mundo no les merece.
En X: @DeFrentealPoder
*Óscar Ábrego es empresario, consultor en los sectores público y privado, activista social, escritor y analista político.
MUNDO
Nueva era en El Vaticano: El último trono de Occidente

A título personal, por Armando Morquecho Camacho //
La elección de un nuevo papa siempre representa un punto de inflexión, no solo para la Iglesia Católica, sino también para el mundo. Aun en un tiempo que se presume secularizado, el humo blanco que emana desde la Capilla Sixtina sigue siendo un acontecimiento de resonancia global.
Con la elección de León XIV, se inaugura una nueva etapa para la Santa Sede, marcada por la expectativa, la incertidumbre y el desafío de ejercer liderazgo moral en una época profundamente erosionada por el ruido, el desencanto y la polarización.
León XIV es un hombre conocido por su formación teológica sólida, su lenguaje directo y su notable capacidad para el diálogo interreligioso. Su vida pastoral ha transcurrido mayormente fuera del Vaticano, lo que lo convierte en un pastor cercano, sin una estructura clerical rígida detrás, pero con una visión claramente universal. Su nombre pontificio no es menor: al elegir llamarse León, evoca a pontífices como León XIII, quien supo navegar los conflictos del siglo XIX con inteligencia diplomática y doctrinal, y sobre todo a León I, el Magno, quien enfrentó la descomposición del Imperio Romano de Occidente con un liderazgo que combinaba firmeza política y sensibilidad espiritual.
León XIV, al adoptar este nombre, parece estar enviando un mensaje de continuidad en el ejercicio de un papado fuerte, que no se refugia en lo ceremonial, sino que se involucra en los asuntos humanos con audacia, aun desde la pequeñez de un Estado de 44 hectáreas.
Más allá de lo doctrinal o espiritual, el Papa —como jefe de Estado del Vaticano y como líder de más de mil millones de católicos— es también una figura política. Su palabra puede no estar sujeta a las urnas, pero tiene una fuerza simbólica y real que impacta en los gobiernos, en las sociedades y en las grandes discusiones de la humanidad. En su encíclica Laudato Si’, por ejemplo, el Papa Francisco hizo más por posicionar el cambio climático en la conciencia global que muchas cumbres internacionales.
Juan Pablo II fue un actor fundamental en el debilitamiento del comunismo en Europa del Este. Benedicto XVI, desde una posición más introspectiva, apuntó contra el relativismo moral como uno de los males más corrosivos de Occidente. El papado, aunque lo pretendan recluir en la sacristía, nunca ha sido ajeno al poder. Es, en sí mismo, una forma de poder.
En un mundo donde los referentes tradicionales se han diluido, la figura del Papa sigue siendo, paradójicamente, uno de los pocos liderazgos que no depende del marketing político ni de las redes sociales. Su legitimidad nace de una estructura milenaria que, con todos sus defectos, sigue representando una continuidad histórica casi sin paralelos. Sin embargo, esta legitimidad no lo exime de las tensiones del presente. De hecho, el Papa debe ser, cada vez más, un equilibrista.
Debe hablarle tanto al africano perseguido por su fe, como al europeo escéptico que ya no pisa una iglesia. Debe condenar las guerras sin alienar a las potencias involucradas. Debe abrazar a los migrantes sin ser instrumentalizado por discursos ideológicos. Debe, en suma, ser la voz de una moral que no responde ni a la izquierda ni a la derecha, sino a una tradición que trasciende las coyunturas.
El mundo que recibe León XIV es, sin duda, más complejo que aquel en el que Benedicto XVI asumió el papado en 2005. Entonces, el debate público aún podía sostenerse en el lenguaje de la razón. Hoy, los algoritmos definen lo que la gente cree, y la posverdad ha vaciado de contenido el espacio público.
La Iglesia Católica, que durante siglos se preocupó por formar conciencias, ahora debe confrontar una realidad donde las conciencias ya no se forman, sino que se deforman a velocidad digital. León XIV deberá encontrar un modo de intervenir sin parecer anacrónico, de hablar sin ser desoído, de resistir sin encerrarse.
Pero no solo la cultura ha cambiado. El contexto geopolítico también exige un papa con sentido estratégico. La guerra en Ucrania, el ascenso de potencias autoritarias, la fragmentación de Europa, la violencia en Medio Oriente, la crisis migratoria y la emergencia climática plantean desafíos concretos y urgentes. No basta con emitir comunicados o hacer llamados a la paz.
El nuevo papa tendrá que articular alianzas, presionar silenciosamente, ejercer diplomacia desde la neutralidad activa. El Vaticano, por más pequeño que sea, sigue teniendo una red diplomática capaz de operar con finura, y León XIV tendrá que utilizarla con inteligencia. En tiempos donde el poder duro domina, el poder moral no debe ser subestimado.
Dentro de la propia Iglesia, el panorama tampoco es sencillo. La crisis de abusos sexuales no ha terminado. Las tensiones entre sectores conservadores y progresistas son cada vez más evidentes. América Latina vive una desafección silenciosa, mientras África se convierte en el nuevo bastión del catolicismo. La sinodalidad, promovida por Francisco, exige ser consolidada sin fragmentar la unidad doctrinal.
León XIV necesitará dotes de escucha y de firmeza, de discernimiento y de decisión. Ser Papa hoy es navegar entre las olas de una barca que ya no navega por ríos tranquilos, sino por un océano lleno de tormentas simultáneas.
Y, sin embargo, en medio de ese caos, el papado mantiene una extraña capacidad para ofrecer sentido. En un mundo que ha reemplazado la verdad por la conveniencia, y la esperanza por la distracción, un líder espiritual puede ser más relevante que nunca. León XIV no está llamado a complacer, sino a recordar. No a alinearse con el espíritu de los tiempos, sino a cuestionarlo. No a ser popular, sino a ser coherente. Esa es la paradoja del papa contemporáneo: debe ser moderno sin renunciar a lo eterno.
El desafío no es menor. León XIV deberá hablar a una humanidad fracturada, cansada, pero aún sedienta de algo que no encuentra en los discursos políticos ni en los mercados. Su éxito no dependerá de llenar plazas, sino de tocar corazones. No de imponer dogmas, sino de ofrecer caminos. En este tiempo donde todo se relativiza, su mayor aporte podría ser precisamente afirmar que no todo es relativo.
En el fondo, el papado siempre ha tenido una dimensión profética. Y los profetas, como bien sabemos, no siempre son escuchados en su tiempo. Pero son necesarios. Porque hay épocas donde el mundo necesita más que explicaciones; necesita testigos. Quizás eso es lo que se espera de León XIV: que sea un testigo valiente de una verdad que no pasa, incluso en una época que lo pone todo en duda.
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