MUNDO
El ataque de Israel al hospital en Gaza: Israel-Palestina, ¿otro 11 de septiembre?
Actualidad, por Alberto Gómez Ramírez //
(Segunda parte)
El mundo está en vilo ante la incipiente amenaza de una conflagración bélica regional –incluso mundial- ante la inacción de las potencias occidentales de detener la masacre israelí sobre el pueblo palestino, lo que ha provocado la indignación y la ira de las naciones musulmanas y los adeptos al islam.
Los discursos de los líderes políticos mundiales se endurecen, unos a favor de Israel -la minoría- y otros en contra de la operación militar de “defensa”, que a todas luces es un genocidio sobre quienes son los auténticos ocupantes de Palestina, con profundas raíces milenarias en la región, a diferencia de los actuales israelíes, emigrados de distintas partes del mundo pero que no son de origen semita.
Los pueblos semitas son un conjunto de pueblos y culturas ubicadas en Oriente Medio y el norte de África que se caracterizan por hablar una lengua semítica. En esta familia lingüística se encuentran idiomas como el árabe, el hebreo y el arameo, con un total de 360 millones de hablantes en el mundo.
El término “semita” hace referencia a los pueblos citados en la Biblia, descendientes de Sem, primogénito de Noé. Jafet fue el segundo hijo de Noé (Génesis 10:21) y Cam el menor (Génesis 9:24). En el libro del Génesis (el primero de la Biblia) se encuentra la narración del diluvio universal y en ella está la “tabla de las naciones”, donde se hace referencia a la genealogía de los semitas. Los antiguos pueblos de habla semítica incluyen a los habitantes de Aram, Asiria, Babilonia, Siria, Canaán —incluidos los hebreos— y Fenicia.
El origen de los semitas, más allá de la interpretación bíblica -no del todo claro por la manipulación de la información histórica- se remonta desde el milenio IV a. C. en Oriente.
Entre las teorías de su procedencia está la que considera que provienen de África y que atravesaron Egipto alrededor del 4500 a. C. Otras teorías establecen su punto de origen en algún lugar del sudeste de Asia o en la península arábiga, desde donde migraron y alcanzaron las costas del Mediterráneo en busca de nuevas tierras más fértiles.
Los actuales israelíes no son un pueblo semita, si bien pueden tener algunas reminiscencias genéticas, más del 90 por ciento son descendientes de la diáspora judía –el exilio de los habitantes de Israel, comenzando con su expulsión por Tiglatpileser III, rey de Asiria, en el 733 a.C.
Según investigaciones socio-étnicas, muchas de las familias israelíes descienden de los judíos ashkenazi, de origen jázaro, creadores del movimiento sionista y propulsores de la creación de Israel y quienes lo han gobernado.
Los jázaros fueron un pueblo búlgaro procedente del Asia central, su nombre parece estar vinculado a un verbo búlgaro que significa “errante”.
Estos “judíos conversos” practicaban cultos fálicos y estaban en proceso degenerativo y amoral que fue detenido por uno de sus reyes, analizando las tres religiones monoteístas y eligiendo el judaísmo para su pueblo que se convertiría masivamente.
Los historiadores rusos consideraron a los jázaros como un pueblo indígena del norte del Cáucaso. Otros, como D.M. Dunlop, los creen vinculados a una tribu uigur, llamada K’o-sa en fuentes chinas. Sin embargo, la lengua jázara parece haber sido de origen huno, parecida a la hablada por los primeros búlgaros. Dado que los pueblos turcos nunca fueron étnicamente homogéneos, estas ideas no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. Es posible que la nación Jázara hubiera estado compuesta de tribus de distintos componentes étnicos, ya que los pueblos de la estepa tradicionalmente absorbían a los conquistados. El historiador Sholomo Sand los considera el origen religioso y étnico de los judíos ashkenazís.
El sionismo judío-ashkenazi es una ideología política que defiende la necesidad de crear un Estado para el pueblo judío y que, desde sus orígenes a finales del siglo XIX, ha sido fundamental para entender la historia reciente de Israel.
El proyecto sionista se desarrolló asimismo a manos de Ber Borochov, marxista, sobre la base de una “concentración territorial” como solución para la cuestión judía. Fundó Poale Zion, un partido sionista marxista que apoyó la revolución rusa de 1917.
Uno de sus miembros fue David Ben Gurion –el padre del Estado de Israel– que llegó a Palestina a principios del s. XX. Ben Gurion se consideraba a sí mismo como un bolchevique y era partidario de la dictadura del proletariado en todos los países salvo en Palestina, donde aplicó directamente la dictadura del sionismo.
El sionismo, aunque ha sido disfrazado de una ideología socio-religiosa, lo que proclama en realidad es la supremacía judía por sobre todos los demás. Este principio fundamentalista es lo que ha provocado que los judíos no sean aceptados del todo, ya que desprecian a las demás religiones y etnias, incluyendo especialmente a las auténticamente semitas.
El proyecto sionista en Palestina estuvo acompañado de un proceso de separación de la población autóctona y, cuando fue posible, también de su expulsión. Esto fue consecuencia, por una parte, de la ideología sionista que buscaba la creación de un Estado étnico para el pueblo judío. Y por otra parte, fue producto de la victoria de los grupos de la izquierda sionista sobre el capital privado. Los primeros defendían un proyecto colonial “blanco”, con sustitución de la población indígena por población europea, mientras que los empresarios habrían preferido un modelo colonial clásico, con explotación de la mano de obra palestina. La separación étnica tuvo dos dimensiones ligadas entre sí: la defensa del trabajo judío y la limpieza étnica territorial.
LA COLONIZACIÓN DE PALESTINA
La colonización blanca de Palestina se plasmó en dos dinámicas complementarias: la defensa del trabajo judío y la judaización del territorio. La una y la otra eran consecuencia de la ideología nacionalista y también de la configuración del poder en el seno del sionismo. No se puede comprender la sociedad israelí, su demografía, sus tensiones y el conflicto con los palestinos sin tener en cuenta este proceso.
La expulsión-aniquilación de los palestinos ha sido gradual, lenta y silenciosa para occidente por el gran poder sionista de los medios de comunicación a nivel global.
Así, mientras cientos de miles de personas alrededor del mundo salen a protestar a las calles de las principales ciudades por el genocidio que está ocurriendo en Palestina, los misiles sionistas no dejan de caer sobre viviendas palestinas, incluyendo un hospital cuyo resultado fue la muerte de cientos de hombres, mujeres, niños y ancianos heridos por los ataques israelíes previos.
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RECUADRO
EL ATAQUE DE HAMÁS CONTRA ISRAEL
UNA VERSIÓN OFICIAL QUE NO ES CREÍBLE
La versión oficial sobre el ataque del Hamás contra Israel no es creíble. Según CNN, Hamás entrenó a sus hombres durante año y medio en 6 instalaciones militares en Gaza, preparativos que fueron objeto de rumores en Líbano, desde el mes de mayo, y que incluso provocaron en septiembre una verdadera batalla entre facciones palestinas, en la ciudad libanesa de Sidón. El 30 de septiembre, el director de la inteligencia de Egipto, Kamal Abbas, telefoneó personalmente al primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu para ponerlo sobre aviso. Días después, una empresa israelí de seguridad privada también previno al Servicio General de Seguridad israelí (Shin Beit) y, finalmente, la CIA también avisó al Mosad, el 5 de octubre. Por consiguiente, Israel no estaba desprevenido. Además, como subraya Manlio Dinucci, los procedimientos de seguridad rutinarios no fueron aplicados ese día y el ejército israelí demoró 5 horas antes de intervenir. La interrogante que se plantea ahora es la siguiente: ¿Por qué Benjamín Netanyahu permitió la muerte de 1 300 de sus conciudadanos? (redvoltaire.com)
“Durante años, los diversos gobiernos dirigidos por Benjamín Netanyahu adoptaron una política que dividió la franja de Gaza y Cisjordania entre dos poderes diferentes, debilitando al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, y favoreciendo al Hamás. Este último fue tratado como un socio en detrimento de la Autoridad Palestina para impedir que Mahmud Abbas avanzara hacia la creación de un Estado palestino. El Hamás fue promovido de la categoría de grupo terrorista a la de organización con la que Israel mantuvo negociaciones a través de Egipto y la que se le permitió recibir de Qatar, a través de los pasos fronterizos de Gaza, valijas que contenían millones de dólares”. (timesofisrael.com)
Es notoria la similitud del actual escenario palestino-israelí con el acontecido el 11 de septiembre del 2001, cuando todo el sistema estadounidense de inteligencia y de defensa se vio «tomado por sorpresa» por el ataque de al-Qaeda. Pruebas irrefutables –oficialmente ignoradas o catalogadas como «complotismo» o «conspiracionismo»– demuestran que los hechos del 11 de septiembre de 2001 fueron una operación montada por elementos de la CIA, probablemente con la participación también de elementos del Mosad, para justificar la «guerra mundial contra el terrorismo», con la invasión de Afganistán y de Irak y las guerras que vinieron después.
De la misma manera que el auto-atentado de las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York, cuyo objetivo era justificar una nueva escalada de intervenciones militares en Oriente Medio –en otras palabras, una invasión y saqueo de Afganistán e Irak- esta “guerra” (que no es tal porque en el sentido estricto su significado, no hay respuesta bélica de Palestina) pretende tener una reacción multidimensional en cadena: por una parte busca provocar la total desestabilización en la región ante la pérdida de poder e influencia de los países occidentales –Estados Unidos, Israel y las potencias europeas- sobre el territorio árabe confrontando a Irán y demás países musulmanes; la desocupación de los aún territorios palestinos (Gaza y Cisjordania) para concluir la invasión israelí; el genocidio palestino (judeo-semita), auténticos ocupantes del territorio en disputa; reactivar la economía de guerra estadounidense, ante las complicaciones de la guerra ruso-ucraniana; y tratar de mantener el declinante poderío económico del dólar estadounidense a como dé lugar, ya que su caída determinará el tiempo de vida restante de la hegemonía anglosajona en un mundo que se mueve ya a otro ritmo y en otras direcciones.
