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MUNDO

La disputa por la presidencia de EEUU: Elon Musk en busca de una casa…¡blanca! ¿cuánto cuesta?

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

La competencia por la Presidencia de los EUA se sigue calentando. En el país del Tío Sam hay básicamente dos partidos políticos. el Partido Demócrata y el Partido Republicano. En el 2020, de manera casi sorpresiva y gracias al voto de la población afroamericana, Joe Biden ex vicepresidente de EUA con Barack Obama, logró consolidar la candidatura del Partido Demócrata para ir a las urnas en contra del candidato del republicano Donald Trump, quien buscaba su reelección.

La elección general del 2020 dio como resultado una Presidencia, un Senado y una Cámara de Representantes, todos en manos del Partido Demócrata. Es decir, Trump y el Partido Republicano perdieron el Senado y la Presidencia ya que la Cámara ya era lidereada por los demócratas encabezados por Nancy Pelosi desde dos años atrás en el lejano 2018.

A finales del 2021 en un anuncio extrañamente prematuro el expresidente Trump anunció que buscaría ser presidente para el 2024. De ahí en adelante varios republicanos han anunciado que también buscarán la candidatura. Pero nadie ha causado tanta expectativa como lo ha hecho el actual gobernador de Florida Ron DeSantis, quien el pasado miércoles hizo formal su aspiración por ser candidato a la Presidencia de EEUU. El anuncio se dio en un formato nunca antes visto, en un foro llamado Spaces en Twitter.

Lo novedoso no solo es que la campaña se anunció en esa red social en un evento con un par de empresarios y unos 600 mil seguidores que se conectaron a Spaces para escuchar e incluso tratar de hacer preguntas al candidato e invitados principales.

Pero lo que más ha hecho revuelo, fue que el anfitrión del evento para el destape del gobernador de Florida fue el propio Elon Musk quien fungió como moderador y casi como periodista haciendo algunos comentarios y dando paso al mensaje de DeSantis.

El evento se suponía duraría una hora, pero estuvo plagado de fallas técnicas que de inmediato generaron burlas y ataques de sus contrincantes, desde Trump hasta Biden se burlaron del destape. Los empresarios y científicos dicen que esto es como todo evento innovador y que de él se aprendió mucho, pero los opositores dicen que la política no es para experimentos.

En su mensaje DeSantis dijo que buscaba acabar con el virus de la derrota que había infectado a su partido en años recientes, aludiendo a Trump. Añadió que la política no era para dar espectáculos sino para dar resultados. Asegura tener los resultados de un buen gobierno y la capacidad de ganar la elección general que Trump perdió y de asegurar un gobierno estable por ocho años lo que Trump solo podría por cuatro al ya haber sido presidente por un periodo previo.

DeSantis es visto por muchos como un conservador con ideas similares e incluso más conservadoras que las de Trump, pero sin sus desplantes o drama. Pero DeSantis tiene algo que Trump no tiene. El apoyo de muchos de la clase política que por años dominó al Partido Republicano y que Trump desplazó e incluso insultó.

Detrás de Ron está el ex gobernador de Florida y ex candidato, Jeb Bush; el ex líder del Congreso, Paul Ryan actual vicepresidente de Fox News; el empresario George Soros que también apoya a los demócratas en todo el territorio de EUA; está Elon Musk y presumiblemente el propio yerno de Trump, Jered Kushner y con él algunos empresarios sauditas, que son socios en Twitter y amigos de Musk como se pudo ver en la final de la copa de futbol en diciembre pasado.

La historia muestra que en EUA y en el mundo muchas veces los grandes empresarios se ponen de acuerdo para apoyar a una persona en su carrera por la presidencia. Los Rockefeller, Cargnegie y Morgan pagaron millones de dólares para ayudar a la movilización que llevó a McKenley a la Casa Blanca.

En el 2020 Facebook gastó $400 millones de dólares para movilizar votos a favor de Biden. Bezos y George Soros donaron otro tanto para las elecciones del congreso siendo la elección más cara en la historia de ese país. Con ese camino parece que Elon ha decidido hacer su luchita y con Twitter da su respaldo a Ron o más bien en contra de Trump por estridente y de Biden a quien acusa de estar destruyendo la tela social de EUA y las libertades, mensaje muy similar al discurso de DeSantis.

Como sabemos, Elon apoyó a Ucrania de forma gratuita para poder tener comunicación satelital cuando Rusia inició la guerra hace más de un año. Elon también ha apoyado en otros aspectos a Ucrania, pero está en contra de una guerra prolongada y en contra de una alianza de medios con la izquierda en contra de lo que él llama la libertad de expresión.

Desde que adquirió Twitter expuso muchas conductas cuestionables de la empresa en presunta colusión con agencias del gobierno de EUA para suprimir libre intercambio de ideas en temas sensibles como la pandemia, la educación, la guerra y otros asuntos económicos y políticos en los que Twitter habría servido como herramienta de publicidad del gobierno de Biden, quien desde la campaña había hecho muy buenas relaciones con los dueños o altos directivos de Facebook, Twitter y otras plataformas que apoyaron a la movilización el día de la elección y que ahora ocupaban cargos de gobierno y desde ahí se coordinaban con sus antiguos compañeros de la IP.

Esa alianza de empresas y gobierno es criticada por muchos libertarios y conservadores porque parece darse de manera curiosa entre las empresas y la actual ideología llamada progresista de EUA. Parece que Elon decidió no quedarse al margen y como parece se ha unido con otros empresarios para impulsar al gobernador de Florida siendo más “trumpista” para ganar a Trump y de ahí a Biden.

En el círculo de Elon está el príncipe heredero de Arabia Saudita y su amigo el yerno de Trump quien parece desea ser el nuevo Henry Kisshinger de la política global norteamericana. Esto es evidente con eventos organizados por el gobernador de Florida en lugares en los que Kushner tiene influencia. Así podemos ver a DeSantis en eventos con el primer ministro de Israel, con el príncipe de Arabia Saudita y claro con otros influyentes banqueros y empresarios judíos del mundo radicados en EUA que ya han empezado a donar a favor del nuevo Trump, lo que naturalmente ha enfurecido al expresidente quien se siente traicionado por DeSantis a quien apoyó para ser gobernador de Florida, sin haber hecho mención en contra de Elon o de su yerno.

Black Berry y redes sociales fueron básicas para el triunfo de Barack Obama. Trump utilizó Facebook y Twitter para subir y ganar la primera elección. Biden y sus alianzas con las grandes plataformas y los sindicatos lograron una votación muy superior a la de Obama y a la de Trump en el 2020 y ahora parece que la nueva plaza pública que Elon trata de popularizar se podría convertir en la herramienta por excelencia para impulsar a un candidato que de momento no es tan conocido y que tratará de alcanzar a Trump quien cuenta con un 70% de popularidad al interior de su partido en contra de un 30% del nuevo candidato.

Pero si Ron no gana, el que sí ganó es Elon quien está tratando de convertir a Twitter en la nueva super app para todo desde videos conferencias y pequeñas notas particulares hasta el lanzamiento de campañas políticas virtuales como se vio el miércoles pasado.

A pesar de que Musk apoya a Ron, ha dicho que su foro está abierto para que todos los precandidatos puedan participar, porque su mayor interés es que la plaza pública digital sea de acceso a todos y no solo a los que comparten sus ideas como sucede con las televisoras.

DeSantis cambió hace tres semanas la ley del Estado de Florida para poder ser candidato a Presidente sin tener que dejar el cargo y a 24 horas de su lanzamiento recaudó millones de dólares, pero muchos de esos recursos están vinculados a empresarios con negocios en el Estado quienes presuntamente habrían sido coordinados para dichas donaciones por empleados del propio gobernador. Lo anterior no es muy bien visto por algunos conservadores que buscan a un candidato más independiente y claro, esto es utilizado por sus contrincantes para cuestionar su carácter.

El 41% de la población de EUA piensa que una reelección de Biden sería un desastre para el país, 26% piensan que sería un retroceso, 27% opinan que sería un avance y únicamente 7% opinan que sería favorable. Biden había prometido ser un presidente de transición y de un solo turno con la idea de derrotar a Trump, pero ahora que Biden se ha lanzado a su reelección parece ser que hay otros demócratas, republicanos e independientes que opinan que ni Trump ni Biden deben estar en la Casa Blanca, por lo que se ve a grandes empresarios haciendo sus apuestas.

Elon Musk ha dicho en muchos foros que él quiere un presidente normal, aludiendo a los dramas de Trump o a los errores y pifias de Biden. Normal no necesariamente es lo mismo para todos. Los progresistas que se dicen de izquierda quieren una transformación de fondo que ya iniciaron con el actual gobierno en el que las ideas sociales impulsadas por el gobierno y las empresas de un grupo deban ser aceptadas como la nueva normalidad de derechos colectivos que no necesariamente son individuales.

Los nacionalistas quieren regresar a un país en el que mantengan sus libertades individuales y una superioridad de EUA con respecto al mundo y los auto llamados normales desean una superioridad de empresas y organizaciones multinacionales con acuerdos que se apliquen para todos en el mundo. Todos tienen una posibilidad real de ganar la Casa Blanca y el Congreso de EUA en el 2024.

A los millones de dólares que aportarán Musk, Home Depot y los Murdoc dueños de Fox News a favor de Ron DeSantis o de los apoyos de Zuckerberg, Soros, Bill Gates y Bezos a favor de demócratas, hay que sumar los miles de millones de dólares que aportarán las empresas médicas y de la industria militar que en EUA reciben cada año del Gobierno Federal $800 mil millones de dólares para armas y en medicamentos más de $1.2 trillones.

La cantidad de dinero que esas empresas pueden aportar a las campañas es monumental ya que no hay límite económico para los llamados SUPERPAC, que son algo así como una asociación civil de apoyo a una ideología o campaña pero que sin ser parte oficial de la misma. En EUA los sindicatos juegan un papel muy importante, lo mismo que en México que es la capacidad de movilización el día de la elección, quienes logran poner secretarios de estado como al de educación y que naturalmente tratarán de repetir en el 2024.

Con Kushner por un lado y Schumer por otro, la presencia de Israel está segura. Twitter tratará de mudarse a la Casa Blanca que hoy es territorio Facebook.

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MUNDO

Discurso de individualismo extremo: La derecha que no salva, un riesgo disfrazado de esperanza

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A título personal, por Armando Morquecho Camacho //

A la derecha le gusta imaginarse como el lugar del orden, de la razón y del mérito. Su narrativa gira en torno a ideas como “eficiencia”, “disciplina”, “libertad individual” y “trabajo duro”. Durante décadas, fue una forma efectiva de contrastarse con los excesos o fracasos de ciertas izquierdas: burocracias gigantes, discursos revanchistas, populismos disfuncionales.

Pero esa imagen está dejando de sostenerse. La nueva derecha —la que hoy marca tendencia en redes, encabeza algunos gobiernos y monopoliza micrófonos— ya no representa ninguna de esas virtudes. Lo que ofrece no es ni orden ni racionalidad: es puro espectáculo.

Ahí están Donald Trump, Javier Milei y Santiago Abascal como muestra. Tres líderes que han hecho del grito una política, del insulto un argumento y del caos una bandera. Ninguno de ellos ha demostrado ser particularmente eficiente, pero todos han sabido capitalizar una narrativa emocional basada en el resentimiento. Dicen luchar contra “el sistema”, pero lo hacen desde la cima.

Se presentan como outsiders, aunque lleven años en la política. Proclaman amor por el mercado, pero están más cómodos en la cultura del meme que en los fríos informes financieros.

Ya no les interesa defender un modelo económico coherente, ni sostener el legado intelectual de la derecha liberal o conservadora clásica. Su apuesta es otra: dominar el flujo de la conversación pública. Ser tendencia. Explotar la ansiedad de las masas que se sienten traicionadas por las élites ilustradas, por los expertos, por las instituciones. No importa si lo que dicen es contradictorio, vacío o incendiario: lo importante es provocar, atraer, dividir.

Este fenómeno tiene su correlato empresarial. En América Latina, por ejemplo, el caso de Ricardo Salinas Pliego es ilustrativo. El magnate no solo es dueño de empresas y medios: se ha posicionado como una figura política, aunque sin partido ni candidatura. Lo hace desde sus redes sociales, donde predica una mezcla de darwinismo social, desdén por los pobres, burla al Estado y culto a su propio éxito. Su mensaje no es técnico ni ideológico: es emocional. Una especie de “si yo pude, tú también, y si no puedes, es tu culpa”.

Se presenta como víctima del gobierno, del sistema judicial, del fisco, de la prensa. Lo paradójico es que lo hace desde una posición de privilegio absoluto. Pero funciona. Porque hoy ser rico no te quita autoridad moral: te la da.

Lo que representa Salinas Pliego es la figura del empresario redentor. Ya no se trata sólo de emprender o generar empleos. Se trata de suplantar al político. De sugerir, directa o indirectamente, que sólo quienes han tenido éxito en los negocios deberían tener poder de decisión. Como si administrar una cadena de tiendas fuera lo mismo que diseñar políticas públicas complejas, garantizar derechos o defender libertades.

La nueva derecha abraza con entusiasmo esta figura. En lugar de cuadros técnicos, promueve personajes estridentes. En lugar de programas serios, vende frases virales. En lugar de instituciones sólidas, propone personalismos autoritarios. El resultado es un nuevo tipo de populismo: no uno basado en el pueblo contra las élites, sino en el individuo omnipotente contra todo lo que le incomoda: el Estado, los impuestos, los medios, la ciencia, el disenso.

Esto es peligroso por muchas razones. Primero, porque convierte la política en un campo de guerra cultural permanente, donde todo se juega en el terreno de la identidad y el agravio, no de las soluciones. Segundo, porque desmantela los equilibrios democráticos bajo la excusa de “quitar trabas” al genio del líder. Y tercero, porque socava la idea misma de lo público: el Estado ya no es visto como una herramienta de justicia o bienestar, sino como un obstáculo para los exitosos.

La derecha que alguna vez promovió instituciones, reglas, competencia ordenada y responsabilidad fiscal, ha cedido el paso a una versión desfigurada de sí misma: histriónica, rabiosa, individualista hasta el delirio. Y con ello ha perdido una oportunidad valiosa de ofrecer respuestas a las crisis reales del presente: desigualdad, cambio climático, desinformación, polarización social.

Lo más inquietante es que esa derecha ni siquiera cree en la derecha. No cree en la tradición, ni en los contrapesos, ni en la democracia representativa. No cree en el pensamiento liberal clásico ni en los valores conservadores. Lo que quiere es mandar, imponer, sobresalir. Su único principio es el triunfo inmediato. Su única ideología es el narcisismo.

No se trata de negar que muchas izquierdas también han fallado, ni de defender modelos ineficientes o autoritarios. Reconocer esos errores es fundamental para avanzar y evitar repetirlos. Sin embargo, es necesario advertir que esta derecha contemporánea no es en absoluto el remedio frente a esos fallos.

Más bien, puede ser vista como una versión invertida, que comparte con ellos la misma concentración de poder en figuras carismáticas, la misma tendencia a polarizar y simplificar debates complejos, y la misma dificultad para aceptar matices o posiciones críticas.

La derecha actual, con su discurso enfocado en el individualismo extremo, el rechazo a la diversidad de ideas y la tendencia a imponer su visión como la única válida, representa un riesgo igual de serio para la democracia y la convivencia social. Así, lejos de ser una alternativa equilibrada o una corrección necesaria, esta derecha puede resultar igual de problemática y dañina en el largo plazo.

Lo sensato —y quizás lo verdaderamente subversivo hoy— es pedir madurez política. Pedir ideas complejas. Pedir responsabilidad institucional. Pedir liderazgos que no se alimenten del conflicto constante. En tiempos de histeria, el pensamiento es revolucionario.

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MUNDO

El dominio del dólar

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

Gracias a Donald Trump y su política económica, la incertidumbre permea en las economías occidentales y genera desconfianza en la potencia de la economía estadounidense para hacer que el dólar siga siendo la moneda internacional de referencia. La inquietud existe, es real, principalmente por la fragilidad actual de las finanzas estadounidenses.

Las finanzas públicas de los Estados Unidos lucen mal, con un déficit de 7.26% en 2024 y una deuda pública de 34.5 billones de dólares, equivalente al 120.7% del PIB. Lo anterior y la falta de acciones fiscales que reduzcan el déficit han llevado a las calificadoras internacionales, Moodys la última, a rebajar la calificación de la deuda estadounidense que por primera vez cae de la calificación AAA y la mayoría la mantiene en ese nivel con perspectiva negativa, recomendando cautela.

No será la primera vez que los EUA caigan en situación económica comprometida, pero sí es la primera vez que el encargado de resolverlo no tiene las mejores calificaciones y sus políticas parecen tener las prioridades invertidas.

Algunos teóricos argumentan, con razón, que la estabilidad de una economía abierta depende de la existencia de una potencia capaz de garantizar mercados abiertos para el comercio, una economía sólida de respaldo para economías en crisis y una moneda estable, y esas condiciones parece estarlas perdiendo el país emisor del dólar. Por el momento no inspira confianza ni a sus aliados y su economía no es tan sólida.

Sin embargo, a pesar de esas condiciones adversas, no existe por el momento otra moneda capaz de sustituir al dólar como moneda de referencia. La fortaleza creciente de China no le da al Yuan esa posibilidad, porque en ese país sus mercados de capitales carecen de liquidez propia y el control estatal es rígido, sin que dejemos de notar el hecho de que en la competencia por mercados y en inversión ha incrementado su presencia en países emergentes, como duro rival comercial.

Por otra parte, el euro, producto del consenso de la Unión Europea, tampoco ofrece garantías sólidas como moneda de respaldo, pues el conjunto de Estados que conforman la Eurozona no siempre camina en la misma dirección.

Las alternativas no son atractivas por ahora y es mucho más aventurado pensar que las criptomonedas pudieran ser alternativa. Es un hecho que, en el momento, la debilidad del dólar ha propiciado que las operaciones financieras busquen monedas más fuertes como protección temporal en tanto cesa la incertidumbre arancelaria y se estabiliza el dólar. Pero esto es coyuntural en espera de mayor estabilidad de mercados.

Quedan tres años de zozobra e incertidumbre en los que la esperanza es que las fuerzas reales de la economía obliguen al impredecible presidente estadounidense a reconsiderar sus decisiones. La responsabilidad global que contrajo al liderar al país más poderoso del mundo lo deben obligar a considerar otras premisas, distintas a lo que parece ser su guía, que es su manual de negociación comercial.

Se advierte su preocupación por mejorar el ingreso y compensar el déficit, sin embargo, la política arancelaria que busca ser recaudatoria ha tenido graves efectos en la estabilidad de su moneda. La otra prioridad es el nivel de la deuda, y ese no podrá ser reducido sin afectar al gasto gubernamental. Adicionalmente, en ese contexto, surge la iniciativa de ley fiscal actualmente discutiéndose en el Congreso, la cual reduce el gasto social, pero también reduce impuestos, lo cual no suena muy congruente si lo que se busca es reducir el déficit. Sus efectos han sido ampliamente criticados por economistas de renombre.

No es halagüeño el panorama económico de los EUA y eso ha venido a sacudir la economía mundial, pero eso no será por el momento la causa de que el dólar deje de ser la moneda de referencia.

En México, algunos celebran que la paridad peso-dólar mejore, pero es un espejismo que no debiera engañarnos. El dólar está débil; no es que el peso esté fuerte y nuestro déficit, al igual que lo elevado de la deuda, tienen en riesgo la calificación crediticia del país.

Añadiendo la reforma judicial y la falta de normatividad para las nuevas instituciones que sustituirán a los desaparecidos reguladores, no hay buenas señales. Nuestra economía es un espejo de la estadounidense y dada la incertidumbre que nos acompañará en los próximos tres años, es más recomendable generar alternativas más potentes, realistas y creativas que el Plan México, que nos permitan no caer víctimas de la turbulencia vecina.

Por lo demás, el mundo seguirá negociando, teniendo, por ahora, al dólar como moneda de referencia, pues aun en la situación de vulnerabilidad de la economía estadounidense no hay moneda que lo remplace y la comunidad internacional puede, como lo ha hecho hasta hoy, navegar en la incertidumbre, pagando el costo con un magro crecimiento.

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MUNDO

Poder intangible que mueve mercados: La fragilidad del coloso; cuando el ego quiebra la esencia corporativa

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Actualidad, por Alberto Gómez R. //

La reputación corporativa es uno de los elementos clave para el éxito de una empresa. Cuando una empresa tiene una buena reputación, los clientes están más dispuestos a recomendar su producto o servicio a otros y, como consecuencia, invertir más en él.

Gracias a ello, la empresa empieza a destacarse sobre la competencia y a su vez, contribuye al éxito a largo plazo. Además, una buena reputación es vital para la fidelización de los clientes y la lealtad de los empleados.

¿Una buena reputación es una casualidad? Para nada, detrás de ello existen estrategias para lograr ese anhelado reconocimiento y conectar con los consumidores de forma más eficaz. Cuando una empresa tiene una buena reputación, los clientes están más dispuestos a recomendar su producto o servicio a otros y como consecuencia, invertir más en él.

Gracias a ello, la empresa empieza a destacarse sobre la competencia, y a su vez, contribuye al éxito a largo plazo. Además, una buena reputación es vital para la fidelización de los clientes y la lealtad de los empleados.

La reputación corporativa no es un accesorio, sino el núcleo vital de una empresa, de cualquier organización. Joan Costa, pionero en comunicación estratégica, la define como «el constructo mental colectivo que sintetiza valores, comportamientos y expresiones simbólicas de una organización, generando confianza y diferenciación en la mente de los públicos». Este activo intangible, construido durante años, puede evaporarse en meses cuando la identidad se fractura. El caso Tesla-Elon Musk es un manual de cómo la politización y el liderazgo tóxico destruyen valor.

LA IDENTIDAD CORPORATIVA: TEORÍA VS REALIDAD

Para Costa, la identidad corporativa integra tres dimensiones inseparables: visual (logos, diseño), cultural (valores, ética), comunicacional (relatos, experiencias).

Su coherencia genera «vínculos emocionales que trascienden lo transaccional». Empresas como Apple ejemplifican esta sinergia: innovación no es solo su producto, sino su ADN percibido.

EL RIESGO DEL “EFECTO HALO” INVERTIDO

Cuando el líder se convierte en la marca —como Musk con Tesla— su imagen personal opera como un «pararrayos reputacional». El consultor Enrique Dans advierte: «La politización de un CEO transfiere sus conflictos a la marca, alienando a consumidores cuya lealtad se basa en valores, no en ideologías».

Tesla: De Icono Verde a Arma Política

2012-2023 La travesía de un titán: Tesla encarnaba innovación sostenible. Sus clientes compraban «un estilo de vida ecológico y vanguardista». Entre 2012 y 2023, Elon Musk transformó su visión futurista en un imperio que lo coronó como la persona más rica del mundo, con un patrimonio que superó los $400 mil millones en diciembre de 2024.

Su saga comenzó con SpaceX, que revolucionó la industria aeroespacial al lograr cohetes reutilizables y misiones tripuladas para la NASA, desafiando las barreras técnicas y financieras. Paralelamente, Tesla lideró la electrificación del automóvil, impulsada por innovaciones como el piloto automático y una escalada bursátil histórica, aunque enfrentó investigaciones por seguridad y volatilidad en sus acciones.

Musk personificó la sagacidad empresarial al tejer sinergias entre sus empresas: los datos de Tesla alimentaron proyectos de IA, mientras que la compra de Twitter (rebautizada X) en 2022 por 44 mil millones de dólares le otorgó un megáfono global y acceso a un «banco de datos humano» para entrenar sus modelos de inteligencia artificial. Esta red le permitió lanzar xAI en 2023, rivalizando con OpenAI, que él mismo cofundó y luego abandonó por diferencias éticas.

Su gusto por el riesgo fue legendario: apostó fortunas en proyectos considerados «locura» (como colonizar Marte o chips cerebrales de Neuralink) y asumió deudas personales millonarias respaldadas por sus acciones. Esta audacia casi lo lleva a la quiebra en 2018, pero su recuperación en 2023 —con una ganancia neta de $95,400 millones— demostró su resiliencia.

Como innovador transhumanista, impulsó la fusión humano-máquina: Neuralink buscó conectar cerebros a computadoras para «defender la conciencia humana» ante la IA, mientras sus robots Optimus y el supercomputador Dojo exploraron la inteligencia artificial física. Su personalidad, marcada por el síndrome de Asperger y una infancia de acoso, lo llevó a trabajar 100 horas semanales, exigir lo imposible a sus equipos y defender con vehemencia que «la conciencia humana es una chispa sagrada».

Aunque humanizó la tecnología, su estilo confrontativo —desde tuits polémicos hasta disputas con Trump que amenazaron contratos gubernamentales en 2025— reveló la paradoja de un “genio” capaz de salvar especies y sabotearse.

2024-2025: La identidad verde se oscurece con sombras partidistas. Elon Musk, el multimillonario director ejecutivo de Tesla y SpaceX, quien, en su momento, fue un crítico abierto de Donald Trump durante su campaña electoral en Estados Unidos en 2016, abandonó sus raíces en el Partido Demócrata para adoptar las políticas de Trump durante el segundo mandato del republicano.

Frustrado por las regulaciones de la era Obama que sofocaban sus emprendimientos, Musk abrazó la agenda de Trump de recortes de impuestos y desregulación.

Su vínculo creció desde el respeto mutuo hasta convertirse en una sólida alianza política, que llevó a Musk el año pasado a respaldar la campaña de reelección de Trump con casi 300 millones de dólares, y apoyando al partido ultraderechista alemán AfD.

Cuando Donald Trump regresó a la Casa Blanca, en enero de 2025, el hombre más rico del mundo asumió un papel asesor en la administración, liderando el controvertido Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).

Encargado de recortar drásticamente el gasto público, el papel de Musk generó controversia, la que impactó en el precio de las acciones de Tesla y las ventas de automóviles. Tras meses de presión por parte de los inversores, Musk acordó el mes pasado reducir su trabajo en el gobierno de Trump. (dw.com)

LA TORMENTA PERFECTA: DOGE, TRUMP Y EL SUICIDIO REPUTACIONAL

Musk justificó su rol en el DOGE como «servicio público», pero los hechos revelan contradicciones:

Descrédito operativo: Prometió ahorrar $2 billones al gobierno; solo logró $175 mil millones, tachados de «sobreestimados» por auditorías.

Desconexión corporativa: Mientras Tesla caía, Musk dedicaba 4 días/semana al DOGE. Fondos de pensiones exigieron «40 horas semanales en Tesla o su renuncia».

En junio de 2025, la alianza se rompe: El jueves (5/6/2025), luciendo una camiseta con el logo de «The Dogefather», Musk recibió una despedida inicialmente cordial del presidente en la Oficina Oval.

Pero Trump no pudo contener su frustración por las críticas anteriores de Musk al amplio proyecto de ley de impuestos y gastos de su administración, que el fundador de Tesla calificó de fiscalmente imprudente y una «abominación repugnante».

Después de que Musk acusó al presidente estadounidense de presuntos vínculos con el delincuente sexual infantil Jeffrey Epstein, la conferencia de prensa terminó con Trump amenazando con revocar los contratos gubernamentales de Musk, lo que podría costarle a su imperio comercial miles de millones de dólares.

En las siguientes horas, la disputa se extendió a las redes sociales, donde ambos repitieron sus comentarios de la Casa Blanca, lo que llevó al propietario de SpaceX a anunciar el desmantelamiento inmediato de su nave espacial Dragon, antes de parecer dar marcha atrás.

Resultado: Tesla cae 14% en bolsa; Musk pierde $34,000 millones en horas.

ANÁLISIS DE EXPERTOS, ¿SE PUEDE REPARAR EL DAÑO?

a) Diagnóstico desde las 6 Claves del Marketing Reputacional

Cultura: Tesla traicionó su propósito ambiental.

Comunidad: Los fans lideran ahora el movimiento #TeslaTakedown.

Escucha activa: Musk ignoró el descontento de clientes e inversionistas.

Stakeholders: La marca perdió neutralidad ideológica.

Liderazgo: Musk es visto como «impredecible y polarizante».

Contexto: En una era de crisis, las marcas deben ser «anclas de estabilidad».

b) La receta de Joan Costa para la reconstrucción

Costa enfatiza que «la identidad no es estática; requiere adaptación constante». Para Tesla, esto implicaría:

Desacoplar marca y CEO: Nombrar un vocero neutral para recuperar credibilidad.

Reactivar el propósito verde: Inversiones visibles en sostenibilidad.

Transparencia radical: Auditar impactos sociales/ambientales con terceros.

«Una identidad corporativa fracturada solo se recompone con coherencia entre lo que dices, haces y eres» — Joan Costa.

CUANDO UN LÍDER DEVORA A LA MARCA

El derrumbe de Tesla deja tres enseñanzas para la comunicación estratégica:

El peligro del «mesianismo CEO»: Ningún líder es más grande que la organización. Como señala el informe RepTrak 2025«el 68% del valor reputacional de una empresa reside en sus acciones colectivas, no en su figura visible».

Política y marca: mezcla inflamable: La consultora Edelman advierte: «Tomar partido en guerras culturales sin un propósito auténtico aliena al 47% de los consumidores».

La resiliencia está en la esencia: Marcas como Nike o Starbucks sobrevivieron crisis reconectando con su identidad fundacional, no con giros reactivos.

¿ZOMBI CORPORATIVO O RENACIMIENTO?

Tesla encarna hoy la paradoja de un gigante tecnológico convertido en «cadáver reputacional»: innova, pero sin alma; vende, pero sin lealtad. Su rescate exige más que un nuevo modelo de baterías: requiere que Musk «deje de ser el protagonista para ser el arquitecto de un relato colectivo». Mientras, el caso sirve como recordatorio de que en la era de la transparencia radical, la identidad corporativa no es lo que construyes en un tablero, sino lo que otros guardan en su memoria emocional.

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