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CULTURA

De la cosmetología al arte: Cómo Silvia Murillo encontró su pasión y vocación en el bronce

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Por Gabriel Ibarra Bourjac //

En la casa de la escultora Silvia Murillo Reding, se respira arte. Entre piezas de plastilina, cera y bronce, Silvia, con una sonrisa que destila pasión, comparte la historia de cómo, contra todo pronóstico, encontró su vocación en la escultura.

Lo que comenzó como una visita casual a un taller se convirtió en una aventura que transformó su vida, demostrando que el arte no conoce edades ni límites.

Un despertar tardío en el taller de Juan Méndez

Hace apenas trece años, Silvia cruzó el umbral del taller del maestro Juan Méndez, un escultor autodidacta conocido por obras como la Madre Patria y el Colón. Lo que ella describe como un “cementerio de esculturas” —moldes, figuras a medio tallar, el olor a plastilina y polvo— la envolvió como un hechizo. Había llegado para promover un proyecto, pero las herramientas y las formas la capturaron. “Ahí se plantó la semillita”, recuerda, sus ojos brillando. Ese día, el arte la llamó, y ella, sin saberlo, respondió.

Antes de ese encuentro, Silvia había coqueteado con el arte, pero no con la escultura. A los 15 años, pintaba y creaba cuadros de marquetería, una técnica decorativa que aplicaba a muebles y que, aunque efímera en su registro, le valió elogios. Llevó a su madre a clases de pintura para distraerla, pero terminó ella misma tomando el pincel. “La gente veía mis cuadros y preguntaba de quién eran. Yo decía ‘míos’, y no lo creían”, cuenta con una risa. Sin embargo, un terapeuta, al que llama su “gurú”, le dio un vuelco a su destino: “Lo tuyo no es la pintura, es la escultura”. Tres años después, esas palabras la llevaron al taller de Méndez.

El maestro, con su estilo rústico, no le dio clases formales. “Haz un huevo”, le dijo, entregándole una barra de plastilina. Luego, con una hoja, le mostró las proporciones de un rostro y la dejó sola. “Como puedas”, fue su única instrucción. Aquel desafío, burdo, pero liberador, despertó en Silvia una confianza inesperada. “Me di cuenta de que podía hacerlo”, dice, evocando cómo experimentó con herramientas, texturas y sus propias manos, guiada por un instinto que no sabía que tenía.

De la cosmetología al arte

La escultura llegó tarde, pero Silvia no era ajena al trabajo manual. Durante 25 años fue cosmetóloga, una profesión que perfeccionó con dedicación y que le dio un conocimiento intuitivo de la anatomía humana. “Eso me ayudó a modelar”, explica.

Sus primeros torsos, creados en un fin de semana febril, sorprendieron al mismo maestro Méndez. “No pude parar”, confiesa, recordando cómo la plastilina cedía bajo sus dedos, como si siempre hubiera estado destinada a darles forma.

Antes de la escultura, Silvia exploró el multinivel, construyendo una red de más de 3,000 personas en cuatro años y generando ingresos significativos. “Era agotador, pero aprendí a liderar”, dice. Aunque planeaba lanzar su propio multinivel, el arte la sedujo con una fuerza mayor. “Me permitía expresarme, sacar lo que llevaba dentro”, reflexiona. La pintura, que alguna vez fue un pasatiempo, palideció ante la escultura, que se convirtió en su lenguaje. “Me eché un clavado y no pude parar”, admite, describiendo cómo el arte la atrapó, relegando sus otras facetas.

Un proceso creativo:

Sueños, anatomía y movimiento

El proceso de Silvia es tan vibrante como sus obras. Trabaja simultáneamente en hasta siete piezas, saltando de una a otra como un músico que toca múltiples instrumentos en una orquesta. “Me aburro si me quedo en una”, confiesa. Sus materiales —plastilina, cera con parafina— se transforman en figuras que destilan movimiento, un sello de su estilo. “Quiero que el material no se sienta rígido”, explica, señalando torsos, máscaras y figuras que parecen danzar.

La anatomía es su obsesión. Sus años como cosmetóloga le dieron una base, pero su estudio profundo de proporciones y musculatura ha elevado su trabajo. “Cuando me metí a estudiar anatomía, mi obra cambió”, dice. Sus piezas, como Los Amorosos, destinadas a un hotel en Puerto Vallarta, o Cazando Historias, nacida en la pandemia, reflejan esta precisión. La primera, dos figuras entrelazadas en un abrazo, captura la intimidad humana; la segunda, una bailarina sostenida por una mano que representa la madre naturaleza, habla del tiempo y la fragilidad tras el COVID.

Muchas de sus ideas nacen en sueños. “Me duermo pensando en una pieza y despierto con la solución”, revela. Así surgió El Viajero, una serie de gorditos con mochilas que simbolizan el equipaje de la vida, con alas que evocan ángeles guardianes y elementos como barcos de papel o patines que representan el viaje existencial. Otra serie, más surrealista, incluye máscaras y figuras como el Ave Fénix, que corta y transforma para añadir vacíos, un concepto inspirado en la vacuidad budista: “Ver lo que no se ve”.

Obras que cuentan historias:

De El Filósofo a Resurgir

La primera obra de Silvia, El Filósofo, fundida en bronce, marcó un hito. Vendida el mismo día que la presentó, le provocó una mezcla de orgullo y dolor. “No quería soltarla, era parte de mí”, admite. Sin embargo, el consejo de su fundidor —“Haz otra”— la liberó. Desde entonces, ha creado más de cien piezas, casi todas únicas, aunque planea series como Los Viajeros y máscaras de gran formato. Su obra Resurgir, exhibida en la Ruta Escultórica de Guadalajara, es una de sus favoritas. Un torso que invita a la introspección, habla de descubrir el potencial oculto, un reflejo de su propia reinvención.

Otras piezas, como Acariciando el Amor o Charlando con el Futuro, revelan su inspiración en la filosofía budista y su amor por la música y los caballos. “Me gusta la yegua árabe por su cara fina”, dice, mostrando un caballo con líneas fluidas. Cazando Historias, con su bailarina y mariposas, captura la efervescencia del amor, mientras Suspiro Creativo y El Titiritero exploran la fantasía y el control. Cada obra es un relato, un pedazo de su alma tallado en materia.

Exposiciones y el desafío de la visibilidad

Silvia ha presentado unas diez exposiciones, desde la Casa de la Cultura de Ajijic, donde despuntó durante la pandemia, hasta el Palacio Municipal de Zapopan, Chapala, Jocotepec y la galería Ojos del Tiempo. Una de sus últimas muestras en Ajijic, vendió 12 de 16 piezas únicas, un éxito que la sorprendió. Una galerista neoyorquina, fascinada por sus máscaras, la invitó a exponer en Nueva York y Ajijic, pero Silvia, aún novata, no dio seguimiento. “Estaba enfocada en producir”, explica.

Aunque su obra se vende rápido —promedia cuatro piezas al mes—, Silvia admite que no vive exclusivamente de la escultura. Reinvierte todo en materiales y producción, tratando su arte como una pequeña empresa. Sin embargo, su presencia en redes sociales, como Instagram, es limitada. “No soy de redes, pero estoy aprendiendo a promoverme”, dice, consciente de que la visibilidad es clave para crecer. Su meta es completar las series de Los Viajeros y máscaras, y sueña con una exposición que reúna sus gorditos, símbolos de la humanidad en movimiento.

La escultora y su legado

Para Silvia, ser escultora es más que un oficio; es una forma de existir. “Me he reinventado muchas veces”, reflexiona, desde la cosmetología hasta el multinivel y ahora el arte. Su versatilidad, su capacidad para disfrutar cada proceso y su valentía para aprender por prueba y error la han llevado lejos. Inspirada por audiolibros, la música, el budismo y las vivencias de su entorno, ve el mundo con ojos de artista, capturando lo invisible en cada vaciado de bronce.

Fascinado por su obra, le pregunto a Silvia qué requiere una escultora además de talento. “Anatomía, paciencia y la capacidad de expresarte”, responde.

Su obra, con su movimiento y simbolismo, no solo adorna espacios como el hotel Villa Lala o el Jardín del Medio, un hotel escultórico; también invita a reflexionar sobre la vida, el amor y el tiempo. “El arte es mi manera de hablar”, dice, mientras muestra un armadillo o una máscara, cada pieza, un testimonio de su profundidad.

Cuando me despido, llevo conmigo un pequeño torso, un regalo de Silvia. Pero el verdadero regalo es haber conocido a una mujer que, a los 49 años, demuestra que el arte puede surgir en cualquier momento, transformando no solo la materia, sino la vida misma. Silvia Murillo Reding, con sus manos llenas de cera y sueños, sigue esculpiendo su legado, una obra a la vez.

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CULTURA

Tlaquepaque celebra la edición XLVIII del Premio Nacional de la Cerámica

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-Por Raúl Cantú

En una vibrante ceremonia que reunió a artesanos de todo México, el Centro Cultural “El Refugio” fue el escenario de la edición XLVIII del Premio Nacional de la Cerámica, un evento que celebró la tradición, el talento y el arte popular.

Con un récord de 912 participantes, esta premiación destacó la importancia de la cerámica como patrimonio cultural y económico de México, consolidando a Tlaquepaque como la Villa Alfarera y un referente nacional.

La presidenta municipal, Laura Imelda Pérez Segura, resaltó el valor ancestral de la cerámica, un arte de más de 4,000 años que fusiona tradición prehispánica y técnicas modernas. “En Tlaquepaque, como Pueblo Mágico y centro de la mexicanidad, asumimos la misión de preservar este oficio milenario”, afirmó.

Este año, la bolsa de premios creció un 50% hasta los 2.79 millones de pesos, entregando 36 galardones en categorías como cerámica tradicional, contemporánea, infantil y juvenil, además de reconocimientos por trayectoria.

En esta edición participaron artesanas, artesanos y ceramistas de diferentes estados de la República, como: Estado de México, Jalisco, Tlaxcala, Michoacán, Coahuila, Guerrero, Chihuahua, Aguascalientes, Veracruz, Ciudad de México, entre otros. 

Los premiados fueron los siguientes de acuerdo con cada una de las categorías que a continuación se mencionan:

GALARDÓN NACIONAL DE LA CERÁMICA TRADICIONAL

Martín Hernández Sánchez, originario del Estado de México, con la obra «Una Pequeña Gran Obra». 

 TALENTO INFANTIL

Primer lugar, Fabiana Soteno Jiménez, originaria del Estado de México, con la obra “Muertito y Coleando”; segundo lugar, Abdiel Abdiel Valenzuela Ramos, originario de Coahuila, con la obra “Norteña” y tercer lugar a Erika Guadalupe Zacarías Pascual, originaria de Michoacán, con la obra “Mis Emociones.”

Mención Honorífica Fabrizio Torres Meneses, originario de Tlaxcala, con la obra “Mi Pulquero Tlaxiquero”.

TALENTO JUVENIL

 Primer lugar, Florencia Soteno Jiménez, originaria del Estado de México, con la obra “Recipiente de los Sueños Imperecederos”; segundo lugar, Mane Aranza Delgado Fraire, originaria de Coahuila, con la obra “Juguemos” y tercer lugar, Darío Soteno Esquivel, originario del Estado de México, con la obra “Niños con las Máscaras”.

PREMIOS POR TRAYECTORIA

Premio Ángel Carranza: Gerónimo Ramos Flores, de Tonalá, Jalisco.

Premio Pantaleón Panduro: Saúl Camacho Rodríguez, del Estado de México. 

 CATEGORÍA: ALFARERÍA VIDRIADA SIN PLOMO 

Premio San Pedro Tlaquepaque: Cristian Rodrigo Sebastián Contreras, originario de Michoacán, con la obra «Juego de Té Purépecha».

Premio Jalisco: Antonio Martínez Reyes, originario de Michoacán, con la obra «Olla Punteada Primaveral». Premio Nacional: Marcelo Montoya Vázquez, originario del Estado de México, con la obra «Cazo Decorado». 

 CATEGORÍA: BRUÑIDO TRADICIONAL

Premio San Pedro Tlaquepaque: Carolina Medina Santana, originaria de Michoacán, con la obra «Cántaro Matizado Bruñido». 

CATEGORÍA: VIDRIADO TRADICIONAL

Premio San Pedro Tlaquepaque: Antonia Cerano Gutiérrez, originaria de Michoacán, con la obra “Piña Flor Naciente”.

CATEGORÍA: POLICROMADO TRADICIONAL AL FRÍO

Premio San Pedro Tlaquepaque: Tomasa González Sánchez, originaria de Michoacán, con la obra “California en Llamas (Hollywood)”.

CATEGORÍA: TRADICIONAL ALISADO Y DECORADO EN ENGOBES*

Premio San Pedro Tlaquepaque: Yesenia Lorenzo Camilo, originaria de Guerrero, con la obra “Danza de Chinelos”. 

CATEGORÍA: FIGURA EN ARCILLA

Premio San Pedro Tlaquepaque: Luis Timoteo Vicente Jacobo, originario de Michoacán, con la obra «Cantina el Diablito Feliz». Premio Jalisco: Guadalupe de la Cruz Torres, originaria de Michoacán, con la obra «Velatorio de Monjas Coronadas». Premio Nacional: Gerardo Tena Sandoval, originario de Chihuahua, con la obra «Cuidemos la Fauna».

 

CATEGORÍA: CERÁMICA EN MINIATURA

Premio San Pedro Tlaquepaque: Rolando David Rodríguez Herrera, originario de Aguascalientes, con la obra «Días de Fiesta». Premio Jalisco. Carlos Ignacio Ávalos Ruiz, originario de Michoacán, con la obra «Los Trastecitos de mi Abuela». Premio Nacional. José Adolfo Soto Díaz, originario el Estado de México, con la obra «La Tlanchanita de Metepec».

CERÁMICA NAVIDEÑA

Premio San Pedro Tlaquepaque: Elizabeth Castañeda Escobar, originaria de Veracruz, con la obra «Burrito Sabanero». Premio Jalisco: Miguel Ángel González Mesillas, originario del Estado de México, con la obra «Nacimiento». Premio Nacional. Blanca Jiménez Flores, originaria del Estado de México, con la obra «Buenos Días Jesús». 

CATEGORÍA: ESCULTURA EN CERÁMICA

Mención Honorífica: Carlos Vázquez Macías, originario de Jalisco, con la obra «Hijos de Maíz» y Manuel Alejandro Romo Razón, originario de Jalisco, con la obra «Gallito de Verano». Premio San Pedro Tlaquepaque: Marina Santana González, originaria de Jalisco, con la obra «Santanaceramica@gmail.com«. Premio Jalisco: Ángel Martín Álvarez Rivera, originario de la Ciudad de México, con la obra «Ello, Yo y Super Yo». Premio Nacional: José Miguel Quisberth León, originario de la Ciudad, con la obra «Imaginari». 

CATEGORÍA: CERÁMICA CONTEMPORÁNEA

Premio San Pedro Tlaquepaque: Emmanuel Abelardo Zavala Flores, originario de Veracruz, con la obra “Modernidad Efímera”. Premio Jalisco, Brian Gregorio Corres Hernández, originario de Oaxaca, con la obra “Polilla”. Premio Nacional. Constanza López Caparros Íñiguez, originaria de Veracruz, con la obra “Manglar”.  

CATEGORÍA: CERÁMICA TRADICIONAL

Premio Jalisco: Esperanza Felipe Mulato, originaria de Michoacán, con la obra «Fiesta de San Pedro y San Pablo». Premio Nacional. Alfredo Felipe Rivera, originario de Michoacán, con la obra “Alfarería”. 

En el evento estuvieron presentes el secretario de Cultura del Estado de Jalisco, Luis Gerardo Ascencio en representación del gobernador Pablo Lemus Navarro y David Gallegos Soto, director general del Patronato Nacional de la Cerámica.

Para todos los interesados en adquirir alguna de las piezas concursantes, el Centro Cultural “El Refugio” cuenta con un espacio para la exposición y venta de las artesanías participantes, mismo que estará abierto al público hasta el 03 de agosto de 9:00 a 18:00 horas.

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CULTURA

Disruptivo y revolucionario: 97 años de Kubrick, el cine como arte total

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-Conciencia en la Cultura, por Luis Ignacio Arias

Hay muchas formas de definir a Stanley Kubrick: perfeccionista, visionario, innovador, provocador, exigente, obsesivo, críptico, inmoral, y la lista sigue. Lo cierto es que se trata de un cineasta que revolucionó el lenguaje cinematográfico; a 97 años de su nacimiento, esta es una mirada al legado de Stanley Kubrick.

Nació el 26 de julio de 1928. Nunca se destacó en la escuela, fue un mal alumno, pero buen estudiante, es decir, no rendía en los planes académicos, pero sí al estudiar por su cuenta. Aprendió sobre fotografía, la cual era un pasatiempo fomentado por su padre, y gracias a ello entró a trabajar como fotógrafo, después de no haber podido ingresar a la universidad.

Kubrick, al igual que Quentin Tarantino o el mexicano Guillermo González Iñárritu, es otro de esos casos de cineastas que no han estudiado cine; sin embargo, alcanzaron la fama y el reconocimiento de la industria.

Realizó su primer corto-documental con 4 mil dólares, siendo que en esa época el costo promedio era de 40 mil. El corto muestra la rutina de un boxeador el día de su pelea. En 1953 estrenó su primer largometraje, Fear and desire; años después, ya con un nombre ganado, Kubrick compró todas las copias que encontró con la esperanza de que nadie más la viera.

Le siguieron El beso del asesino, The killing, Paths of Glory y Espartaco, la película que lo estableció definitivamente en Hollywood y a partir de la cual Kubrick decidió tomar el control absoluto de sus siguientes producciones, ya que las intromisiones de los productores y las constantes discusiones con el protagonista dieron como resultado una película que fue nominada a 6 premios Óscar, ganando 4, pero que dejó al director insatisfecho y frustrado con la filmación y el resultado.

Su siguiente proyecto, Lolita (1962), basada en la novela de Nabokov, Kubrick da muestras de su talento para hacer adaptaciones cinematográficas. Se trata de una novela cargada de sexo y temas tabú, en la cual un hombre se enamora de una niña de 12 años; para poder estar cerca de ella, se casa con la madre.

La película es el ejemplo de cómo llevar un tema literario al cine, toma los elementos visuales de la novela y los pone en pantalla, mientras que toda la atmósfera, las emociones, deseos y todo aquello que está en la novela pero que no puede mostrarse en pantalla lo adapta, lo transforma en planos, objetos, miradas, gestos, música y todos los elementos que le dan vida al cine.

La naranja mecánica (1971) es otra adaptación de Kubrick. La novela, escrita por Anthony Burgess, presenta la vida de Alex DeLarge, un adolescente que ama la violencia, el crimen y la música de Beethoven. El trabajo de Kubrick desde el primer plano hasta el último le ha valido el reconocimiento de toda la industria y para algunos es la mejor de sus películas.

Desde la selección de la música, el vestuario, pero sobre todo el uso de la cámara para mostrar el mundo ante el cual Alex se revela, deja clara la habilidad del director para presentar y transmitir las emociones y conflictos más complejos del ser humano.

No se trata de un adolescente en busca de su identidad enfrentando una sociedad que lo reprime, sino de alguien que en verdad disfruta creando el caos, rompiendo las normas que buscan preservar la convivencia. Alex es enemigo de la sociedad, de las relaciones personales, de todo lo que no sea Alex.

Película y novela tienen finales diferentes, el cineasta cierra la historia en el momento preciso, mientras que el final de Anthony Burgess cae en lo convencional. De eso se trata la adaptación, no de replicar el material original, sino de darle una visión personal de acuerdo con el medio en que se esté trabajando. Esto lo hace de manera extraordinaria Kubrick en El resplandor (1980) adaptación de la novela de Stephen King, quien, a diferencia de Burgess, odió la película.

Stanley toma como inspiración la novela y desarrolla su propia historia, cambia al protagonista, el rol del amigo imaginario, modifica escenarios y crea una de las mejores películas de terror.

La secuencia inicial, mientras se muestran los créditos, vemos un auto en una autopista a través de las montañas, desconocemos quién va en el auto, a dónde se dirige y por qué, pero la presentación es totalmente cinematográfica, ver viajar el auto por más de dos minutos sitúan al espectador en lo aislado y lejano que está el hotel del resto del mundo, una vez atrapado ahí nadie podrá venir a salvarlos.

Todos los cambios realizados a su obra molestaron a Stephen King, quien siempre ha mostrado su desagrado hacia la película; por ello, en 1997 se estrenó una miniserie televisiva donde el novelista supervisó que todo fuera lo más fiel posible tanto a la novela como a su visión de El resplandor. El resultado: un ritmo narrativo lento y redundante, poco impacto visual, ambigüedad en el uso de simbolismos, etc.

2001: Una Odisea del espacio (1968) es una ópera espacial cargada de filosofía y símbolos; la película profundiza en la esencia de ese ser humano y su relación con la tecnología o la IA. La famosa escena del hueso con transición a la nave espacial, el monolito, el niño estelar, son algunos de los elementos que invitan al espectador a la reflexión.

Stanley Kubrick incursionó con éxito en diferentes géneros: 4 bélicas, 2 policiacas, 2 de ciencia ficción, 2 dramas de época, 2 eróticas y 1 de terror. Como muestra de su talento, en cada una de ellas dejó elementos que son influencia para las siguientes generaciones de cineastas.

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CULTURA

Tastoanes, fiesta espectacular en Zapopan y Tonalá

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-Por Mario Ávila 

La tradicional Fiesta de los Tastoanes, una tradición cultural y religiosa arraigada en varios municipios de Jalisco, se vive de manera especial y espectacular en los municipios de Tonalá y Zapopan, en el marco de la celebración del día de Santo Santiago Apóstol, cada 25 de julio.

La palabra «Tastoan» proviene del náhuatl tlatoani, que significa «señor» o «gobernante» . La danza de los Tastoanes rememora las batallas entre los indígenas caxcanes y los conquistadores españoles durante la Guerra del Mixtón en el siglo XVI, especialmente en el Cerro del Mixtón, ubicado en lo que hoy es Zacatecas .

Con ella se conmemora la resistencia de los pueblos indígenas contra la conquista española; una fiesta de tradición que involucra danzas, máscaras y trajes elaborados, así como música y cantos, representando la batalla entre los indígenas y los conquistadores, donde los Tastoanes simbolizan a los guerreros indígenas y Santo Santiago, al conquistador español.

Las máscaras de los danzantes incluyen elementos como colmillos y representaciones de enfermedades traídas por los españoles, como la viruela

Concretamente, la fiesta colorida de bailes, lucha aparente y latigazos que resuenan contra el piso con furia se vive en el Cerro de la Reina, en el municipio de Tonalá; mientras que en el caso de Zapopan, la festividad se vive con mucha pasión en las comunidades de Tesistán, San Juan Ocotán y Nextipac.

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