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OPINIÓN

La ley y el orden, amnistía o impunidad

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Opinión, por Por Ricardo H. Plascencia Mariscal //

Históricamente en nuestro país cuando se han promulgado leyes de amnistía, han sido para efectos de sanar las heridas hechas por el estado cuando ha habido hechos o movimientos sociales y cerrar un círculo de situaciones complicadas en el ámbito de la violación de derechos humanos cometidos por el estado mexicano.

La Organización de la Naciones Unidas, a través de la oficina del Alto comisionado para los derechos humanos define la amnistía como: “Medidas jurídicas que impiden el enjuiciamiento penal y, algunos casos, las acciones civiles contra ciertas personas o categorías de personas con respecto a una conducta criminal especifica cometida antes de la aprobación de la amnistía o la anulación retrospectiva de la responsabilidad jurídica anteriormente determinada”.

Desde sus campañas políticas, el actual Presidente de México, mencionó la necesidad de promover una ley de amnistía para que en ámbito federal pudieran obtener su libertad las personas en contra de quienes se haya ejercitado acción penal, hayan sido procesadas o se les haya dictado sentencia firme, siempre que no sean reincidentes, en los siguientes supuestos: aborto, homicidio, delitos contra salud, por cualquier delito, a personas pertenecientes a los pueblos y comunidades indígenas, o el delito de robo simple y sin violencia, siempre que no amerite pena privativa de la libertad de más de cuatro años, y por el delito de sedición.

De inicio, no me parece erróneo decretar una ley de amnistía en los términos como los establece esta ley vigente, por virtud de que actualmente se encuentran rebasadas en su cupo los centros de reclusión en el país, por ello urgiría a generar acciones para mitigar el numero de internos en las cárceles; por lo tanto esta ley vendría “como anillo al dedo” para tales efectos.

Sin embargo, creo que esta ley es innecesaria, pues el estado mexicano cuenta con un gran acervo normativo para que con voluntad se haga justicia a los grupos vulnerables, o bien a quienes hayas sido procesados en forma injusta, o para generar mayor protección a los grupos indígenas; pero por lo contrario el Presidente Andrés Manuel López Obrador, más que pretender o sanar heridas, sigue decidido en mostrarle al mundo, que en nuestro país lo que él dice se hace. Se considera que La ley de amnistía es a todas luces una jugada política para referirse como una promesa de campaña cumplida, y no para realmente proteger a los grupos vulnerables, grupos indígenas y demás, pues solamente es de aplicación obligada en el ámbito federal, por lo tanto, faltaría que cada uno de los estados legislara al respecto para efectos de que se homologara dicha ley e impactara armoniosamente en todo el país, ya que algunos de los delitos previstos por dicho ordenamiento legal, son castigados por los códigos penales de cada estado en la república mexicana.

Las leyes de amnistía en nuestro país siempre se han hecho para beneficiar a aquellas personas que han cometido delitos políticos. No para los que roban, o peor a un para el produzca, transporte, trafique, comercie, suministre aun gratuitamente o prescriba alguno de los narcóticos señalados en el artículo 193 del Código Penal Federal, sin la autorización correspondiente a que se refiere la Ley General de Salud; o bien al que Introduzca o extraiga del país alguno de los narcóticos comprendidos en el referido artículo, aunque fuere en forma momentánea o en tránsito, o posea los narcóticos descritos según lo prevé el Código Penal Federal dicho código punitivo. Además la reciente ley aprobada, olvidó tocar un tema importantísimo como lo es la reinserción social, por las características de los delitos que se incluyen y el tratamiento posterior a su liberación de los activos de los delitos contra salud.

El flagelo del narcotráfico se puede ver fuertemente beneficiado en nuestro país, precisamente a consecuencia de la publicación de esta Ley de Amnistía, pues la droga llega a los consumidores a través de los narcomenudistas, y muchos de ellos nunca han sido detenidos, o aparentan estar en pobreza extrema, por lo tanto, están dadas las condiciones para en forma impune, muchas personas argumentando que fueron obligadas por grupos de la delincuencia organizada a externar esas conductas que son castigables por el ordenamiento penal. En este caso preciso, también para golpear a la industria del narcotráfico también se debe de barrer las escaleras de abajo hacia arriba.

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JALISCO

La transparencia del fiscalizador

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– Los Juegos del Poder, por Gabriel Ibarra Bourjac

En Jalisco, la transparencia y la rendición de cuentas deberían ser principios innegociables. Sin embargo, la resistencia del auditor superior del Estado, Jorge Alejandro Ortiz Ramírez, a ser auditado por la Unidad de Vigilancia del Congreso revela una paradoja alarmante: el encargado de fiscalizar el gasto público evade la supervisión.

Esta actitud, denunciada por David Rubén Ocampo Uribe, titular de la Unidad, y el diputado Alberto Alfaro García, presidente de la Comisión de Vigilancia, no solo cuestiona la integridad de la Auditoría Superior del Estado de Jalisco (ASEJ), sino que amenaza la confianza en el sistema democrático.

Desde el 10 de julio de 2025, cuando Ocampo asumió su cargo, Ortiz Ramírez ha bloqueado cualquier intento de revisión. Solicitudes de expedientes laborales, nóminas y contratos han sido ignoradas, y un encuentro institucional propuesto para el 19 de agosto quedó en el vacío. “Quería saber si todo está en regla. La respuesta fue negativa. Pedí una reunión pública con agenda común, y tampoco hubo respuesta”, relató Ocampo a Conciencia Pública.

Incluso se le prohibió a personal de la ASEJ pasarle llamadas, limitando el diálogo al secretario técnico, un subordinado que no puede sustituir al titular.

El diputado Alfaro, de Morena, califica esta resistencia como un desafío al Congreso y a la sociedad. “El auditor se siente intocable, como si fuera gobernador. Durante ocho años operó sin contralor, pero ahora que lo hay, se niega a colaborar”, afirmó.

Con el respaldo de 29 de 32 deputados al nombramiento de Ocampo, su legitimidad es incuestionable. “Sabe que abriremos la Caja de Pandora”, añadió, sugiriendo que Ortiz Ramírez teme revelar irregularidades.

La Constitución de Jalisco y la Ley de Rendición de Cuentas otorgan a la Unidad de Vigilancia facultades plenas para revisar la ASEJ sin necesidad de acuerdos previos de la Comisión de Vigilancia, como argumenta Ortiz Ramírez.

Esta interpretación “tecnicista” es, para Ocampo, un escudo para evadir la fiscalización. La pregunta es inevitable: ¿qué oculta el auditor? Denuncias internas apuntan a aviadores, nóminas infladas, “moches” por laudos laborales y tolerancia a incapacidades falsas avaladas por el IMSS.

Una figura clave en estas acusaciones es Sandra Verónica Márquez González, de la Dirección Jurídica, señalada por mantener personal inexistente en nómina y exigir pagos ilegales, prácticas que arrastra desde su paso por el Tribunal de Arbitraje y la Fiscalía, donde se le vinculó al “Clan Trevi” por cobros indebidos.

La ASEJ es un pilar estratégico del gobierno de Jalisco, con autonomía técnica y de gestión para garantizar imparcialidad en la fiscalización de un presupuesto cercano a los 200 mil millones de pesos. Su rol como contrapeso es crucial para generar confianza ciudadana.

Sin embargo, la resistencia de Ortiz Ramírez recuerda épocas oscuras de la Contaduría Mayor de Hacienda, antecesora de la ASEJ, donde se rumoraba que las cuentas públicas se “lavaban” mediante acuerdos entre bancadas legislativas. Funcionarios corruptos encontraban en estos arreglos una vía para encubrir irregularidades, otorgando un poder desmedido al titular del organismo.

Hoy, la ASEJ debería ser un modelo de integridad. El Plan Estatal de Desarrollo y Gobernanza 2024-2030, liderado por Cynthia Cantero Pacheco, establece la transparencia y la participación ciudadana como ejes rectores de la gestión pública. Este plan, construido con la voz de más de 675,000 jaliscienses, vincula el presupuesto a resultados medibles, exigiendo apertura y rendición de cuentas.

La opacidad de Ortiz Ramírez contradice este espíritu, debilitando la credibilidad de una institución que debería ser ejemplo.

La pasividad de otros actores institucionales agrava el problema. El silencio del Congreso en pleno y la inacción de la Fiscalía Anticorrupción alimentan percepciones de complicidad o indiferencia. Mientras, rumores de una posible reelección de Ortiz Ramírez, tras ocho años en el cargo, generan rechazo. “Un gobernador dura seis años y se va. Este señor pretende quedarse otros ocho. Es inadmisible”, sentenció Alfaro.

¿Cómo puede hablarse de rendición de cuentas si el fiscalizador se coloca por encima de la ley? La resistencia de Ortiz Ramírez no es un simple desencuentro burocrático; es una afrenta al sistema de pesos y contrapesos.

“La opacidad reina en la Auditoría. Si el auditor desconoce la ley, ¿cómo fiscaliza al estado?”, cuestiona Ocampo. La sociedad, cada vez más vigilante, exige respuestas. Ortiz Ramírez tiene una oportunidad: abrir las puertas de la ASEJ, entregar la información solicitada y demostrar que no hay nada que ocultar. De lo contrario, su silencio seguirá alimentando sospechas de irregularidades.

La transparencia no es negociable, y Jalisco merece una Auditoría Superior que predique con el ejemplo. Es hora de que el fiscalizador rinda cuentas.

 

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JALISCO

MC: espejismos de unidad y fractura a la vista

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– Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco

Movimiento Ciudadano en Jalisco ya abrió el telón de su renovación interna con la elección de 64 nuevos coordinadores municipales en la vieja casona de Av. La Paz. En apariencia, un ejercicio de normalidad partidista: discursos de unidad, promesas de cercanía con la gente, rostros nuevos para el escaparate y la certeza de que el partido naranja seguirá marcando la pauta en la política local.

Una postal impecable para las páginas de los diarios amigos… pero un espejismo apenas capaz de ocultar las fracturas internas que corroen al partido naranja. Pues, bajo el barniz del entusiasmo, se esconde un mapa con claroscuros que la dirigencia difícilmente podrá negar.

Los números de la elección de 2024 fueron generosos en sus bastiones metropolitanos: Guadalajara, Zapopan y Tlajomulco volvieron a confirmar la hegemonía emecista. En la capital, 308 mil votos aseguraron la continuidad; Zapopan, con 323 mil sufragios, consolidó la plaza más codiciada del estado; y Tlajomulco refrendó, una vez más, su condición de vivero político del grupo alfarista con 94 mil papeletas a su favor. Una trinidad metropolitana que otorga poder y recursos, pero que no resuelve la fragilidad en el resto del estado.

Porque más allá del brillo urbano, MC perdió terreno en Puerto Vallarta —joya turística entregada al PVEM en sociedad con Morena—, cedió Ciudad Guzmán, enclave agroindustrial del sur, y vio escaparse Tepatitlán, bastión alteño que durante años se pensó inmune a los embates opositores. En Tlaquepaque y Tonalá, el retroceso fue aún más doloroso: en el primero, los 109 mil votos no alcanzaron para retener la presidencia municipal; en el segundo, apenas 47 mil sufragios lo relegaron a un segundo lugar incómodo detrás de Morena. Un tropiezo estratégico en el oriente metropolitano que desnuda la vulnerabilidad del proyecto.

Mirza Flores, encargada de administrar esta renovación interna, habla de “liderazgos de territorio, cercanos a la gente”. El discurso suena bien, pero la tarea es monumental: reconstruir la cohesión de un partido que, en su expansión, ha multiplicado corrientes, intereses y pleitos internos. Porque el problema no es solo perder municipios: es perderlos mientras el partido se enreda en disputas de candidaturas, pugnas entre cuadros y una dirigencia que debe demostrar que puede arbitrar sin fracturar.

Los números distritales tampoco ayudan: de 20 distritos locales, MC apenas ganó 6; de los federales, ninguno y los plurinominales fueron para los exfuncionarios que necesitaban fuero y los “liderazgos” escogidos. Esto significa que, aunque controla alcaldías claves, su voz legislativa es reducida y carece de peso real en el Congreso federal.

Un contraste brutal: músculo en los municipios, anemia en las cámaras. Y esa asimetría no se corrige con discursos ni asambleas, sino con operación política en campo, con la capacidad de seducir al votante rural, al comerciante alteño, al campesino del sur que aún ve en el naranja una marca citadina, aburguesada y distante.

Pero lo verdaderamente corrosivo no está en las urnas, sino en los pasillos. La disputa Alfaro–Lemus ha dejado de ser un rumor y se ha convertido en un hecho palpable. Enrique Alfaro se resiste a entregar el control de candidaturas y cuadros, mientras Pablo Lemus mueve sus piezas con paciencia quirúrgica, tejiendo su propia red de operadores que responden solo a él. Entre ambos, Mirza Flores aparece como árbitro incómodo, obligada a conciliar lo irreconciliable: mantener la disciplina de un ejército que ya no reconoce un solo general.

El grupo Alfaro–Lemus sabe que esta es su última gran prueba antes de 2027. Si logran ordenar candidaturas y mantener la paz interna, MC llegará con posibilidades de sostener el gobierno estatal. Pero si insisten en los métodos de imposición y en los arreglos de cúpula, el costo será alto: perderán distritos clave, y con ellos, la capacidad de negociar en el Congreso y de sostener el control territorial.

Los cuadros históricos, los que alguna vez creyeron en la “ola naranja” como una alternativa fresca, se encuentran marginados o desplazados por nuevas caras que responden a intereses de grupo. La operación interna dejó cicatrices: candidaturas impuestas, militantes que sienten haber sido utilizados y un éxodo silencioso hacia Morena y el PVEM que ya se empieza a notar en las regiones.

En política, decía siempre la vieja guardia, no basta con administrar victorias: hay que blindarlas. Movimiento Ciudadano gobierna hoy con holgura en las ciudades, pero su debilidad en la periferia y en el interior del estado es evidente. Las plazas que perdió en 2024 son recordatorio de que el poder es un animal volátil: se escurre por las rendijas más pequeñas y muerde cuando menos se le espera.

La renovación municipal, que en el discurso se vende como ejercicio democrático, en los hechos es un intento de tapar grietas con retórica. En lugar de cohesión, lo que se advierte es una carrera por controlar posiciones rumbo al 2027. Cada comité local es, en realidad, una ficha en el tablero de negociación entre Alfaro y Lemus.

La batalla del 2027 no se jugará únicamente en los edificios de avenida Hidalgo o en los mítines de funcionarios públicos en la Casa Ciudadana. Se librará en los tianguis de Tonalá -donde el Ayuntamiento ha prendido focos rojos-, en los talleres de Arandas -Cuando se habla de la inseguridad que hay en las carreteras de la zona-, en los mercados de Lagos de Moreno -Al momento de hablar de un nuevo ejecutado o desaparecido- y en las colonias populares de Tlaquepaque -Explicando por qué el SIAPA no otorga el servicio que cobra: agua-. Ahí, donde los discursos sobran y lo que cuenta son los servicios públicos, la seguridad y la cercanía real de quienes gobiernan.

La verdadera batalla de 2027 no será contra Morena ni contra el PVEM. Será contra sí mismo. Porque, como tantas veces en la historia política de este país, los partidos no caen por la fuerza del adversario, sino por la podredumbre que incuban dentro.

Hoy MC es un cascarón brillante en la superficie, pero carcomido por dentro. Se vende como movimiento fresco, pero huele ya a partido viejo: facciones enfrentadas, candidaturas negociadas en lo oscurito y un liderazgo que se desgasta en administrar pleitos en lugar de ganar territorios.

Si no corrigen el rumbo, el espejismo de unidad que hoy pregonan se desmoronará al primer soplo de la contienda. Y entonces, la historia no hablará de una derrota electoral, sino de un suicidio político en cámara lenta. Una crónica que, como tantas en la política mexicana, no se escribirá con tinta… sino con epitafios.

En X: @DEPACHECOS

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JALISCO

López Mateos, más que una avenida

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– Opinión, por Miguel Anaya

¡Ah, López Mateos! Esa arteria que todos los tapatíos aprendimos a temer a la hora de salir de casa. Lo que antes era un simple trayecto entre Zapopan y Tlajomulco se ha convertido en un acto de paciencia y resistencia, digno de medallas para quienes logran atravesarla sin perder la cordura. Y ahora, la propuesta de construir un segundo piso sobre la avenida promete resolver este drama… o al menos darle un nuevo nivel.

La idea no es nueva en el mundo urbano. La Ciudad de México, orgullosa y criticada por sus segundos pisos, nos ha mostrado que elevar el tránsito puede, en teoría, descongestionar la calle inferior. En la práctica, siempre aparece la famosa ley de Murphy del tráfico: “Si construyes un segundo piso, se encontrará la forma de congestionar arriba y abajo”.

La idea de que más carriles, aunque sean a veinte metros de altura, pueden mejorar los tiempos de traslado, suena muy convincente si uno ignora el pequeño detalle de que todos seguiremos necesitando entrar y salir de López Mateos en algún momento, creando cuellos de botella constantes.

Los defensores del proyecto pintan un panorama brillante: coches flotando sobre el caos, flujo vehicular constante, mercancías moviéndose como en una coreografía perfecta. Incluso se habla de impulso económico, como si un segundo piso pudiera arreglar de golpe la productividad de la ciudad y el humor de los conductores. Claro, la movilidad es parte esencial del desarrollo económico, pero ¿A qué tipo de movilidad aspiramos?

En la planeación de calles, no todo es color de cielo despejado. La construcción de una infraestructura de esta magnitud implica costos que podrían hacer llorar a cualquier presupuesto gubernamental. Estudios de factibilidad, impacto ambiental, ruido, vibraciones y, por supuesto, el inevitable caos durante la obra: semanas, meses, quizás años de atascos peores que los actuales. Mientras tanto, los vecinos de la avenida y los comerciantes deberán practicar yoga urbano para soportar las molestias diarias.

El debate social no se queda atrás. Algunos urbanistas critican la medida: construir más vialidades para autos perpetúa la dependencia del automóvil y deja de lado alternativas más sostenibles como el transporte público eficiente y la recuperación del sistema barrial.

Otros, en cambio, celebran la modernidad y la promesa de velocidad. Entre tanto, los ciudadanos promedio, esos que conocen cada bache y cada semáforo de memoria, simplemente esperan que no se les olvide dónde estacionar la paciencia.

Al final, la construcción de un segundo piso sobre López Mateos es un acto de fe en que más infraestructura vial generará menos estrés, menos tiempo perdido y más eficiencia. Una fe que, como cualquier otra, tiene sus riesgos y sus ironías: prometen eficiencia, y lo que en realidad se obtiene es algo similar, pero en otro nivel. Habrá que ver si el futuro nos hace levitar, o si solo nos enseña que el tráfico, al igual que el tiempo y la paciencia, no se elevan tan fácilmente.

No se trata de criticar por criticar. Es evidente que López Mateos necesita una solución; nadie en su sano juicio disfruta pasar horas atrapado en un tramo de seis kilómetros que parece eterno. El punto es que esa solución debe ser para todos, no solo para quienes circulan en automóvil.

Debe considerar a quienes viven a lo largo de la avenida, a los comerciantes que dependen del tránsito peatonal y vehicular para sacar adelante a su familia, y evidentemente, a quienes se trasladan en transporte público o bicicleta.

Elevar carriles no resolverá los problemas de movilidad diaria ni mejorará la calidad de vida de la zona, si solo se toma en cuenta una solución pensada desde la visión del automovilista.

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