MUNDO
México, primer lugar en letalidad: Diez países registran casi el 70% de las muertes por COVID-19

Por Cayetano Frías //
La peste es igual que las guerras. Saca lo mejor o lo peor de los seres humanos, sobre todo en aquellos que ejercen el poder, ya sea en posiciones políticas, de negocios, e incluso algunos identificados con orientaciones religiosas.
Desde que a nivel global se desató la pandemia del coronavirus, las mentes retorcidas han optado por repartir culpas, difundir falsedades y utilizar como botín político a las víctimas, que como en todas las guerras, en su mayoría pertenecen a los estratos de mayor pobreza.
Hay ausencia de mesura en los actores políticos, con posturas que perjudican y desinforman a los ciudadanos. Se ven actitudes grotescas que no ayudan al buen ejemplo, como la resistencia del Presidente Andrés Manuel López Obrador a no utilizar o a recomendar el cubrebocas, o las fiestas disfrazadas de reuniones políticas de los gobernadores encasillados en la autodenominada “Alianza Federalista”.
Marginalmente, la mayoría de los comentócratas han adoptado un ánimo revanchista que busca descalificar el desempeño del gobierno federal, haciendo eco en los medios de comunicación de las opiniones, la mayoría sin fundamento científico, emitidas por los políticos opositores.
En el caso particular de la situación que enfrentamos por la pandemia del COVID-19, los opositores, políticos y periodistas que se han decantado como tales, aseguran cada día que México es el peor a nivel mundial, con los peores indicadores habidos y por haber, con las consecuencias fatales que eso conlleva.
Con el objetivo de encontrar una realidad más certera en los números, en Conciencia Pública realizamos un análisis de las cifras que han registrado una decena de países desde el inicio de la crisis tanto en la Universidad Johns Hopkins como en el portal Worldometer Covid-19 Data (www.worldometers.info/coronavirus/#countries).
Es necesario precisar que en este recuento solo se revisaron los números de la pandemia a nivel global, sin tomar en cuenta el estado desastroso del sistema público de salud en México, el cual data de varias décadas en abandono, factor que obviamente está repercutiendo de forma negativa en la atención a los afectados.
Como se aprecia en los cuadros anexos, se revisaron los indicadores de población, casos y muertes al día 11 de diciembre, el pico de contagios y casos activos y casos por millón en cada país, total de contagios, personas recuperadas, fecha de pico en muertes y el total de fallecimientos.
DIEZ PAÍSES CON EL 68.88% DE LAS MUERTES
En cantidad de fallecimientos, el indicador más sensible, porque es la pérdida de vidas humanas, Estados Unidos registró al 11 de diciembre 302 mil 750, seguido por Brasil con 180 mil 453; India en tercer lugar con 142 mil 662 y México en cuarto lugar con 113 mil 019. A nivel global, la tragedia había cobrado hasta el viernes, 1 millón 610 mil 312 vidas.
Algo más escalofriante, es que los diez países con mayor mortalidad, que se complementan con los anteriores del quinto al décimo, con Gran Bretaña, Italia, Francia, Irán, España, Rusia y Argentina, suman 1 millón 109 mil 194 muertes, equivalente al 68.88% del total mundial.
En el indicador de casos activos, Estados Unidos también ocupa el primer lugar, con 6 millones 485 mil 289; Francia es segundo con 2 millones 117 mil 914; Brasil tercero con 701 mil 115; Italia en cuarto con 690 mil 323 y Turquía quinto con 610 mil 363. México con 212 mil 318 casos activos, no aparece entre los diez primeros.
En casos por cada millón, el primer lugar lo ocupa Luxemburgo con 64 mil 640 casos de contagios, República Checa segundo con 53 mil 108; Bélgica tercero con 51 mil 704; Estados Unidos cuarto con 49 mil 102 y Panamá quinto con 43 mil 219. México registra 9 mil 491 casos de contagio por cada millón de habitantes, muy lejos de los diez primeros.
En personas recuperadas, el primer lugar es de Arabia Saudita con un 97%, Venezuela segundo con 95.34%; China tercero con 94.31% y Cuba cuarto con 89.4%. México aparece muy abajo en este rubro con 73.4%.
LETALIDAD, ÚNICO INDICADOR QUE ENCABEZA MÉXICO
La tasa de letalidad, que se refiere a los pacientes que fallecen durante su atención hospitalaria, es de 9.19% en nuestro país y la más alta en el mundo, pues equivale a nueve muertes por cada 100. Ecuador es segundo con una tasa de 6.90; China es tercero con 5,34%; Irán en el cuarto con 4,74% y Perú es quinto con 3,73%.
Se debe hacer notar que la letalidad en México se ha ido reduciendo, como aparece en la gráfica anexa que presenta a los diez países con mayor incidencia de fallecimientos. En la semana que concluyó el viernes, nuestro país registró una tasa de 5.7%, equivalente a poco menos de seis muertes por cada 100 pacientes.
PAÍSES CAPITALISTAS VS SOCIALISTAS
Es muy evidente la diferencia en el manejo de la pandemia que tienen los países alineados con la cultura occidental, pues registran la inmensa mayoría de contagios, como ya se anotó al sumar los contagios de los diez países más afectados.
A contraparte, China que tiene más de 1 mil 400 millones de habitantes incluyendo a Hong Kong, ha sumado menos de cinco mil fallecimientos y cerca de 90 mil contagios.
Sorprende también Venezuela, un país con menos de 29 millones de habitantes y que ha sido afectado por el bloqueo de Estados Unidos y la Unión Europea, donde su peor día fue el 12 de agosto con 1 mil 281 contagios; en fallecimientos ha registrado 944 y su pico más alto fue con 12 muertes el 13 de agosto. El total de casos confirmados es de 107 mil 435.
Cuba con 11.4 millones de habitantes, ha tenido sus peores días 7 y 9 de diciembre con 124 contagios cada uno y un total de 9 mil 353; el pico de fallecimientos lo tuvo el 24 de abril con 6; en total han muerto 136.
El mejor librado de los países capitalistas es un país asiático, Japón con 177 mil 056 contagios y 2 mil 566 fallecidos, de los cuales 51 se registraron el 11 de diciembre.
El peor es Estados Unidos con 16.3 millones de contagios hasta el viernes y 302 mil 750 muertes. Francia con 2.35 millones de contagios y Alemania con 1.33 millones, han sumado más de 57 mil y 22 mil fallecimientos, respectivamente.
En conclusión, los países donde predomina el libre mercado, se abarata la dignidad humana y es relegada para privilegiar las ganancias y las prioridades políticas. Claro ejemplo deberían ser Cuba y Venezuela, países con graves problemas económicos, pero que han implementado estrategias que les han permitido preservar la vida con mayor éxito que en los países capitalistas.
DIEZ PAÍSES CON EL 68.88% DE LAS MUERTES
PAÍS |
POBLACIÓN |
CASOS AL 11 DE DICIEMBRE |
PICO DE CASOS |
TOTAL DE CONTAGIOS |
PERSONAS RECUPERADAS |
MUERTES 11 DE DICIEMBRE |
PICO DE MUERTES |
TOTAL MUERTES |
México |
129,535,912 |
11,897 |
28,115 (5 octubre) |
1,242,253 |
911,912 (72.4%) |
693 |
2,789 (5 octubre) |
113,693 |
Japón |
126,302,102 |
2,904 |
2,977 |
177,056 |
147,524 (83.32%) |
51 |
51 (11 de diciembre) |
2,566 |
Estados Unidos |
331,870,384 |
27,217 |
280,514 (11 de diciembre) |
16,295,458 |
N.D. |
2,951 |
3,157 (9 de diciembre) |
302,750 |
Alemania |
83,903,978 |
12,253 |
32,734 (10 de diciembre)
|
1,337,217 |
982,325 (73.46%) |
503 |
503 (11 diciembre) |
22,070 |
Francia |
65,338,279 |
13,406 |
86,852 (7 de noviembre) |
2,351,372 |
N.D. |
627 |
1,438 (15 de abril) |
57,567 |
China |
1,439,323,776 |
11 |
N.D. |
86,701 |
81,774 (94.31%) |
0 |
N.D. |
4,634 |
Hong Kong |
7,486,000 |
86 |
173 (22 de julio) |
7,377 |
5,996 (81.2%) |
0 |
6 |
114 |
Brasil |
213,234,186 |
54,428 |
69,064 (29 de julio) |
6,836,313 |
6,115,068 (89.44%) |
672 |
1,793 (24 de septiembre) |
180,672 |
Venezuela |
28,870,195 |
435 |
1,281 (12 de agosto) |
107,435 |
102,439 (95,34%) |
6 |
12 (13 de agosto) |
944 |
Cuba |
11,338,138 |
86 |
124 (7 y 9 diciembre) |
9,353 |
8,368 (89.4%) |
0 |
6 (24 de abril) |
136 |
Arabia Saudita |
35,054,178 |
168 |
4,919 (17 de junio) |
359,583) |
350,236 (97%) |
11 |
58 (4 de julio) |
6,034 |
Elaborado por Cayetano Frías, con información de https://github.com/CSSEGISandData/COVID-19 y de www.worldometers.info/coronavirus/#countries
DIEZ PAÍSES CON EL 68.88% DE LAS MUERTESElaborado por Cayetano Frías, con información de https://github.com/CSSEGISandData/COVID-19 y de www.worldometers.info/coronavirus/#countries
CARTÓN POLÍTICO
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LAS CINCO PRINCIPALES:
MUNDO
Tolerancia en tiempos de algoritmos

– Opinión, por Miguel Anaya
¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.
En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.
¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.
El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.
He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).
La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.
Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.
La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.
El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.
Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.
Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.
En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.
El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.
Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.
Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.
MUNDO
De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

– A título personal, por Armando Morquecho Camacho
En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.
México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.
La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.
Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.
El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.
La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.
No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.
Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.
No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.
Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.
Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.
No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.
El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.
Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.
Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.
Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.
Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.
México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.
No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.
Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.