OPINIÓN
La visión federalista de José Antonio de Agraz Gallardo: Cronistas de Jalisco, en Autlán, bastión del Estado y el federalismo

Opinión, por Pedro Vargas Ávalos //
Jalisco es aquilatado dentro del pacto federal que dio vida a la República Mexicana, como el “hermano mayor”, por haber sido no solo la fuente del republicanismo, sino la cuna del sistema federalista, que recientemente se puso de moda por un grupo de gobernadores, por lo general críticos del gobierno de la Cuarta Transformación, pero que finalmente ha venido a menos. Como cada año suelen hacerlo, los misioneros de la cultura que son los cronistas municipales, celebraron en el sureño Autlán, su Congreso número 26.
Reflexionando sobre aquel admirable título antedicho, -de Hermano Mayor-, hemos de anotar que inexactamente se confunde atribuyéndoselo al solo tesón de la capital jalisciense, sin embargo, debemos advertir que no se debe exclusivamente a ese innegable brío de la bellísima Perla Tapatía, Guadalajara, la “de los de Jalisco”, -como subrayara el brillante Agustín Yáñez- sino a la suma de esfuerzos de todas las poblaciones del Estado. Y dentro de ese concierto, brilla con luces propias el fructífero suelo de Autlán, el legendario crisol de la grana. Bien asienta el cronista Ignacio Gómez Zepeda, aludiendo a la robusta capital del suroeste de la entidad: “es la única ciudad de Jalisco, no fundada por los españoles, que jamás ha perdido su grandeza y esplendor…”
En efecto, desde que se tiene noticia documental de estas tierras, el 4 de mayo de 1525, en que arribó a la ubicación de “Abtlan” (Autlán), el Visitador hispano Francisco de Vargas, en la Relación que nos legó, (texto escrito por mandato de D. Francisco Cortés de San Buenaventura, primo de Hernán Cortés, quien le encomendó incursionar por amplia área de los Estados de Jalisco y Nayarit) ya la denomina como “cibdad” (ciudad), en reconocimiento a su dimensión: extensa, con 1,200 casas diseminadas en kilómetros, y buen número de pobladores, pues solo varones eran 2,400, más mujeres y niños, con lo que rebasaría los diez mil habitantes, cuya principal ocupación era cultivar maíz y chile (ají). Además, entre otros datos, nos proporciona el nombre de los dos “señores” que gobernaban el lugar: Milpanecatetle (Señor de la Milpa o sembrado) y un joven llamado Opuchel (el zurdo), quienes guiaban a sus guerreros en las refriegas que sostenían con sus vecinos, especialmente los de Milpa, cacicazgo alrededor del renovado Chante autleco.
Una característica de los indígenas de ese rumbo, fue el cultivo de la grana (nocheztli) que, muy apreciada por los españoles, estos incrementaron su cultivo, a tal grado, que la población fue etiquetada como “Autlán de la Grana”, motivo por lo que escribe Lilia Oliver: “Bello nombre que conjuga dos épocas…la prehispánica y la colonial”.
Mucho llovió durante los tres siglos coloniales en los cuales Autlán de la Grana, figuró como Alcaldía Mayor subalternada a la Audiencia de Guadalajara, Reyno de Nueva Galicia, hasta que, ya comprendida en la Intendencia de Guadalajara a fines del siglo XVIII, su rango es de Subdelegación, con Subdelegado en lugar de Alcalde Mayor. Luego se sumó, primero a la lucha por la independencia, (desde 1810) y enseguida a su consumación, que en nuestros lares se alcanzó bajo el lema de “Independencia o Muerte”, el 13 de junio de 1821. Casi a la par, se restauró la vida municipal: esta se había instituido con la Constitución de Cádiz, en toda la antigua provincia neogallega, al finar el año de 1813; pero habiéndose suprimido a escasos dos años, fue restablecida en 1820, logrando consolidarse a partir del siguiente año, siempre presidida por un Alcalde, predecesor de los actuales Presidentes municipales.
Por diciembre de 1822 se eligió a los nuevos alcaldes, y en Autlán resultó electo D. José Antonio de Agraz Gallardo, quien asumiría su cargo en el arranque del nuevo año de 1823. Este personaje será clave para respaldar en mayo al inminente Estado de Xalisco (hoy escrito como Jalisco) que finalmente, el 16 de junio de 1823, surgió con ese cartel como paladín de la republica y el federalismo. Ese apoyo se refleja en el acta del Ayuntamiento autlense que presidía, fechada el 29 de mayo de ese año, fungiendo como secretario D. Jesus Sánchez. El señor Agraz, comerciante, era nativo de Sayula y en 1793 se domicilió en Autlán, donde formó familia casándose con la zacoalquense María Ramona Flores Medrano (1804). Desde ese tiempo se mostró participativo y de ideas avanzadas. Después de servir como alcalde, sostuvo dinámica actividad en la vida política de la demarcación, aspirando a cargos de elección.
El Libro de la Razón General de Hacienda Nacional, redactado por el Intendente y en cierto momento de 1822, Jefe Político de Guadalajara, el ibero D. Antonio Gutiérrez de Ulloa, contiene datos recopilados desde varios años antes, hasta 1823; en él se informa que la Intendencia tapatía, (antes Nueva Galicia, que se proclamaría en junio 16 como Estado Libre de Xalisco), estaba compuesta por 28 Partidos político-administrativos, (antes conocidos como Subdelegaciones) siendo uno el de Autlán, con una población de 36,022 habitantes y conformado por las localidades (antiguos tenientazgos) de Ejutla, Tecolotlán y Ameca, que tenían ayuntamiento, aun cuando por su importancia, también gozaban de esa atribución los pueblos de Ayutla, Cuautitlán, Ixtlahuacán (de Santiago, ahora delegación de Unión de Tula) y Tomatlán. El Partido poseía dos puertos con guarniciones militares en el océano Pacífico: Navidad y Santiago.
Un valioso documento fechado el 29 de mayo de 1823, nos da cabal cuenta del pensamiento del señor Agraz y los más ilustrados residentes de Autlán. En su inicio dicen que de nada serviría “la gloriosa lucha de las Provincias con objeto de adquirir nuestra bien apetecida libertad, si al comenzar a poseerla sufrieran los pueblos la dureza de no poder usarla”. Esto debido a que señalan, el primer Congreso General que tuvo la nación, no cumplió su objetivo esencial -de redactar una Carta Magna-, y en cambio, tras admitir el Imperio iturbidista, fue disuelto por el mismo autócrata que consagró. Y al ser restituido, tras la abdicación de Agustín I, se negaba a cumplir las exigencias de los jaliscienses y otros ciudadanos de todo el país, sobre convocar nuevo Congreso y que este adoptara en su Constitución, el sistema republicano y la fórmula federal, que califican el señor Agraz y sus conciudadanos, como “principios muy liberales”.
Aluden los firmantes del acta autlense, que no se puede permitir que haya un Congreso en pugna con sus comitentes, como hoy por hoy, lo exigimos los mexicanos. De allí que “este Ayuntamiento a nombre del pueblo que representa y anuente con su vecindario en Junta” pida a la Diputación Provincial de Guadalajara, que no se aceptará una Constitución que dicte el Congreso repuesto, “más hoy que las Provincias desatadas ya del Carro Monárquico, pueden por sí mismas constituirse libremente, adoptando el sistema federativo”.
Para esos ancestros nuestros, la “forma de gobierno” sugerida, era la más adecuada para observarse por el Ayuntamiento y su vecindario, considerando que protegería a la religión católica que era la de todos en ese tiempo. Y en cuanto a la Asamblea legislativa (que intitula Alto Senado) deberá emitir “leyes comunes y generales para la conservación, seguridad y confianza pública del Estado”, debiendo asentarse en el lugar que estimen conveniente las “provincias confederadas”.
Por lo que ve al “Congreso Provincial”, es decir, al Poder Legislativo local (que sustituiría a la Diputación Provincial, germinada en la Constitución de Cádiz (1812), instalada en 1813 y suspendida al siguiente año, pero rehabilitada desde 1820) debería estar “compuesto de sabios, nacidos y educados en el mismo territorio”, para que forjen leyes que generen “el bien y la felicidad” con lo cual harán desaparecer “la ociosidad y los vicios a favor de la vigilancia, florecer las artes y la industria por medio de la educación y la enseñanza…y que la agricultura y las minas vengan a ser el manantial inagotable de la prosperidad nacional…”
La argumentación de los primeros federalistas autlenses, cierra con esta reflexión: “Dígase en hora buena, que la falta de ilustración es un obstáculo; este Ayuntamiento, por lo contrario, se siente persuadido firmemente de que un aplicado maestro con menos dificultad instruye cuatro que cuarenta niños, y que aquellos en tal caso adelantarán más pronto.”
El inolvidable literato Ramón Rubín, que vivió y recorrió la zona, se expresó de Autlán como la reina y señora que fue y sigue siendo, de su pródigo valle. En tal idea, es que los cronistas municipales reunidos el anterior sábado 10 de este septiembre, enfatizamos: Si queremos comprender el antaño y hogaño del suroeste jalisciense, debemos conocer la historia de Autlán, insigne desde sus albores, insólita en su desarrollo y férrea en sus convicciones; la comarca y su gente, enarbolan espléndido jirón del perfil de Jalisco, el recio baluarte de la república y fiel recinto de los más significativos valores de la mexicanidad.
JALISCO
Un gobernador de redes sociales: La diplomacia según Lemus y el silencio que delata…

Crónicas de Pacheco, por Daniel Emilio Pacheco //
Pablo Lemus quiso jugar a la diplomacia. Se colocó su traje de “estadista internacional”, abrió su cuenta de X y decidió pronunciarse —veinticuatro horas después— sobre un conflicto que ni le competía ni le concernía directamente, pero que olía a oportunidad política: una funcionaria menor de Morena, Melissa Cornejo, fue cancelada —en redes y en visa— por el exembajador Christopher Landau, actual vicecanciller estadounidense. Lemus, con más cálculo que convicción, tomó aire, y escribió: “Eso no es Jalisco”.
Pero, ¿qué es Jalisco para Lemus? ¿Es acaso ese estado ejemplar que presume ante los diplomáticos gringos mientras, al mismo tiempo, sufre una de las tasas más alarmantes de desapariciones en el país? ¿Es ese “pueblo hermano” que, según él, mantiene relaciones respetuosas con los Estados Unidos, mientras la impunidad se pasea libremente entre sus aliados políticos, como Enrique Alfaro en Madrid, sin rendir cuentas por los más de 17 mil desaparecidos?
En su intento por desmarcarse de Melissa Cornejo —una joven militante que se inmoló en un tuit rabioso contra el imperio migratorio estadounidense— Lemus no midió que estaba exponiendo su propia desnudez política. Porque es muy cómodo condenar un mensaje soez desde la altura del poder, pero es más difícil responder cuando la diputada Itzul Barrera le devuelve el golpe con los datos que Lemus no publica en sus redes: alcaldes de su partido presos por crimen organizado, crisis hídrica en medio estado, y una Mesa de Seguridad donde el gobernador prefiere scrollear a intervenir.
Lemus no defendió a Jalisco. Se defendió a sí mismo. Se posicionó como el “buen mexicano”, el que sabe hablar inglés, el que presume relaciones internacionales y que, como todo buen político tecnócrata, se sube a los trending topics con frases bien medidas para caerle bien a los de afuera.
Pero en casa, su voz suena hueca. ¿Dónde está el mismo Lemus para condenar las ejecuciones extrajudiciales que policías municipales han protagonizado en su administración? ¿Dónde está para exigir justicia para las madres buscadoras hostigadas o desaparecidas? ¿Dónde estaba cuando Itzul Barrera le respondió con datos y él no supo replicar más que con silencio?
Este es el verdadero problema: Lemus no ve el fondo, solo la forma. Mientras Melissa Cornejo borra sus redes, él limpia su imagen con trapos ajenos. Mientras el vicecanciller Landau pontifica sobre los “glorificadores de la violencia”, el gobernador guarda silencio sobre los desaparecidos del 5 de mayo, los cuerpos embolsados en el río Santiago o los feminicidios en la zona metropolitana.
Y todo, para quedar bien con Washington.
Como decía un viejo columnista —al que esta pluma sigue rindiendo tributo—, “los políticos no son lo que dicen, sino lo que callan”. Y Lemus, al callar frente a los escándalos reales que le competen, pero alzar la voz solo cuando hay reflector extranjero de por medio, se pinta de cuerpo entero: es un gobernador de redes, no de gobierno.
En X @DEPACHECOS
NACIONALES
La disfuncionalidad que viene

Opinión, por Fernando Núñez //
Las elecciones judiciales, así como la marcha en contra de ellas, fueron un rotundo fracaso. Lo anterior nos dice que la lucha en torno a uno de los Poderes de la Unión es un proyecto –y contraproyecto– de las élites políticas del país, sin interés alguno por parte de la población. La cooptación de los juzgadores es un hecho consumado, y solo se habrá de revertir en un futuro un tanto lejano y después de una considerable e inevitable inestabilidad política.
“Nada es más peligroso que un pueblo que ha renunciado a su derecho a pensar por sí mismo”, afirmaba la estudiosa del totalitarismo político, Hannah Arendt. La desaparición de la capacidad crítica y la entrega ciega a un proyecto político, así como la instauración de la apatía y la indiferencia ante los sucesos políticos, son condiciones indispensables para la implantación de regímenes autoritarios/totalitarios.
La elección judicial en México deja claro que lo que existe no es una creencia ciega en un proyecto político, sino una muy peligrosa apatía política. Porque, por una parte, solo 13% de los electores mexicanos acudieron a votar, y el número sería considerablemente menor de no haber habido una operación nacional de acarreo político; pero, por otra parte, solo 3 mil personas se congregaron en el Ángel de la Independencia para protestar contra las elecciones, y en el resto de las principales ciudades del país los números fueron aún más raquíticos.
La lucha política en torno al Poder Judicial es un proyecto de las élites políticas. La captura de uno de los Poderes de la Unión no es un proyecto de las bases morenistas, porque estas no acudieron a votar. Pero mantener la independencia judicial tampoco es un proyecto de las bases opositoras, porque estas no acudieron a marchar. Tiene sentido: el Poder Judicial resulta muy abstracto –inclusive para las clases medias y medias-altas del país– como para querer ver su destrucción o su sostenimiento.
Lo anterior cobra más sentido aún ante el decrépito número de juzgadores que tenemos, y la falta de estado de derecho, trayendo como resultado una muy baja exposición de la población ante la impartición de justicia.
Y, sin embargo, el Poder Judicial resulta fundamental para el funcionamiento de la política, la economía y la sociedad. Además de la sepultura de la democracia y el fin de una era política, la elección judicial abrirá la puerta a los poderes fácticos, traerá aún más el debilitamiento del Estado mexicano y, con ello, la disfuncionalidad en el país. Eso ya lo vemos en una diversidad de indicadores que nos dicen que hay un continuo y creciente pesimismo entre la clase empresarial, y un constante y creciente estancamiento económico.
¿Cuándo comenzarán las protestas? Cuando comience a faltar dinero en los bolsillos de los mexicanos, y muy especialmente en los bolsillos de las clases medias del país. Eso, inevitablemente, viene.
Hay una peligrosa apatía política, y queda claro que las élites políticas son las únicas que se encuentran polarizadas. El sexenio de López Obrador comenzó con un capricho mayor al cancelar el NAIM, pero terminó con uno mayúsculo, sin precedente en la historia de la humanidad: la destrucción del Poder Judicial a través de elecciones populares. El futuro luce sombrío.
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NACIONALES
Ligereza de palabras

Opinión, por Miguel Anaya //
En tiempos en que el mundo atraviesa transformaciones profundas y las relaciones internacionales se redefinen casi a diario, la política de altura juega un papel vital para diseñar y sostener planes de largo plazo que beneficien a nuestro país.
En política, construir acuerdos conlleva tejer fino, requiere prudencia, inteligencia emocional y visión estratégica. Esos atributos no se improvisan: se forman, se cultivan, se aprenden. Y, precisamente por eso, no se encuentran fácilmente en cualquier perfil.
México no puede darse el lujo de tener servidores públicos que actúan desde el impulso, la ocurrencia o la rabia. Los cargos públicos se ejercen con responsabilidad y visión de Estado. No son espacios para la catarsis personal ni para los discursos de barricada. Cuando se tiene la representación de un cargo que la ciudadanía ha otorgado, se le debe corresponder con el nivel de seriedad y preparación que México necesita y merece.
Lo ocurrido recientemente con una consejera estatal del partido mayoritario, quien desde una red social lanzó un mensaje agresivo contra Estados Unidos, y la posterior respuesta del subsecretario estadounidense Christopher Landau, no fue un incidente aislado ni menor.
Es reflejo de un fenómeno preocupante: políticos que confunden la tribuna pública con una cuenta personal, que no distinguen entre su papel institucional y sus filias o fobias, que carecen de una formación básica para comprender que, en diplomacia, una palabra mal colocada puede detonar un problema real.
En una relación tan intrincada y delicada como la que México sostiene con Estados Unidos —marcada por una historia de invasión, sí, pero también por una interdependencia económica, social y cultural profunda— lo último que necesitamos es a quienes avivan el fuego desde una visión simplista y emocional. Peor aún, si son aquellos a quienes la ciudadanía encomendó la defensa del interés público y terminan actuando en contra de él por la falta de comprensión del mundo que habitan.
No se trata de agachar la cabeza ni de callar ante agravios. Defender la soberanía y la dignidad nacional es una obligación de todo gobierno. Pero hay una enorme diferencia entre ejercer esa defensa con inteligencia y firmeza, y provocar conflictos innecesarios por ignorancia o protagonismo. Esa diferencia la entienden los profesionales de la política, los improvisados, no.
En este contexto es justo reconocer la actitud de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha llamado a la prudencia, a la altura de miras y a la responsabilidad en el discurso. Ese es el tono que un país con aspiraciones globales necesita. Ese es el ejemplo que debe permear hacia abajo en todos los niveles del poder, ojalá todos los funcionarios (especialmente los del Senado) lo entiendan y practiquen.
El episodio vivido revela una carencia estructural que atraviesa a prácticamente todos los partidos: la ausencia de verdaderas escuelas de formación política. Hoy vemos perfiles que llegan al poder sin preparación, sin conocimiento histórico, sin comprensión del entorno internacional y, sobre todo, sin capacidad de anteponer el bien común a sus impulsos personales o su ideología. Urge formar una generación de funcionarios que no solo repitan eslóganes, sino que entiendan contextos, construyan puentes, concilien posturas y piensen con sentido estratégico.
Hay que decirlo con claridad: la política no puede seguir siendo terreno de improvisación. No basta con la lealtad partidista ni con la popularidad en redes sociales. Necesitamos profesionales de la política, con formación, carácter y sensibilidad. Personas capaces de entender que su papel es servir al pueblo, no alimentar sus propias frustraciones o aspiraciones personales. La política exige temple, no berrinche.
Gobernar no es tuitear ni subir videos a Instagram o TikTok. Gobernar es cuidar el lenguaje, los tiempos, los vínculos, siempre con el objetivo de lograr desarrollo económico, justicia social y estabilidad. La soberanía y el bienestar no se construyen desde la confrontación banal, sino desde la inteligencia política y la serenidad. No necesitamos más políticos en campaña permanente.
El momento que atraviesa el país y el mundo en general, exige, más que nunca, profesionalismo, preparación y madurez. Todo lo demás es ruido. Y el ruido, cuando se convierte en política de Estado, termina convirtiéndose en una amenaza para todos. Menos ligereza de palabras y más peso a los argumentos.
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