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MUNDO

Ucrania vs Rusia: Modelos políticos contrastantes; Biden con conflictos internos y Putin en control total del gobierno

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

El conflicto de Ucrania y sus aliados vs Rusia y su aliado tras las sombras, continúa dando mucho de qué hablar ya que en los últimos días la palabra «invasión» ha sonado mucho en los pasillos del Pentágono y de la Casa Blanca.

Biden ya fue advertido por sus asesores más cercanos: Rusia se prepara para invadir Ucrania y puede ser cuestión de días para que el ejercito de Vladimir Putin comience su avanzada militar en Ucrania con el objetivo de instalar en el gobierno de dicho país a un títere fiel que responda a sus intereses.

Con motivo de lo anterior, Joe Biden se ha visto obligado en los últimos días a enviar elementos de su ejercito a países como Alemania y Polonia, esto para apoyar tanto a las tropas americanas que ya estaban con anterioridad en Europa, como para apoyar también a las tropas de la OTAN.

Como hemos analizado en las ultimas dos semanas, el conflicto entre estos dos países mezcla una serie de cuestiones políticas, sociales y económicas que se vuelven la dosis perfecta para desatar uno de los conflictos militares más trascendentes del siglo XXI y cuyos efectos pueden generar cambios importantes en el orden mundial.

Por ello, la administración de Biden, con algunos matices, tiene el panorama claro: no pueden permitir una incursión de las tropas rusas en Ucrania.

No obstante, quienes no tienen las cosas muy claras son los senadores y congresistas tanto republicanos como demócratas quienes consideran que Estados Unidos no debe de preocuparse por apagar los fuegos en otras fronteras cuando aun no se pueden apagar los fuegos en su frontera más importante que es con México.

El único problema que los senadores, congresistas y opositores a Biden no han entendido, es que el fuego que hoy comienza a arder en la frontera de Ucrania, puede hacer con Estados Unidos y su liderazgo, lo que le hizo a la Roma de Nerón.

En ese sentido, la oposición y la serie de problemas internos con los que Estados Unidos tiene que lidiar constantemente, serán un factor determinante en la importancia o atención que le preste a este conflicto que está por estallar.

Sin embargo, así como la administración de Biden está consciente de que no puede permitir que Rusia avance, la administración de Putin también tiene el panorama claro y sabe que hoy más que nunca, el terreno de juego se presta a la perfección para que puedan emprender una avanzada en contra de occidente dentro de países que absurdamente considera parte de Rusia.

Ahora, ¿cuál es la diferencia entre Biden y Putin?.

Muy fácil, que la Rusia de Vladimir Putin no conoce algo como la oposición, ya que cualquier rastro de ella es eliminado por el mandatario, ya sea con prisión, o en el más extremo de los casos, mediante asesinato.

Rusia a diferencia de Biden, tiene un control total sobre su país, lo cual le da la ventaja de la gobernabilidad, elemento que al mismo tiempo, le permite ocupar su tiempo en otros asuntos trascendentes para su lucha ideológica.

Ahora bien, otro factor que no podemos dejar pasar desapercibido es China, ya que las alarmas de invasión se intensificaron después de la reunión entre Xi Jinping y Vladimir Putin quienes hoy, presumen su estrecha relación, lo cual abre otro frente para occidente y para Estados Unidos.

Los chinos quieren que su creciente poderío tenga un impacto en el orden mundial para así poder definir uno nuevo, y aunque sus intereses tienen matices muy distintos a los de Rusia, al final del día sus intereses próximos están alineados y eso les permite trazar una ruta de trabajo que se materialice en el futuro más cercano.

Ahora, aunque China probablemente no tiene las mismas intenciones bélicas que Rusia ya que su proyecto global es más económico, lo que sí tiene es un firme interés en recuperar fuerza e influencia política sobre regiones como Taiwan o Hong Kong que son fundamentales para fortalecer su crecimiento económico y mantener estabilidad y alcazar uno de sus muchos objetivos económicos y políticos.

Pero para lograr todo esto, necesitan que la comunidad internacional se deje de inmiscuir en temas de derechos humanos que se pueden traducir en sanciones económicas que a la larga, afectarían su proyecto principal que es la estabilidad de su importante crecimiento económico, por ende, un conflicto en Ucrania puede ser una pantalla perfecta.

La política es un juego de intereses, y hoy no queda la menor duda que los intereses de Rusia y de China están mejor alineados que los intereses de las potencias de occidente, que hasta cierto punto, hoy atraviesan tanto una crisis de representatividad, como una crisis política y social dentro de sus fronteras, lo que los obliga a lidiar con una serie de conflictos que cambian por completo no solo el orden de sus prioridades, sino que también limitan su margen de maniobra.

¿Cómo van a lidiar con lo externo si a duras penas pueden lidiar con lo interno?

En ese orden de ideas, para Xi Jinping y para Putin el panorama es diferente, ellos, a su manera muy sombría, pueden presumir que han logrado dominar sus problemas internos, así que guste o no, hoy tienen una ventaja que nunca creyeron tener, no obstante, tampoco pueden olvidar que hay otros factores que pueden jugar en su contra y son Venezuela y Cuba, países en los que Estados Unidos puede dar golpes estratégicos y de autoridad.

Las posibilidades de un conflicto militar han tomado más forma, y al día de hoy, lo que es inminente es una avanzada militar por parte de Rusia en Ucrania para tratar de tomar la capital del país y desde ahí, comenzar a jugar las cartas de un juego que parece estar más que definido de la mano de China.

En cuanto a Estados Unidos, muy probablemente, será en estos meses cuando veremos de que están hechos tanto Biden, como Kamala, ya que tienen muchos frentes abiertos, internos y externos, y todos de igual importancia y un error, más que la continuación de los demócratas en la Casa Blanca, puede costar un cambio total en el mundo de occidente como hoy lo conocemos.

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MUNDO

Rechaza ser deportado Hernán Bermúdez Requena de Paraguay

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Por Francisco Junco

Hernán Bermúdez Requena, el ex secretario de Seguridad Pública, nombrado por el entonces Gobernador de Tabasco, Adán Augusto López, ahora senador de la República, rechazó ser extraditado a México.

Durante la audiencia inicial, donde un juez dictó prisión preventiva, se le ofreció la extradición voluntaria, pero Bermúdez Requena, presunto líder del cartel de “La Barredora”, no aceptó.

Ahora se iniciará un proceso ordinario, que podría tardar hasta 60 días, en tanto, Bermúdez Requena, continuará bajo la custodia de la Secretaría Nacional Antidrogas de Paraguay.

En tanto, en México se informó que la Fiscalía General de la República ya presentó la solicitud de extradición contra Hernán Bermúdez Requena al gobierno guaraní.

“El Abuelo” o “El Comandante H”, como se le conoce al exfuncionario del gobierno del morenista Adán Augusto López en Tabasco, e identificado como el presunto líder del Cártel de “La Barredora”, fue detenido la madrugada del sábado, en Paraguay, en una residencia ubicada en la zona exclusiva de Marino Roque Alonso, donde permanecía escondido.

Este fin de semana, el presidente Santiago Peña, dio a conocer, en un pequeño video de 45 segundos, cómo fue el arresto de Bermúdez Requena.

En las imágenes, primero se ven aspectos de la residencia, se ve cómo las fuerzas especiales, revisaron la finca y derribaron la puerta, suben una escalera y someten a ex secretario de seguridad, lo encañonaron y lo tiraron al suelo, donde lo tenían sometido, bocabajo y un elemento le pone un pie en la espalda.

Después, el presunto líder de La Barredora, quien cuenta con una ficha roja activa de la Interpol, aparece sentado en un sillón con ropa deportiva, pelo más largo y canoso, barba larga.

Cuenta con una orden de captura en México por asociación delictuosa, extorsión y secuestro exprés.

En el video, se muestra que en la residencia, donde permanecía escondido, había fajos de dólares y guaraníes, moneda uruguaya, así como joyas, tarjetas bancarias, identificaciones y una camioneta de alta gama.

Manuel Doltane, titular de Asuntos Internacionales de la Fiscalía de Paraguay, reveló que Bermúdez, entró de manera ilegal al país.

Y es que en febrero de este año, después de hacer pública la orden de aprehensión en su contra, el ex funcionario estatal huyó del país.

De acuerdo con las autoridades, viajó primero a Panamá, después a España, más tarde a Brasil, para terminar en Paraguay.

En medios locales del país sudamericano, como el diario ABC, informaron que la detención del ex funcionario de Adán Augusto López, se logró, gracias a que en el mes de julio se detuvo a Gerardo Bermúdez Arreola, sobrino del presunto líder de “La Barredora”.

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CARTÓN POLÍTICO

Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos

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Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos

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Carlos Urrea rescata a un héroe olvidado, presenta el libro «General Urrea: La Independencia de México»

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Tolerancia en tiempos de algoritmos

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– Opinión, por Miguel Anaya

¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.

En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.

¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.

El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.

He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).

La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.

Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.

La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.

El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.

Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.

Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.

En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.

El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.

Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.

Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.

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De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.

México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.

Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.

El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.

La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.

No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.

Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.

No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.

Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.

Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.

No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.

El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.

Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.

Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.

Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.

Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.

México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.

No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.

Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.

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