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MUNDO

Los efectos pueden ser peores: Fantasma del Brexit duro comienza a tomar cuerpo en Gran Bretaña

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Política Global, por Francisco Herranz (Cortesía de Sputnik Mundo) //

Los peores presagios sobre el Brexit se están cumpliendo. Pareciera que hubiera caído una maldición sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) y que el proceso de negociación estuviera condenado a descarrillar, aumentando, aún más si cabe, la creciente incertidumbre que sobrevuela el Viejo Continente.

La llegada al número 10 de Downing Street del histriónico Boris Johnson ha desatado entre los funcionarios de Bruselas los temores a que se haga realidad una verdadera pesadilla: un Brexit sin acuerdo, es decir, duro, y de muy graves consecuencias sociales y económicas para las dos orillas del Canal de la Mancha.

El primer ministro británico es un «enfant terrible» para las autoridades comunitarias. Sus actos y declaraciones evidencian que no le da miedo alguno que Londres se separe a las bravas de sus todavía socios continentales y que eso abra, por consiguiente, un periodo sin transición, extremadamente complicado y azaroso, a partir del cual el Reino Unido será considerado a todos los efectos «un país tercero».

El plazo vence el 31 de octubre. Ese es el día fijado por ambas partes para que deje de aplicarse la legislación europea en el territorio del Reino Unido.

En realidad, esa fecha ya es una prórroga de tiempo porque el artículo 50.3 del Tratado de Lisboa, ratificado el 13 de diciembre de 2007, estipula que la retirada de un país miembro se hace efectiva a los «dos años» de anunciarla ante Bruselas, «salvo si el Consejo Europeo, de acuerdo con dicho Estado, decide por unanimidad prorrogar dicho plazo».

El procedimiento de salida recogido en el citado artículo 50 fue invocado por la entonces primera ministra británica Theresa May en una carta enviada el 29 de marzo de 2017 al entonces presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk.

Ese documento ponía en marcha las agujas del reloj. Los dos años pasaron, pues, en marzo. Dos años de negociaciones. Pero el Brexit aún no se ha producido¿Por qué? Porque los jefes de Estado y de Gobierno de la UE aceptaron una demora, primero hasta el 12 de abril, y luego hasta el 31 de octubre, coincidiendo con la entrada en funcionamiento de la nueva Comisión Europea, el gobierno de la UE.

El sistema de «secesión» se basa en una retirada negociada más que en una salida abrupta. ¿Por qué? Porque pretende evitar así las enormes complejidades técnicas que conlleva abandonar el marco normativo de la UE, teniendo en cuenta que la mayoría de las leyes europeas forman parte del tejido legal de cada país miembro, en este caso, del ordenamiento jurídico británico.

Pero el procedimiento incluye expresamente el derecho a una salida unilateral de conformidad con las «normas constitucionales» del país que lo solicita. Eso significa que la retirada no depende de que se alcance un acuerdo. En otras palabras, la UE no puede bloquear la intención de Johnson.

La cada vez más probable (por el momento) salida salvaje, supondría el fin de una relación de amor-odio iniciada oficialmente el 1 de enero de 1973. El Gobierno de la reina Isabel II había solicitado el ingreso en la organización en 1967. Por segunda vez. Ya lo habían intentado seis años antes, pero fueron vetados por las autoridades de París.

Después de pasar casi una década en el club, Gran Bretaña peleó su singularidad insular. Y ganó. La legendaria Dama de Hierro, la «premier» Margaret Thatcher, consiguió en 1984 que sus socios comerciales aceptaran lo que se ha llamado el «cheque británico». Ese complejo mecanismo financiero ha venido reduciendo la aportación económica de Londres al presupuesto comunitario anual en concepto de reembolso.

En 2015 el cheque alcanzó los 6.100 millones de euros. El argumento de ese sustancioso descuento radica en que un gran porcentaje del presupuesto europeo se destina a la Política Agraria Común (PAC), que subvenciona a agricultores y ganaderos, lo que beneficia mucho menos al Reino Unido, dada su marcada estructura industrial. Ese evidente privilegio, muy criticado por otros Estados —especialmente por Francia—, ya adelantaba la tormenta política que ahora vivimos. De esos polvos vienen estos lodos.

¿QUÉ PASARÁ SI SE PRODUCE UN BREXIT SIN ACUERDO?

Al cesar el marco existente de relaciones comerciales, empezarán a aplicarse de la noche a la mañana las reglas y aranceles que existen entre los Estados miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Al ser menos ventajosas, eso encarecerá inevitablemente los precios de productos y mercancías. Sobre todo, de los alimentos y el combustible. Aumentará, por consiguiente, la inflación. También tendrá efectos indeseables en otros indicadores macroeconómicos. Frenará el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB).

La libra esterlina se depreciará con respecto al euro, elevando el coste de los bienes de importación. De igual forma, presionará a la baja los tipos de interés y llevará a un peor comportamiento de las acciones de empresas afincadas en el Reino Unido.

La suspensión de los vuelos entre la UE y el Reino Unido no estará sobre la mesa porque durante todos estos meses de espera se ha venido trabajando en la aprobación de medidas temporales que, sin embargo, tendrán que ser revisadas en 2020. Tampoco se convertirán en inmigrantes ilegales los trabajadores europeos asentados en la isla. Es un alivio.

Pero el impacto en el ciudadano será «instantáneo», ha advertido ya el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney. Según su opinión, un «número significativo» de empresas británicas no podrán operar en la Unión Europea tras un divorcio mal avenido.

Los sectores productivos más afectados serán el transporte, la automoción, y las industrias química y alimentaria. Los supermercados en el Reino Unido se enfrentarán a problemas de desabastecimiento pues será muy complicado importar productos frescos de países comunitarios, ya que no se conservan por mucho tiempo y son difíciles de almacenar.

Otra consecuencia muy importante será que los británicos ya no tendrán acceso a las bases de datos de la UE ni a otras formas de cooperación, lo que incluye la eurorden de arresto, el sistema de información de Schengen y Europol. Eso afectará su seguridad. El drástico cambio de las reglas de juego implicará consecuencias negativas en Gibraltar. Afectará así mismo al proceso de paz en Irlanda del Norte pues surgirán de nuevo los problemas fronterizos. Por no hablar de que profundizará la actual crisis política e institucional británica.

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Edición 806: Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

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Edición 806: Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

LAS CINCO PRINCIPALES:

Segundo piso en López Mateos: ¿Solución rápida o error costoso?

Colomos III: La batalla por el patrimonio ecológico de Jalisco

 

Convención Estatal de MC: Asume Mirza Flores dirigencia estatal del partido naranja

Primer Congreso Nacional de Personas Mayores: «Reconocer a las personas mayoes es un acto de justicia»

Primer informe de labores legislativas de Claudia Salas: «La gente quiere resultados, no pleitos»

 

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MUNDO

El dilema mexicano: Entre Caracas, Pekín y Washington

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– Opinión, por Miguel Anaya

México tiene la mala costumbre de creer que los conflictos internacionales son películas que se ven desde la butaca, con palomitas en mano y distancia segura. Pero lo que hoy ocurre en el Caribe, con barcos estadounidenses hundiendo lanchas venezolanas y un Nicolás Maduro agitando la bandera de resistencia, no es un espectáculo ajeno: es una tormenta que, tarde o temprano, alcanzará nuestras costas.

La posible intervención de Estados Unidos en Venezuela —sea directa o disfrazada de “operativo contra el narcotráfico”— nos recuerda varias cosas incómodas. La primera: que Washington sigue viendo a América como su jardín trasero, y que cuando la Casa Blanca mueve barcos y marines hacia el sur, México queda automáticamente dentro del perímetro de seguridad. No se nos pregunta si queremos, se nos asume dentro del esquema.

La segunda: que cada bomba que caiga en el Caribe traerá repercusiones en nuestras fronteras. No se necesita ser un experto en migración para imaginar lo que significaría una oleada de venezolanos huyendo de un conflicto bélico. Ya con los flujos actuales, el Estado mexicano colapsa en recursos y paciencia social; con una guerra en Sudamérica, el caos migratorio se multiplicaría. Y, como siempre, la presión no llegaría solo de los migrantes, sino de Estados Unidos exigiendo que México sea muro, policía y albergue al mismo tiempo.

El aspecto económico tampoco es menor. Si Venezuela, el país con las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo, se incendia, el mercado energético se agita. Podría ser una oportunidad para que México venda más crudo, pero también un riesgo de volatilidad y chantaje. Estados Unidos exigiría “solidaridad energética” a cambio de no apretarnos más en otros frentes. Y mientras tanto, China, Rusia y Corea del Norte —muy juntos, muy sonrientes en el reciente desfile de Pekín— lanzarían el mensaje de que existe un bloque alternativo para quienes no se sometan al viejo orden. Un coqueteo tentador, pero peligroso, porque México no puede darse el lujo de enemistarse con su principal socio comercial y cultural.

¿Y qué papel debe jugar la presidenta Sheinbaum? Aquí es donde la película se vuelve mexicana. Sheinbaum no puede limitarse al guion tradicional de “neutralidad” y “no intervención”, fórmulas diplomáticas que sirven en conferencias de prensa, pero no en medio de una crisis migratoria, militar y energética.

México debe anticiparse: diseñar políticas de contención migratoria con dignidad y sin colapso; blindar su economía para resistir turbulencias externas; y, sobre todo, plantear una estrategia clara frente a Washington. Porque la historia nos dice que, cuando el imperio se pone nervioso, México no es invitado a opinar: es arrastrado.

El dilema es cruel, pero inevitable: si nos alineamos ciegamente con Estados Unidos, perdemos margen de soberanía; si coqueteamos demasiado con Pekín y Moscú, arriesgamos represalias inmediatas. Lo que no podemos hacer es fingir que nada pasa. Porque cuando los cañones apuntan hacia el sur y las banderas ondean en Pekín, lo que está en juego no es la geopolítica abstracta, sino nuestra seguridad, nuestras fronteras y nuestra estabilidad interna. Una situación geopolítica muy complicada que deberá resolverse.

En suma, México no tiene opción de hacerse el distraído: lo que se juega en el Caribe no es un pleito lejano entre Maduro y Trump, sino un recordatorio brutal de que la geopolítica siempre cobra factura. El estado mexicano deberá decidir si quiere ser jugador con estrategia o simple ficha movida por inercia.

Y aunque la tentación nacional sea encogerse de hombros y decir “eso es problema de ellos”, lo cierto es que cuando los cañones rugen en el sur, los migrantes caminan hacia el norte y entre tanto, el centro tiembla. Lo irónico es que México siempre quiso ser neutral; lo triste es que, en este tablero, la neutralidad es el nombre elegante de la indefensión.

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MUNDO

Tejiendo lo colectivo: La política más allá del individuo

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la mitología griega, existe un relato fascinante sobre las Moiras, esas tres hermanas encargadas de hilar, medir y cortar el destino de los hombres; de hecho, probablemente muchos más las recuerden por la famosa película de Disney: Hércules, donde son representadas por esas figuras enigmáticas y divertidas de un solo ojo que en algún punto de la película amenazan la vida de la amada de Hércules.

En esta historia, Cloto hilaba la hebra de la vida, Láquesis la medía y Átropos la cortaba cuando llegaba el final. Lo interesante de esta narración no es únicamente su carácter fatalista, sino la metáfora que encierra: ninguna hebra aislada tenía sentido por sí misma. El tejido de la vida es posible porque cada hilo se entrelaza con otros, formando un entramado que da consistencia a la existencia.

Por eso la política debería funcionar de la misma manera. No se trata de un solo individuo que define la ruta de una sociedad, sino de la capacidad de entrelazar múltiples hilos —experiencias, voces, demandas, historias— hasta construir un tejido común y, por ende, un movimiento plural articulado a través de causas que unan. Por eso, cuando olvidamos que la política es ante todo una tarea colectiva, corremos el riesgo de reducirla a un espectáculo personalista en el que se sobrevalora la figura del líder y se subestima la fuerza de la comunidad.

Nuestra cultura política ha sido moldeada por el mito del héroe. Desde tiempos antiguos, se nos ha enseñado a imaginar a los grandes líderes como Aquiles o Ulises: figuras que, gracias a su valor o astucia, logran conquistar batallas imposibles. El héroe se presenta como la encarnación de la voluntad y del destino de todo un pueblo. Sin embargo, esa visión, aunque seductora, es profundamente peligrosa cuando se traslada al ámbito de lo público.

Cuando la política se concentra en un solo rostro, en un nombre que se convierte en marca, se desdibuja la noción de comunidad y, por ende, el poder deja de responder a las necesidades colectivas, si no a la lógica de la autopreservación del líder, construyendo así una narrativa en la que la ciudadanía deja de ser protagonista y pasa a ser espectadora. Y sin ciudadanía activa, la democracia se vuelve frágil.

La democracia, en su sentido más profundo, no consiste en depositar un voto cada cierto tiempo, de hecho, la propia Constitución de nuestro país define a la democracia como un estilo de vida y una tarea constante a través de la cual se debe priorizar la construcción del destino común y el progreso constante.

En ese contexto, la democracia significa reconocernos como parte de una trama compartida, como hilos que sostienen un mismo tejido. Las grandes transformaciones políticas no han surgido de la genialidad de un individuo aislado, sino del esfuerzo conjunto de comunidades que se organizaron para reclamar justicia, igualdad o libertad.

El movimiento obrero del siglo XIX, las luchas feministas que han cambiado estructuras jurídicas y culturales, o los procesos de descolonización del siglo XX no habrían sido posibles sin una visión de lo colectivo. Ninguna de esas causas prosperó porque alguien decidiera “iluminar” a los demás, sino porque miles de voces se entrelazaron hasta hacerse escuchar como un clamor ineludible.

En contraposición, cuando los proyectos políticos se sostienen únicamente en figuras individuales, se vuelven endebles. La historia está llena de ejemplos de líderes que, al caer en desgracia, arrastraron consigo a toda una estructura de gobierno, esto debido a que un tejido construido en torno a un solo hilo inevitablemente se rompe.

Hoy vemos cómo muchas democracias sufren precisamente de este mal. La política se reduce a una competencia de carisma, o de opiniones mediáticas y controversiales que buscan dividir desde la confrontación; basta con ver a Ricardo Salinas Pliego. Lo colectivo queda relegado. Y lo más alarmante: la ciudadanía se acostumbra a delegar su responsabilidad, convencida de que “otro” debe resolverlo todo.

Por eso, la tarea urgente es volver a tejer comunidad, y eso a su vez implica repensar los espacios políticos no como arenas de competencia individual, sino como laboratorios de cooperación. Significa promover el diálogo, la escucha y la corresponsabilidad. En un mundo donde las redes sociales amplifican el protagonismo del individuo, necesitamos contrarrestar esa tendencia con proyectos que valoren lo común por encima del ego personal.

Construir política desde lo colectivo no significa anular la individualidad, sino integrarla en un horizonte compartido. Como en el telar de las Moiras, cada hebra conserva su singularidad, pero cobra sentido únicamente al entrelazarse con las demás.

El gran reto de nuestro tiempo es que vivimos en sociedades fragmentadas, donde la desconfianza se ha instalado como norma. Desconfianza hacia las instituciones, hacia los partidos, hacia los otros ciudadanos. Y sin confianza no hay tejido posible. La política colectiva requiere precisamente lo contrario: la certeza de que lo común vale la pena, de que cooperar produce más frutos que competir sin tregua.

Eso demanda nuevas formas de organización social y política. Demandará partidos que funcionen menos como maquinarias electorales y más como espacios de deliberación ciudadana. Demandará gobiernos que consulten y construyan con la gente, no solo para la gente. Y demandará ciudadanos que asuman su papel no como espectadores, sino como coautores del destino común.

Quizá ha llegado el momento de desplazar al héroe individual y recuperar la épica de lo colectivo. No necesitamos más relatos donde un líder salva a todos; necesitamos narrativas donde todos nos salvamos a nosotros mismos al reconocernos como parte de la misma trama.

Así como en la Grecia antigua el mito de las Moiras recordaba que ningún destino estaba aislado del conjunto, hoy debemos recordar que ningún proyecto político puede sostenerse en soledad. La política que realmente transforma es aquella que se teje desde abajo, desde los barrios, desde los colectivos, desde las voces diversas que encuentran en la pluralidad su mayor riqueza.

La política futura debe ser colectiva para fortalecer la democracia y enfrentar desafíos. Apostar por el individualismo arriesga liderazgos frágiles y sociedades divididas, debilitando el tejido común.

Si, en cambio, entendemos que nuestro destino depende de la fortaleza del tejido, podremos enfrentar con mayor solidez los desafíos de nuestro tiempo: la desigualdad, la crisis climática, la violencia, la polarización.

El hilo aislado se rompe con facilidad; el tejido entrelazado resiste el paso del tiempo. Esa es la lección que la mitología griega, con su sabiduría ancestral, nos recuerda. Y esa es la lección que deberíamos aplicar a la política: dejar de pensar en términos de “yo” para construir un sólido “nosotros”.

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