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Aumento de inflación y tasas de interés: Recuperación económica de EEUU, factores de alto riesgo

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Economía Global, por Alberto Gómez R. //

Los precios de los commodities (materias primas) se han disparado recientemente. Los futuros del cobre, que a menudo se considera un barómetro de la economía industrial mundial, alcanzaron máximos históricos la primera quincena de junio (2021) y los precios del petróleo se han mantenido recientemente cerca de niveles no vistos desde 2018. A pesar de que los commodities retrocedieron ya desde sus máximos recientes, se espera que los elevados precios aumenten los costos para las empresas.

Es tema de debate lo temporal que será el aumento de la inflación al final de este verano. Los formuladores de políticas de la Reserva Federal (Fed) han dicho que esperan que sea de transición porque los cuellos de botella en los suministros se resolverán y las comparaciones con la desaceleración del año pasado hacen que las cifras de inflación parezcan peores.

Aun así, los inversores se han asustado ante la perspectiva de que la Fed se vea obligada a subir las tasas de interés para controlar los costos antes de lo que ha indicado. Las tasas de interés más altas desalientan la toma de riesgos en los mercados, y las acciones de alto vuelo (high-flyer stock) –que se caracterizan por sus altos precios especulativos- pueden verse muy afectadas cuando domina la preocupación por la inflación.

«La recuperación de la demanda junto con las interrupciones de la oferta en todo el mundo están generando temores» de que los saltos en la inflación reportados durante los próximos meses «no se reviertan rápidamente», escribió Henry Ward, analista de HSBC, en una nota. «Los precios de las materias primas, desde la madera hasta el petróleo, están subiendo y los precios de la vivienda siguen alcanzando nuevos máximos». (nytimes.com)

El índice de precios al consumidor para todos los consumidores urbanos (CPI-U) aumentó un 0,9 por ciento en junio sobre una base ajustada estacionalmente después de subir un 0,6 por ciento en mayo, según el reporte de junio de la Oficina de Estadísticas Laborales (U.S. Bureau of Labor Statistics). Este fue el cambio más grande en un mes desde junio de 2008, cuando el índice subió un 1,0 por ciento. Durante los últimos 12 meses, el índice de todos los artículos aumentó 5.4 por ciento antes del ajuste estacional; este fue el mayor aumento de 12 meses desde un aumento de 5.4 por ciento para el período que terminó en agosto de 2008, previo al inicio de la crisis financiera en septiembre de ese año, con la caída de Lehman Brothers, uno de los bancos de inversión más grandes en los Estados Unidos, se declaró oficialmente en quiebra, tras más de 150 de años de historia.

Fue un suceso histórico. En el momento del evento, Lehman gestionaba activos con un valor estimado cercano a los 639 mil millones de dólares, poco más de la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) de México.

De manera inusual, el índice de automóviles y camiones usados ​​siguió aumentando considerablemente, aumentando 10,5 por ciento en junio pasado. Este aumento representó por más de un tercio el incremento estacional de todos los artículos. El índice de alimentos aumentó un 0,8 por ciento en Junio, un aumento mayor que el aumento del 0,4 por ciento informado para mayo. El

El índice energético aumentó un 1,5 por ciento en junio, y el índice de la gasolina subió un 2,5 por ciento durante el mes.

El índice para todos los artículos menos alimentos y energía subió un 0,9 por ciento en junio después de su aumento del 0,7 por ciento en mayo. Muchos de los mismos índices siguieron aumentando, incluidos automóviles y camiones usados, vehículos nuevos, tarifas de aerolíneas y ropa. El índice de atención médica y el índice de mobiliario y operaciones del hogar estuvieron entre los pocos índices de componentes principales que disminuyeron en junio. (Consumer Price Index, June 2021. www.bls.gov)

Paradójicamente, según la columna del analista económico Martin Crutsinger (Associated Press) –difundida nacional e internacionalmente- la economía de Estados Unidos creció a una sólida tasa de 6,4% en los primeros tres meses de este año, con lo que los economistas creen que 2021 podría ser el año más fuerte en crecimiento en los últimos 37 años, gracias entre otras cosas a un fuerte gasto del consumidor.

El Departamento de Comercio informó que el crecimiento del producto interno bruto —la producción total de bienes y servicios del país— se mantuvo sin cambios con respecto a los dos cálculos precios. La tasa de crecimiento fue mayor que la del 4,3% en el cuarto trimestre.

Para todo el año, se espera que la economía de Estados Unidos crezca alrededor de un 7%, lo que sería el mejor resultado desde el aumento del 7,2% de 1984, cuando la economía estaba saliendo de una recesión profunda desencadenada por las altas tasas de interés adoptadas por la Reserva Federal para detener un brote de inflación alta en la década de 1970. (latimes.com)

Algunos analistas creen que el crecimiento del PIB estadounidense podría incluso superar la marca de 1984 y llegar a un 7,7% este año. Esa sería su mejor desempeño desde 1951.

El gasto del consumidor, que representa más de dos tercios de la actividad económica, creció a una tasa anual vertiginosa, del 11,4% en los primeros tres meses del año, un poco más que el cálculo de crecimiento del 11,3% estimado hace un mes.

El aumento del gasto reflejó aumentos en las compras de bienes, liderados por las ventas de automóviles, y aumentos en el gasto en servicios, encabezados por los servicios de alimentación y alojamiento para viajes, dos áreas que se han beneficiado de la reapertura de la economía a medida que aumentó la vacunación. (usnews.com)

Todo pareciera indicar que el reinicio total de las actividades económicas en Estados Unidos está dando sus frutos, acelerando la recuperación luego de largos meses de inactividad, lo que ocasionó que decenas de miles de micro, pequeñas y medianas empresas cerraran para siempre, alcanzando el desempleo cifras reales por arriba de los 50 millones de estadounidenses.

Sin embargo, la aparente recuperación tiene factores de alto riesgo, como lo es la creciente inflación y el inminente aumento de las tasas de interés, que ha sido contenida como parte de la estrategia económica, pero que su contención no podrá ser de largo plazo, ya que los efectos adversos pueden resultar más dañinos que tales medidas paliativas.

Continuará…

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El Capitán América y la batalla ideológica

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Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //

El cómic del Capitán América nació con un objetivo claro y acorde a un momento histórico muy concreto. El Nº1 de la serie apareció en los puestos de revistas estadounidenses en marzo de 1941, en su portada mostraba a un musculoso hombre enmascarado que portaba un traje lleno de barras y estrellas, mismo que propinaba un golpe en la mandíbula a Adolf Hitler. Este primer número vendió más de un millón de ejemplares.

Cuando se publicó el cómic, Estados Unidos aún no había entrado en la Segunda Guerra Mundial pero la situación era cada vez más tensa con las fuerzas del Eje y el gobierno ya estaba preparado para lo que podía suceder.

En diciembre de ese año, Pearl Harbor fue bombardeado por aviones japoneses y entonces EEUU se unió a los aliados. El Capitán América, que había conquistado el corazón de los jóvenes lectores, se sumó a la lucha difundiendo mensajes patrióticos o apareciendo en campañas propagandísticas.

El origen del Capitán América decía bastante de él: Steve Rogers era un joven que intentó alistarse en el ejército llevado por el compromiso que sentía hacia su país, pero que fue rechazado debido a su mala condición física. Sin embargo, su valentía y valores llamaron la atención de un grupo de científicos que lo eligieron para ser el primer “supersoldado” de la historia inyectándole un suero especial.

Si bien es cierto que lo que hace a Steve un héroe es el resultado de la inyección del suero (fuerza sobrehumana, súper reflejos, etc.), sus habilidades son una consecuencia de los valores que ya tenía. Es decir, que Steve era tan importante cómo el capitán. Los propagandistas gringos tenían claro lo que querían comunicar: cualquier estadounidense puede ser un héroe para su nación.

El panorama que enfrenta Estados Unidos en pleno 2024 es diametralmente distinto al que se tenía previo a la segunda guerra mundial. Los jóvenes ya no creen en lo que hace el gobierno, piensan que la guerra contra el Estado Islámico y Hamás es incorrecta y aquel sentimiento patriótico que llevó a Estados unidos a ser lo que es, se desvanece.

Los jóvenes estadounidenses, empujados por una serie de ideas que ven en redes sociales y por un pensamiento propio que critica a las instituciones, han salido a protestar en sus campus universitarios. Los manifestantes exigen a los centros educativos que rompan vínculos con cualquier proyecto que beneficie al Gobierno israelí o a las empresas que financian el conflicto entre Israel y Palestina.

La primera manifestación se dio en la Universidad de Columbia. Decenas de estudiantes instalaron una zona de tiendas de campaña en el campus y en días pasados, la policía intentó desalojar el campamento, cuando arrestó a más de 100 personas.

El fin de esta historia es de pronóstico reservado, pues parece increíble que hoy los jóvenes salgan a protestar contra un gobierno que de una u otra manera garantiza su expresión y su desarrollo personal para en cambio, defender ideas de aquellos que han buscado destruirlos. Algo de razón tendrán los jóvenes, pero, de seguir adelante con esto, ponen en riesgo a las instituciones que les brindan una serie de privilegios que pocos tienen en el mundo; pareciera que viven el síndrome de Estocolmo.

México, con diferencias de fondo, vive una situación similar. La admiración a la delincuencia organizada y a lo que representa, lleva a los jóvenes aspirar a ser como aquellos que generan inseguridad en el país, a compartir sus ideas, escuchar su música, replicar su vestimenta y a llevar a cabo acciones similares a las de que aquellos que tanto dañan a la sociedad.

Tal vez la guerra ideológica se perdió cuando faltaron líderes positivos a quien admirar, cuando se inició una guerra y el estado se mostró débil, cuando la pobreza y marginación llevaron a los jóvenes a buscar salir de esa situación a cualquier costo o cuando se propuso que a los delincuentes se le debían dar abrazos.

Estados Unidos y México comparten el problema de la falta de credibilidad de sus jóvenes hacia el gobierno. En ambos casos, parece que la batalla ideológica está perdida. ¿Qué hacer para recuperar la admiración y el respeto de los jóvenes por el país que los vio nacer?

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El radicalismo viene de la izquierda

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Opinión, por Fernando Núñez de la Garza Evia //

“La estabilidad lo es todo”, dice un antiguo proverbio chino. Pronto nos daremos cuenta de su sabiduría al quedar atrás la relativa estabilidad vivida en el país y el mundo durante los últimos treinta años. Además del regreso de las rivalidades geopolíticas, del desafío del calentamiento global y los riesgos de las nuevas tecnologías, tendremos que añadir el regreso del radicalismo político. En ciertos países proviniendo de la derecha, mientras que en otros de la izquierda.

Ha habido un debilitamiento de la democracia ante una creciente radicalización política. En Estados Unidos, una parte de la izquierda se ha vuelto más fundamentalista con la cultura del woke, aunque se ha mantenido en los márgenes partidistas. En la derecha, sin embargo, la radicalización se ha normalizado al llevar al extremo los principios del libre mercado, la negación del calentamiento global y la militarización de la política exterior.

Asimismo, en Europa ha sido la derecha política la que se ha tornado más extremista, llegando inclusive al poder en países tan relevantes como Italia. Pero, ¿por qué es la derecha la que ha llevado la delantera radical? Fundamentalmente, por la migración masiva y sus crecientes problemas culturales. Y un problema mayúsculo es que ese extremismo no solo es a nivel de las élites, sino también de las poblaciones.

La derecha en México no se ha radicalizado, al menos no aún. Porque no ha hecho suyas las políticas de mano dura contra la inseguridad, como la derecha salvadoreña. Porque no tiene una dura retórica anti-migrante, como la derecha europea. Y porque no niega el calentamiento global ni ha hecho suyo el dogma del libre mercado, como la derecha estadounidense. Además, la derecha mexicana es democrática, porque cree en los canales institucionales, la negociación partidista y las elecciones populares como mecanismos fundamentales para resolver los problemas políticos nacionales.

Sin embargo, su problema fundamental estriba en su falta de cuadros políticos, tanto así, que una persona sin militancia partidista será su candidata a la presidencia de la República, y lanzaron a una ex-Miss Universo para tratar de recuperar su otrora joya de la corona en el norte del país: Lupita Jones en Baja California.

La izquierda en México es la que se ha radicalizado. Tiene sentido: si en Occidente la derecha lo ha hecho a raíz de la migración masiva y sus choques culturales, en México ha sido la izquierda derivada de un contexto de pobreza y desigualdad, y de la desconfianza social que inevitablemente generan.

Las políticas del populismo de izquierda están ahí: militarización de la vida pública, exclusión del calentamiento global y los temas medioambientales, una profunda aversión a la ciencia y la tecnología, reparto de dinero sin condicionantes de por medio, adelgazamiento continuo de las capacidades del Estado, y un largo etcétera. Ni hablar de su manifiesto autoritarismo y sus políticas que podrían llevar al fin de la democracia-liberal en el país.

La izquierda y la derecha son dos lados de la misma moneda ideológica. Sin embargo, ha sido la izquierda política la que se ha radicalizado en México, tomada por el populismo lopezobradorista. La buena noticia es que la radicalización ha ocurrido más a nivel de las élites, sin haber permeado del todo entre la población. Por ahora.

  • Fernando Nuñez es analista político con estudios en derecho, administración pública y política pública, y ciencia política por la Universidad de Columbia en Nueva York

E-mail: fnge1@hotmail.com

En X: @FernandoNGE

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Abordando la desigualdad económica: El papel esencial del gobierno en las políticas de redistribución

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

En la actualidad, la desigualdad económica es un tema candente que suscita debates y preocupaciones en todo el mundo. Esta disparidad en la distribución de la riqueza y los recursos económicos no solo es un fenómeno presente en economías en desarrollo, sino que también afecta a las naciones más industrializadas.

Mientras algunos defienden el valor de la meritocracia y la libre empresa, argumentando que el éxito económico debería ser el resultado del esfuerzo y el talento individual, otros señalan la creciente brecha entre ricos y pobres como una injusticia fundamental que requiere atención urgente.

La idea de que cada individuo debe tener la oportunidad de prosperar según su mérito es una piedra angular de muchas sociedades modernas, pero en la práctica, esta promesa de igualdad de oportunidades puede ser inalcanzable para muchos debido a barreras estructurales y desigualdades sistémicas.

En este contexto, surge una pregunta crucial: ¿Cuál es el papel del gobierno en la reducción de la desigualdad económica? Si bien algunos abogan por una intervención mínima del Estado en los asuntos económicos, argumentando que el mercado libre eventualmente corregirá cualquier desequilibrio, la realidad es que la desigualdad económica persiste y se profundiza en muchas sociedades.

Esto plantea la necesidad de una evaluación cuidadosa del papel que el gobierno puede y debe desempeñar en la promoción de la equidad económica y la justicia social. La cuestión no es solo una de moralidad, sino también de estabilidad social y cohesión comunitaria. Una sociedad profundamente dividida por la desigualdad económica corre el riesgo de enfrentar tensiones sociales y políticas que pueden socavar la estabilidad y el progreso a largo plazo

En este contexto, el papel del gobierno en la reducción de la desigualdad económica es crucial, ya que a través de ella, y con debida perspectiva social, se pueden implementar políticas de redistribución que promuevan una distribución más equitativa contribuyendo así a una sociedad más justa y próspera.

Lo anterior cobra relevancia ya que en un sistema económico basado en la libre empresa, a menudo se promueve la idea de que el gobierno debe tener una mínima intervención en la economía, dejando que el mercado se autorregule.

Sin embargo, esta perspectiva puede pasar por alto el importante papel que el gobierno puede desempeñar en la reducción de la desigualdad económica a través de políticas de redistribución las cuales no necesariamente implican una intervención directa en la economía, sino más bien un enfoque en la redistribución equitativa de la riqueza y los recursos para garantizar un mayor equilibrio social y económico.

Por otro lado, en esta tesitura, el gobierno puede adoptar medidas para fortalecer la seguridad social, proporcionando una red de seguridad para los ciudadanos más vulnerables lo que puede incluir programas de asistencia social, como seguro de desempleo, subsidios alimentarios y programas de vivienda asequible, que ayudan a proteger a los individuos y familias de caer en la pobreza extrema debido a circunstancias adversas.

Asimismo, es fundamental invertir en infraestructuras sociales, como educación pública de calidad y acceso equitativo a oportunidades de desarrollo profesional. Al proporcionar a todos los ciudadanos las herramientas y habilidades necesarias para tener éxito en la economía moderna, se puede reducir significativamente la desigualdad económica y promover una mayor movilidad social.

No podemos perder de vista que, si bien la libre empresa puede ser un motor importante para el crecimiento económico, el gobierno tiene un papel vital que desempeñar en la reducción de la desigualdad a través de políticas de redistribución equitativa de la riqueza y los recursos. Estas políticas no solo promueven la justicia social, sino que también pueden contribuir a un mayor crecimiento económico y estabilidad social a largo plazo.

A pesar de ello, la realidad es que un enfoque equilibrado es necesario. Mientras que el exceso de intervención del gobierno puede tener efectos negativos en la innovación y la eficiencia económica, la falta de intervención puede exacerbar la desigualdad y crear tensiones sociales insostenibles. Por lo tanto, es importante que el gobierno encuentre el equilibrio adecuado, implementando políticas de redistribución que sean efectivas y eficientes sin socavar el espíritu emprendedor y la vitalidad económica.

Es evidente que la desigualdad económica es un desafío significativo que enfrentan muchas sociedades modernas, tanto que este desafío constantemente nos genera la necesidad de plantear preguntas difíciles, pero cuyas respuestas son necesarias.

Si bien la libre empresa puede ser un motor importante para el crecimiento económico, no puede garantizar por sí sola una distribución justa y equitativa de la riqueza y los recursos. En este sentido, el gobierno puede desempeñar un papel crucial en la reducción de la desigualdad a través de políticas de redistribución que promuevan un mayor equilibrio social y económico.

Al considerar estas políticas de redistribución, es importante tener en algunas de las ideas planteadas por Michael Sandel en su libro «La tiranía del mérito».

Sandel argumenta que la meritocracia, la idea de que el éxito se debe exclusivamente al mérito individual, ha contribuido a la creciente desigualdad económica al glorificar el éxito personal mientras denigra a aquellos que no tienen éxito. Esta narrativa del mérito puede llevar a la creencia de que aquellos que están en la parte inferior de la escala económica merecen su situación, lo que socava la solidaridad social y perpetúa la desigualdad.

Por lo tanto, las políticas de redistribución deben ir más allá de simplemente corregir las desigualdades económicas y también abordar las injusticias subyacentes en el sistema. Esto puede implicar cambiar la forma en que valoramos el éxito y reconocer que el mérito individual no es el único determinante del éxito económico. En su lugar, debemos adoptar un enfoque más colectivista que reconozca la contribución de todos los miembros de la sociedad y garantice que todos tengan acceso a oportunidades y recursos básicos para prosperar.

La lucha contra la desigualdad económica requiere un enfoque integral que combine políticas de redistribución efectivas con un cambio en nuestra concepción del mérito y el éxito. Al hacerlo, podemos trabajar hacia una sociedad más justa y equitativa, donde todos tengan la oportunidad de alcanzar su máximo potencial independientemente de su origen socioeconómico.

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