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MUNDO

Tecnología aplicada masivamente: Los espías celestes de hoy, la CIA a México y China al mundo

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Política Global, por Jorge López Portillo Basave //

Para variar estamos en los temas de las superpotencias. Con la nueva de que México dice que no permitirá que nos espíen los de la CIA. ¿Cuándo se ha necesitado permiso? Al menos expreso… bueno, el asunto es que, mientras nosotros nos enredamos con los aviones que los militares y la agencia de inteligencia de EUA han enviado para espiar a nuestros carteles, China da a conocer que ha logrado probar con éxito una nueva tecnología que permite captar imágenes de menos de dos milímetros de ancho con una precisión de 15 mm a una distancia de más de 100 km.

Así es. Se dio a conocer que se probó una nueva cámara con visión láser que, con 130 watts de potencia, podía no solo ver detalles de satélites vecinos, sino hasta los números de serie escritos en ellos. Con esto la ciencia de China parece estar presumiendo una vez más que cuenta con la tecnología suficiente para empatar y hasta pasar a EUA. Hace un par de semanas se presentó Deep Seek la nueva AI de origen chino que sorprendió por su agilidad y capacidades, y ahora esto.

Como lo hemos dicho antes. Mientras las potencias de occidente se pelean por los pronombres y la migración, China les está comiendo el pastel. Da igual que las democracias como Alemania abran las puertas a musulmanes por millones para no ser llamados racistas o que EUA trate de deportar a los más de 12 o tal vez 20 millones de inmigrantes indocumentados que entraron por sus porosas fronteras tan solo en los últimos 4 años.

Si Occidente no pone orden y se pone las pilas, tal vez a nosotros nos toque ver la llegada al poder de una nueva superpotencia. Hace 8 años vengo sugiriendo que nuestras nuevas generaciones aprendan mandarín, pero hoy sugiero que, al menos, comprendan lo que será vivir lejos de la superpotencia. Porque ser vecino del rico tiene sus desgracias, pero también sus ventajas.

La velocidad con la que las tecnologías modernas se aplican para ser utilizadas de manera masiva nos permite advertir que en unos años veremos super satélites espías con la capacidad de ver nuestra cara y hasta nuestra cartera cuando pagamos un café.

La detección de personas en el mundo por medio del reconocimiento facial es cosa de unos años. Pongamos en conjunto esos supersatélites con la inteligencia artificial y ahora sí ya nada será oculto. Bueno, nada para los que dominen esa tecnología.

La distancia de 100 km de altura es importante porque es la mínima de operación de un satélite espacial LEO (Low Earth Orbit, por sus siglas en inglés). Normalmente los ponen a operar a 160 km, pero los 100 son la altura mínima. De todas formas, los aviones espía o de ataque no tripulados vuelan a unos 2 km de altura y un avión comercial a unos 15 km de altitud. Así las cosas, este equipo se puede montar en aviones o satélites con una capacidad aún inimaginable de espionaje.

Como se dijo, hoy en día los aviones viajan de 10 a 15 km de altitud, pero no solo para aviones servirán estas tecnologías, sino para micro-cámaras en todo tipo de equipos, desde cámaras de policía hasta cámaras espía en relojes celulares y, claro, cualquier avión comercial que con sistema de video pueda captar desde lo alto detalles como en las películas de ciencia ficción.

En unos años, cuando haya otra pandemia y las leyes supra nacionales se hayan aprobado, una orden desde Beijing o Bruselas podrá ser verificada desde el espacio con o sin su conocimiento. Por lo mientras, los que hacen como que combaten al crimen pueden seguir impunes, pero en un futuro todo se podrá ver desde el cielo y no me refiero al Cielo Eterno, sino al mundano cielo que será el capelo de cristal estelar desde donde el poder central de la nueva superpotencia nos vigile.

Ya sé que suena extremo, pero hace 30 años nunca se imaginaba que habría encierros obligatorios en Occidente ni que habría celulares con videocámaras del tamaño de una caja de cerillos.

Mientras, aquí en nuestra tierra veamos qué sucede, si los EUA nos atacan o si nuestros carteles sobreviven. De menos habrá unas tomas de súper lujo porque no creo que la negativa presidencial sea real. Pero si van a usar esas cámaras y aviones espía podrían de paso ver cómo se cruzan y adentran en su país con la ayuda de policías y empresarios los cargamentos de mercancías y personas.

También podrían ayudarnos publicando en tiempo real el tráfico de armas de Estados Unidos a México. Imagine una cuenta de X o de TikTok en la que pudiéramos ver en tiempo real cuando una organización criminal pasa drogas y personas y regresa cash o armas. ¡Eso sí que sería pay-per-view!

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Edición 807: Magistrada Fanny Jiménez revoca rechazo de pruebas y defiende Bosque de Los Colomos

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Tolerancia en tiempos de algoritmos

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– Opinión, por Miguel Anaya

¿Qué significa ser conservador en 2025? La etiqueta, lejos de significar a una persona o grupo de ellas, aglutinadas en torno a la Biblia o valores cristianos, se ha vuelto un acto de rebeldía. El conservadurismo pareciera significar a una nueva minoría (o una mayoría silenciosa) que enfrenta un prejuicio constante en redes sociales.

En sociedades donde la corrección política dicta el guion, ser conservador implica defender valores tradicionales —para algunos valores anacrónicos— en medio de un mar de redefiniciones. La sociedad dio un giro de 180 grados en tan solo 20 años y aquellos que señalaban hace dos décadas, hoy son señalados.

¿Y ser liberal? El liberalismo que alguna vez defendió la libertad frente al Estado hoy se ha transformado en progresismo militante: proclamar diversidad, reivindicar minorías, expandir derechos. Noble causa, sin duda.

El problema comienza cuando esa nobleza se convierte en absolutismo y se traduce en expulsar, callar o cancelar a quien no repite las consignas del día. El liberal de hoy se proclama abierto, pero con frecuencia cierra la puerta al que discrepa. Preocupante.

He aquí la contradicción más notable de nuestro tiempo: vivimos en sociedades que presumen de “abiertas”, pero que a menudo resultan cerradas a todo lo que incomoda. Lo que antes era normal hoy puede costar reputación, trabajo o, en casos extremos, la vida. Hemos reemplazado la pluralidad por trincheras y el desacuerdo por el linchamiento mediático (“funar” para la generación Z).

La polarización actual funciona como un espejo roto: cada bando mira su fragmento y cree que posee toda la verdad. Los conservadores se refugian en la nostalgia de un mundo que quizá nunca existió, mientras que los liberales se instalan en la fantasía de que el futuro puede aceptar todo, sin limitantes.

Ambos lados olvidan lo esencial: que quien piensa distinto no es un enemigo para destruir, sino un ciudadano con derecho a opinar, a discernir y, por qué no, a equivocarse humanamente.

La violencia y la polarización que vivimos, no son fenómenos espontáneos. Son herramientas. Benefician a ciertas cúpulas que viven de dividir, a las plataformas digitales que lucran con cada insulto convertido en tema del momento.

El odio es rentable; la empatía, en cambio, apenas genera clics. Por eso, mientras unos gritan que Occidente se derrumba por culpa de la “ideología woke”, otros insisten en que el verdadero peligro son los “fascistas del siglo XXI”. Y en el ruido de esas etiquetas, el diálogo desaparece.

Lo más preocupante es que ambos discursos se han vuelto autorreferenciales, encerrados en su propia lógica. El conservador que clama por libertad de expresión se indigna si un artista satiriza sus valores; el liberal que defiende la diversidad se escandaliza si alguien cuestiona sus banderas.

Todos piden tolerancia, pero solo para lo propio. Lo vemos en el Senado, en el país vecino, tras el triste homicidio de Charlie Kirk y hasta en los hechos recientes en la Universidad de Guadalajara.

En buena medida, este mal viene precedido de la herramienta tecnológica que elimina todo el contenido que no nos gusta para darnos a consumir, solo aquello con lo que coincidimos: EL ALGORITMO.

El algoritmo nos muestra un mundo que coincide totalmente con nuestra manera de pensar, de vivir, de vestir, nos lleva a encontrarnos únicamente con el que se nos parece, creando micromundos de verdades absolutas, haciendo parecer al que piensa un poco distinto como ajeno, loco e incluso peligroso. Algo que debe ser callado o eliminado.

Occidente, en 2025, parece olvidar que lo que lo hizo fuerte no fue la homogeneidad, sino la tensión creativa y los equilibrios entre sus diferencias. Quizá el desafío es rescatar el principio básico de que la idea del otro no merece la bala como respuesta.

Solo la palabra, incluso aquella que incomoda, puede mantener vivo un debate que, aunque imperfecto, sigue siendo el único antídoto contra el silencio y la complicidad impuestos por el miedo o la ignorancia.

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De espectador a jugador: El Plan México y los nuevos aranceles

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– A título personal, por Armando Morquecho Camacho

En la historia de la política internacional, las decisiones económicas suelen asemejarse a partidas de ajedrez: cada movimiento no solo busca ganar terreno en el presente, sino también anticipar jugadas futuras que podrían definir la victoria o la derrota.

México, con el anuncio de aranceles de hasta un 50% a productos provenientes de países sin acuerdos comerciales —particularmente China—, ha hecho una jugada que puede parecer arriesgada, pero que revela un cálculo estratégico más amplio: equilibrar una balanza comercial desigual y, al mismo tiempo, alinearse con el tablero donde Estados Unidos y China libran una guerra cada vez más abierta.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha justificado la medida bajo dos argumentos centrales: primero, la necesidad de equilibrar la balanza comercial con China, que hoy refleja una brecha difícil de ignorar; y segundo, el impulso del llamado Plan México, su proyecto estrella para transformar la economía y fomentar la producción nacional.

Visto desde esa óptica, el arancel no es un simple impuesto, sino un muro de contención frente a la dependencia excesiva de productos chinos y, al mismo tiempo, una palanca para reconfigurar las cadenas de valor en territorio mexicano.

El gesto tiene también una lectura geopolítica. Estados Unidos ha reactivado una estrategia de confrontación comercial contra China y la Unión Europea ha hecho lo propio. México, tercer socio comercial de Estados Unidos y pieza clave en la industria automotriz de Norteamérica, no podía permanecer neutral. Imponer aranceles de este calibre es enviar una señal de lealtad estratégica a Washington, asegurando que México no será el eslabón débil en la cadena norteamericana.

La analogía podría entenderse si imaginamos un puente colgante sobre un río. Durante décadas, México ha cruzado ese puente que fue construido con materiales chinos y que servían de soporte a la industria nacional. Ahora, la decisión de elevar aranceles implica retirar varios de esos tablones y reemplazarlos con productos propios o con piezas de otros socios.

No es una tarea sencilla. Estos cambios en un inicio podrían debilitar el puente, pero esto se hace con la finalidad de consolidar la estructura y hacerla menos dependiente de un solo proveedor.

Los críticos señalan que el golpe puede resultar contraproducente. La industria automotriz mexicana, uno de los grandes motores de la economía, ha construido buena parte de su competitividad sobre la base de insumos chinos.

No obstante, esta medida podemos verla desde otra perspectiva y no solo como una medida para eliminar de golpe la presencia china, sino que esta busca generar incentivos para que la inversión y la producción se instalen en territorio mexicano o en países con reglas más claras.

Esta jugada puede entenderse también como una apuesta al futuro del nearshoring, el fenómeno que ha llevado a empresas globales a trasladar operaciones de Asia a países más cercanos al mercado estadounidense. México, por su ubicación geográfica y su red de tratados, se ha convertido en uno de los destinos más atractivos.

Para capitalizar esa ventaja era necesario enviar una señal firme: que el país está dispuesto a reordenar su comercio exterior y a reducir su dependencia de un socio con el que no comparte compromisos de largo plazo.

No obstante lo anterior, en lo político, México también gana margen de maniobra. Al mostrar una postura clara frente a China, fortalece su posición en la relación con Estados Unidos, con quien compartimos más que fronteras. Recordemos que, en el contexto sociopolítico actual, el T-MEC exige disciplina y coordinación en temas comerciales, especialmente en la industria automotriz, que es clave tanto en México como en Estados Unidos.

El reto, sin embargo, será enorme. La transición hacia cadenas de suministro menos dependientes de China implicará costos de corto plazo, ajustes en la industria y tensiones con empresarios acostumbrados a la eficiencia y el bajo precio de los insumos chinos.

Pero en la economía, como en la vida, no siempre se trata de elegir el camino más fácil, sino el que garantiza mayor estabilidad y desarrollo a largo plazo. Si el Plan México logra que las fábricas, en lugar de importar piezas, empiecen a producirlas en territorio nacional, la apuesta habrá valido la pena.

Imaginemos por un momento la industria del automóvil como un gran árbol. Sus raíces se extienden en múltiples direcciones: hacia Estados Unidos, hacia Europa y, en las últimas dos décadas, con fuerza, hacia China. Lo que hoy propone el gobierno mexicano es podar algunas de esas raíces para que el árbol no dependa en exceso de un solo suelo.

Es verdad que hay incertidumbre. Nadie puede asegurar que los aranceles funcionarán como palanca de desarrollo interno y no como un freno a la producción. Nadie puede anticipar hasta qué punto las tensiones con China podrían derivar en represalias.

Pero lo que sí es claro es que seguir con una dependencia de 130 mil millones de dólares en importaciones de China, frente a apenas 15 mil millones en exportaciones de México, es caminar sobre una cuerda floja demasiado delgada.

México está intentando, con esta decisión, dejar de ser un simple espectador en la guerra comercial de Estados Unidos contra China, para convertirse en un jugador que elige con quién y cómo quiere relacionarse. El Plan México puede ser la brújula que oriente esta transición, y los aranceles, la herramienta que marque el rumbo.

No se trata de cerrarse al mundo, sino de abrirse de manera más inteligente, cuidando que el intercambio económico no se convierta en una relación de dependencia.

Al final, lo que está en juego no es solo la balanza comercial con China ni la competitividad de la industria automotriz, sino la posibilidad de que México aproveche este momento de reconfiguración global para fortalecerse como un país capaz de producir, innovar y sostener su crecimiento sin depender de los caprichos de una sola potencia. El puente que hoy tambalea puede convertirse, si se refuerza con visión, en la vía sólida hacia un futuro de mayor autonomía económica.

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