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OPINIÓN

Laberinto presidencial

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Opinión, por Luis Manuel Robles Naya //

El mes de abril parece que será el punto de inflexión del gobierno del presidente López Obrador. Los resultados del proceso de revocación de mandato convertido en una fatua e innecesaria ratificación, más el fracaso de la reforma energética propuesta, lo están llevando a doblar la apuesta para asegurar una mayoría electoral que les permita conservar el poder.

Convencido de que no podrá modificar el texto constitucional en ningún aspecto, debido principalmente a su inquina con los adversarios y su negativa a dialogar y consensar, estirará al máximo la mayoría simple que tiene su partido en el Congreso para modificar leyes secundarias que refuercen la narrativa que le permita seguir siendo popular y presumir respaldo a su gobierno.

El reciente ejercicio de revocación de mandato, hizo evidente que ese respaldo ha decrecido y que aun con la utilización de los recursos del Estado, la mayoría que lo llevó al poder está disminuida. La cantidad de votos a favor de la ratificación, (15 millones 159 mil), es mucho menor que la votación obtenida por los partidos de oposición en la elección de 2021 (19 millones 477 mil) y no superó la votación que su partido obtuvo en ese mismo proceso (16 millones 759 mil). Para 2024, conservar sus alianzas será prioritario y sobre todo, mantener la retórica que lo mantiene con la popularidad en alto si desea transmitir el poder a uno de sus seguidores.

El presidente se equivoca, al pretender que la mayoría de los mexicanos apoyan su proyecto transformador. Se aprovechó del vacío de representación que sufre el ciudadano para emerger como un catalizador y un representante de las clases populares, (no lo llamemos populista por eso, sino por su retórica y su falsa imagen de humildad y sencillez) y asume hoy, que su popularidad hace legítimas incluso acciones ilegales.

A la luz del proceso revocatorio, el presidente ha dilapidado el bono democrático con el que llegó. Empeñado en enfrentamientos estériles, apoyándose en criterios de colaboradores seniles, nostálgicos de un pasado que tampoco fue mejor, ha convertido su gobierno en una manifestación ideológica regresiva y su administración en la concentración absoluta de las decisiones en la figura presidencial.

Con un sector empresarial amedrentado e indeciso, con los militares mediatizados, redoblará la apuesta en la intención de continuar con la colonización del INE, perfilando por sus actitudes previas y posteriores al revocatorio, que leyes e instituciones le son insustanciales si de conservar el poder se trata.

El sistema democrático que hemos construido está demostrando una resiliencia a prueba de populismos y control de masas e incluso de desplantes autoritarios y dictatoriales sin embargo, el asedio habrá de continuar.

El presidente sigue anclado en la lucha electoral, en la dominación del adversario y en el afianzamiento del poder, y habrá de ser protagonista en el proceso electoral, aun sin estar en la boleta. Le urge transferir la popularidad al ungido pues ninguno de los probables tiene luz propia.

Es una lástima que, como se dijo, se haya desperdiciado el bono democrático y el proyecto gubernamental de desarrollo y de gobierno, parezca hecho por el dirigente de un partido, no por el presidente de la república y que en consecuencia tenga que heredar un país en peores condiciones que como lo recibió.

La caótica forma de llevar la administración ha creado un laberinto del que no puede salir bien librado. No obstante que las cifras macroeconómica aún son saludables, las finanzas públicas se encuentran sumamente presionadas y sus obras insignia no arrojarán ninguna cifra positiva durante su mandato; el AIFA no tendrá los millones de usuarios y cientos de vuelos, el tren maya no moverá a miles de turistas ni los miles de tonelada de mercancía, el ferrocarril transístmico no generará los parques industriales que pretende ni enlazará los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos porque estos puertos tampoco estarán listos para eso, y no será porque los “conservadores” pongan trabas, sino por falta de planeación estratégica y operativa, pero sobre todo, porque las buenas obras y el buen gobierno no se llevan con las ocurrencias.

La proximidad del fin del mandato obliga a encontrar una salida aceptable del laberinto que ha creado, sin embargo, no se percibe un cambio positivo y sí un endurecimiento gubernamental ya no solo en la retórica y en el discurso, sino en actitudes y hechos que demuestran poco respeto por la vida institucional.

Para los meses por venir, la prioridad será conservar el poder. La concentración que de él se ha hecho en la figura presidencial, lo ha llevado a encerrarse en su propio laberinto, en el que la única salida exitosa radica en una sucesión favorable.

Para ello, es imprescindible continuar con la retórica del nacionalismo y la rivalidad de clases porque lo urgente será mantener la clientela electoral. No es factible que logre apropiarse del todo de las instituciones electorales, como pretende, pero sí podrá colonizar al organismo y es previsible que en esas condiciones, la oposición tenga que enfrentar una elección de estado y serían muy miopes o ingenuos de no entenderlo así.

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CARTÓN POLÍTICO

Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos

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NACIONALES

Buscan cubrir a AMLO en actos de corrupción

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– De Primera Mano, por Francisco Javier Ruiz Quirrín

UNA DE LAS evidencias de que el sistema político del México de nuestros días es parecido al PRI hegemónico de hace 50 años es el combate a la corrupción de acuerdo a intereses políticos del grupo en el poder, con una gran diferencia ahora: Los funcionarios de primer nivel son intocables.

No hubo un solo presidente de la república de aquel viejo PRI, que no impusiera su voluntad y enviara un mensaje a la clase política de que había un nuevo líder en Los Pinos. Las demostraciones incluían cárcel para figuras de alto nivel. Así, estuvieron tras las rejas el senador Jorge Díaz Serrano, director de PEMEX, con el presidente José López Portillo, varios gobernadores y hasta un hermano del presidente Carlos Salinas, Raúl.

A partir del año 2018, el hombre que tuvo como lema de campaña presidencial el ataque a la corrupción, Andrés Manuel López Obrador, en los hechos cubrió a los corruptos de primerísimo nivel.

Solo dos botones de muestra: Ignacio Ovalle Fernández, director de SEGALMEX, y Manuel Bartlett Díaz, director de la Comisión Federal de Electricidad. Aplicó la máxima de Benito Juárez: “A los amigos, perdón y gracia; a los enemigos, la ley a secas”.

Entre los enemigos actuó contra Emilio Lozoya, director de PEMEX con el presidente Peña Nieto, acusado de haber recibido sobornos de una empresa petrolera del Brasil, pero al final del día su gobierno acordó y el acusado está en casa.

El cinismo de AMLO incluyó su admisión de la existencia de corrupción en Segalmex, cuyo desfalco rebasó los 15 mil millones de pesos, pero justificó a Ovalle diciendo que este último “había sido engañado por sus subalternos”.

Increíble lo anterior, sobre todo para quien, durante una “mañanera” del año 2019, aseguraba que no hay persona mejor informada que el presidente de la república y que si había corrupción entre los funcionarios, “era porque el jefe, el presidente, estaba enterado”.

En los días que vivimos, el caso del “huachicol fiscal” operado por altos mandos de la Marina Armada de México nos pone sobre la mesa la enorme probabilidad de que no solo el general secretario del ramo con López Obrador, sino también este último, pudieran haber sido enterados y haber permitido el enorme peculado.

Imposible no reparar en las declaraciones del titular de la Fiscalía General de la República, Alejandro Gertz Manero, quien el pasado domingo declaró que Rafael Ojeda Durán, titular de la Marina en el sexenio obradorista, había denunciado “problemas” y que por ese motivo la Fiscalía General de la República se había adentrado en la investigación que hoy tiene por resultado la persecución de cuando menos 200 personas, entre militares, servidores públicos y empresarios.

Los hechos sobre tal ilícito empezaron a trascender a los altos mandos militares cuando Rubén Guerrero Alcántar, vicealmirante y exdirectivo de una aduana en Tamaulipas, redactó una carta que llegó a manos del general secretario Ojeda Durán, en la que señalaba directamente a Manuel Roberto y Fernando Farías Laguna, de encabezar una red de “huachicoleo fiscal”.

Los hermanos Farías, originarios de Guaymas, Sonora, son sobrinos de Ojeda Durán. Guerrero Alcántar fue asesinado el 8 de noviembre del 2024 en Manzanillo, Colima. El volcán de corrupción denunciado hizo erupción al descubrirse un buque con diez millones de litros de combustible introducido sin pagar impuestos en Tampico, Tamaulipas, el pasado mes de mayo, seguido de otros descubrimientos similares en Ensenada, Baja California, y el trascendido de que ese combustible había tocado la bahía de Guaymas en Sonora.

En sus declaraciones sobre el tema, Gertz Manero subrayó que cuando el general secretario Ojeda denunció “problemas en la Marina”, lo hizo en términos generales sin hacer referencia a sus sobrinos. A su lado, en esa conferencia de prensa del pasado domingo, el titular de seguridad pública, Omar García Harfuch, dijo que no se podía condenar a toda una institución por los errores cometidos por algunos de sus integrantes.

Horas después, en su “mañanera”, la presidenta Claudia Sheinbaum refrendó la defensa. Para el general exsecretario, recordando que lo importante era la investigación y, sobre todo, las pruebas para demostrar los dichos.

La lógica indica una posibilidad de involucrar a Rafael Ojeda Durán en el escándalo mayúsculo de los hermanos Farías Laguna y otros implicados; golpearía directamente la humanidad de López Obrador.

Es mucho más conveniente enviar el mensaje de ataque a la corrupción, aprehendiendo y enjuiciando a “peces menores”. Ahí se registra una diferencia con el pasado reciente.

Durante el sexenio 2018-2024 se cubrió la corrupción en vez de combatirla. En este sexenio de la presidenta Sheinbaum sí se está combatiendo la corrupción pero cuidando la imagen de quien ahora vive en Palenque.

Lo anterior significa la imposibilidad de señalar y encarcelar a un exsecretario en cualquiera de sus ramos.

Para el lado oficial, resultan muy lejanas y “casi en el olvido” aquellas palabras de AMLO en una de sus “mañaneras” del año 2019: “El presidente de México está enterado de todo lo que sucede y de las tranzas grandes que se llevan a cabo”.

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JALISCO

¿Legalidad? pero sin integridad

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– Opinión, por Gabriel Torres Espinoza

¿Por qué se critica tanto al Tribunal de Justicia Administrativa (TJA)? Porque se ha transformado en fábrica de sentencias “ajustadas a derecho”, ¡pero profundamente injustas! Asisten al ‘indebido proceso’ y ceden al “daño patrimonial” causado por los ‘desarrolladores’.

Los derechos colectivos —aire limpio, agua, movilidad, biodiversidad— se reducen a bienes menores, sacrificables en nombre de una supuesta certeza jurídica para el ‘inversionista’.

Lo que la Corte Interamericana de Derechos Humanos recordó es que tienen la obligación jurídica de prevenir, mitigar y remediar daños ambientales por su impacto directo en los derechos humanos.

Bajo esa luz, cada fallo del TJA que antepone la rentabilidad de un fraccionamiento sobre la preservación de un bosque o de un área natural protegida, no es solo un despropósito local, sino una violación a compromisos internacionales y a los derechos fundamentales de la ciudadanía.

La prensa ha documentado el incremento de litigios contra la planeación urbana, hasta el punto de que este Tribunal se tornó en el espacio donde los corruptores desfilan a desmontar planes de desarrollo, debilitando la ordenación del territorio con fachada de legalidad. Se trata de un tribunal que privilegia la letra procesal, sobre el sentido integral de la planeación. Lo que se produce es una ciudad fragmentada, desigual, en la que cada vez es más difícil trasladarse y vivir.

La responsabilidad social de este Tribunal es mayor, pues el TJA es la última instancia. Las decisiones que dicta son definitivas y obligatorias. Sus resoluciones no pueden recurrirse, y sus magistrados no rinden cuentas a nadie. Allí donde se concentra el poder de decidir el futuro urbano, se concentra también la tentación de la corrupción.

Por eso el TJA no solo refleja, sino que encarna hoy el mayor riesgo estructural para el derecho a la ciudad y al medio ambiente, porque cada vez que dicta una sentencia que habilita lo prohibido, que desprotege los recursos naturales, destruye algo más que territorio; destruye la confianza en la idea misma de justicia. Su propia legitimidad social.

Los jueces no deben limitarse a aplicar reglas, sino decidir con base en principios que aseguren el bien superior a la ciudad. La legalidad, sin integridad, degrada la justicia. Básicamente, porque transforma el tribunal en una coraza de impunidad.

En este órgano jurisdiccional, hemos visto cómo se ha vuelto norma la confusión entre legalidad procedimental y justicia, con resoluciones fundadas y motivadas en lo formal, pero que producen resultados injustos y muy lesivos para la sociedad.

Sentencias “apegadas a derecho” que, sin embargo, devastan áreas naturales, desmantelan planes urbanos, causan más colapso vial y profundizan la desigualdad. No perdamos de vista que esa sociedad, la que sufre las consecuencias, es justamente la que dotó a estos magistrados de su investidura, y a la que debieran rendir cuentas, a través de los poderes constituidos de Jalisco.

La diferencia entre un tribunal de justicia y uno de derecho se vuelve aquí fundamental. El primero busca armonizar la norma con el desarrollo sustentable de la ciudad; el segundo la aplica sin importar que destruya bosques, colapse vialidades o afecte a comunidades enteras.

El primero protege a la ciudad; el segundo protege contratos y escrituras privadas. El primero es garante de ciudadanía; el segundo, como en Jalisco, es agente de plusvalía y el principal agente corruptor contra el ordenamiento territorial.

A la luz de las actuaciones del TJA, surge hoy una pregunta colectiva, inevitable y perturbadora: ¿Cuál es la utilidad social de un tribunal del que debemos defendernos todos para poder preservar la ciudad? Si el órgano llamado a garantizar justicia es el principal mecanismo de despojo legalizado; si en lugar de proteger a la colectividad protege a los desarrolladores; si en vez de equilibrar el interés privado con el bien común se ha dedicado a corroerlo, entonces su existencia no responde al poder público, sino a los negocios que lo corrompen.

Un tribunal así no es garante de derechos, ni de justicia administrativa; sino una auténtica amenaza permanente contra ellos, misma que estaríamos obligados a enfrentar como sociedad, y desde el gobierno.

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