MUNDO
Perú, inestabilidad e ingobernabilidad

Opinión, por Miguel Ángel Anaya Martínez //
Perú, es un país hermano de México. Con sus poco más de 33 millones de habitantes, este territorio comparte algunos rasgos culturales con nosotros, tenemos la misma lengua, ambas gastronomías son reconocidas internacionalmente, los dos países cuentan con una de las maravillas del mundo y además, se han suscrito distintos acuerdos de libre comercio que enlazan a ambas naciones.
En cuanto a indicadores como acceso a salud, tasa de desempleo, respeto de derechos humanos y hasta el alcance de la corrupción, México y Perú se encuentran en porcentajes similares según las fuentes oficiales de los mismo países.
En los últimos años, la República de Perú ha sufrido una serie de sucesos que la ha desestabilizado política, social y económicamente, ha tenido 6 presidentes en los últimos 4 años, todos han salido del cargo de manera escandalosa.
Primero, fue Pedro Pablo Kuczynski quien, en medio del golpeteo político, concedió el indulto humanitario al Expresidente Alberto Fujimori quien cumplía una condena por crímenes contra los derechos humanos, la decisión provocó protestas masivas y en marzo de 2018 oficializó su renuncia a la presidencia de Perú.
Le secundó Martín Vizcarra, que fungía como vicepresidente durante el gobierno anterior y tras dos años de ocupar el cargo, y tras la divulgación de videos donde participaba en presuntos actos de corrupción, el 9 de noviembre de 2020 el parlamento de aquel país, presentó una moción para declarar la incapacidad moral de Vizcarra, por lo cual fue removido del cargo.
Tras la remoción del Presidente sustituto del anterior Presidente, tocaba el turno de ocupar el cargo a Manuel Merino, líder del Congreso y quien rindió protesta el 10 de noviembre, tras días de movilizaciones de distintos sectores del país en contra de esta situación, presentó su renuncia tan solo 5 días después, junto con él, renunciaron algunos congresistas afines a su causa.
Para poder terminar aquel agitado periodo de la presidencia del Perú y convocar a nuevas elecciones, ocupó el cargo de Presidente Francisco Sagasti, quien entonces fungía como Presidente del Congreso, de esta manera, tras las nuevas elecciones constitucionales, entregó el cargo a Pedro Castillo en julio de 2021.
Pedro Castillo fue elegido Presidente tras una elección muy cerrada, ganó por solo 44 mil votos a su contrincante, Keiko Fujimori. Castillo, de padres campesinos y con ideología socialista asumió el poder gracias al apoyo del sector más desfavorecido de aquel país, su lema de campaña fue “No más pobres en un país rico” y acusó a las élites políticas y empresariales de dañar al país. La campaña de polarización le llevó a la victoria en la votaciones generales.
Después de la controversial elección y sin el apoyo mayoritario del Congreso, Castillo fue objeto de seis investigaciones penales, éstas incluían acusaciones por actos de corrupción y obstrucción de la justicia, tras esto, los legisladores habían intentado destituir a Castillo en dos ocasiones anteriores, y la tercera votación estaba prevista después de que Castillo amenazara con disolver el Congreso.
Todo esto llevó los acontecimientos que ya conocemos: Castillo intentó disolver el Congreso y llamar a un estado de excepción, sin embargo, no obtuvo el respaldo de las fuerzas armadas ni de la mayoría de la población (visiblemente cansada de la inestabilidad) y finalmente, fue destituido y encarcelado cuando intentaba llegar a la embajada de México. Tras estos hechos, actualmente ocupa el cargo la actual Presidenta Dina Boluarte.
La situación de aquel país preocupa, pues muestra que cuando hay líderes mesiánicos que utilizan campañas de desprestigio para acceder al poder se genera un estado de resentimiento, división e inestabilidad política; entonces es cuando aparece la tentación de desaparecer a las instituciones que generan contrapeso al poder presidencial.
En México aún estamos lejos de este escenario, sin embargo, si queremos que siga la estabilidad que han generado las instituciones establecidas, debemos cuidarlas, defenderlas y hacer notar que en las democracias el poder no recae -o no debería recaer- en una sola persona. Digamos no a las campañas de desprestigio que solo abonan a la división. El bienestar del país y su estabilidad es más importante que cualquier discurso de polarización. Hagamos lo nuestro.
JALISCO
Lleva Ballet Folclórico de Guadalajara cultura y tradición a Estados Unidos

– Por Mario Ávila
El Ballet Folclórico de Guadalajara se presentó en el Rosemont Theatre de Chicago, en el evento estelar de la Segunda Ruta de la Gira Internacional 2025, México en el Corazón.
Los bailarines tapatíos compartieron escenario con el Mariachi Estelar de México en el Corazón y la Banda Orquesta Colores, y presentaron estampas, música y canciones de Guanajuato, Yucatán y Jalisco ante los más de 4 mil 400 asistentes.
Este espectáculo se realiza anualmente e incluye al Mariachi Estelar como uno de sus principales artistas, junto con el Ballet Folclórico Guadalajara y la Banda Orquesta Colores.
Participaron en el evento Sergio Suárez, presidente de NAIMA (North American Institute for Mexican Advancement); Ron Serpico, alcalde de Melrose Park; Susana Mendoza de Illinois Comptroller; Reyna Torres, cónsul general de México en Chicago; Andrea Blanco, coordinadora del Gabinete Social del Gobierno de Jalisco; y Manuel Romo, secretario de Gobierno del Gobierno de Guadalajara.
Esta es la segunda parada de la ruta de México en el corazón, la primera fue en la Ciudad de Sioux City, en Iowa en donde se presentó por primera vez, y más de mil personas asistieron a disfrutar de este espectáculo.
La gira continuará por el Medio Oeste, Sur y la Costa Este de los Estados Unidos.
Para fechas y ciudades entrar en este sitio web: http://www.mexicoenelcorazon.org
CARTÓN POLÍTICO
Edición 805: Entrevista a Mirza Flores: «La silla del poder es prestada; no olvidemos de dónde venimos»
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LAS CINCO PRINCIPALES:
Arranca el Sistema Estatal de Participación Ciudadana en Jalisco
La corrupción urbanística: Valle de los Molinos y Colomos III
MUNDO
La tradición del saqueo: Naturaleza depredadora del poder imperial

– Actualidad, por Alberto Gómez R.
(Parte 1) A lo largo de la historia de la humanidad, el poder económico de los grandes imperios se ha construido frecuentemente sobre pilares tan sombríos como la guerra, el saqueo sistemático y el sometimiento de pueblos enteros.
Este patrón de comportamiento, visible desde los primeros imperios de la antigüedad hasta las potencias contemporáneas, revela una lógica de acumulación basada en la extracción violenta de recursos más que en la productividad o la innovación endógena.
El historiador económico Douglas North, citado en uno de los documentos analizados, señalaba que los imperios antiguos establecían sistemas burocráticos sofisticados que permitían la expropiación sistemática de excedentes de las regiones conquistadas.
En el mundo actual, Estados Unidos representa la última encarnación de este impulso imperial, aunque sus métodos hayan evolucionado hacia formas más sofisticadas de dominación económica y militar.
Como se advierte en el panorama actual, esta potencia estaría experimentando un rápido declive relativo en el escenario global, lo que intensificaría sus comportamientos depredadores hacia naciones ricas en recursos que se resisten a someterse a su hegemonía.
Venezuela, con las mayores reservas petroleras certificadas del planeta, se encontraría en la mira de este mecanismo de saqueo contemporáneo, al igual que lo estuvieron Irak, Libia y Siria en las últimas décadas, solo por citar algunos ejemplos.
LOS CIMIENTOS HISTÓRICOS DEL SAQUEO IMPERIAL
Los primeros grandes imperios de la historia establecieron las bases de lo que sería una larga tradición de explotación económica mediante la conquista. En Mesopotamia, Egipto, China y la India, surgieron estructuras estatales centralizadas que «legislaban, impartían justicia y ejecutaban sobre un extenso territorio que agrupaba a muchas ciudades» (eumed.net).
Estos imperios perfeccionaron sistemas de extracción de riqueza mediante tributos, esclavitud y control de las rutas comerciales.
El Imperio de Alejandro Magno ofrece un ejemplo temprano de cómo la conquista militar servía como vehículo para la acumulación de riqueza. Como se describe en los documentos, Alejandro y sus falanges macedonias conquistaron todo el Imperio persa en tan sólo ocho años, apoderándose de inmensos tesoros y estableciendo un sistema de control sobre territorios que se extendían hasta la India. Patrón similar exhibiría el Imperio Romano, que transformó el Mediterráneo en su «Mare nostrum» y extrajo recursos de todos los territorios conquistados, desde las minas de plata hispanas hasta los graneros egipcios.
Con la era de los descubrimientos, las potencias europeas perfeccionaron el arte del saqueo imperial a escala global. España y Portugal inauguraron lo que podría considerarse el primer «imperio global» de la historia: «por primera vez un imperio abarcaba posesiones en todos los continentes del mundo» (eumed.net).
El flujo de metales preciosos desde América hacia Europa financió las guerras y el desarrollo económico europeo durante siglos, a costa del exterminio y la explotación de poblaciones indígenas.
El Imperio británico llevaría este modelo a su máxima expresión, estableciendo una red global de colonias y territorios controlados que proveían de recursos naturales y mercados cautivos a la metrópoli. El comercio de esclavos, la extracción de recursos en condiciones de cuasi-esclavitud y la destrucción de industrias locales competitivas fueron algunas de las estrategias empleadas para consolidar su hegemonía económica.
ESTADOS UNIDOS, LA SUPERPOTENCIA DEPREDADORA
Estados Unidos emergió como potencia global practicando una versión modernizada del juego imperial tradicional. Bajo la Doctrina Monroe y su corolario Roosevelt, se autoproclamó potencia hegemónica en América Latina y el Caribe, interviniendo militarmente en múltiples ocasiones para proteger sus intereses económicos. La diplomacia de las cañoneras y las intervenciones directas aseguraban el acceso a mercados, recursos y rutas comerciales estratégicas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, con las potencias europeas debilitadas, Estados Unidos ascendió a la condición de superpotencia global, rol que se consolidaría tras el colapso de la Unión Soviética.
Como se señala en uno de los documentos, «después de que se desintegrase la Unión Soviética a principios de 1990, Estados Unidos quedó como la única superpotencia restante de la Guerra Fría». Esta posición hegemónica le permitió moldear las instituciones internacionales a su medida y establecer un sistema económico global que privilegiara sus intereses.
La economía estadounidense se ha vuelto profundamente dependiente de lo que el presidente Eisenhower denominó el «complejo militar-industrial». Con un presupuesto militar que supera al de los siguientes diez países combinados, Estados Unidos ha convertido la guerra en un negocio extraordinariamente lucrativo para sus corporaciones de defensa.
Como se documenta en uno de los artículos revisados, la administración Biden ha solicitado al Congreso «842 mil millones de dólares para el Pentágono en el año presupuestario 2024», lo que representa «la solicitud más grande desde el pico de las guerras de Irak y Afganistán» (france24.com).
Este apetito insaciable por el gasto militar requiere enemigos externos y conflictos perpetuos, creando un círculo vicioso de intervencionismo que justifique tales desembolsos. Los resultados son visibles en las sucesivas guerras e intervenciones que han marcado las últimas décadas, desde Vietnam hasta Afganistán, pasando por Irak, Libia y Siria.
EL SAQUEO CONTEMPORÁNEO
La invasión de Panamá en 1989 constituye un ejemplo paradigmático de cómo Estados Unidos utiliza pretextos para justificar intervenciones militares que persiguen objetivos geoeconómicos estratégicos. Como se documenta extensamente en varios de los materiales consultados, la llamada «Operación Causa Justa» fue oficialmente justificada como una medida necesaria para detener el narcotráfico y defender la democracia.
El general Manuel Antonio Noriega, quien había sido durante años un aliado útil para Washington y colaborador de la CIA, fue convertido de pronto en enemigo público número uno. Como se describe en los documentos, Noriega «había sido aliado clave de Estados Unidos durante el final de la Guerra Fría, trabajando como agente de la CIA, al tiempo que tejía vínculos con el narcotráfico» (elnacional.com). Cuando dejó de ser funcional a los intereses estadounidenses, fue acusado de narcotráfico y derrocado mediante una invasión militar que causó entre 500 y 4 mil víctimas panameñas, según distintas fuentes.
El verdadero objetivo de la invasión, sin embargo, habría sido asegurar el control estratégico del Canal de Panamá en vísperas de su traspaso completo a soberanía panameña, previsto para el año 2000 según los Tratados Torrijos-Carter de 1977. Como se señala en uno de los documentos, estos tratados «condicionaba la defensa del canal de manera conjunta, a través de un tratado adicional, dando la posibilidad de intervenir militarmente en Panamá si la operación del canal se viese comprometida».
La invasión aseguró que, aunque panameño en papel, el canal permaneciera bajo control efectivo estadounidense.
Continuará…